Jesuita, natural de Cuenca. Reiteradamente provincial de Castilla en tiempo de la Santa. Visitador de Andalucía en 1569-1570. Delegado del General de la Compañía para asuntos delicados de la península. El p. Suárez conoció y probablemente confesó a la Santa en Valladolid por los años de la fundación de este Carmelo (1568). Todavía en 1571 sigue prestando servicios amistosos a la Santa (cta 34,3), si bien no parece que los dos hayan llegado a una mutua compenetración, dado el ‘natural duro’ del p. Suárez. Ese su carácter ’modo pesado… que le es natural, que de todo punto no lo podrá enmendar’ lo advertirá a los superiores de Roma uno de sus compañeros, el p. Antonio Marcén, que en 1580 le sucedería en el provincialato de Castilla.
El p. Juan Suárez entra en la historia teresiana con tres episodios ocurridos a lo largo de su segundo provincialato de Castilla, en torno a 1577/1580. Los resumimos aquí lo más compendiosamente posible.
El episodio primero gira en torno a la persona del jesuita amigo de la Santa, Gaspar de Salazar, rector de varios colegios, pero que últimamente había sido depuesto en el rectorado de Cuenca (1575). A finales de 1577 llegó a oídos de Suárez el rumor de que Salazar intentaba pasar a las filas de los descalzos carmelitas. Dada la amistad de éste con la M. Teresa, Suárez supuso que era ella la instigadora de semejante proyecto, y por medio del Rector de Avila, p. Gonzalo Dávila, le hizo entregar en propia mano una carta que, a juzgar por el elemental regesto hecho por la destinataria, contenía amenazas, errores y palabras ofensivas: que ella era causante y encubridora, que seguramente se fundaba en alguna ‘desvelación’ (es decir, que era una ‘visionaria’), que debía desdecirse y escribir al p. Salazar disuadiéndolo de su intento. La Santa le responde con una carta modelo de cortesía y de firmeza, en diálogo de mujer a varón, pero de igual a igual: que ‘nunca lo deseé [el cambio de vida del P. Salazar], cuánto más procurarlo!’ (cta 228,2). Y se lo jura: ‘no me escriba Dios en su libro, si tal me pasó por pensamiento’ (ib 6). El p. Suárez no cede y le escribe de nuevo un billete comprometedor, por medio del mismo mensajero, p. Dávila. Y la Santa ahora contesta a éste sin medias palabras. Ha ‘tornado a leer la carta del padre provincial más de dos veces, y siempre hallo en ella tan poca llaneza y tan certificado lo que no me ha pasado por el pensamiento, que…’ (cta 229,1). Y se niega en redondo, a pesar de las amenazas, a secundar sus pretensiones. Ocurría el episodio a principios de 1578. Era el momento en que se había zanjado, mal que bien, el otro episodio.
Se trata de la venerable figura del p. Baltasar Alvarez, también jesuita, que había conocido y asesorado a la Santa en los años difíciles de sus experiencias extáticas y de la fundación de San José de Avila. En aquellas fechas el p. Baltasar era muy joven todavía, pero fue uno de los que empatizaron con la experiencia mística teresiana. Hasta el punto de que tras ‘dieciséis años de trabajo [en la oración], como quien araba y no cogía’, lo escribe él mismo, fue agraciado con la gracia de la contemplación u ‘oración de silencio’. Nombrado maestro de novicios de Villagarcía, hubo de rendir cuentas de esa su oración al P. Juan Suárez, su provincial, quien se alarmó por temor de que ese modo de oración no esttuviese conforme con el practicado en la Compañía. El p. Baltasar hubo de escribir una y otra vez su experiencia orante. Suárez implicó en el examen a otros jesuitas amigos de la Santa, como J. Ripalda y P. Hernández. Implicó al General de la Compañía, Mercuriano. Puso el caso en manos del Visitador Diego de Avellaneda. Y ambos prohibieron al p. Baltasar seguir con esa manera de oración, impartiéndole además la orden de ‘no gastar tiempo con mujeres, especialmente con monjas carmelitas, en visitas y por cartas’: evidente alusión a la Madre Teresa, pues ya se había advertido