1. Como era normal entonces, Teresa al escribir tiene presentes a los censores. La censura era un obligado paso de frontera para todo libro que pretendiera presentarse en sociedad vestido de letra de molde. Había una censura oficial, que impartía la 'aprobación' antes de pasar el texto a la imprenta y que, después de impreso, en ocasiones exigía la 'comprobación', no solo para tasar el libro sino para cotejar las enmiendas, si los hubiere. Tocaba a los censores examinar la ortodoxia del escrito en cuanto a fe y costumbres, y evaluar su utilidad pública. Lo hacían de parte del Consejo Real en nombre del Rey. Felipe II había emanado una estricta pragmática sobre el tema en tiempo de Teresa.
2. Ella no llegó a presentar ninguno de sus libros ante la censura oficial. Ni siquiera el único que publicó en vida, las Constituciones (Salamanca 1581, si bien sí la necesitaron ese mismo año las Constituciones de los Descalzos). Pero también la difusión manuscrita necesitaba la firma de algún letrado que avalase el texto. Es revelador el episodio ocurrido a uno de sus libros más audaces, el comentario a los Cantares. Malvisto por el teólogo censor, Diego de Yanguas, la autora misma lo arroja al fuego. A pesar de ello, el librito sigue difundiéndose en copias manuscritas, una de las cuales llega a manos de Báñez en Valladolid, precisamente el mismo año en que fray Luis de León salía de la cárcel vallisoletana. Y Báñez se apresura a blindarel manuscrito teresiano con un par de aprobaciones, una al principio y otra al final del texto: «Visto he con atención estos cuatro cuadernillos , y no he hallado en ellos cosa que sea mala doctrina, sino antes buena y provechosa. En el Colegio de San Gregorio de Valladolid: 10 de junio de 1575. Fr. Domingo Bañes». Así, el manuscrito quedaba al amparo de penosas denuncias.
3. Ante los revisores y censores Teresa adopta una actitud característica. No de temor, sino de positivo deseo. No por complejo femenino, sino por normalísima sensibilidad ante la crispación social y religiosa del momento. Para ella la intervención del censor es un seguro doctrinal, tanto a favor del texto como de los lectores. Sí, es también una especie de salvoconducto para el ingreso del libro en sociedad. En todo caso, ese su deseo de revisión por un letrado competente se filtra espontáneamente en el interior del libro, hasta formar parte de su tejido textual: si en él hay algo equivocado, al censor le tocara enderezarlo o, si llega el caso, quemarlo. No es cierto que el miedo a la censura le amordace la pluma. De sus obras mayores solo las Fundaciones quedarán exentas de esa confrontación con el censor. Será bien diversa la suerte que corran los otros tres. Veámoslo uno a uno:
4. Es complicado el caso de Vida. Aunque ella, en un principio, lo escribe más como simple relación que como libro, a medida que se le crece entre las manos está convencida de que lo revisará su lector primero, el teólogo dominico García de Toledo. Y en caso de que el libro 'salga de términos', él romperá o quemará cuanto hallare fuera de regla: si no fuere conforme a las verdades de nuestra santa fe católica, vuestra merced lo queme luego, que yo a ello me sujeto (10,8). Era lo pactado entre los dos: yo he hecho lo que vuestra merced me mandó en alargarme, a condición de que vuestra merced haga lo que me prometió en romper lo que mal le pareciere (epílogo). Quemar y romper eran claras alusiones a la práctica inquisitorial del 'expungatur' o de la 'quema'. Como es sabido, tras la aprobación del P. García la obra no se libró del secuestro a manos de la Inquisición, que la sometió al dictamen de un censor de oficio, el P. Báñez. Y aunque el voto de éste le fue favorable («Esta mujer, aunque ella se engañase en algo, a lo menos no es engañadora »), no le valió al libro para salir de prisión sino muy tarde, después de muerta la autora, sin que ni siquiera entonces la censura inquisitorial dictase sentencia favorable.
