En la tradición católica, Teresa es un testigo eximio de la veneración a los Santos. ‘Devoción y recurso a ellos’ están incorporados a la experiencia del misterio de Cristo en la vida espiritual de la Santa. Sin discontinuidad. En sintonía con la toma de posiciones del magisterio eclesial ejercido por el Concilio Tridentino (sesión 25: ‘decretum de invocatione, veneratione… Sanctorum et sacris imaginibus’), en contraposición con ciertas tendencias iconoclastas de la época. Refiriéndose a estas últimas, Teresa llega a escribir a propósito de las imágenes: ‘Desventurados estos herejes, que han perdido por su culpa esta consolación, con otras’ (C 34,11). Con un refrendo categórico desde lo hondo de su experiencia mística (R 30).
Dentro de ese clima eclesial y ya antes del Concilio de Trento, Teresa se inicia desde muy niña en esa práctica, merced a la lectura del ‘Flos sanctorum’: ‘juntábamonos (ella y Rodrigo) a leer vidas de santos’ (V 1,4). Desde los ‘seis o siete años’, su madre doña Beatriz tuvo cuidado ‘de ponernos… en ser devotos de nuestra Señora y de algunos santos’ (1,1). En la lectura del santoral, las figuras de los héroes de la santidad tienen para ella gran fuerza inductora. La impacta sobre todo el martirio de las mujeres niñas: ‘los martirios que por Dios las santas pasaban’ (1,4). Impresión que perdurará toda su vida como antídoto contra la pusilanimidad: ‘Dios pudo dar fortaleza a muchas niñas santas, y se la dio para pasar tantos tormentos como pasaron por El’ (Conc 3,5). Perdurará también toda su vida la afición a la lectura de las vidas de Santos (santoral y Padres del Yermo), aún cuando haya decaído su pasión por los libros (cf V 30,17; F 18,11; M 6,7,13; cta 128,4…).
Para ella, los santos son prolongación y eco de la santidad de Cristo Jesús. Por ese motivo frecuentemente los asocia a Él en la evocación (V. 31,12; M 2,11; 6, 7, 13…). A nivel doctrinal, Teresa cree ser una auténtica aberración no sólo la tesis que prescinde de la Humanidad de Jesús, sino la que excluye la veneración de sus santos (V 22,7.13). En lo hondo de las moradas místicas del Castillo llega a dedicar un capítulo al tema: ‘Dice cuán gran yerro es no ejercitarse, por muy espirituales que sean, en traer presente la Humanidad de nuestro Señor y Salvador Jesucristo… y su gloriosa Madre y Santos’ (título del cap.7 de las moradas sextas).
En ese sentido, los santos son para ella ‘modelos’ bajo el modelo absoluto que es Cristo Jesús: ‘hemos menester mirar a nuestro dechado Cristo, y aun a sus apóstoles y santos… Es muy buena compañía el buen Jesús y su sacratísima Madre…’ (M 6,7,13). Teresa, como Pablo, emplea expresamente el término ‘imitar’, y ‘parecerse a…’: ‘Parezcámonos… en algo a la Virgen sacratísima’ (C 13,3). ‘Imitadla y considerad qué tal debe ser la grandeza de esta Señora…’ (M 3,1,3). Pero sobre todo se relaciona con ellos en la línea ascendente, de intercesión. Les hace ‘novenas’, y ‘toma a los santos devotos’ (V 27, 1), lo mismo que a ‘san Miguel ángel, a quien por esto tomé nuevamente devoción’. Y ‘a otros santos importunaba mostrase el Señor la verdad, digo que lo acabasen con Su Majestad’ (27,1). Teresa llega a vivir la experiencia profunda de la comunión de los santos, en su relación con los del cielo (V 39-40), hasta afirmar que en ciertos casos, ‘si ve a algunos santos los conoce como si los hubiera mucho tratado’ (M 6,5,7).
Para su piedad privada, en la práctica cotidiana, Teresa dispone de una especie de iconostasio secreto, con la lista de los santos de su particular devoción. Lleva esa lista en una ficha dentro de su breviario. La transcribe su primer biógrafo el P. Francisco de Ribera (IV, 13, p. 425). En ella, aparte los varios grupos colectivos (los Patriarcas, los Angeles, ‘todos los santos de nuestra Orden’, las diez mil mártires), los nombres citados ascienden a 32. Podemos agruparlos según las diversas motivaciones que inspiran la devoción de Teresa:
a) Ante todo, hay un grupo de santos bíblicos: primero de todos, san José, por quien Teresa siente admiración y devoción especiales (V 6,6). Del Antiguo Testamento, el santo Job (V 5,9), y el Rey David (‘de este glorioso Rey soy yo muy devota y querría todos lo fuesen, en especial los que somos pecadores’: 16,3). Los Apóstoles, y entre ellos especialmente san Pedro y san Pablo (‘eran estos gloriosos santos muy mis señores’: 29,5), san Juan Evangelista, san Bartolomé y san Andrés (a este último dedicó Teresa un hermoso poema: ‘Si el padecer con amor / puede dar tan gran deleite / ¡qué gozo nos dará el verte!’). San Juan Bautista, la Magdalena y san Esteban. Y por fin santa Ana.
b) Teresa se siente en especial empatía con los santos ‘convertidos’. Comienza evocándolos en el prólogo de Vida, y reiteradamente a lo largo del libro (9,7; 19,5…). Es copioso ese apartado en la ficha de su breviario, desde los pecadores bíblicos (David, la Magdalena, Pedro y Pablo), hasta san Agustín, san Jerónimo y santa María Egipciaca.
c) Además de las santas mujeres antes citadas, en la lista de Teresa figuran otras de sus predilectas: Clara de Asís, Catalina de Sena, Ursula, Isabel de Hungría, y Catalina Mártir, a quien ella dedicó también un poema: ‘Oh gran amadora / del Eterno Dios’.
d) Como carmelita, Teresa tiene devoción particular a ‘todos los Santos de nuestra Orden’ (F 29,33), y entre ellos a ‘aquellos santos Padres nuestros del Monte Carmelo’ de los orígenes de la Orden (M 5,1,2), y además a san Cirilo, san Angelo y san Alberto de Sicilia. De este último hizo escribir una biografía devota, que luego quiso se publicara juntamente con el Camino de Perfección (Evora 1583). Aunque no figuran en el listado del breviario, también tuvo especial devoción a los dos santos bíblicos Elías (M 7,4,11) y Eliseo (Po 10).
e) Por fin y debido a motivos peculiares, figuran en el elenco los dos santos fundadores, Domingo de Guzmán y Francisco de Asís; un Padre del Desierto, san Hilarión, al que ella dedicó uno de sus poemas (‘Hoy ha vencido un guerrero / al mundo y sus valedores…’); y fuera del listado, uno de los santos más populares de su tiempo, san Martín de Tours, a quien ella admira por émulo de san Pablo en la alternativa del deseo de la muerte y del servicio a los hermanos (cf C 19,4; M 6,6,6; E 15, 2, y R 7 y 35…).
BIBL. F. de Ribera, La Vida de la Madre Teresa (Salamanca 1590) IV, 13, pp. 425-427 y el ‘Rótulo’ del Proceso de Canonización, art. 72, y las respuestas de los testigos a ese artículo BMC 20, p. L.
Tomás Alvarez