Es una glosa libre, a modo de elevación medítativa, de versos selectos del bíblico «Cantar de los Cantares».
Escrito breve que nos ha llegado en copias discordantes. Sin autógrafo. De datación incierta, anterior al Castillo Interior. No fue incluido por fray Luis de León en la edición príncipe de las Obras de la Santa. Lo publicó por primera vez el P. Gracián en Bruselas, 1611, con el título «Conceptos del amor de Dios escritos por la Beata Madre Teresa de Jesús sobre algunas palabras de los Cantares de Salomón».
Fue compuesto por la Santa para dar rienda a los sentimientos que en ella producían las palabras del «Cantar de los Cantares» (pról. 2) y «para consolación de las Hermanas», convencida de la fuerza singular que posee la palabra bíblica (c. 1) y especialmente el Cantar de los Cantares (1, 3), por la experiencia personal que de ello tiene (1, 6).
Por desgracia, esas sus meditaciones sobre el Cantar bíblico, apenas escritas fueron arrojadas al fuego por indicación del teólogo Diego de Yanguas1, a quien pareció «cosa nueva y peligrosa que mujer escribiese sobre los Cantares»2. Ocurrió así a pesar de que la misma Santa había prevenido al lector: «no hemos de quedar las mujeres tan fuera de gozar de las riquezas del Señor» en el texto sagrado (1, 8).
No es seguro que el texto del librito, en la forma que ha llegado hasta nosotros, esté completo o exento de graves mutilaciones, aunque parezca indicarse lo contrario en la manera de terminarlo (c. 7, 9). El primer biógrafo de la Santa, Francisco de Ribera, asegura que «escribió mucho después», es decir, después de esa especie de conclusión del capítulo séptimo3.
En su estado actual, el librito glosa solo unos pocos versículos del Cantar «Béseme con beso de su boca» (Cant 1,1); «dan de sí fragancia y buenos olores» (1,2); «sentéme a la sombra del que deseaba, y su fruto es dulce para mi garganta» (2,3); «metióme el rey en la bodega del vino y ordenó en mí la caridad» (2,4); «sostenedme con flores y acompañadme con manzanas, porque desfallezco de mal de amores» (2,6). Son los textos que sirven de lema a cada capítulo, pero que no son comentados, sino meditados libremente. Con varios otros, intercalados en el cuerpo de la meditación (Cant 1,15; 2, 3-4; 4,7; 6,2; 6,9; 8,5).
El librito tiene interés por incorporar al ideario teresiano el simbolismo nupcial, poco presente en sus primeros escritos. A ese símbolo ella no le da interpretación cristológico-eclesial, sino personal -el alma y Cristo-, y a la vez mariana (6, 7-8). Interesa también por pergeñar en sus siete capítulos lo que poco después se convertirá en el trazado de las siete moradas del Castillo Interior.
En la presente edición conservamos el título dado por Gracián en la edición príncipe. El texto lo tomamos de la copia de Alba de Tormes, completado con la de Baeza. En nota señalamos las variantes de las copias de Consuegra y del Desierto de las Nieves4.
Prólogo
1.—Viendo yo las misericordias que nuestro Señor hace con las almas que traía a estos monasterios que Su Majestad ha sido servido que se funden de la primera Regla de nuestra Señora del Monte Carmelo, que a algunas en particular son tantas las mercedes que nuestro Señor les hace, que solas a las almas que entendieren las necesidades que tienen de quien les declare algunas cosas de lo que pasa entre el alma y nuestro Señor, podrán ver el trabajo que se padece en no tener claridad, habiéndome a mí el Señor, de algunos años acá, dado un regalo grande cada vez que oigo o leo algunas palabras de los Cantares de Salomón, en tanto extremo que sin entender la claridad del latín en romance, me recogía más y movía mi alma que los libros muy devotos que entiendo; y esto es casi ordinario, y aunque me declaraban el romance, tampoco le entendía más… que sin entenderlo mi… apartar alma de sí0_1.