a los miembros de la misma provincia de Castilla de estar alerta acerca de ‘un modo de oración… [a tenor del] espíritu y avisos de la Madre Teresa de Jesús’. La conclusión del episodio la resume así el historiador de aquellos años de la Compañía: ‘Se ve, pues, que el modo de orar del p. Baltasar fue lisa y llanamente reprobado por los superiores, primero por el p. Provincial Juan Suárez, después por el Visitador Diego de Avellaneda y finalmente por el p. Mercurian’ (A. Astrain, Historia de la Compañía…, III, pp. 195-196). Era el período en que desde Roma el P. General escribía reiteradamente al provincial, P. Suárez, que los jesuitas de Castilla restringiesen el trato con la M. Teresa y sus monjas carmelitas: ‘parece bien que los nuestros escribía Mercuriano el 25.8.1578 vayan dexando suavemente el mucho trato que tienen con las carmelitas, restringiendo este trato a la forma de nuestro Instituto’. A lo que el P. Suárez obedece, no sin cierta pesadumbre, y envía una carta circular a diversas casas de la provincia para que se vayan distanciando suavemente y ‘no las traten más, sino que las remitan…’ a ‘los padres carmelitas que llaman del paño’, a quienes las ha sometido últimamente Su Santidad, es decir, el nuncio papal Felipe Sega. Suárez escribía esta circular el 23.1.1579. Que al P. Baltasar le había dolido esa restricción pastoral, se lo decía el Visitador Avellaneda poco después (23.4.1579) al P. General: ‘El P. Baltasar Alvarez me dixo una palabra en Valladolid con calor, por la cual entendí que quería no dexásemos de comunicarlas y tractarlas como antes’. Lo cierto es que también éste, por normal obediencia, mitigó sus relaciones con la Santa. No nos han llegado cartas de T a él en esos años. Pero todavía en 1581 seguirá ella añorando a su venerado confesor: ‘Para cosas del alma hallo soledad, porque no hay aquí ninguno de la Compañía, de los que conozco…; que con estar tan lejos nuestro santo [P. Baltasar], parece me hace compañía…’ (cta 378,6; 397,1; 402,2). (La respectiva documentación puede verse en: Cándido de Dalmases, Santa Teresa y los jesuitas, en ‘Archivum H. S.I.’, 35, 1966, 368 ss. Y en la ‘Introducción del P. C. M. Abad a los Escritos Espirituales del P. Baltasar’, Barcelona 1961, pp. 135-155.
El tercer episodio es revelador de la lealtad y grandeza de ánimo de la Santa. Ocurre con motivo de la fundación de jesuitas en Pamplona (1579-1581). El P. Suárez, todavía provincial de Castilla, contrariando órdenes del P. General (nov. de 1579), toma personalmente posesión de unos terrenos para el colegio de la ciudad. El hecho solivianta a los pamploneses, que llegan a apedrear las ventanas de la casa. El P. General, Mercuriano, impone a Suárez, ya cesante de provincial, una dura penitencia (15.6.1580). Y la reciente fundación está a punto de ir a pique. Es el momento en que se entera de ello la M. Teresa, que empuña la pluma (8.5.1580) y escribe un auténtico alegato a la Duquesa de Alba, Dª María Enríquez, para que intervenga a favor de los jesuitas: ‘…es que en Pamplona de Navarra se ha fundado ahora una casa de la Compañía…; los quieren echar del lugar [de Pamplona]. Hanse amparado del Condestable [el Virrey Hurtado de Mendoza]… La merced que vuestra excelencia me ha de hacer es escribir a su señoría [al Virrey] una carta agradeciéndole… y mandándole…lo lleve muy adelante y los favorezca en todo lo que se les ofreciere’ (cta 342,5). Incluso ‘me atreviera a pedirlo también al Duque, si estuviera acá [en España]’ (ib 6). ‘Como ya sé la aflicción que es a religiosos verse perseguidos, helos habido lástima’ (ib). Dávila, Gonzalo.
BIBL. Para la documentación de ambos episodios, cf. Antonio Astrain, Historia de la Compañía de Jesús en la Asistencia de España. III (Madrid 1909), especialmente pp. 192-196. Y la introducción a los Escritos espirituales del p. Baltasar Alvarez (Barcelona 1961), por Camilo Mª Abad, especialmente las pp. 135-155.