El recurso teresiano al ‘magisterio y ejemplo’ del Apóstol le viene recomendado por la Regla de san Alberto. Pero es también una parcela de esa Sagrada Escritura donde se contienen las ‘verdades con que hacemos lo que debemos’ (V 13,16), por cada una de las cuales T se ‘pondría a morir mil muertes’ (V 33,5), ya que del desconocimiento de la Palabra de Dios ‘viene todo el daño al mundo’ (V 40,1). La Santa es consciente de que en la Palabra de Dios está la ‘salvación’. San Pablo será sólo una parte de esa ‘clara verdad’. Cuando hable del ‘encerramiento de las mujeres’ (1Cor 14,34), T preferirá seguir la inspiración del Señor antes que el ‘silencio’ paulino recomendado por sus consejeros: ‘Diles que no se sigan por una sola parte de la Escritura, que miren otras’ (R 19). Gracias a esta pauta hermenéutica, se desinhibió su carisma de Doctora y legó sus escritos eminentes a la Iglesia de Cristo en la que, al decir del mismo Apóstol, ya no cuenta la distinción entre ‘varón y hembra’ (Gál 3,28).
San Pablo es al mismo tiempo un gran contemplativo y un agente concreto de la ‘buena noticia’, en cuanto la encarna como salvación personalizada y nos habla con frecuencia de su ‘vida en Cristo’. Desahoga en sus cartas sentimientos, avatares y convicciones espirituales. T no desaprovecha estas confidencias, aunque no usufructúa el ‘corpus paulinum’ como recurso sistemático (al estilo, por ejemplo, de san Juan de la Cruz) ni se detiene en comentarios doctrinales de los textos aducidos o insinuados. Se contenta con aludir a los pasajes más conocidos del Apóstol, apropiándose de ellos desde su óptica cristiana y femenina. Tiene devoción especial a san Pablo porque fue pecador como ella cree haberlo sido y porque, con la gracia de Dios, llegó hasta la cumbre más alta de la contemplación.
La Santa usa la palabra ‘vocación’ refiriéndose a la ‘advocación’ del Apóstol como sinónimo de la ‘devoción’ que le tuvo siempre. La lectura de san Pablo entraba entre las obligadas, antes de serle prohibida la Biblia en castellano en 1559. Por su contacto directo o por otras referencias de escritos (R 58,2; Ve 4), la Santa asocia siempre a su experiencia espiritual algunas confesiones paulinas y se sirve de su doctrina para entender’ la verdad’ de su alma o para dar oportunas recomendaciones. Le ‘suplicaba’ en sus momentos más críticos de vivencia mística que ‘no fuese engañada’ (V 29,5). Y de él asume un haz de verdades clarificadoras de la propia vicisitud espiritual.
El conjunto de referencias o resonancias no admite un orden cronológico estricto. La primera vez que acude al Apóstol (V 6,9) es el año 1562 para alumbrarnos la convicción a que ha llegado, después de ‘algunos años’ de vida mística atormentada, de creer que ‘no vivo yo ya sino que Vos, Criador mío, vivís en mí’ (Gál 2,20). La última vez lo menciona para acusar recibo de una imagen de san Pablo ‘que era muy lindo’ (cta 326,2).
En compensación de ciertas ausencias doctrinales, podemos seguir el pensamiento paulino presente en la vida-escritos teresianos con la simple lógica de atender a los ‘hechos’ y a los ‘dichos’ que la Santa rememora.
