‘Estar en soledad’, ‘deseo de soledad’, ‘a solas con Dios’, ‘oración y soledad’, etc., son lemas frecuentes en los escritos de T. Por estructura anímica, ella disfruta en los paréntesis de soledad (a); la aconseja al aprendiz de oración (b); la retiene esencial a la vida contemplativa (c); la soledad adquiere dimensiones y hondura especiales en la experiencia mística de T (d).
a) Afición de T a la soledad. En persona como ella, de psicología tan sociable y ‘conversable’, con tal número de amigos entrañables, resulta distónica, a primera vista, su irreprimible tendencia a la soledad. No es así. Sociabilidad y soledad se integran y compensan. Ella misma se afirma ‘amiga de amigos’, y a la vez: ‘mi inclinación natural es siempre estado de soledad, aunque no lo he merecido tener’ (cta 75,2). Teresa gusta de ella desde la infancia (1,6). Esa inclinación se le acentúa al hacerse carmelita, hasta provocar recelos en las formadoras (4,9). De hecho está convencida de que la soledad es connatural a la vocación de carmelita (cta 75,2: cf M 5,12). Cuando llegue a altas cotas de experiencia mística, ‘la soledad escribe era mi consuelo’ (V 25,15). Y lo reitera: ‘de estar sola nunca me cansaría’ (R 1,6). Incluso al Señor se lo dirá gráficamente en uno de sus soliloquios: ‘Si con algo se puede sustentar el vivir sin Vos, es en la soledad’ (E 2,1). Si soledad y amistad son integrantes básicos de su psique, según ella predomina la primera. Sobre ella se despliega su vida contemplativa, y desde ella elabora su pedagogía de la oración.
b) Soledad y oración. En su típico modo de entender la oración como ‘amistad con Dios’, Teresa cree implícita y en cierto modo necesaria la soledad. Necesaria para la intimidad e inmediatez en el ‘trato de amistad’. La oración es ‘amistad a solas’. Pero un ‘a solas’ amoroso: ‘a solas con quien sabemos nos ama’. El término ‘sabemos’ indica la convicción de fe. El subsiguiente ‘nos ama’ indica el amor del amigo. Mientras que el modismo ‘a solas’ indica el postulado de intimidad e inmediatez, para crear clima de amistad. Por eso, al aprendiz de oración le aconseja: ‘Los que comienzan a tener oración… han menester irse acostumbrando a estar en soledad’ (V 11,9). El deseo de soledad es criterio válido para discernir la auténtica oración: ‘Cuando es espíritu de Dios…, desea ratos de soledad para gozar más de aquel bien’ (V 15,14). Se lo escribe a las jóvenes lectoras del Camino: ‘acostumbrarse a soledad es gran cosa para la oración; éste ha de ser el cimiento de esta casa’ (C 4,9). El principiante ‘no ha menester alas para ir a buscarle, sino ponerse en soledad y mirarle dentro de sí’ (C 28,2). Teresa refrenda toda esa lección alegando la conducta y la palabra de Jesús: ‘Ya sabéis que enseña Su Majestad que sea a solas, que así lo hacía El siempre que oraba’ (C 24,4). Es importante esa base evangélica: Jesús, tan sociable y amigable, en su vida de familia como en su vida pública, busca momentos para estar ‘a solas’ con el Padre. ‘Jesús, escribe ella, lo hacía no por su necesidad sino por nuestro enseñamiento’ (C 24,4).
c) Soledad y vida contemplativa. La consigna del ‘a solas’, dada por T a las lectoras carmelitas, traduce el lema clásico de los monjes: ‘soli Deo’, vivir para solo Dios. Es, según ella, ‘el cimiento’ de la vida contemplativa. Apenas fundado el Carmelo de San José de Avila, se lo propone como razón de vida a las cuatro jóvenes que la siguen: ‘solas con El solo’. ‘A solas con el Esposo Cristo’: ‘las que a solas quisieren gozar de su esposo Cristo, esto es siempre lo que han de pretender…, solas con Él solo’ (V 36,29). Reiteradamente subrayará que se trata de un ‘a solas’ gozoso y por amor: ‘la soledad es su consuelo’ (V 36,26; cf F 5,16; 31,46; M 5,1,3). El sentido de la clausura adoptada como engaste de la vida contemplativa no es el ‘apartamiento’ sino la ‘concentración’ de atención y de amor. La comunidad vive a fondo el precepto del amor ’aquí todas han de ser amigas…’, para realizar comunitariamente la comunión con Cristo y con Dios. Para testificar a Dios desde ella, T no cree necesario ir al desierto: la clausura es de por sí un oasis de soledad en la ciudad. Dentro de la clausura, la celda de cada carmelita será una soledad en la soledad. Y todavía las ermitas diseminadas en la huerta tendrán función de ulterior soledad intensiva. Ya al fin de su vida, en una de las últimas páginas de las Fundaciones, escribe: ‘Si no es por quien pasa, no se creerá el contento que se recibe en estas fundaciones cuando nos vemos ya con clausura’ (F 31,46).
d) Soledad y experiencia mística. A nivel más profundo, la soledad pasa a ser uno de los ingredientes de la vida mística, en la experiencia de Dios presente, pero todavía oculto tras el velo de la fe, y por tanto ausente. Al tema de la soledad causada por la ausencia de Dios, dedica T parte del capítulo 20 de Vida. A cierta altura de la experiencia del misterio divino, el místico se siente invadido por una tensión de espíritu, descrita por T con pinceladas fuertes: a ella se le produce ‘una extrañeza nueva para con las cosas de la tierra’ (n. 8). ‘Sube (el alma) muy sobre sí y (por encima) de todo lo criado, y pónela Dios tan desierta de todas las cosas, que… ninguna que la acompañe le parece hay en la tierra, ni ella la querría, sino morir en aquella soledad’ (n. 9). Le parece ‘que está entonces lejísimo Dios’ (9). Se siente ‘ausente de Bien que en sí tiene todos los bienes’ (9). Lo mismo que hará más tarde san Juan de la Cruz, también T recurre al símbolo bíblico del pájaro solitario: ‘Con esta comunicación crece el deseo y extremo de soledad en que se ve, con una pena tan delgada y penetrativa que, aunque el alma se estaba puesta en aquel desierto, al pie de la letra se puede entonces decir y por ventura lo dijo el Real Profeta (David) estando en esta soledad…: Vigilavi et factus sum sicut passer solitarius in tecto; y así se me representa este verso entonces, que me parece lo veo yo en mí, y consuélame ver que han sentido otras personas tan gran extremo de soledad, cuánto más tales’ (10). ‘Otras veces me parece anda el alma como necesitadísima, diciendo y preguntando a sí misma: ¿Dónde está tu Dios?’ (11) ‘Otras me acordaba de lo que dice san Pablo, que está crucificado al mundo’ (11). ‘Ello es un recio martirio sabroso’ (11). ‘Bien entiende que no quiere sino a Dios’ (11). Concluye: ‘Es en lo que ahora anda siempre mi alma’ (12). Por tanto, estado anímico de T cuando escribe Vida, a sus cincuenta de edad. Tensa entre las cosas de la tierra y las del cielo. Aliviada por el sentimiento místico de la presencia de Cristo. Pero cuando cesa esa presencia, ‘queda con mucha soledad’ (M 6,8,5). Aquí soledad tiene significado de ‘saudade’, como cuando refiere el desenlace la mariofanía de Vida 33,15 (cta 277,1). Pero esa ‘saudade’ es nostalgia de futuro celeste. Ausencia de Dios.
T. Alvarez