Podemos distinguir varias etapas en el acercamiento de Sta. Teresa a Roma. La ciudad no está presente sino en el lejano horizonte de su persona como sede de los papas y de los generales de la Orden. Sólo cuando tiene que comenzar su trabajo de fundadora tiene que recurrir a Roma como realidad concreta: centro de poder y administración religiosa de la Iglesia y de la Orden, y concreción visible de la «Iglesia Católica Romana». Veamos algunos aspectos a lo largo de su actividad.
1. La Curia Romana y la fundación de San José de Avila, 1561
Roma se presenta como algo nebuloso y lejano, a donde es necesario llegar. Ya que el Provincial de los Carmelitas, Angel de Salazar, no tiene suficientes poderes para autorizar su convento tal como ella lo piensa. La Santa, en vez de recurrir al General, recurre directamente a la Santa Sede. Las personas interpuestas son doña Aldonza y su madre, doña Guiomar de Ulloa, las cuales piden fundar el convento de San José de Avila. La Penitenciaría Apostólica concede en 1561 un breve, hoy aún en paradero desconocido, que permite fundar bajo la obediencia del Provincial. Pero el Provincial ha cambiado de parecer, y el breve no puede ejecutarse.
Entonces piensan dar la obediencia al Obispo de Avila. Dice la Santa en agosto de 1561 acerca de la obediencia del convento de San José de Avila: «A mí se me hacía de mal no darla a la Orden, y habíame dicho el Señor que no convenía dársela a ellos [los Carmelitas]. Diome las causas para que en ninguna manera convenía lo hiciese, sino que enviase a Roma por cierta vía, que también me dijo, que El haría viniese recado por allí» (V 33,16). Así lo hace. Escribe en diciembre a su hermano Lorenzo: «Han ido por las bulas a Roma, porque, aunque es de mi misma Orden, damos la obediencia al obispo» (cta 2,4). La Penitenciaría concede el breve teresiano para erigir el convento bajo la obediencia del Obispo el 7 febrero de 1562.
En este mismo año 1562 aún recurrirá a la Curia Romana para vivir en pobreza personal y comunitaria. La Penitenciaría se lo concede en diciembre de 1562. Pasados tres años nuevamente recurren a Roma para que confirme los breves de fundación. La misma Penitenciaría lo concede en julio de 1565. Entonces comenta: «Con traer un Breve de Roma para no poder tener renta este monasterio, se acabó del todo, que paréceme ha costado algún trabajo» (V 39,14). La Curia papal o romana legaliza plenamente el proyecto teresiano.
2. La Curia General de la Orden, 1566-1575
Parece que la Santa no tuvo muy en cuenta la Casa General de la Orden hasta que supo que venía el General Rubeo. Dice en Fundaciones: «Siempre nuestros generales residen en Roma, y jamás ninguno vino a España, y así parecía cosa imposible venir ahora» (F 2,1). Pero esta vez, 1566-1567, venía el General a visitar la provincia de Castilla y venía a Avila.
En Fundaciones explica cómo habló con el General, se comprendieron en las aspiraciones de perfección. Antes de marchar de la península Ibérica el superior romano le dio varias patentes para fundar conventos de monjas y frailes bajo la obediencia de la Orden.
Esta sintonía con el P. Rubeo como persona, más que con la abstracta Curia General, duró hasta la celebración del capítulo general de 1575. En España el General le dio patentes de procuradora suya, de fundadora general para Castilla primero, 1567, luego para España en 1571. La Santa, a su vez, le tuvo al corriente de sus fundaciones y problemas, aunque sus cartas no se han conservado en la Curia General del Carmen. Fue la edad de oro de las fundaciones teresianas.
3. Visitadores pontificios y Curia General en disconformidad, 1569-1577
Primero es S. Pío V quien nombra visitadores dominicos para las provincias Carmelitas de España, 1569, con gran disgusto del P. Rubeo. La Santa encuentra en el P. Pedro Fernández, visitador de Castilla, el apoyo para sus fundaciones, pero también órdenes difíciles, como el priorato de La Encarnación de Avila, 1571-1574. Pero su norte de referencia es el General de Roma, en nombre del cual hace las fundaciones de monjas y frailes hasta 1575.