1. De ‘pecador a apóstol de Cristo’
Dios ‘hace mercedes’ a quien quiere, aunque sean pecadores, ‘como vemos en san Pablo y la Magdalena, y para que nosotros le alabemos en sus criaturas’ (M 1,1,3). El Apóstol sufrió una ‘conversión’ en su mentalidad farisaica. Cuando el Señor le ‘derroca’ en medio de ‘aquella tempestad y alboroto del cielo’ (M 6,9,10 = He 9,3), no sólo deja de perseguir a los cristianos (cta 3.11.1576 = He 8,1-3) sino que el toque divino le trueca la ceguera de ‘tres días’ (M 6,1,5 = He 9,8-9) en pasión encendida hasta ‘entenderse que estaba enfermo de amor’ (C 40,3 = cf Gál 1,24). Es decir, Dios ‘a san Pablo lo puso luego en la cima de la contemplación’ (Conc 5,3).
Cristo se ha adueñado de él, liberándole de la ley del pecado que ‘nos sujetó a no hacer lo que queremos’ (V 17,5 = Rom 7,15). Es más, le arrebata ‘para ver cosas del cielo’ (V 38,1 = cf 2Cor 12,2-4), al menos para gozarlo ‘por una vez’ (R 36,1), y le inspira la respuesta adecuada al nuevo proyecto de vida apostólica: ‘¿Qué queréis, Señor, que haga?’ (M 7,3,9 = cf He 9,6). La suma oración contemplativa será para T como un cliché de la doble respuesta paulina: ‘conocer’ a Cristo y ‘hacer’ lo que El quiere ‘con voluntad determinada’ (ib), pues ‘obras quiere el Señor’ (M 5,3,11).
Paradigma de vida es este talante apostólico para T y sus hijas. 1) ‘Miremos al glorioso san Pablo, que no se le caía de la boca siempre Jesús, como quien le tenía bien en el corazón’ (V 22,7); y 2) compaginar los suspiros contemplativos sufriendo como el Apóstol los ‘grandísimos trabajos’ de la evangelización (M 7,4,5 = cf 2Cor 4,8 ss). Se engañaría el alma que pretendiera prescindir de estos últimos, aunque, al sentir del mismo Apóstol, ‘no son dignos todos los trabajos del mundo [en comparación] de la gloria que esperamos’ (Conc 4,7 = Rom 8,18).
También pone en sus Constituciones la doctrina y el ejemplo del Apóstol para sustentarse cada día, como ya mandaba la Regla albertina, con ‘la labor de sus manos’ (Cons 9 y 24 = 2Tes 3,10). Si él conoció la pobreza en la fundación de las primeras Iglesias, puede ser muy buen modelo para todas las comunidades teresianas, distantes del estilo acomodado de los ricos (F 19,11).
2. La vida oculta en Dios
Es la recreación viva del misterio pascual por T. Hay que morir con Cristo, como enseña el Apóstol, para sentirse resucitada a nueva vida en Dios. Muchos años tardó Teresa en llegar a poner bajo sus pies las honras del mundo. Pero Dios, que la ‘miraba y remiraba’, la convenció para que se ‘crucificase’ a sí misma en aras de quien tanto la amaba (V 29,11 = Gál 2,19). Sus temores de verse engañada por el demonio se deshacen al leer en san Pablo ‘que era Dios muy fiel, que nunca a los que le amaban consentía ser del demonio engañados’ (V 23,15 = cf 1Cor 10,13). La ‘fidelidad’ divina es una convicción suprema para la Santa y la idea paulina que más recuerda en sus escritos (cf C 38,4; 40,4 [CE]; M 6,8,7; R 28; 58,1, etc.).
Es consciente, además, de que Dios espera nuestra respuesta con amor infinito, y que ‘todo se puede en Dios’ que nos da energía (Flp 4,13 = V 13,3; cta 2.11.1572). Flaquezas y trabajos humanos, tentaciones y pecados no deben desviarnos de la confianza en Dios, pues éste ‘no permite que seamos tentados más de lo que podamos sufrir’ (R 58,1; cta 143,8 = 1Cor 10,13). Así escalará paso a paso hasta la última morada del Castillo mediante una oración que es ‘poder tener su conversación nada menos que con Dios’ (M 1,1,6 = Fip 3,20). Una grande convicción animaba a Teresa y a san Pablo en esta empresa espiritual: ‘que el que lo comenzó, dará orden para todo’ (cta 161,7 = 1Tes 5,25).