2.—Ha como dos años, poco más o menos, que me parece me da el Señor para mi propósito a entender algo del sentido de algunas palabras; y paréceme serán para consolación de las hermanas que nuestro Señor lleva para este camino, y aun para la mía, que algunas veces da el Señor tanto a entender, que yo deseaba no se me olvidase, mas no osaba poner cosa por escrito.
3.—Ahora, con parecer de personas a quien yo estoy obligada a obedecer, escribiré alguna cosa de lo que el Señor me da a entender que se encierran en palabras de que mi alma gusta para este camino de la oración, por donde, como he dicho, el Señor lleva a estas hermanas de estos monasterios e hijas mías0_2. Si fuere para que lo veáis, tomaréis este pobre donecito de quien os desea todos los del Espíritu Santo como a sí misma, en cuyo nombre yo lo comienzo. Si algo acertare, no será de mí. Plega a la divina Majestad acierte0_3.
Capítulo 1
Trata de la veneración con que deben ser leídas las Sagradas Escrituras y de la dificultad de comprenderlas las mujeres, principalmente el «Cantar de los Cantares».
Béseme el Señor con el beso de su boca, porque más valen tus pechos que el vino, etc… (Cant 1, 1).
1.—He notado mucho que parece que el alma está, a lo que aquí da a entender, hablando con una persona, y pide la paz de otra; porque dice: Béseme con el beso de su boca. Y luego parece que está diciendo a con quien está: Mejores son tus pechos.
Esto no entiendo cómo es, y no entenderlo me hace gran regalo; porque verdaderamente, hijas, no ha de mirar el alma tanto, ni la hacen mirar tanto, ni la hacen tener respeto a su Dios las cosas que acá parece podemos alcanzar con nuestros entendimientos tan bajos, como las que en ninguna manera se pueden entender. Y así os encomiendo mucho que, cuando leyereis algún libro y oyereis sermón o pensareis en los misterios de nuestra sagrada fe, que lo que buenamente no pudiereis entender no os canséis ni gastéis el pensamiento en adelgazarlo; no es para mujeres ni aun para hombres muchas cosas.
2.—Cuando el Señor quiere darlo a entender, Su Majestad lo hace sin trabajo nuestro. A mujeres digo esto, y a los hombres que no han de sustentar con sus letras la verdad; que a los que el Señor tiene para declarárnoslas a nosotras, ya se entiende que lo han de trabajar y lo que en ello ganan. Mas nosotras con llaneza tomar lo que el Señor nos diere; y lo que no, no nos cansar, sino alegrarnos de considerar qué tan gran Dios y Señor tenemos que una palabra suya tendrá en sí mil misterios, y así su principio no entendemos nosotras. Así, si estuviera en latín o en hebraico o en griego, no era maravilla; mas en nuestro romance ¡qué de cosas hay en los salmos del glorioso rey David, que cuando nos declaran el romance solo, tan oscuro nos queda como el latín! Así que siempre os guardad de gastar el pensamiento con estas cosas ni cansaros, que mujeres no han menester más que para su entendimiento bastare. Con esto las hará Dios merced. Cuando Su Majestad quisiere dárnoslo, sin cuidado ni trabajo nuestro lo hallaremos sabido; en lo demás, humillarnos y –como he dicho– alegrarnos de que tengamos tal Señor, que aun palabras suyas, dichas en romance nuestro, no se pueden entender.
3.—Pareceros ha que hay algunas en estos Cánticos1_1 que se pudieran decir por otro estilo. Según es nuestra torpeza, no me espantaría. He oído a algunas personas decir, que antes huían de oírlas. ¡Oh, válgame Dios, qué gran miseria es la nuestra! Que como las cosas ponzoñosas, que cuanto comen se vuelve en ponzoña, así nos acaece, que de mercedes tan grandes como aquí nos hace el Señor en dar a entender lo que tiene el alma que le ama y animarla para que pueda hablar y regalarse con Su Majestad, hemos de sacar miedos y dar sentidos conforme al poco sentido del amor de Dios que se tiene.
