De Teresa de Jesús poseemos dos series de retratos: literario el uno; pictórico el otro. Sólo el segundo fue hecho en vida de ella. Pero quizás sus facciones estén mejor reflejadas en el primero.
Retratos literarios
El más antiguo y directo lo debemos a una conocedora íntima de la Madre Teresa, la carmelita María de san José (Salazar), priora del Carmelo de Sevilla por los años 1575-1576, cuando T contaba los sesenta y uno cumplidos y hubo de posar largas horas para ser retratada al óleo por el carmelita italiano fray Juan de la Miseria (Narducci). Pudo entonces la joven priora contemplar despacio las facciones de la Fundadora. En poder suyo quedó, además, el óleo de fray Juan. La pluma de M. María trazó la semblanza de la Santa diez años después, estando ya en Lisboa, priora del carmelo de San Alberto. Lo incluyó en su Libro de recreaciones, escrito hacia 1585 y dedicado a las lectoras carmelitas, ganosas de saber cómo era la Madre Teresa, que para esa fecha ya gozaba fama de santa canonizable. De ahí que el retrato de M. María adolezca de un ligero tinte de elogio y nostalgia afectiva. Escribe así:
‘Era esta Santa de mediana estatura, antes grande que pequeña; tuvo en su mocedad fama de muy hermosa y hasta su última edad mostraba serlo; era su rostro no nada común sino extraordinario, y de suerte que no se puede decir redondo ni aguileño; los tercios de él iguales, la frente ancha e igual y muy hermosa, las cejas de color rubio oscuro con poca semejanza de negro, anchas y algo arqueadas; los ojos negros, vivos y redondos, no muy grandes, mas muy bien puestos; la nariz redonda y en derecho de los lagrimales para arriba disminuida hasta igualar con las cejas, formando un apacible entrecejo, la punta redonda y un poco inclinada para abajo, las ventanas arqueaditas y pequeñas y toda ella no muy desviada del rostro. Mal se puede con pluma pintar la perfección que en todo tenía: la boca de muy buen tamaño: el labio de arriba delgado y derecho, el de abajo grueso y un poco caído, de muy linda gracia y color; y así la tenía en el rostro, que con ser ya de edad y muchas enfermedades, daba gran contento mirarla y oírla porque era muy apacible y graciosa en todas sus palabras y acciones; era gruesa más que flaca y en todo bien proporcionada; tenía muy lindas manos, aunque pequeñas; en el rostro, al lado izquierdo, tenía tres lunares levantados como verrugas pequeñas, en derecho unos de otros, comenzando desde abajo de la boca el que mayor era, y el otro entre la boca y la nariz, el último en la nariz más de cerca de abajo que de arriba’ (Libro de recreaciones, recreación 8ª).
La autora sigue discurriendo sobre el retrato pictórico de fray Juan y detalles del hábito que vestía la Santa.
El segundo retrato literario se debe al primer biógrafo de T, Francisco de Ribera, jesuita y profesor de sagrada Escritura en Salamanca, coetáneo y émulo de fray Luis de León. También él ha conocido a la Madre Teresa y la ha contemplado cara a cara, si bien no tan despaciosamente como M. María. Lo recuerda él mismo en la última página de su libro, dialogando con la biografiada: ‘Y pues el Señor en esta vida me hizo tanto bien que yo te conociese, y tú me quisieses bien…’ (La vida de la Madre Teresa de Jesús… Salamanca 1590, p. 563). El retrato de ella lo inserta en el capítulo 1º del libro IV, titulado ‘De las partes naturales que Dios puso en la madre Teresa de Jesús’. Y la describe así:
‘Era de muy buena estatura y en su mocedad hermosa, y aún después de vieja parecía harto bien, el cuerpo abultado y muy blanco, el rostro redondo y lleno, de muy buen tamaño y proporción, la color blanca y encarnada, y cuando estaba en oración se le encendía y se ponía hermosísima, todo él limpio y apacible, el cabello negro y crespo, y frente ancha, igual y hermosa, las cejas de un color rubio que tiraba algo a negro, grandes y algo gruesas, no muy en arco sino algo llanas. Los ojos negros y redondos y un poco papujados (que así los llaman, y no sé como mejor declararme) no grandes, pero muy bien puestos y vivos y graciosos, que en riéndose se reían todos y mostraban alegría, y por otra parte muy graves, cuando ella quería mostrar en el rostro gravedad. La nariz pequeña y no muy levantada de en medio, tenía la punta redonda y un poco inclinada para abajo las ventanas de ella arqueadas y pequeñas, la boca ni grande ni pequeña, el labio de arriba delgado y derecho, el de abajo grueso, y un poco caído de muy buena gracia y color, los dientes muy buenos, la barba bien hecha, las orejas ni chicas ni grandes, la garganta ancha y no alta, sino antes metida un poco, las manos pequeñas y muy lindas. En la cara tenía tres lunares pequeños al lado izquierdo que la daban mucha gracia, uno más abajo de la mitad de la nariz, otro entre la nariz y la boca, el tercero debajo de la boca. Estas particularidades he yo sabido de personas que más despacio que yo se pusieron muchas veces a mirarlas. Toda junta parecía muy bien y de buen aire en el andar, y era tan amable y apacible, que a todas las personas que la miraban comúnmente complacía mucho. Sacóse estando ella viva un retrato bien, porque la mandó su Provincial, que era el padre maestro fray Jerónimo Gracián, que se dejase retratar, y sacóle un fraile lego de su orden siervo de Dios, que se llama fray Juan de la Miseria. En esto lo hizo muy bien el padre Gracián, pero mal en no buscar para ello el mejor pintor que había en España para retratar a persona tan ilustre más al vivo para consuelo de muchos’ (ib p. 323-324).
