Gran amiga de Teresa en el monasterio de la Encarnación. Poseemos escasas noticias sobre su origen familiar. Probablemente era de clase humilde (en los documentos de la Encarnación nunca se la menciona con el título de ‘doña’). Se ha supuesto que anteriormente hubiese sido una doméstica más en la casa de don Alonso de Cepeda. Es ya monja ‘capitular’ en 1522 (cf Nicolás: La Encarnación, 2,257). ‘Era antigua’, anota T, ya en 1537 (Vida 4,5). En este relato de Vida se insiste en que era gran amiga de T (3,2; 4,1; 4,5); que ‘era muy mucho lo que me quería’ (5,3); que ella motivó humanamente la vocación religiosa de T (3,2); que, en fuerza de su amistad, finalmente T opta por el Carmelo de la Encarnación (4,1); que, al enfermar la acompaña, primero a Castellanos de la Cañada, y luego a Becedas (4,5; 5,3). Es probable que también en 1548 acompañase a T en su peregrinación al santuario de Guadalupe. Su última mención en Vida, cede en honor de su lealtad. Ocurre en el momento en que T incurre en sus devaneos de locutorio: ‘Tenía allí una monja que era mi parienta, antigua y gran sierva de Dios y de mucha religión. Esta también me avisaba algunas veces, y no sólo no la creía, mas disgustábame con ella y parecíame se escandalizaba sin tener por qué’ (7,9). Juana no vuelve a ser mencionada personalmente en el relato. Pero ciertamente ella fue una de las aleccionadas en la vida de oración por parte de T (7,10.13): una de las amigas a las que ‘daba libros’ de aprendizaje y que llegaron a ser ‘más de cuarenta’ en el monasterio, según testimonio de Pedro Ibáñez (BMC 2, 131). Expresamente incluida en ese grupo por Isabel de santo Domingo (BMC 19,81). Participó en la famosa velada donde brotó la idea de fundar el nuevo Carmelo (Vida 32,10; cf Ribera 1,13, p.96), si bien Juana no se decidió a seguir, en esa opción, a las compañeras de aquella velada. Más tarde, en febrero de 1567, con ocasión de la visita del P. Rubeo a la Encarnación, Juana comparece ante el General alabando la religiosidad de la casa, pidiendo dispensas a causa de sus achaques y abogando por dos jóvenes protegidas suyas: Leonor de Cepeda y Beatriz Suárez, que más tarde pasarán a San José, pero que por falta de salud regresarán a la Encarnación.
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