Teresa no es teóloga de profesión. En sus escritos no hay un tratado, ni siquiera un esbozo, de cristología. Pero tanto su vida como su obra son un caso de pancristismo, comparable al de san Pablo o del Poverello de Asís.
1. Quizás en ningún otro aspecto de su vida espiritual tuvo ella la suerte de una formación tan rica y completa. Como ya hemos notado, en su niñez le cupo la fortuna de leer en las primeras páginas del Flos sanctorum la versión castellana del Monotéssaron de Gersón, que le ofrecía el texto de la Pasión según los cuatro Evangelios. Ilustrado con una serie de viñetas capaces de impactar fuertemente la sensibilidad de Teresa niña. Más tarde, ya adulta, tiene igualmente la suerte de formarse en la lectura de la mejor y más copiosa Vita Christi, del Cartujano, siguiendo paso a paso la historia de Jesús, los textos bíblicos de ambos Testamentos alusivos a él, coronando cada capítulo con una oración emotiva y envolvente. Teresa seguirá, además, en suvida religiosa el curso cotidiano de la liturgia con frecuente lectura de los evangelios.
2. En el proceso de su vida espiritual se suceden dos momentos de vivencia cristológica. Precede un período de piedad popular. Teresa cultiva la devoción a ciertos pasos de la Pasión, como la oración del Huerto, o remeda el gesto de mujeres evangélicas como la Samaritana o la Magdalena; revive plásticamente la entrada de Jesús en Jerusalén el Domingo de Ramos, se une a la Virgen en su transfixión al pie de la cruz. Todavía al final de su vida, con ocasión de la fundación de Burgos, hace una pausa antes de entrar en la ciudad para venerar el Santo Cristo. Esa su piedad cristológica de inspiración popular perdura y coexiste con lo mas encumbrado de su vida mística. Con todo, es mucho más fuerte este período segundo, constelado todo él de experiencias de signo cristológico. Durante más de 25 años Teresa vive una larga cristopatía, en estrecha relación personal con Cristo Jesús, su modelo, su Esposo y Señor. Imposible historiar la vida de Teresa sin fijar los hitos señeros de esa experiencia cristológica.
3. El misterio de Jesús. Para una contemplativa como ella, Jesús es misterio insondable. Es la espesura del misterio de Dios hecho humanidad. Es el libro vivo donde ha visto las verdades. Se le desborda la pluma en una cualquiera de sus exclamaciones: Emperador nuestro, sumo poder, suma bondad, la misma sabiduría, sin principio, sin fin, sin haber término en vuestras obras, son infinitas, sin poderse comprender, un piélago sin suelo de maravillas, una hermosura que tiene en sí todas las hermosuras, la misma fortaleza (Camino 22,6). No es fácil seguir a la Santa en su desglose del misterio de Jesús. Podemos sólo destacar las facetas más relevantes.
a) Ante todo, para ella Jesús es el siervo de Yahweh: la asombra el misterio de su abajamiento. No tuvo casa sino el portal de Belén donde nació y la cruz donde murió (ib 2,9). Al final de las Moradas recordará su condición de esclavo (7,4,8): que no hay esclavo que de buena gana diga que lo es, y que el buen Jesús parece se honra de ello (C 33,4). Se le erizan los cabellos con sólo pensar la humillación de su majestad en la Eucaristía (Vida 38,19). En uno de sus soliloquios, se asoma a lo hondo delmisterio trinitario y tiene la audacia de dirigirse al Padre Eterno y preguntarle cómo es posible que Él lo consienta: Mas Vos, Padre Eterno, cómo lo consentisteis? Y de nuevo: ¡Oh Señor eterno ¿cómo lo consentís? No miréis su amor, que se dejará hacer cada día pedazos! (C 33,3-4).
b) Siervo, pero Majestad. La soberanía de Jesús es algo que no se ha podido diluir en su abajamiento, ni en el misterio de la intimidad de su trato con Teresa: ¡Oh Señor mío, oh rey mío! ¡Quién supiera ahora representar la majestad que tenéis! Es imposible dejar de ver que sois gran emperador en Vos mismo, que espanta mirar esta majestad, mas más espanta mirar con ella vuestra humildad y el amor que mostráis (Vida 37,6). En una de sus confidencias autobiográficas del Camino, les dice a las lectoras el particular regalo que siente cuando reza en el Credo: vuestro reino no tiene fin (C 22,1).
c) Él es la hermosura absoluta. La experiencia cristológica de Teresa está marcada por este factor estético. No se cansa de pregonar su hermosura (Vida 28,1-3).. De solo verlo, en el alma le ha quedado imprimida su hermosura (ib 37,4). Dedica uno de sus poemas para cantarla: ¡Oh Hermosura que excedéis / a todas las hermosuras...!
d) Él es el Maestro. Teresa no sólo degusta cada palabra pronunciada por él en el Evangelio, sino que en su experiencia mística revive ese discipulado: Ni hay saber ni manera de regalo que yo estime en nada, en comparación del que es oír una palabra dicha de aquella divina boca (Vida 37,4). Teresa ha escrito en las pastas de su breviario las palabras del Maestro: deprended de mí que soy manso y humilde! Le sirven de recordatorio permanente cada vez que abre el libro de rezo. Jesús es el dechado absoluto.
e) Pero sobre todo, Él es el Esposo. Lo ha identificado con el Esposo de los Cantares. Es el Cristo del amor. Y ella una enamorada, como la esposa bíblica, que osa repetirle el béseme con beso de su boca. Comentado rápidamente: ¡Oh Señor mío y Dios mío, y qué palabra ésta para que la diga un gusano a su Criador! ¿Quién osara, Rey mío, decir esta palabra si no fuera con vuestra licencia? Es cosa que espanta! (Conc 1,10). Pero a la vez Teresa osa escribir un poema de competencia amorosa: Siel amor que me tenéis, Dios mío / es como el que yo os tengo ! Precisamente por eso, en las Moradas presenta el culmen de la vida cristiana como un hecho esponsal. La cima de la vida cristiana es el sumo amor por parte de ambos amantes, Cristo y el alma.
4. El problema de la Humanidad de Cristo. Dramáticamente vivido por Teresa, ha servido para poner a prueba su realismo evangélico. Por Humanidad de Jesús entiende ella su historia evangélica, su Pasión, sus obras y palabras, divino y humano junto, pero históricamente realizado en su condición humana, comprendido su cuerpo, primero pasible y luego resucitado. Ocurrió que llegó hasta ella la vieja corriente espiritualista, de cuño neoplatónico, según la cual la alta contemplación, es decir, la vida perfecta del cristiano, se espiritualiza hasta el punto de excluir o rebasar todo lo corpóreo, para quedar realizada sólo en espíritu: exclusión, por tanto, de la Humanidad de Jesús. Teresa, tras un momento de titubeo en que, mal aconsejada, cedió a esa doctrina, reaccionó con todas sus fuerzas. No lo puedo sufrir! exclama. No puede soportar que haya un solo momento en la vida espiritual en que de intento se soslaye la Humanidad de Jesús. Esta vez sí, razona su tesis como una teóloga de profesión y llega a dar por asentado que por la Humanidad de Jesús nos vienen todos los bienes. Se atreve a proponerlo como un postulado irremovible al teólogo lector de Vida (22,18), y años más tarde lo reiterará con fuerza en el libro de las Moradas (VI, 7,15). Es, sin duda, la más firme toma de posiciones en la teología de la Santa.