1. Nacida en la España del siglo XVI y en el seno de una familia cristiana, es natural que Teresa viviese su fe y costumbres con claro sentido de Iglesia. Bautizada en la parroquia de San Juan, entra desde niña en las estructuras de la que ella denomina santa iglesia católica romana. Desde niña practica los 'mandamientos de la iglesia' (una cualquiera de sus Cartillas de infancia, por ejemplo, la Cartilla para enseñar a leer , de 1526, enseña por dos veces en versos cantables los 'Cuatro mandamientos de la sancta Madre Iglesia'). A los 22 años, la profesión de carmelita la incorpora a un estamento religioso aprobado por la autoridad central. Y en años sucesivos, ya como fundadora, conocerá de primera mano las luces y sombras del organigrama jerárquico, así como sus roces y tensiones con la sociedad civil. Ella misma será objeto de las interferencias de Roma a través de las cicaterías del Nuncio papal Felipe Sega. Será consciente de que su misma condición de mujer hace que se cuestione su actividad en la vida eclesiástica.
Pero en el proceso de su religiosidad personal, Teresa tuvo dos ocasiones especiales que la obligaron a tomar posiciones y afinar su sentido de Iglesia. Primero, fueron los trágicos acontecimientos que socavaron la cristiandad de su siglo. Y luego, fue su propia experiencia mística la que hubo de medirse con las exigencias de la institución eclesial, carisma frente a institución.
2. Teresa ante la quiebra de la unidad eclesial. Es probable que en el convento de la Encarnación y en la Castilla del entorno fuese lenta la toma de conciencia de cuanto ocurría en Europa allende los Pirineos. Con todo, las noticias venidas del Concilio de Trento y, sobre todo, el advenimiento al trono español de Felipe II generalizaron y agudizaron la puesta en guardia frente a los acontecimientos ultramontanos, con la promulgación de Indices de libros prohibidos, con los severos controles de las salidas al extranjero, así como con la vigilancia y represión de los movimientos autóctonos. A Teresa, en la Encarnación, le llega en1559 la redada de libros secuestrados a causa del Indice, y ese mismo año o poco después, las noticias alarmantes de las cosas de Europa, bien sea por medio de los jesuitas residentes en Italia y corresponsales de sus amigos los jesuitas de Ávila, bien sea en directo por las circulares alarmistas que la Corte de Madrid envía a los monasterios y entre ellos, al de la Encarnación pidiendo oraciones y procesiones por las guerras de Francia y por la unión de los cristianos en términos apremiantes. Son de 1560 y 1563 las circulares regias llegadas hasta nosotros. En ésta última, escribía el Rey: «Bien sabéis el estado en que se hallan las cosas de nuestra religión cristiana y los que se han descuidado de ella en tantas provincias... y especialmente en Francia, que es tan vecina a estos reinos, y comoquiera que esperamos en nuestro Señor que por medio del santo Concilio que está ayuntado en Trento tendrá buen suceso , os encargamos mucho proveáis que en todos los monasterios de religiosos y religiosas de vuestra Orden se tenga especial cuidado de hacer oraciones y plegarias pidiendo a Dios nuestro Señor con toda eficacia por la unión de dicha religión, por la obediencia de la Sede Apostólica e Iglesia Romana a los que se hubieren desviado della en cualquier manera los restituya al verdadero conocimiento y se provea a lo que conviene al bien universal de la Cristandad y que en dichos monasterios se hagan procesiones como se han hecho otras veces, especialmente el año pasado de 60».