Pero los visitadores dominicos llevan frailes Descalzos de Castilla a Andalucía, contra los explícitos decretos del P. General; es más, fundan conventos de Descalzos en Sevilla, Granada y La Peñuela. El P. General no pasa por las fundaciones en Andalucía. En abril de 1574 declara a estos religiosos descalzos excomulgados. Luego informa a la Santa de sus disgustos con los frailes en cartas de octubre de 1574 y enero de 1575, que llegan hacia mayo a sus manos. Ella responde en junio de 1575.
Cuando Rubeo le escribe, él ya tiene trazada su línea de acción como general: en agosto de 1574 consigue que Gregorio XIII retire la visita de los dominicos y el General tenga la jurisdicción normal en España; en abril de 1575 consigue un breve que le permite suprimir los conventos fundados por ellos contra su voluntad. El capítulo de Piacenza, de 1575, formula los decretos, que él ha gestado y expuesto a la Madre, contra los Descalzos de Andalucía: Supresión de los conventos, excomunión de los superiores y conventuales y suspensión «a divinis» o expulsión. Para ejecutarlos nombra al P. Jerónimo Tostado. Además el General manda a la madre Teresa, hasta ahora su procuradora y fundadora general de las monjas, que se retire y no funde más.
La Santa, en junio de 1575, ya en marcha el capítulo general, por un lado escribe al P. Rubeo oponiendo su parecer a los decretos que se van a hacer en el capítulo y que el General le había expuesto en sus cartas de octubre 1574 y enero 1575. Y por otro, ya antes de saber lo decidió, en julio apela al rey Felipe II para que él pida a la Curia Pontificia la erección de una Provincia Descalza separada e independiente dentro de la Orden. Por primera vez ella es quien da voz y fórmula a la propuesta de modo oficial: es necesario erigir «una provincia descalza». Esta va a ser la meta de los Descalzos en los próximos años: Estar en la Orden, pero como provincia independiente.
A partir de entonces la Santa vive en constante zozobra, temiendo las decisiones sea de la Curia Romana sea de la Curia General. Escribe a A. Mariano: «Tengo miedo estas cosas de Roma, que me acuerdo de lo pasado, aunque no le tengo de que ha de ser por mal nuestro, sino todo para mejor» (cta 106,9). Hay que ir a Roma a informar. Escribe: «He pensado que, si al Papa ponen éstos [Calzados] estas informaciones no verdaderas, y allá no hay quien responda, que les darán cuantos breves quisieren contra nosotros; y que importa en gran manera que algunos estén allá; porque viendo cómo viven, verán la pasión. Y creo no hemos de hacer nada hasta esto, y traerán licencia para fundar algunas casas» (cta 118,4, a Gracián).
Gracián, como comisario pontificio, siguiendo la línea de pensamiento que la Madre ha propuesto al Rey, y el P. Mariano al Nuncio, erige la Provincia Descalza en el Capítulo I de Almodóvar, en septiembre 1576. Pero la Santa sabe que la cosa no es firme y se lo dice a Mariano, que fue quien animó a Gracián a que la erigiera (cta 183). En la misma carta sueña para un hipotético futuro: «Acuérdome que decía el buen Nicolao, cuando pasó por aquí, que habían de tomar los Descalzos un cardenal que fuese su protector. Este día hablé a un pariente, que parece muy buena cosa, y me dice que tiene en Roma una persona curial y avisada [Montoya] que, como se lo paguen, hará cuanto quisiéremos. Ya le dije para lo que deseaba que hubiese allá quien con nuestro padre General trate algunas cosas» (ib 4).
En esta situación de indecisiones enferma el nuncio Ormaneto y muere en verano de 1577, quedando todo en suspenso.
4. La Curia General y Nuncio desfavorables, 1577-1581
Muerto el nuncio Ormaneto, en septiembre de 1577 llega como nuncio a Madrid mons. Felipe Sega, que sintonizó rápidamente con la Curia General. La Santa insiste en que el camino para erigir la provincia descalza es tramitarla en Roma, «porque, como dice el doctor Rueda, es el camino y medio recto: el del Papa o General» (cta 238,3). Es en Roma, en una curia y otra, que son los centros de decisión, donde hay que tramitar las cosas para que sean firmes.