4.—¡Oh Señor mío, que de todos los bienes que nos hicisteis, nos aprovechamos mal! Vuestra Majestad buscando modos y maneras e invenciones para mostrar el amor que nos tenéis; nosotros, como mal experimentados en amaros a Vos, tenémoslo en tan poco, que de mal ejercitados en esto vanse los pensamientos adonde están siempre y dejan de pensar los grandes misterios que este lenguaje encierra en sí, dicho por el Espíritu Santo. ¿Qué más era menester para encendernos en amor suyo, y pensar que tomó este estilo no sin gran causa?
5.—Por cierto que me acuerdo oír a un religioso un sermón harto admirable, y fue lo más de él declarando de estos regalos que la Esposa trataba con Dios; y hubo tanta risa y fue tan mal tomado lo que dijo, porque hablaba de amor (siendo sermón del Mandato1_2, que es para no tratar otra cosa), que yo estaba espantada. Y veo claro que es lo que yo tengo dicho, ejercitarnos tan mal en el amor de Dios, que no nos parece posible tratar un alma así con Dios. Mas algunas personas conozco yo, que así como estotras no sacaban bien –porque, cierto, no lo entendían, ni creo pensaban sino ser dicho de su cabeza–, estotras han sacado tan gran bien, tanto regalo, tan gran seguridad de temores, que tenían que hacer particulares alabanzas a nuestro Señor muchas veces, que dejó remedio saludable para las almas que con hirviente amor le aman, que entiendan y vean que es posible humillarse Dios a tanto; que no bastaba su experiencia para dejar de temer cuando el Señor les hacía grandes regalos. Ven aquí pintada su seguridad.
6.—Y sé de alguna que estuvo hartos años con muchos temores, y no hubo cosa que la haya asegurado, sino que fue el Señor servido oyese algunas cosas de los Cánticos, y en ellas entendió ir bien guiada su alma1_3. Porque, como he dicho, conoció que es posible pasar el alma enamorada por su Esposo todos esos regalos y desmayos y muertes y aflicciones y deleites y gozos con Él, después que ha dejado todos los del mundo por su amor y está del todo puesta y dejada en sus manos. Esto no de palabra –como acaece en algunos–, sino con toda verdad, confirmada por obras.
¡Oh hijas mías, que es Dios muy buen pagador, y tenéis un Señor y un Esposo que no se le pasa nada sin que lo entienda y lo vea! Y así, aunque sean cosas muy pequeñas, no dejéis de hacer por su amor lo que pudiereis. Su Majestad las pagará; no mirará sino el amor con que las hiciereis.
7.—Pues concluyo en esto: que jamás en cosa que no entendáis de la Sagrada Escritura, ni de los misterios de nuestra fe, os detengáis más de como he dicho, ni de palabras encarecidas que en ella oigáis que pasa Dios con el alma, no os espantéis. El amor que nos tuvo y tiene me espanta a mí más y me desatina, siendo los que somos; que teniéndole, ya entiendo que no hay encarecimiento de palabras con que nos le muestre, que no le haya mostrado más con obras; sino, cuando lleguéis aquí, por amor de mí os ruego que os detengáis un poco pensando en lo que nos ha mostrado y lo que ha hecho por nosotras, viendo claro que amor tan poderoso y fuerte que tanto le hizo padecer ¿con qué palabras se pueda mostrar que nos espanten?