A) ‘Un espíritu con El’ (M 7,2,5). La experiencia teresiana es básicamente cristopática a lo largo de su vida. Nos la describe como un proceso unitivo progresivo, como quien contempla desde la última morada la escala del amor a los pies del castillo interior. En el proceso liminar y en la meta de los deseos está el ‘amor’ esponsal, o la metamorfosis del gusano en ‘mariposica’. La oración es el cauce de todo y, dentro de ella, se va consumando esa ‘unión amorosa’ con Cristo-humanado.
San Pablo le sirve, con la Magdalena y otros santos, para tomarse la temperatura biográfica de su amor impaciente: ‘¿Qué sería el sentimiento de los Santos? ¿Qué debía de pasar san Pablo y la Magdalena y otros semejantes, en quien tan crecido estaba este fuego del amor de Dios? Debía ser un continuo martirio’ (V 21,7).
Bajo el influjo de san Juan de la Cruz, distingue en ese amor nupcial los grados del desposorio y del matrimonio en la unión con Dios en las últimas ‘moradas’. La comunión matrimonial es ya ‘todo uno’ entre Cristo y el alma: todo ‘una luz’, todo una misma ‘agua’ espiritual (M 7,2,4). Es decir, ‘nos hacemos un espíritu con Dios, si lo amamos’, Y aquí aduce la autoridad del Apóstol con los dos textos clásicos referidos a esta unión: ‘Quizás es esto lo que dice san Pablo: el que se arrima o allega a Dios, hácese un espíritu con El (1Cor 6,17), tocando este soberano matrimonio, que presupone haberse llegado su Majestad al alma por unión. Y también dice: mihi vivere Christus est, mori lucrum (Fip 1,21): así me parece puede decir aquí el alma, porque es adonde la mariposilla, que hemos dicho, muere; y con grandísimo gozo, porque su vida ya es Cristo’ (ib).
B) ‘Ya no vivo yo sino que está en mí quien me gobierna’ (R 3,10). Así se expresa en esta Relación, casi coetánea de Vida (1562). Este dicho de Gal 2,20 es, desde la antigua patrística, un estereotipo usado para señalar la máxima unión del hombre (=Pablo) con Cristo. Pocos exegetas dudan de su válida apropiación por los autores espirituales y místicos. En el pasaje mencionado de la R 3,10 podemos notar una especie de duda acomodaticia: ‘Viénenme días que me acuerdo infinitas veces de lo que dice san Pablo aunque a buen seguro que no sea así en mí, que ni me parece que vivo yo, ni hablo, ni tengo querer, sino que está en mí quien me gobierna y da fuerza, y ando como casi fuera de mí’. Hay una ‘fuerza’ y un ‘gobierno’ interiores que sobrepasan la propia voluntad y se adueñan de ella ‘a días’. Quizás no se trate del ‘estado de unión’, pero sí de un proceso hacia él que trae a la memoria de la Santa ‘infinitas veces’ el dicho paulino. Pudiera darse también una atribución implícita al Espíritu Santo ‘que enamora’ su voluntad y ‘menea su pluma’ (C 27,7; M 5,4,11). En cualquier caso, la Santa explicita la acción del Espíritu que la ahíja (Rom 8,14) y la equivalente ‘virtud’ de Cristo con que todo se puede (Fip 4,13).
