T relata la fundación del Carmelo de Toledo en los capítulos 15-16 del Libro de las Fundaciones. Es la quinta de sus fundaciones. Erigida ya entrado el año 1569. Conocía ella la ciudad desde el lejano año 1562, cuando residió en el palacio de D.ª Luisa de la Cerda (V 34). Entre sus buenos amigos toledanos se contaban esta dama, los Carmelitas, los Padres jesuitas de la ciudad y algún otro letrado. Fue uno de éstos el sugeridor de la fundación. Era el famoso padre Pablo Hernández, el mismo que en el epistolario teresiano reaparecerá con el sobrenombre de ‘Padre eterno’, por la eficacia de sus gestiones en la Corte de Madrid (cf Apuntes 10).
Por garantes de la fundación se habían ofrecido los herederos del toledano Martín Ramírez, el hermano de éste Alonso Alvarez Ramírez y un cierto Diego Ortiz, ‘muy bueno y teólogo’ según la Santa, pero tenaz en ‘pedir muchas condiciones que yo no me parecía convenía otorgar’ (F 15,4). Por ahí comenzaron a enredarse los hilos en manos de la Fundadora. Acogida finamente por su amiga D.ª Luisa, luego la gran dama abandona a T en pobreza total y días aciagos. Viene en su ayuda un pobre de solemnidad, el joven Alonso de Andrada (F 15,6-7; cf BMC 18, 272-273), que pronto le trae la oferta de unos humildes locales que la ayudan a salir del paso.
Pero en ese momento la diócesis toledana carecía de pastor tras la detención del arzobispo Carranza por la Inquisición, y los meses pasaban sin que su lugarteniente, el ‘gobernador’ don Gómez Tello de Girón, otorgase la indispensable licencia de fundación. La Santa soporta fácilmente las inclemencias de la pobreza, pero no las injustificadas dilaciones de este hombre. ‘Y así escribe ella me determiné a hablarle… y fuime a una iglesia que está junto con su casa y enviéle a suplicar que tuviese por bien hablarme. Había más de dos meses que se andaba en procurarlo y cada día era peor. Como me vi con él, díjele que era recia cosa que hubiese mujeres que querían vivir en tanto rigor y perfección y encerramiento, y que los que no pasaban nada de esto, sino que se estaban en regalos, quisiesen estorbarlo’. La eficacia de T fue tal, que allí mismo consiguió la anhelada licencia (F 15,5).
‘Yo me fui muy contenta, que me parecía ya lo tenía todo, sin tener nada’. Todos sus haberes eran ‘hasta tres o cuatro ducados’, con los que compró ‘dos lienzos’, es decir, dos cuadros para el altar (aún no había llegado a Toledo el Greco, Domenico Teotocopuli), y pronto, pero de la forma más aventurosa y humilde, quedaba erigido el Carmelo toledano. ‘Estuvimos algunos días con los jergones y las mantas, sin más ropa, y aun aquel día ni una seroja de leña no teníamos para asar una sardina’ (ib 13). Era el 14 de mayo de 1569. Había llegado a Toledo el 24 de marzo. De Valladolid había partido el 21 de febrero. Y en Toledo permanecerá todavía un par de semanas, hasta que los mensajeros de la Princesa de Eboli se presenten por sorpresa reclamando su presencia en Pastrana. Salió de Toledo el 30 de mayo de ese mismo año.
El Carmelo de Toledo le dejó dos recuerdos importantes. El primero, unas palabras de su Señor, que ella consignará en la Relación octava. El otro, la muerte feliz de una de las hermanas de la casa, Petronila de san Andrés, que luego referirá la Fundadora en un emocionante relato de su libro (F 16,4). Para T, el Carmelo de Toledo será en adelante refugio y casa de reposo (su ‘quinta’, dirá ella), paso obligado en sus viajes de Castilla a la Mancha y a Andalucía. En Toledo escribirá la primera parte de su Castillo Interior, el Modo de visitar los conventos, numerosos capítulos de las Fundaciones, y un sinfín de cartas.
Bibl. G. Beltrán, El Carmen y San José de Toledo: notas para la historia de ambas comunidades, 1568-1573. En MteCarm 102 (1994) 157-169: A. Rodríguez y Rodríguez, Santa Teresa en Toledo, Toledo 1923; P. Fernández, Teresa de Jesús y el Greco, Burgos 1982; Amintore Fanfani, Il Greco e Teresa dAvila, Milán 1986.
F. Domingo