Aunque la misma Santa confiesa no ser poeta, sabe por experiencia que hay una presencia de Dios «que desatina y embriaga» y desencadena el torrente milagroso de los versos: «Yo sé persona –ella misma– que, con no ser poeta, la acaecía hacer de presto coplas muy sentidas declarando su pena bien, no hechas de su entendimiento»1. Pero sus contemporáneos y sus íntimos testifican que es poetisa, no solamente cuando el trance misterioso desencadena esos ímpetus, sino como una cualidad bien caracterizada de su riquísima personalidad, abierta y fácil al estímulo de mil situaciones en que percibe el destello de la belleza.
Las hermanas de sus conventos, o los que la acompañan en sus viajes testifican esta cualidad de la Santa. Su fiel capellán, Juan de Ávila, lo confiesa admirado. «…componía coplas, y muy buenas, porque lo sabía bien hacer…»2, y la Madre María de San José, «letrera» y poetisa, afirma que la Santa gustaba «extrañamente» de los romances y coplas provocados por «todos los sucesos que nos acontecían»3. Lo mismo que cuando escribe en prosa, Teresa no tiene preocupaciones académicas. Escribe con sencillez y espontaneidad, en la mejor línea de la lírica popular, cuya temática conoce, y que ella vuelve a lo divino. Los temas de sus poesías son muy variados: místicos, humorísticos, villancicos navideños, dedicatorias familiares… y forman un corpus poético muy limitado, que sin duda fue mucho más amplio y copioso. El carácter ocasional de esas composiciones y su destino a las celebraciones hogareñas de comunidad han hecho que los autógrafos poéticos de la Santa no llegasen hasta nosotros. Solo recientemente hemos logrado recuperar en los carmelos italianos restos autógrafos de cinco poemas4. Tampoco poseemos una edición segura de la producción poética teresiana. El entrecruce de sus poemas con los de san Juan de la Cruz (por ejemplo la letrilla «Vivo sin vivir en mí») y con otros de las poetisas de la primera generación teresiana, sigue exigiendo una seria labor crítica, para deslindar atribuciones de paternidad y depurar los textos. Recientemente ha afrontado la tarea el padre Ángel Custodio Vega en su obra La poesía de santa Teresa5, pero la suya ha sido una somera roturación del terreno. Las ediciones modernas siguen basándose en la copia realizada en el siglo XVIII por el padre Andrés de la Encarnación, y conservada actualmente en el manuscrito 1400 de la Biblioteca Nacional de Madrid. En nuestra edición mantenemos el orden numérico establecido por el P. Silverio de Santa Teresa en su edición crítica. La serie de composiciones poéticas forma tres grupos: – los poemas 1-9 celebran la íntima fiesta mística y personal de la autora; – un segundo grupo –poemas 11-23– celebra los diversos momentos festivos de la liturgia carmelitana: Navidad, Circuncisión, Epifanía, Exaltación de la Cruz, y algunos santos; – un tercer grupo –poemas 24-30– está dedicado a la fiesta personal de las jóvenes que van ingresando en el Carmelo: profesión y velación. (A este grupo habría que añadir el poema n.º 10). – El último de todos es un singular poema humorístico, que viene a completar los poemas del grupo 3º.