También esta otra circular de 1560 había llegado a los monasterios de Ávila y con toda seguridad al de la Encarnación. Eran la voz de alarma para tomar conciencia de la desunión de los cristianos y la consiguiente quiebra de la unidad de la Iglesia. Teresa está lejos de quedar indiferente. Desde su punto de vista, condensa la situación en pocas pinceladas: los daños de Francia; la pérdida de tantas almas; la Iglesia por el suelo; perdidos tantos sacerdotes; deshechas las iglesias; Cristo mismo implicado en los males de la Iglesia Desde su pequeño punto de vista percibe la magnitud del cataclismo: estáse ardiendo el mundo, exclama. Y reacciona en las páginas iniciales del Camino con un doble gesto: vivir ella la vida cristiana a fondo: determiné hacer eso poquito que era en mí, que es seguir los consejos evangélicos con toda la perfección que yo pudiese. Y asignar un objetivo de servicio eclesial a la vida contemplativadel pequeño grupo del naciente Carmelo: toda mi ansia era, y aún es, que pues tiene tantos enemigos y tan pocos amigos, que éstos fuesen buenos..., y que todas ocupadas en oración por los que son defendedores de la Iglesia y predicadores y letrados que la defienden, ayudásemos en lo que pudiésemos C 1,2). Es decir: Teresa siente en vivo la catástrofe que sufre la Iglesia. Y reacciona con toda la fuerza de una contemplativa que intuye a Cristo implicado en el misterio y en los avatares de la misma.
3. No es menos importante para Teresa el contraste de la propia experiencia mística con esos representantes de la Iglesia. Ella ha vivido a fondo el manido problema de la confrontación entre carisma e institución. A Teresa, como a otros místicos, se le ha atribuido una contraposición frontal. Como si la experiencia mística liberase de las estructuras eclesiales y trascendiese las fronteras de toda sociedad religiosa.
Es cierto que Teresa vive su experiencia en el clima religioso español, minado por múltiples episodios de alumbradismo, que ponen alerta, casi en armas, a la Iglesia oficial. A ello se debe que Teresa misma, desde sus primeras experiencias místicas, se vuelva recelosa de cuanto le sucede y las someta al dictamen de teólogos incompetentes que no sólo recelan de ella, sino que le imponen su criterio negativo y la dictaminan de mal espíritu. La privan largos períodos de la comunión, y la obligan a repeler las visiones con gestos soeces hacer higas, gesto doblemente repugnante en un espíritu femenino como el de Teresa. Cosas bastantes para quitarme el juicio comenta ella. Lo que nos interesa en toda esa situación dramática es la actitud de fondo de Teresa misma. Hasta qué punto le sirvió para afinar, o para anular, su sentido de Iglesia, pese a tamaños atropellos.
Pues bien, la línea de conducta constantemente adoptada por ella es la persistente solicitación de discernimiento de sus experiencias místicas por parte de jueces competentes. Y ello, fundada en una neta postura eclesial. Tengo por muy cierto que el demonio no engañará a alma que ninguna cosa se fía en sí y está fortalecida en la fe, que entienda ella de sí que por un punto de ella moriría mil muertes. Y con este amor a la fe , que es una fe viva, fuerte, siempre procura ir conforme a lo que tiene la Iglesia, preguntando a unos y a otros, como quien tiene ya hechoasiento fuerte en estas verdades, que no la moverían cuantas revelaciones pueda imaginar -aunque viese abiertos los cielos- un punto de lo que tiene la Iglesia (V 25,12). Dos veces aflora en el texto la típica fórmula teresiana lo que tiene la Iglesia , que reaparecerá al frente de sus libros -me sujeto a lo que tiene la madre Santa Iglesia Romana (protestación inicial de Camino, e igualmente en Moradas y Fundaciones). Con idéntico realismo de sumisión repetirá al concluir las Moradas: en todo me sujeto a lo que tiene la santa Iglesia Católica Romana (epílogo 4). Es decir, Teresa es consciente de que su hecho místico acontece dentro del organismo eclesial, y lejos de exentarlo de sus estructuras o de su magisterio oficial, expresamente 'se sujeta'; es decir, 'somete' a él tanto sus experiencias como su mensaje. Teresa es una mística de Iglesia.