1. Aunque el siglo XVI inicia presidido por una mujer excepcional, la Reina Isabel (†1504), aquella sociedad española está impregnada de antifeminismo: menosprecio de la mujer, marginación en la vida pública, permanente estado de menor edad. Con difícil acceso a las fuentes de la cultura, no se la admite en la universidad, ni se le abren otros centros de estudio o de promoción. Se la llega a amenazar 'con espada de fuego' para que no libe en la Biblia, y las prohibiciones oficiales de libros inciden especialmente en ella. Teresa protestará reiteradamente en el Camino contra esto último (no os podrán quitar libro, que no os quede tan buen libro!), y enjuiciará esa situación general con un rotundo dicterio: los jueces de este mundo, dice, como son todos varones, no hay virtud de mujer que no tengan por sospechosa! Algún día ha de haber que se conozcan todos. (CE 3). Es cierto que existían, muy dispersos, colegios privados para la educación de las doncellas de familias acomodadas. Así, por ejemplo, el de 'Santa María de Gracia' en Ávila, o el 'Colegio de doncellas nobles' en Toledo (fundado por el Cardenal Silíceo), pero se proponían la formación de la joven para las labores del hogar y las buenas costumbres, sin especial apertura hacia otros horizontes culturales.
2. En el censo abulense de 1561, son pocas las mujeres que ejercen un servicio público. Sólo servicios humildes. Merece la pena enumerarlos uno a uno. En prestaciones más o menos públicas, ejercen de: labradora, agujetera, botonera, gorrera, jubetera, pañera, tejedora, tintorera, joyera, platera, alojera, pastelera, candelera, cerera, bodegonera, frutera, hornera, panadera, pescadera, tabernera, tendera y verdulera. En otros oficios domésticos: ama, costurera, criada, labrandera, lavandera. No se les asigna servicio alguno en los apartados de: construcción, transporte, sanidad, Iglesia-cultura-enseñanza-artes, administración de justicia. Es sintomático y abrumador el alto número de 'viudas pobres' o 'mujer sola y pobre', o 'viuda en el hospital': en sola la cuadrilla de San Juan el censo enumera no menos de 66 en tal situación.
3. Es cierto que desde los tiempos de la Reina Isabel emerge en la Corte (Madrid, Lisboa) un grupo selecto de mujeres cultas, doctas en lenguas y literatura clásica, denominadas 'Puellae doctae' (Nebrija, Medrano, Galindo). Hay entre ellas alguna extraordinaria, como la burgalesa (o 'toledana') Luisa Sigea, que llega a ser una eminencia cultural en el conocimiento de las lenguas bíblicas, así como de los filósofos griegos y latinos: escribe, en latín, su Duarum virginum colloquium de vita aulica et privata (Coloquio entre dos doncellas sobre la vida cortesana y la privada), en que una de las dos dialogantes aboga por la vida (femenina) en la corte y la otra por la vida de aldea, con profusión de citaciones en griego y en hebreo. Sólo que Sigea no llega a publicar su libro, y cuando en 1582 la Madre Teresa viene a fundar en Burgos, la autora ya había muerto y la Madre Fundadora entabla excelentes relaciones con Franciso de Cuevas, marido de aquélla (él ha hecho siempre por nosotras en cuanto se ha ofrecido: Fund 31,28). Pero esos grupos de 'puellae doctae', algunas de las cuales llegaron momentáneamente a las cátedras de Alcalá y de Salamanca, son elitistas, debidos a circunstancias de excepción. Sin incidencia en el alza de nivel cultural en la masa de mujeres españolas.