8.—Pues tornando a lo que comencé a decir1_4, grandes cosas debe haber y misterios en estas palabras, pues cosa de tanto valor, que me han dicho letrados (rogándoles yo que me declaren lo que quiere decir el Espíritu Santo y el verdadero sentido de ellos), dicen que los doctores escribieron muchas exposiciones y que aún no acaban de darle1_5. Parecerá demasiada soberbia la mía, siendo esto así, quereros yo declarar algo; y no es mi intento, por poco humilde que soy, pensar que atinaré a la verdad. Lo que pretendo es, que así como yo me regalo en lo que el Señor me da a entender cuando algo de ellos oigo, que decíroslo por ventura os consolará como a mí. Y si no fuere a propósito de lo que quiere decir, tómolo yo a mi propósito; que no saliendo de lo que tiene la Iglesia y los santos (que para esto, primero lo examinarán bien letrados que lo entiendan, que los veáis vosotras), licencia nos da el Señor –a lo que pienso–, como nos la da para que pensando en la sagrada Pasión, pensemos muchas más cosas de fatigas y tormentos que allí debía de padecer el Señor, de que los evangelistas escriben. Y no yendo con curiosidad, como dije al principio, sino tomando lo que Su Majestad nos diere a entender, tengo por cierto no le pesa que nos consolemos y deleitemos en sus palabras y obras, como se holgaría y gustaría el rey si a un pastorcillo amase y le cayese en gracia y le viese embobado mirando el brocado y pensando qué es aquello y cómo se hizo. Que tampoco no hemos de quedar las mujeres tan fuera de gozar las riquezas del Señor. De disputarlas y enseñarlas, pareciéndoles aciertan, sin que lo muestren a letrados, esto sí. Así que ni yo pienso acertar en lo que escribo (bien lo sabe el Señor), sino, como este pastorcillo que he dicho, consuélame, como a hijas mías, deciros mis meditaciones y serán con hartas boberías; y así comienzo, con el favor de este divino Rey mío y con licencia del que me confiesa. Plega a Él, que como ha querido atine en otras cosas que os he dicho1_6 (o Su Majestad por mí quizá por ser para vosotras), atine en estas; y si no, doy por bien empleado el tiempo que ocupare en escribir y tratar con mi pensamiento tan divina materia que no la merecía yo oír.
9.—Paréceme a mí, en esto que dice al principio, habla con tercera persona, y es la misma: que da a entender que hay en Cristo dos naturalezas, una divina y otra humana. En esto no me detengo, porque mi intento es hablar en lo que me parece podemos aprovecharnos las que tratamos de oración; aunque todo aprovecha para animar y admirar un alma que con ardiente deseo ama al Señor. Bien sabe Su Majestad que, aunque algunas veces he oído exposición de algunas palabras de estas y me la han dicho pidiéndolo yo, son pocas, que poco ni mucho no se me acuerda, porque tengo muy mala memoria; y así no podré decir sino lo que el Señor me enseñare, y fuere a mi propósito, y de este principio jamás he oído cosa que me acuerde.Béseme con beso de su boca.
10.—¡Oh Señor mío y Dios mío, y qué palabra esta, para que la diga un gusano a su Criador! ¡Bendito seáis Vos, Señor, que por tantas maneras nos habéis enseñado! Mas ¿quién osara, Rey mío, decir esta palabra, si no fuera con vuestra licencia? Es cosa que espanta, y así espantará decir yo que la diga nadie. Dirán que soy una necia, que no quiere decir esto, que tiene muchas significaciones, que está claro que no habíamos de decir esta palabra a Dios, que por eso es bien estas cosas no las lean gente simple. Yo lo confieso, que tiene muchos entendimientos1_7: mas el alma que está abrasada de amor que la desatina, no quiere ninguno, sino decir estas palabras. Sí, que no se lo quita el Señor.
¡Válgame Dios! ¿Qué nos espanta? ¿No es de admirar más la obra? ¿No nos llegamos al Santísimo Sacramento? Y aun pensaba yo si pedía la Esposa esta merced que Cristo después nos hizo. También he pensado si pedía aquel ayuntamiento tan grande, como fue hacerse Dios hombre, aquella amistad que hizo con el género humano; porque claro está que el beso es señal de paz y amistad grande entre dos personas. Cuántas maneras hay de paz, el Señor ayude a que lo entendamos.
11.—Una cosa quiero decir antes que vaya adelante, y a mi parecer, de notar, aunque viniera mejor a otro tiempo, mas para que no se nos olvide: que tengo por cierto habrá muchas personas que se llegan al Santísimo Sacramento (y plega al Señor yo mienta) con pecados mortales graves; y si oyesen a un alma muerta por amor de su Dios decir estas palabras, se espantarían y lo tendrían por gran atrevimiento. Al menos estoy yo segura que no la dirán ellos, porque estas palabras y otras semejantes que están en los Cantares, dícelas el amor; y como no le tienen, bien pueden leer los Cantares cada día y no se ejercitar en ellas, ni aun las osarán tomar en la boca; que verdaderamente aun oírlas hace temor, porque traen gran majestad consigo. Harta traéis Vos, Señor mío, en el Santísimo Sacramento; sino, como no tienen fe viva, sino muerta, estos tales ven os tan humilde bajo especies de pan, no les habláis nada, porque no lo merecen ellos oír, y así se atreven tanto.
