Aunque en el vocabulario teresiano no aparece el término ascesis/ascética, la Santa diseña bien ese período de iniciación en la vida espiritual. Lo contradistingue de las fases místicas, pero sin confinarlo en el período de los comienzos: el esfuerzo humano y el cultivo de las virtudes son tarea de toda la vida, tanto ascética como mística. Dedica al tema los cc. 11-13 de Vida, las moradas I-III del Castillo Interior y casi toda la pedagogía del Camino. Aquí seleccionamos sólo algunos aspectos.
1. La barrera del pecado. El pecado condiciona desde la base la vida espiritual de la persona. Somos de tan bajo natural!, de natural tan flaco y miserable, repite. Hay en nuestro ser humano un sedimento de fuerzas en desorden, antihumanas. Criticando la imagen de un escritor coetáneo que compara al hombre con 'un sapo que pretendiera volar', Teresa añade su propia glosa que aunque es más su natural que de sapo, está tan metido en el cieno, que perdió [su dignidad natural] por su culpa, y lo aclara: porque está cargado de tierra y de mil impedimentos, y aprovéchale poco querer volar (Vida 22,13). En el simbolismo de las moradas, el pecado es 'el castillo en ruinas' (M II). Del misterio del mal o del pecado tiene ella un concepto marcadamente cristológico, con profundo sentido de horror. ¡Oh, oh, oh, qué grave cosa es el pecado, que bastó para matar a Dios con tantos dolores! (Excl 10,1). Y de nuevo: Oh mortales, volved, volved en vosotros!... Entendeos, por amor de Dios, que vais a matar con todas vuestras fuerzas a quien por daros vida perdió la suya! (ib 12,4).
2. Un primer paso frente al pecado es la conversión. La conversión es una opción radical contra los dinamismos de desorden presentes en nosotros a causa del pecado. Teresa vivió esa decisión con intensidad especial (cc. 8-9 de Vida). Según ella, la conversión no sólo es un hecho ético sino una orientación cristológica. Tanto en ese relato autobiográfico como en la pedagogía del Camino la describe como una 'determinadadeterminación' de la voluntad, que afecta a toda la persona, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere , siquiera se hunda el mundo! (Camino 21-23), pero con clara toma de conciencia de la precariedad del esfuerzo humano si no se abre a la gracia de Dios. Así lo describe gráficamente en su caso personal, al llegar al tope de su esfuerzo (Vida, 8,12: peleaba con una sombra de muerte ).
3. La lucha indispensable. Teresa desarrolla por su cuenta el concepto bíblico:'la vida del hombre es militancia' (Job 7,1). En la pedagogía del Camino se lo propone a las lectoras en la imagen militar del 'alférez' que ha de llevar alta la bandera, o del rey que elige a un grupo de soldados selectos. Para sus monjas lo condensa en el lema encerradas peleamos por Él (3,5). En el Castillo la lucha es una fase del proceso. Dedica las moradas segundas a la lucha espiritual, 'como los soldados de Gedeón'. Con las armas de la mortificación y la penitencia. Pero advierte de nuevo que ese combate contra las fuerzas desordenadas de uno mismo se prolongará toda la vida. Y que el mayor enemigo nuestro es, según ella, el espíritu del mal.
4. La práctica de las virtudes. Luchar es hacer el bien practicando las virtudes. La Santa nunca las enumera, ni copia el 'árbol de virtudes morales y teologales' propuesto por los teólogos. Ni las define como 'hábitos operativos'. Las concibe como empeños de vida de cara a Dios. El primer consejo dado al principiante en Vida (12,2) es, sorprendentemente, enamorarse de Cristo: puede en este estado [de principiante] determinarse a hacer mucho por Dios y despertar el amor Acostumbrarse a enamorarse mucho [de Cristo] y su sagrada Humanidad . Enfoque que perdura en las moradas: la puerta de entrada en el castillo es la oración para iniciar la relación personal con Dios. En la pedagogía iniciática del Camino propone tres virtudes, que luego desarrolla por extenso, y que sirven a la vez para la formación inicial de la persona y para la configuración del grupo religioso. Esa trilogía de virtudes comienza igualmente por el amor: solas tres [virtudes] me extenderé en declarar : la una es amor unas con otras, otra, desasimiento de todo lo criado; la otra, verdadera humildad, que aunque la digo a la postre es la principal y las abraza todas (4,4). Con todo, la exposición que sigue mantieneel primado del amor. (Lo veremos en la ficha siguiente). Las otras dos virtudes son realmente fundamentales en la pedagogía teresiana. El desasimiento es a la vez actitud de pobreza interior y conquista de la libertad de espíritu, indispensable para la madurez de la persona. La humildad es el llamado socratismo teresiano: conocimiento y aceptación de sí mismo. En modo alguno implica la renuncia a la autoestima. Al contrario, humildad es andar en verdad. Aceptar la verdad de nuestros valores y nuestros antivalores. La verdad de los valores ajenos. Aceptarla ante Dios y ante los demás. Búsqueda de autenticidad, sin subrogados. El pleno desarrollo de la virtud de la humildad nos permitirá, al final de las moradas, la asimilación al Siervo de Yahweh: ser, como Él, esclavos de todo el mundo (M 7,4,8). Como complemento de la trilogía inicial, al final del Camino propondrá al principiante el binomio 'amor y temor'. Con el título: De cómo, procurando siempre andar en amor y temor de Dios, iremos seguras entre tantas tentaciones (c. 40). El principiante entenderá fácilmente lo de 'andar en amor'. Más difícil lo segundo: 'andar en temor de Dios'. Y sin embargo para la Santa es una componente intrínseca de nuestra 'singular' amistad con Él, en la que se funden intimidad y respeto, sin diluirse la una en la otra (horror et fascinatio,de san Agustín). En la creciente dinámica de esa amistad, crece también la toma de conciencia de 'quién con Quién' quién es Él y cuál es la verdad de uno mismo.
5. También al final del Camino surge la propuesta funda-mental de ciertas virtudes humanas, indispensables como propuesta de base. Entre ellas, aparece sorpresivamente la afabilidad: Hermanas, todo lo que pudiereis sin ofensa de Dios, procurad ser afables Mientras más santas, más conversables con sus hermanas ; con un ligero subrayado: a religiosos importa mucho esto (41,7). Con frecuencia insistirá ella en algo que apenas parece virtud: la suavidad en todo: suave es su yugo, y es gran negocio no traer el alma arrastrada -como dicen-, sino llevarla con suavidad (Vida 11, 16). Tema insistente.
6. Las virtudes preparan y posibilitan la oración. En la ascética teresiana, las virtudes son la puerta de entrada en el Castillo, para iniciar la oración. Al principiante le propone sencillamente la terna común: oración vocal, mental, contemplación. Educarse a rezarel Padrenuestro compartiendo los sentimientos de Jesús en su invocación del Padre. Meditar sobre todo la vida o el misterio de Jesús, su Pasión, sus palabras. Pero la oración no consiste en pensar mucho, sino en amar mucho. Puente de paso a la oración contemplativa es el recogimiento. Le dedica los capítulos centrales del Camino (26-29). Y más que el recogimiento, la oración litúrgica, que ella concentra en la piedad eucarística (cc. 33-35).
7. Cima de las virtudes es la trilogía teologal: fe, esperanza y amor. Pertenecen ya a la esencia de la vida cristiana. Importantes como fundamento de la vida ascética. Pero alcanzarán su tensión suma en la entraña misma de la vida mística. Aunque fe y esperanza son importantísimas, sondearemos sólo la suma potencia del amor.