La coincidencia con la página de M. María hace sospechar que Ribera mezcle sus recuerdos personales con las pinceladas de esta última. Otro gran conocedor de la Santa, Jerónimo Gracián, apostilló ese pasaje de Ribera en el ejemplar de su uso: ‘Este retrato mandé hacer por mortificar la madre porque ella me pedía con gran instancia que la mortificase; mas no me atreví a tanto que por aquella curiosa mortificación consintiese entrar a seglar dentro del monesterio. Sólo a fray Juan de la Miseria, que entraba a pintar allá dentro otras cosas’ (cf Pierre Serouet, Glanes, Laval 1988, p. 74-75).
El texto de Gracián nos conduce de la mano a la otra serie de retratos.
Primeros retratos de pincel y degrabado
El primer retrato pictórico de la Santa fue realizado por el dicho fray Juan de la Miseria en 1576 (‘dos de junio’, según reza la cartilla aneja al retrato), y se conserva actualmente en el Carmelo de Sevilla. Posteriormente, el mismo pintor napolitano reprodujo, de memoria, ese su primer retrato. Óleos atribuidos a él, con la imagen de la Santa, se conservan en Génova y en otros Carmelos españoles. A propósito del cuadro, refiere el P. Gracián, autor de la iniciativa: ‘Estando en Sevilla (impuse a la Madre) una mortificación, que fue de las que más sintió, que fue mandarla retratar… Lo sintió mucho, que aun yo tuve lástima de lo que padeció, porque también el modo fue muy desabrido: que mandé con mucho rigor que obedeciese a todo lo que fray Juan de la Miseria le mandase, y sin querer oír razón ni réplica alguna me ausenté; y el fray Juan de la Miseria no era tan gran retratador ni tan primo y cortesano como otros. Y porque entraba allá dentro en el monasterio a pintar, venía bien que él la retratase. Pues teniendo aparejadas sus colores y su lienzo, la llamó. Y él tenía obediencia de que lo hiciese lo mejor que supiese, y ella que le obedeciese. Y así, sin mirar más primores, la mandaba poner el rostro en el semblante que quería, riñendo con ella si tantico se reía o meneaba el rostro. Otra vez, no contentándose, tomábale él mismo la cara con sus manos y volvíala a la luz que le daba más gusto…, sufriendo mucho tiempo el estar sin menear la cabeza con las incomodidades que el otro tenía por comodidades para su pintura’ (Gracián, Escolias a la vida de santa Teresa compuesta por el P. Ribera. Edición de Juan Luis Astigarraga, Roma 1982, p. 425-426).
El cuadro de fray Juan es mediocre, pero realista. Puede verse su estudio en Jean de la Croix: Liconographie de Thérèse de Jésus, docteur de lEglise, en ‘Teresianum’, 21, 1970, 227…). Al primitivo óleo del pintor napolitano se le añadieron posteriormente numerosos detalles, que no afectan al retrato mismo: la aureola en torno al rostro, una flámula con la inscripción latina: ‘Misericordias Dni in aeternum cantabo’; la paloma simbólica a la altura de la frente de T, y un cartelillo con la edad de ella y la fecha de la pintura.
Del cuadro así retocado dependerán los dos primeros grabados impresos: uno de 1588; el otro, de 1590. El primero de los dos figura en las páginas iniciales de la edición príncipe de las Obras de la Santa por fray Luis de León: Salamanca 1588. El mismo la hizo reproducir, con pequeñas variantes, en la edición salmantina del año siguiente, 1589. El grabado se inspira claramente en el óleo hispalense de fray Juan: con la flámula, el lema bíblico y la paloma simbólica, pero sin el cartelillo de la edad y la fecha.
El segundo grabado (posterior a la edición luisiana de 1599) lo insertó Ribera al frente de su biografía de la M. Teresa. Igualmente inspirado en el retrato de fray Juan, pero invirtiendo hacia la derecha del espectador el pose de la imagen. Fray Luis se había limitado a inscribir al pie del grabado: ‘La Madre Teresa de JHS, fundadora de los descalzos carmelitas’. En cambio Ribera triplica las inscripciones: dentro del grabado, en su margen inferior: ‘La Madre Theresa de Jesus, fundadora de las descalzas carmelitas. Anno aetatis suae 60. Obiit anno 1582, aetatis 68’. Las otras dos inscripciones, ya fuera del grabado, también sirven para completar el retrato de la M. Teresa, sobre todo la inscripción del margen inferior, que subraya la fortaleza femenina de la retratada: ‘Una mulier fecit confusionem in domo Regis Nabucodonosor. – Iudith 14’.
A Ribera se deben también los dos primeros retratos poéticos de T, ambos en las páginas iniciales de su obra. El primero, un soneto. El segundo, una estrofa de su ‘Canción en loor de la Madre Teresa de Jesús’. Al margen de la ingenuidad de esos versos, el profesor salmantino la bosqueja bien:
‘Venga a ver esta sola, a quien si viera
cual yo la vi mortal, acá en el suelo:
viera por el hermoso y blanco velo
de aquella pura carne, salir fuera,
por más y más que el alma se encubriera,
toda virtud y toda gentileza,
valor y fortaleza,
toda gracia y dulzura, y real costumbre,
una divina lumbre,
y en esta región oscura y fría
un serafín que en viva llama ardía’.
BIBL. I. M. Salaverría, Retrato de Santa Teresa, Madrid, 1939; T. Alvarez, El retrato de Santa Teresa en los primeros grabados, en «Estudios Teresianos» I (Burgos 1995), 47-54.
Tomás Alvarez