12.—Así que estas palabras verdaderamente pondrían temor en sí si estuviesen en sí quien las dice, tomada sola la letra; mas a quien vuestro amor, Señor, ha sacado de sí, bien perdonaréis diga eso y más, aunque sea atrevimiento. Y, Señor mío, si significa paz y amistad, ¿por qué no os pedirán las almas la tengáis con ellas? ¿Qué mejor cosa podemos pedir que lo que yo os pido, Señor mío, que me deis esta paz con beso de vuestra boca? Esta, hijas, es altísima petición, como después os diré1_8.
Capítulo 2
Trata de nueve maneras de falsa paz que ofrecen al alma el mundo, la carne y el demonio. Declara la santidad del estado religioso, que conduce a la paz verdadera, deseada porla esposa en los «Cantares»2_1.
1.—Dios os libre de muchas maneras de paz que tienen los mundanos; nunca Dios nos la deje probar, que es para guerra perpetua. Cuando uno de los del mundo anda muy quieto, andando metido en grandes pecados y tan sosegado en sus vicios que en nada le remuerde la conciencia, esta paz ya habéis leído que es señal que el demonio y él están amigos: mientras viven, no les quiere dar guerra, porque según son malos, por huir de ella y no por amor de Dios, se tornarían algo a El. Mas los que van por aquí, nunca duran en servirle. Luego, como el demonio lo entiende, tórnales a dar gusto a su placer y tórnanse a su amistad, hasta que los tiene adonde les da a entender cuán falsa era su paz. En estos no hay que hablar; allá se lo hayan, que yo espero en el Señor no se hallará entre vosotras tanto mal; aunque podía el demonio comenzar por otra paz en cosas pocas, y siempre, hijas, mientras vivimos nos hemos de temer.
2.—Cuando la religiosa comienza a relajarse en unas cosas que en sí parecen poco, y perseverando en ellas mucho y no les remordiendo la conciencia, es mala paz, y de aquí puede el demonio traerla a mil males2_2; así como es un quebrantamiento de constitución, que en sí no es pecado, o no andar con cuidado en lo que manda el prelado, aunque no con malicia; en fin, está en lugar de Dios, y es bien siempre –que a eso venimos– andar mirando lo que quiere; cosillas muchas que se ofrecen, que en sí no parecen pecado y, en fin, hay faltas y halas de haber, que somos miserables. No digo yo que no. Lo que digo es que sientan cuando se hacen, y entiendan que faltaron; porque si no –como digo– de este se puede el demonio alegrar, y poco a poco ir haciendo insensible al alma de estas cosillas. Yo os digo, hijas, que cuando esto llegare a alcanzar, que no tenga poco, porque temo pasará adelante. Por eso miraos mucho, por amor de Dios; guerra ha de haber en esta vida2_3, porque con tantos enemigos no es posible dejarnos estar mano sobre mano, sino que siempre ha de haber cuidado y traerle de cómo andamos en lo interior y exterior.
3.—Yo os digo que ya que en la oración os haga el Señor mercedes y os dé lo que después diré2_4, que salidas de allí no os falten mil tropiecillos, mil ocasioncillas, quebrantar con descuido lo uno, no hacer bien lo otro, turbaciones interiores y tentaciones. No digo que ha de ser esto siempre o muy ordinario. Es grandísima merced del Señor: así se adelanta el alma. No es posible ser aquí ángeles, que no es nuestra naturaleza. Es así que no me turba alma cuando la veo con grandísimas tentaciones; que, si hay amor y temor de nuestro Señor, ha de salir con mucha ganancia. Yo lo sé. Y si la veo andar siempre quieta y sin ninguna guerra (que he topado algunas), aunque la vea no ofender al Señor, siempre me traen con miedo, nunca acabo de asegurarme y probarlas y tentarlas yo, si puedo, ya que no lo hace el demonio, para que vean lo que son. Pocas he topado; mas es posible ya que el Señor llega a un alma a mucha contemplación.
