1. Fue también en la Encarnación de Ávila donde le ocurrió a Teresa el hecho decisivo que iba a cambiarle el rumbo de la vida. Episodio exterior, pero con reverso interior. Le sucedió a los casi 20 años de vida carmelitana, en 1554. Y lo refiere ella en el capítulo 9 de su relato autobiográfico. Consiste, no ya en la superación de la lucha sostenida en los diez años precedentes,sino en la apertura de horizonte hacia un nuevo modo de relacionarse con Dios y de afrontar la vida de cada día. Aquí lo resumiremos en tres momentos:
- el paisaje espiritual de última hora
- los dos episodios determinantes
- en qué consiste el nuevo horizonte de su vida.
2. El contexto de su vida espiritual. Lo resume Teresa misma en dos pinceladas: Pues ya andaba mi alma cansada y, aunque quería, no la dejaban descansar las ruines costumbres que tenía (9,1). Subrayamos los dos vocables portantes: cansada, pero incapaz de descansar. Es decir, lucha de años sin desenlace psicológicamente aceptable. Persiste, además, la sombra de las ruines costumbres en el plano ético y ascético. Pero no menos importante es el sustrato psicológico. Teresa es mujer de deseos. Deseos siempre los tuve grandes, asegura. La nota más constante al final de esos diez años de lucha son sus anhelos y proyectos de mejor vida. Probablemente desproporcionados por inalcanzables: deseos y proyectos que están por encima de sus fuerzas a la hora de realizarlos. De ahí que psicológicamente Teresa viva en estado de frustración, incapaz de lograr lo que se propone, porque se propone metas más altas de lo que pueden sus fuerzas. Ahí, en ese paisaje de frustración, le sobrevienen de pronto los hechos decisivos.
3. Los 'dos episodios decisivos' los refiere a continuación, en el mismo capítulo 9. El primero es un acontecimiento inesperado y fulminante: Acaecióme que, entrando un día en el oratorio, vi una imagen que habían traído allá a guardar Era de Cristo muy llagado y tan devota que, en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que habia agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía, y arrojéme cabe él con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle (n. 1). Hasta plantearle, no al icono sino al Señor, una especie de ultimatum amoroso: Paréceme le dije entonces que no me había de levantar de allí hasta que hiciese [Él en ella] lo que le suplicaba. (n. 3). Y ella misma comenta seguidamente: es que estaba yamuy desconfiada de mí, y ponía toda mi confianza en Dios (ib), pero centrándola humanísimamente en el Cristo de la Pasión. Probablemente era, no sólo su confianza, sino ella misma la que se centraba en Él, traspasando a Él deseos y proyectos, para que fuese Él quien alcanzase esa meta que a ella le resultaba inasequible. Iba a ser el punto de partida de toda una historia de amor que vertebraría la existencia de Teresa, cada vez más enamorada de su Señor.
4. El episodio segundo es seguramente contemporáneo del anterior. Ese año 1554 se habían publicado en Salamanca las Confesiones de san Agustín, traducidas al castellano por Sebastián Toscano. Teresa las lee apasionadamente por tratarse de uno de los suyos: Agustín lo sabía ella bien antes que santo había sido pecador. Y se había convertido de una sola vez (no como ella, con tantos altibajos, tantas idas y venidas). Leyéndolo ahora, se produce una creciente empatía entre los dos. Como comencé a leer las Confesiones, paréceme me veía yo allí. Cuando llegué a su conversión y leí cómo oyó aquella voz en el huerto, no me parece sino que el Señor me la dio a mí, según sintió mi corazón. Estuve gran rato que toda me deshacía en lágrimas y entre mí misma con gran aflicción y fatiga (n. 8).
Empatía total a través el libro. La descarga emotiva de las lágrimas repite la emoción religiosa del episodio anterior. A continuación de la voz del misterioso niño cantor toma y lee, toma y lee seguramente también Teresa prosiguió leyendo las fortísimas palabras de san Pablo que traspasaron el alma de Agustín y lo derribaron en el propio camino de Damasco: «No en comilonas y embriagueces , sino revestíos del Señor Jesucristo» (Rm 13,13). Con idéntica eficacia en el alma de Teresa: ganó grandes fuerzas mi alma de su divina Majestad, que debía oír mis clamores y haber lástima de tantas lágrimas (n. 9). Como si se fuese diluyendo el precedente estado de frustración.
5. El nuevo horizonte en la vida espiritual de Teresa. Lo describe ella como empalme narrativo entre este capítulo y el siguiente. Con un total cambio de paisaje anímico y de tono literario. Comienza así: Tenía yo algunas veces comienzo de lo que ahora diré: acaecíame en esta representación que hacía de ponerme cabe Cristo, y aun algunas veces leyendo, venirme adeshora un sentimiento de la presencia de Dios, que en ninguna manera podía dudar que estaba (Él) dentro de mí o yo toda engolfada en Él (10,1).
Era sencillamente el 'comienzo' de la vida mística. Experiencia de vida nueva. (Es cierto que habían precedido asomadas esporádicas, absolutamente pasajeras: cf Vida 4,7; 7,6). Teresa la describe como algo que le ocurre sin que ella 'lo haga': se siente invadida por dentro, y sumergida por fuera en 'la presencia de Dios'. Y la suya es una sensación indubitable.
Evocando sus experiencias pasadas, recuerda que desde hace muchos años, las más de las noches, antes que me durmiese, revivía plásticamente la escena de Jesús en el Huerto de los Olivos, hasta contener el gesto de enjugarle las gotas de sudor. Y que, como era tan devota de la Magdalena, escenificaba igualmente el ponerse a los pies del Maestro en oración. Pero lo de ahora es diverso: totalmente novedoso. No es ella quien se lo ha procurado. Ha entrado o la han introducido en el espacio de lo místico -lo llaman mística teología, dice ella- no obra el entendimiento, sino que está como espantado de lo mucho que entiende (10,1)
Es efectivamente el comienzo de una nueva manera de orar y de vivir, de consecuencias imprevisibles para ella misma.
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