El concilio de Toledo, 1582-1583, se convirtió en noticia y acontecimiento para S. Teresa, entre otros motivos, por la presencia en él de don Alvaro de Mendoza, entonces obispo de Palencia, su gran amigo y bienhechor de siempre. La presencia del prelado palentino en la sede del concilio fue la ocasión que ella aprovechó, aparte de utilizarle como mensajero, para demostrar una vez más la gratitud de sus monjas, recomendando a las de Toledo para que le visitaran ‘y muchas veces en tanto que allí estuviere, y si fuese allá todas le muestren mucha gracia, que todo se lo debemos’ (cta 466). La Santa tuvo miedo de que los preparativos del viaje ‘tan cargado de abaratos’ (=equipaje) le hicieran olvidar su encargo, una carta para la priora de las Carmelitas, M. Ana María de los Angeles del día 26 de agosto. Para evitar que se perdiera o llegara tarde la repitió sin apenas variantes el día 2 de septiembre; las dos apenas quince días antes de la fecha de la apertura de la asamblea (cf cta 463, 1).
Este concilio de Toledo del 82 se inscribe en el contexto de la aplicación de la reforma de Trento, iniciada en el celebrado, también en Toledo, en 1565. Como era frecuente a la hora de convocar concilios, tanto particulares como generales, basta recordar a Trento, también en este caso, después de tres aplazamientos, se abrió solemnemente el día 8 de septiembre. Se concluyó el día 12 de marzo de 1583. Fue presidido por el cardenal Gaspar de Quiroga, Inquisidor General. Asistieron los siete obispos coprovinciales, entre ellos dos de los más ilustres amigos de Teresa, D. Alvaro de Mendoza, obispo de Palencia y conde de Pernía, y D. Alonso Velázquez, obispo de Osma.
El trabajo del concilio fue intenso y prolongado. Durante todos los meses desde la apertura hasta el cierre se celebraron más de cien congregaciones de estudio, la primera semana todos los días; en la segunda se redujeron a tres, los lunes, miércoles y viernes. En estas sesiones de estudio se proponían y debatían los temas y se prepararon los decretos, que fueron aprobados en las sesiones, ’acciones’ según la designación de las Actas, segunda y tercera, los días 9 y 12 de marzo de 1583. Los problemas tratados y aprobados están en la línea de Trento, repitiendo y urgiendo lo ya previsto y aprobado en el concilio del 65. Un punto bien acogido por la asamblea fue la aprobación del Calendario según deseo expreso de Felipe II.
Don Alvaro de Mendoza tuvo una intervención de mucho interés para su diócesis, como eran los roces y mermas en su autoridad y jurisdicción por la Abadía de Valladolid ‘inferior a mi dignidad obispal en mi diócesis desde su fundación’, jurisdicción que se extiende a diversos contenciosos descritos en diez puntos. Se presentó la correspondiente reclamación en la duodécima congregación, el día 19 de octubre. En la veinticinco, 12 de noviembre, se nombró una comisión de obispos para que examinara las reclamaciones jurisdiccionales del prelado palentino. La asamblea no se pronunció; la verdad sea dicha que el asunto terminó unos años más tarde cuando fue erigida la nueva diócesis de Valladolid, prevista y gestionada desde hacía más de un siglo, en septiembre de 1595 por la bula de Clemente VIII Pro excellenti, en la que se tuvieron en cuenta algunas de las viejas reclamaciones palentinas.
El día 26 de enero de 1583 el Cabildo de Palencia por su representante, doctor Tomás López, presentó nuevas peticiones al concilio, algunas sobre intromisiones de las autoridades civiles, sobre las que la asamblea apuntó soluciones, casi todas remitidas al obispo. En el debate sobre los seminarios en la congregación séptima, el procurador de Palencia aludió a la insuficiencia de algunas prebendas que no serían suficientes para el seminario, todavía no erigido. La Asamblea, sin embargo, urgió al obispo para que se erigiera cuanto antes, como de hecho y también por apremios de Felipe II, lo fue en 1582. Este concilio fue la ocasión propicia y adecuada para la introducción del Calendario reformado, precisamente en los inicios de su celebración. La presencia de un ‘legado regio’ en la asamblea, tan fervientemente recibida y aceptada por los conciliares, no lo fue en la misma medida por Roma, que impuso su criterio contra las mismas exposiciones del Cardenal. A la larga esa costumbre mantenida por los reyes, acabó con la celebración de concilios en España en la época de los borbones, agresivamente regalistas.
BIBLI. Sánchez de Aguirre, Collectio maxima Conciliorum, IV, Roma, 1693; Ramiro y Tejada, Colección de Cánones, V, Madrid, 1855, 400-485.
A. Pacho