4.—Son modos de proceder, y estánse en un contento ordinario e interior, aunque tengo para mí que no se entienden y apurado lo veo, que algunas veces tienen sus guerrillas, sino que son pocas. Mas es así que no he envidia a estas almas y que lo he mirado con aviso, y veo que se adelantan mucho más las que andan con la guerra dicha –sin tener tanta oración– en las cosas de perfección, que acá podemos entender. Dejemos almas que están ya tan aprovechadas y tan mortificadas, después de haber pasado por muchos años esta guerra; como ya muertas al mundo, las da nuestro Señor ordinariamente paz, mas no de manera que no sientan la falta que hacen y les dé mucha pena.
5.—Así que, hijas, por muchos caminos lleva el Señor; mas siempre os temed, como he dicho2_5, cuando no os doliere algo la falta que hiciereis; que de pecado, aunque sea venial, ya se entiende os ha de llegar al alma, como –gloria a Dios– creo y veo lo sentís ahora.
Notad una cosa, y esto se os acuerde por amor de mí: si una persona está viva, poquito que la lleguen con un alfiler ¿no lo siente, o una espinita, por pequeñita que sea? Pues si el alma no está muerta, sino que tiene vivo un amor de Dios, ¿no es merced grande suya que cualquiera cosita que se haga contra lo que hemos profesado y estamos obligadas, se sienta? ¡Oh, que es un hacer la cama Su Majestad de rosas y flores para Sí en el alma2_6, a quien da este cuidado, y es imposible dejarse de venir a regalarla a ella, aunque tarde! Válgame Dios, ¿qué hacemos los religiosos en el monasterio?, ¿a qué dejamos el mundo?, ¿a qué venimos?, ¿en qué mejor nos podemos emplear que hacer aposentos en nuestras almas a nuestro Esposo y llegar a tiempo que le podamos decir que nos dé beso con su boca? Venturosa será la que tal petición hiciere, y cuando venga el Señor, no halle su lámpara muerta, y de harto de llamar se torne2_7. ¡Oh hijas mías, que tenemos gran estado, que no hay quien nos quite decir esta palabra a nuestro Esposo, pues le tomamos por tal cuando hicimos profesión sino nosotras mismas!
6.—Entiéndanme las almas de las que fueren escrupulosas, que no hablo por alguna falta alguna vez, o faltas, que no todas se pueden entender, ni aun sentir siempre; sino con quien las hace muy ordinarias, sin hacer caso, pareciéndole nonada, y no la remuerde ni procura enmendarse. De esta torno a decir que es peligrosa paz y que estéis advertidas de ella. Pues ¿qué será de los que la tienen en mucha relajación de su Regla? No plega a Dios haya ninguna. De muchas maneras la debe dar el demonio, que lo permite Dios por nuestros pecados. No hay que tratar de esto; esto poquito os he querido advertir. Vamos a la amistad y paz que nos comienza a mostrar el Señor en la oración, y diré lo que Su Majestad me diere a entender.
7.—Después me ha parecido será bien deciros un poquito de la paz que da el mundo y nos da nuestra misma sensualidad; porque aunque esté en muchas partes mejor escrito que yo lo diré, quizá no tendréis con qué comprar los libros, que sois pobres, ni quién os haga limosna de ellos; y esto estáse en casa y vese aquí junto.
Podríanse engañar en la paz que da el mundo por muchas maneras. De algunas que diga, sacaréis las demás: [8] o con riquezas, que si tienen bien lo que han menester y muchos dineros en el arca, como se guarden de hacer pecados graves, todo les parece está hecho. Gózanse de lo que tienen, dan una limosna de cuando en cuando; no miran que aquellos bienes no son suyos, sino que se los dio el Señor como a mayordomos suyos, para que partan a los pobres, y que les han de dar estrecha cuenta del tiempo que lo tienen sobrado en el arca, suspendido y entretenido a los pobres, si ellos están padeciendo. Esto no nos hace al caso más de para que supliquéis al Señor les dé luz no se estén en este embebecimiento y les acaezca lo que al rico avariento2_8, y para que alabéis a Su Majestad que os hizo pobres y lo toméis por particular merced suya.
