El Camino de Perfección es un libro de formación espiritual escrito por santa Teresa para sus monjas. Primer libro formativo que brotó de su pluma.
Ella misma cuenta en el Prólogo cómo nació la obra. En aquel su primer Carmelo de San José de Ávila, el grupo de jóvenes pioneras de la Reforma teresiana, ávidas de aprender y de vivir, pero excluidas de la lectura del «Libro de la Vida», la requieren para que escriba otro libro destinado a ellas. Y la Santa accede. Eran doce lectoras. El grupo había comenzado en el verano de 1562. Se había ido engrosando durante tres o cuatro años. Los años más felices y descansados de mi vida, escribirá la Santa al recordar –hacia 1573– el clima de fervor y vida intensa que en torno a ella fogueaba a aquellas jóvenes. Desde ese clima de fuego y para avivar su llama, las doce se convirtieron en grupo de presión para que la Madre Teresa escribiera el Camino.
También ella vive por esas fechas en alta tensión espiritual. Son los años de tensión extática en su vida mística. Travesía de sus «sextas moradas», con grandes ímpetus y gran crecida del amor, con barruntos de próximo arribo al puerto de la otra vida: «yo bien pienso –escribe ella– que alguna vez ha de ser el Señor servido, si (esto) va adelante como ahora, que se acabe con acabar la vida» (Vida 20, 13). En el cruce de esa doble tensión espiritual, de la autora y de las lectoras, nacen estas páginas.
DOBLE REDACCIÓN DEL “CAMINO”
Escritas con absoluta espontaneidad, como una carta íntima o una conversación, esas páginas están a la vez cargadas de pasión. No solo porque Teresa y las lectoras, desde su atalaya contemplativa, asisten a los trágicos acontecimientos de Europa y de la Iglesia («los daños de Francia, el estrago de los luteranos..., ¡estáse ardiendo el mundo!»), sino por el conflictivo entorno de Inquisición, teólogos y espirituales dentro de España y en Castilla misma. Todo eso pasa a latir en las páginas del libro. Clamor por la desintegración de la cristiandad y la rotura de la Iglesia, digresiones polémicas alusivas a teólogos e inquisidores, apología de la mujer, ardor batallero («encerradas peleamos», «aquí venimos a morir por Cristo», etc.). Antes de entregar a las lectoras su libro, Teresa tiene que someterlo a la revisión de teólogos censores, amigos suyos. Uno de ellos le devuelve el manuscrito salpicado de advertencias y tachones, con la consigna de escribirlo de nuevo. Teresa accede y redacta por segunda vez su librito, despojándolo de todas aquellas cosas que habían dado en rostro al censor: comparaciones caseras, alusiones polémicas a la prohibición de libros, glosas bíblicas, confidencias íntimas sobre su propia experiencia espiritual. Con ello, bajaban de tono las páginas del Camino. Perdían vigor y encanto literario. Pero la Autora las enriquecía de nuevos filones doctrinales. Y esta vez sí, el libro llegó, por fin, a manos de las lectoras.
PEDAGOGÍA TERESIANA
Entre los méritos literarios y pedagógicos de la obra, destacan dos o tres. Ante todo, el estilo coloquial adoptado por Teresa. Ella escribe «hablando» con las lectoras. Dialogando con ellas como en el capítulo conventual o en la recreación: «diréis que...», «pues yo os digo...». Con el lenguaje conversacional que se estila en el grupo. «Este es vuestro estilo y lenguaje; quien os quisiere tratar, apréndale». En segundo lugar, Teresa tiene permanente voluntad de empalme con la vida. Escribe, no desde presupuestos conceptuales, sino desde la experiencia de lo vivido. «No diré cosa que no sepa por experiencia», asegura en el prólogo. La experiencia le servirá de eslabón para conectar su vida con el grupo. En tercer lugar, las líneas maestras de su magisterio espiritual: amplios horizontes eclesiales para fundar la propia vida espiritual sin confinarla; virtudes y actitudes concretas inspiradas en el evangelio, que sirvan de humus adecuado a la oración y vida interior; vida contemplativa del grupo en torno a Cristo, maestro de oración, adoptando como manual de base la lección del Padrenuestro. Todo ello transido de un permanente sentido de Dios que llega como un fluido hasta el lector de hoy.
EDICIONES DE LA OBRA
La Santa había ultimado el Camino en 1566. Al año siguiente salía de San José para iniciar la fundación de nuevos Carmelos en Castilla y Andalucía. De Carmelo en Carmelo se fue difundiendo el Camino en copias improvisadas. No siempre fieles. La Autora hubo de intervenir varias veces en la corrección de erratas y errores debidos a las amanuenses. Por fin, hacia 1579 se decidió a imprimir el libro. Confió la empresa a su gran amigo portugués, don Teutonio de Braganza, que antepuso a la obra una preciosa carta introductoria, pero no logró que el libro saliese a la luz hasta después de muerta la autora: Évora 1583. Por diversos motivos, la edición no tuvo acogida favorable, y rápidamente fue seguida –casi suplantada– por otras dos: la hecha por J. Gracián en Salamanca (1585), y dos años después la editada en Valencia (1587) bajo los auspicios del Patriarca san Juan de Ribera. En 1588, el Camino formó parte de la edición de las Obras completas de la Santa por fray Luis de León. Esta vez, con una particularidad. El maestro salmantino introdujo en el texto del libro numerosos pasajes de la primera redacción, que habían sido descartados por la autora en la elaboración definitiva de la obra. Resultaba así una especie de híbrido, que más adelante sería desechado y corregido por los editores críticos de la Santa. En cambio, el texto íntegro de la primera redacción fue publicado por primera vez por Vicente de la Fuente en la Biblioteca de Autores Españoles, nº 53, el año 1861. En la presente edición damos el texto de la redacción definitiva del Camino, tomado del autógrafo de Valladolid, y en nota ofrecemos todos los pasajes de la redacción primera no presentes en la segunda. Así al lector le será fácil seguir la evolución del pensamiento de la autora. Unica excepción, el capítulo 16 del libro, en que hemos preferido incorporar al texto la famosa comparación del juego de ajedrez.
JHS
PRÓLOGO - Que trata del intento que tuve para hacer este libro
[1] Sabiendo las hermanas de este monasterio de San José cómo tenía licencia del padre presentado fray Domingo Báñez, de la orden de santo Domingo, que al presente es mi confesor, para escribir algunas cosas de oración en que parece (por haber tratado muchas personas espirituales y santas) podré atinar, me han tanto importunado lo haga, por tenerme tanto amor, que, aunque hay libros muchos que de esto tratan y quien sabe bien y ha sabido lo que escribe, parece la voluntad hace aceptas algunas cosas imperfectas y faltas más que otras perfectas; y, como digo, ha sido tanto el deseo que las he visto y la importunación, que me he determinado a hacerlo, pareciéndome por sus oraciones y humildad querrá el Señor acierte algo a decir que les aproveche y me lo dará para que se lo dé. Si no acertare, quien lo ha de ver primero (que es el padre presentado dicho) lo quemará,