5. En cuanto a su su segundo libro, el Camino, la Santa lo escribe confiada en la inmediata revisión por parte de su teólogo preferido, P. Domingo Báñez. En cambio, se lo revisa el P. García de Toledo, que topa en él con peligrosas alusiones a la Inquisición, al Índice de libros prohibidos, así como glosas atrevidas de algún salmo o del Padrenuestro. El P. García comienza su labor aplicando al libro la técnica del expungatur inquisitorial, pero luego da por inadmisible el escrito y se limita a trazar grandes tachas, proponiendo a la autora una nueva redacción de la obra. Él la revisará igualmente en segunda redacción, tachando largos párrafos y obligándola a cercenar hojas enteras. Cuando, por fin, decida publicar el libro, ella misma le antepondrá una protesta de sumisión: En todo lo que en él dijere me someto a lo que tiene la madre santa Iglesia Romana Con todo y a pesar de tan flamante declaración, el texto teresiano, antes de ser editado por vez primera en Évora, sufre de nuevo la normal censura de los inquisidores portugueses, que exigen la supresión de todo el capítulo que trata de la oración de quietud (c. 31) y otorgan su aprobación con la condición de que sean «tiradas as clausulas que estâo riscadas. Et antes de correr, tornara a esta mesa hum dos liuros impressos con este original, para se cotejar el hum com outro». Acaecía todo ello en vida de la autora («a 7 de Outubro de 1580»). Pero esos trámites acarrearán al libro un retraso de 3 años, ya que el cotejo final exigido por los censores («Paulo Afonso y Antonio de Mendoça» se realiza el 8 de febrero de 1583, cuando ya ha muerto la Santa. Ignoramos si ella en vida tuvo noticia de lo ocurrido.
6. Fue muy diversa la suerte que corrió su tercer libro, el Castillo Interior. La Santa incorpora al prólogo el gesto expresado en la anterior protestación del Camino, es decir, escribe sujetándome en todo lo que dijere al parecer de quien me lo manda escribir, que son personas de grandes letras. Uno de ellos había sido el P. Jerónimo Gracián, el cual somete el manuscrito teresiano a un ensayo de corrección escolar en presencia de la autora. Lo cuenta él mismo: «leímos este libro en su presencia el P. Diego de Yanguas y yo, arguyendo yo muchas cosas dél, diciendo ser malsonantes, y fray Diego respondiéndome a ellas, y ella diciendo que las quitásemos, y assí quitamos algunas...» (Glanes, 61). La serie de enmiendas interlineares o marginales introducidaspor Gracián en el autógrafo del libro puede dar una idea de los impertinentes criterios manejados por aquellos señores censores, buen reflejo a su vez de la mentalidad censorial de la época.
7. Llegamos así a la gran censura oficial impuesta a los tres libros al proyectar su primera edición. Como censor fue designado, en Madrid, un teólogo de excepción, fray Luis de León, a quien luego se encomendaría la edición salmantina (1588). En manos del insigne profesor, la censura se convirtió afortunadamente en apología elogiosa: «He visto los libros que compuso la madre Teresa de Jesús que se intitulan de su Vida, y las Moradas, y Camino de perfección, con lo de más que se junta con ellos, que son de muy sana y cathólica doctrina, y a mi parecer de grandísima utilidad para todos los que los leyeren, porque enseñan quan posible es tener estrecha amistad el hombre con Dios, y descubren los pasos por donde se sube a este bien y todo ello con tanta facilidad y dulzura por una parte, y por otra con palabras tan vivas, que ninguno los leerá que si es espiritual no halle grande provecho, y si no lo es no desee serlo, y se anime para ello, o a lo menos no admire la piedad de Dios con los hombres que le buscan, y el trato dulce que con ellos tiene. Y ansí, para el loor de Dios y para el provecho común conviene que estos libros se impriman y publiquen. En San Felipe de Madrid a 8 de septiembre de 1587. Fray Luis de León».
- Teresa aprende a escribir
- Primeros escritos de Teresa
- El problema de la redacción
- El problema del estilo
- Mandantes y destinatarios de los escritos teresianos
- El escollo de la censura y los censores
- Los autógrafos teresianos
- Seudoautógrafos y escritos espúrios
- La leyenda teresiana
- El 'Corpus Scriptorum' de Teresa