Biográfico y humilde es también el segundo recurso al mismo dicho paulino. Recuerda su propia conversión. Se siente ‘resucitada en alma y cuerpo’ por la misericordia de Dios, y vislumbra el peligro de no serle tan fiel como debiera: ‘¿Qué es esto, Señor mío? ¿En tan peligrosa vida hemos de vivir? Que escribiendo esto estoy, y me parece que con vuestro favor y por vuestra misericordia podría decir lo que san Pablo aunque no con esa perfección que no vivo yo ya, sino que Vos, Criador mío, vivís en mí, según ha algunos años que, a lo que puedo entender, me tenéis de vuestra mano y me veo con deseos y determinaciones y en alguna manera probado por experiencia en estos años en muchas cosas, de no hacer cosa contra vuestra voluntad’ (V 6,9 = Gál 2,20).
Finalmente, en una de sus últimas Relaciones, fechada entre 1575-76, ilustra una gracia trinitaria, ‘que no se puede dudar el estar allí Dios vivo y verdadero, y allí se me daban a entender cosas que yo no las sabré decir después’ (R 56 = cf 2Cor 12,2): ‘Yo estaba pensando cuán recio era el vivir que nos privaba de no estar así siempre en aquella admirable compañía, y dije entre mí: Señor, dadme algún medio para que yo pueda llevar esta vida. Díjome: Piensa, hija, cómo después de acabada no me puedes servir en lo que ahora, y come por Mí y duerme por Mí y todo lo que hicieres sea por Mí, como si no lo vivieses tú ya, sino Yo, que esto es lo que decía san Pablo’ (ib). Una doble resonancia de 1Cor 10,31 y Gál 2,20. Lo más insignificante que hagamos ha de servir a la gloria de Dios en esta vida; una vida que, por empatía amorosa, es ya la misma vida de Cristo. Y, de postre, una invitación a imitar la actitud paciente del Apóstol (Fip 1,23), que merece punto aparte.
3. Tensión escatológica
Con el ‘cupio dissolvi’ paulino cierran todos los místicos sus ansias ‘impetuosas y excesivas’, que dice aquí la Santa, y el ‘gran deseo de verse ya con Dios y desatado de esta cárcel, como le tenía san Pablo’ (C 19,11 = Fip 1,23). El Apóstol se plantea la disyuntiva entre su apremio de ‘estar con Cristo’ definitivamente y la ‘necesidad de quedarse en la carne’ para el bien de las iglesias. T en este pasaje no alude más que al primer deseo, llamando ‘cárcel’ a la vida temporal según el lenguaje neoplatónico muy socorrido en su tiempo. Ella sigue esta imagen paulina con frecuencia, asociando la incertidumbre moral de cuanto pasa en este «cuerpo de muerte» (Rom 1,24) con el ‘deseo de morir’ (Po 7,1) y ‘verme desatada’ (Fip 1,23 = cf V 20,25; 38,5; R 35,11; C 19,11; E 1,2; 6,2; 15,1, etc.).
El uso pleonástico y reiterativo del ‘cupio dissolvi’ aparece sobre todo en las poesías Vivo sin vivir en mí (Po 1,2-4), Ayes del destierro (Po 7,1 ss) y Pues nuestro Esposo / nos quiere en prisión (Po 30). En estos poemas proclama y desgrana los ricos matices de sus ansias amorosas por ‘reunirse con Cristo’. La mesura vivencial se presenta a propósito de ‘estos grandes deseos de ver a nuestro Señor’ en la mistagogía de Moradas 6,6,6.
Pero también hallamos una consonancia perfecta con la postura paulina de Fip 1,23 en la Exclamación 15. Aquí antepone al tormento por salir de ‘este muy largo destierro’ y ‘cárcel del alma’ la rendida voluntad de contentar a Dios en sus designios: ‘Véisme aquí, Señor: si es necesario vivir para haceros algún servicio, no rehuso cuantos trabajos en la tierra me pueden venir’ (E 15,2). Simbología bíblica.
BIBL. Renault, Emmanuel, Aux sources deau vive. Lecture du Nouveau Testament. Paris 1978; Herraiz, Maximiliano, Biblia y espiritualidad teresiana, en RevBíblica (1982/3), 129-162.
Miguel Angel Díez