4. Para hacernos una idea de las posibilidades culturales de la mujer en aquella sociedad, pueden servirnos dos libros extremos, uno de principios, y otro de finales de siglo. El primero es el De Institutione feminae christianae, del gran humanista Luis Vives. El otro, La Perfecta Casada de fray Luis de León, hacia finales de la centuria. Aquél, en latín, de difícil acceso para la gran masa de lectoras. El otro, en flamante castellano, mucho más accesible. Exponentes ambos de la corriente culta humanista, y a la vez testigos de la dominante mentalidad popular de fondo misógino. Para la mujer casadera, o casada y madre de familia, ambos proponen el ideal de las labores caseras: coser, hilar, guardar el hogar. En cuanto a la iniciación culta de la mujer, ambos son absolutamente alicortos y más bien negativos. Es cierto que Vives, entre las tareas que asigna a la mujer en su rol de madre, le propone la de enseñar a sus hijos personalmente las primeras
letras: «Si la madre sabe letras, enséñelas ella misma a los hijos.» Pero queda en pie la tesis de fondo: «Así que, puesto que la mujer es un ser flaco y no es seguro su juicio, y muy expuesto al engaño (según mostró Eva), no conviene que ella enseñe, no sea que una vez que se hubiese a sí misma persuadido de una opinión falsa, con su autoridad de maestra influya en sus oyentes y arrastre fácilmente a los otros a su parecer.» (Coincide con el persistente complejo de Teresa, mujer flaca / sin letras ni buena vida) Igualmente fray Luis, en el tema de la cultura femenina, no dista mucho de esa tesis de Vives. Para él, «como la mujer sea de su natural flaca y deleznable más que ningún otro animal. La naturaleza hizo a las mujeres para que encerradas guardasen la casa, así las obligó a que cerrasen la boca. La naturaleza no las hizo para el estudio de las ciencias, ni para los negocios de dificultades, sino para un solo oficio simple y doméstico, así les limitó el entender, y por consiguiente les tasó las palabras ». Es cierto que poco después, encargado fray Luis de publicar los escritos de la Madre Teresa, los encuentra maravillosos («dudo yo que haya en nuestra lengua escritura que con ellos se iguale!»). Pero en el fondo la Madre Teresa, según él, es pura excepción , y en definitiva la excepción confirmaría la regla.
5. En ese contexto cultural antifeminista, la postura de Teresa es neta y bien definida. Al fundar el nuevo Carmelo, ella se pone al frente de un grupo de muchachas jóvenes. En principio, no admite analfabetas: exige que tengan habilidad para rezar el oficio divino [en latín!] y ayudar en el coro (Const 6,1). Pero cuando, poco después de escrita esa norma, llama a las puertas de su Carmelo una pastorcita analfabeta del Almendral, Ana García (Ana de san Bartolomé), Teresa rompe su criterio y la admite. Ella misma le enseña a leer y escribir. Más de una vez le dicta sus propias cartas. Y cuando, muerta ya la Santa, Ana sea portadora del Carmelo Teresiano a París y Flandes, escribirá tantas cartas y opúsculos que ocuparán dos gruesos volúmenes en la reciente edición de Julen Urkiza. En el nuevo Carmelo Teresa será amiga de libros, de letras y letrados, de coplas y, de las canciones de fray Juan de la Cruz. Y en pos de ella seguirá, a fines de siglo y principios del XVII, todo un cortejo de carmelitas literatas, de las cuales sin duda las tres mejores son María de san José (Ramillete de mirra, Libro de recreaciones, poemas).
Cecilia del Nacimiento, poetisa y escritora, y Ana de la Trinidad (calagurritana). Literatura espiritual estrictamente femenina. Buen índice de ese movimiento literario es el libro de Romances y coplas del Carmelo de Valladolid, editado por Víctor García de la Concha.
6. En síntesis, Teresa, lectora autodidacta, no pertenece al grupo selecto de 'puellae doctae', sino a la masa popular de mujeres ávidas de saber. No escribe en latín ni en romance cultista. Conecta con la literatura espiritual 'en romance', del período cisneriano y poscisneriano. Ella misma escribe en 'romance popular abulense'. Y promociona, dentro del Carmelo, un movimiento de cultura femenina que cuenta con excelentes representantes.
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