Los acontecimientos para los descalzos toman otro cariz en 1579 con la entrada en juego de la junta que asesora al Nuncio en la cuestión de los Carmelitas: Nuncio y junta piden que los Descalzos se separen en provincia independiente, meta ideal soñada por la Santa y por todos los descalzos. El Nuncio, por su parte, adelanta esta separación poniendo, en 1579, a todos los Descalzos castellanos o andaluces, bajo el gobierno del P. Angel de Salazar y manda a Roma la documentación. El Nuncio mantiene su ambigüedad, la Curia de la Orden es totalmente contraria a esta solución y la Congregación de Obispos y Regulares emite dictamen favorable a la separación.
La Santa casi no se lo cree. Primero pone en guardia contra querer demasiado, como hacer ya casa en Roma (cta 286,1). Finalmente, alborozada va escribiendo la llegada de los documentos de Roma: «Sepa que ha cinco días que recibió una carta nuestro hermano fray Jerónimo Gracián […] de Roma, de fray Juan de Jesús, en que le dice que ya está el breve dado al embajador del rey de nuestros negocios, para que se le envíe, y que le traerá el correo con que él escribe; y así tenemos cierto que está ya en poder del rey. Escribe la sustancia que trae y es muy copioso» (cta 350,6). Y dos días más tarde: «Cuando me venía de Avila, me dijeron eran venidos los despachos de Roma, y a nuestro propósito; no he sabido más» (cta 352,3).
5. Provincia Descalza y concordia con la Curia General, 1581
La Santa en las Fundaciones levanta acta de la erección de la provincia Descalza, que ella propusiera ya en 1575: «Estando en Palencia, fue Dios servido que se hizo el apartamiento de los Descalzos y Calzados, haciendo provincia por sí, que era todo lo que deseábamos para nuestra paz y sosiego» (F 29,44). Las determinaciones de Roma pesan en el ánimo de la Santa. Allí se toman las decisiones decisivas en materia de gobierno.
Ella, tan de la Orden, sigue insistiendo con los nuevos superiores elegidos en Alcalá y con Gracián: «Menester será que luego escriba al General dándole cuenta de lo que pasa, una carta muy humilde y ofreciéndose por sus súbditos, que es razón; y vuestra reverencia también escriba a fray Angel que se le debe agradeciéndole lo bien que lo ha hecho con él y que siempre le ha de tener por hijo; ¡y mire que lo haga! (cta 374,6, a Gracián). Insiste en lo mismo en la carta del 14 julio 1581 (cta 402) y añade que no se necesita aún casa en Roma ni enviar un religioso (cta 465,4). Pero el P. Doria sí va a Roma a tratar con el General «que lo ha querido el rey» (cta 405,3).
6. La Iglesia Católica Romana como garantía de la fe
La Iglesia Católica en cuanto romana, por oposición a las otras iglesias no romanas, que han surgido en Europa, poco a poco fue entrando también en sus preocupaciones.
En el Libro de la Vida se sujeta a la «fe católica», como escribe: «Lo que fuere más de decir simplemente el discurso de mi vida, tome vuestra merced para sí… si fuere conforme a las verdades de nuestra santa Fe católica; y si no, vuestra merced lo queme luego, que yo a esto me sujeto» (V 10,8). Y lo mismo en la primera redacción del Camino, el del Escorial.
Pero en el de Valladolid ya especifica: «En todo lo que en él dijere, me sujeto a lo que tiene la madre Santa Iglesia Romana, y si alguna cosa fuere contraria a esto, es por no lo entender». También en la Introducción a las Fundaciones tiene en cuenta estas mismas limitaciones, cuando dice: «En todo me sujeto a lo que tiene la madre santa Iglesia Romana». Para decir lo mismo en la introducción a las Moradas: «Si alguna cosa dijere que no vaya conforme a lo que tiene la santa Iglesia Católica Romana, será por ignorancia y no por malicia. Esto se puede tener por cierto, y que siempre estoy y estaré sujeta por la bondad de Dios, y lo he estado a ella» (n. 3). Breves.
A. Fortes