Los sacramentos, como es obvio, tienen una función especial en la vida de Teresa de Jesús, porque son para ella el vehículo de gracia y de perdón del Señor. Más que de una doctrina, nos habla de una práctica sacramental (Cons 10,1), fundada en la verdad de fe de su eficacia salvífica (CEC 1127ss). Su vida sacramental, como la vida de todo creyente, se centra en el sacramento de la penitencia ( Penitencia) y de la Eucaristía ( Eucaristía). Y es que para vivir un cristianismo consciente y responsable, es esencial la práctica habitual de estos dos sacramentos (CEC 1391ss y 1468ss).
Hay dos pasajes que destacan el valor salvífico de los sacramentos, como signos de de gracia. El binomio gracia y sacramentos aparece en estos pasajes como dato fundamental.
El primero se refiere a la reacción de un alma que, tras haber llegado a la unión mística (cuarta agua), ha tenido la desgracia de caer en pecado; encuentra en los sacramentos, gracias a «la virtud que Dios en ellos puso», la «medicina y ungüento» para sus llagas:
«¡Oh Jesús mío! ¡Qué es ver un alma que ha llegado aquí, caída en un pecado, cuando Vos por vuestra misericordia la tornáis a dar la mano y la levantáis! ¡Cómo conoce la multitud de vuestras grandezas y misericordias y su miseria! Aquí es el deshacerse de veras y conocer vuestras grandezas; aquí el no osar alzar los ojos; aquí es el levantarlos para conocer lo que os debe; aquí se hace devota de la Reina del Cielo para que os aplaque; aquí invoca los Santos que cayeron después de haberlos Vos llamado, para que la ayuden; aquí es el parecer que todo le viene ancho lo que le dais, porque ve no merece la tierra que pisa; el acudir a los Sacramentos; la fe viva que aquí le queda de ver la virtud que Dios en ellos puso; el alabaros porque dejasteis tal medicina y ungüento para nuestras llagas, que no las sobresanan, sino que del todo las quitan» (V 19,5).
El otro pasaje es el relativo al proceso pascual de transformación por la participación en la nueva vida de Cristo, que no puede darse sin la gracia sacramental o «los remedios» que el Señor ha dejado a su Iglesia:
«Entonces comienza a tener vida este gusano, cuando con el calor del Espíritu Santo se comienza a aprovechar del auxilio general… y cuando comienza a aprovecharse de los remedios que dejó en su Iglesia» (M 5,2,3).
Los sacramentos son la mejor defensa contra los ataques del demonio (M 5,4,7), la mayor fuente de gozo (F 16,4) y la garantía final de la salvación (F 16,7). No hay que concebirlos como algo desgajado de Cristo, sino como Cristo mismo que se comunica, nos muestra su amor y nos hace partícipes de su misterio redentor. Jesucristo «se comunica» por los sacramentos. Por eso la Santa se queja confiadamente al Señor, por la falta de respuesta de los cristianos: «¿Qué es esto ahora de los cristianos? ¿Siempre han de ser los que más os deben los que os fatiguen? ¿A los que mejores obras hacéis, a los que escogéis para vuestros amigos, entre los que andáis y os comunicáis por los sacramentos?» (C 1,3).
La misma queja, en súplica confiada, eleva al Padre Eterno, que ha consentido que su Hijo se quedase con nosotros en los sacramentos, que ahora «estos luteranos, deshechas las iglesias, perdidos tantos sacerdotes», tratan de quitarnos (C 35,3).
A la luz de estos textos, bien se puede decir en línea con la mejor teología sacramental que para santa Teresa los sacramentos son no sólo las formas sensibles de la gracia y del amor de Dios, sino también signos de Cristo el sacramento original a través de los cuales Jesucristo ha querido quedarse entre nosotros y hacerse presente en nuestras vidas.
Ciro García