9.—¡Oh hijas mías, qué gran descanso no tener estas cargas, aun para descansar acá!; que para el día del fin, no le podéis imaginar. Son esclavos estos, y vosotras señoras; aun por esto lo veréis. ¿Quién tiene más descanso, un caballero que le ponen en la mesa cuanto ha de comer y le dan todo lo que ha de vestir, o su mayordomo que le ha de dar cuenta de un solo maravedí? Estotro gasta sin tasa, como bienes suyos; el pobre mayordomo es el que lo pasa, y mientras más hacienda, más, que ha de estar desvelándose cuando se ha de dar la cuenta; en especial, si es de muchos años y se descuidan un poco, es el alcance mucho; no sé cómo se sosiega.
No paséis por esto, hijas, sin alabar mucho a nuestro Señor, y siempre ir adelante en lo que ahora hacéis en no poseer nada en particular ninguna, que sin cuidado comemos lo que nos envía el Señor, y como lo tiene Su Majestad que no nos falte nada, no tenemos que dar cuenta de lo que nos sobra. Su Majestad tiene cuenta, que no sea cosa que nos le ponga de repartirlo2_9.
10.—Lo que es menester, hijas, es contentarnos con poco, que no hemos de querer tanto como los que dan estrecha cuenta, como la ha de dar cualquier rico, aunque no la tenga él acá, sino que la tengan sus mayordomos. ¡Y cuán estrecha! Si lo entendiese, no comería con tanto contento ni se daría a gastar lo que tiene en cosas impertinentes y de vanidad. Así vosotras, hijas; siempre mirad con lo más pobre que pudiereis pasar, así de vestidos como de manjares, porque si no, hallaros heis engañadas, que no os lo dará Dios, y estaréis descontentas. Siempre procurad servir a Su Majestad de manera que no comáis lo que es de los pobres, sin servirlo; aunque mal se puede servir el sosiego y descanso que os da el Señor en no tener cuenta de dar cuenta de riquezas. Bien sé que lo entendéis, mas es menester que por ellos deis a tiempo gracias particulares a Su Majestad.
11.—De la paz que da el mundo en honras, no tengo para qué os decir nada, que pobres nunca son muy honrados2_10. En lo que os puede hacer daño grande, si no tenéis aviso, en las alabanzas; que nunca acaba de que comienza, para después abajaros más. Es lo más ordinario en decir que sois unas santas, con palabras tan encarecidas que parece los enseña el demonio. Y así debe ser a veces, porque si lo dijesen en ausencia, pasaría; mas en presencia, ¿qué fruto puede traer, sino daño, si no andáis con mucho aviso?
12.—Por amor de Dios os pido, que nunca os pacifiquéis en estas palabras, que poco a poco os podrían hacer daño y creer que dicen verdad, o en pensar que ya es todo hecho y que lo habéis trabajado. Vosotras nunca dejéis pasar palabra sin moveros guerra en vuestro interior, que con facilidad se hace, si tenéis costumbre. Acordaos cuál paró el mundo a Cristo nuestro Señor, y qué ensalzado le había tenido el día de Ramos. Mirad en la estima que ponía a san Juan Bautista, que le querían tener por el mesías y en cuánto y por qué le descabezaron.
13.—Jamás el mundo ensalza sino para abajar, si son hijos de Dios los ensalzados. Yo tengo harta experiencia de esto. Solía afligirme mucho de ver tanta ceguedad en estas alabanzas y ya me río como si viese hablar un loco. Acordaos de vuestros pecados, y puesto que en alguna cosa os digan verdad, advertid que no es vuestro y que estáis obligados a servir más. Despertad temor en vuestra alma, para que no se sosiegue en ese beso de tan falsa paz que da el mundo. Creed que es la de Judas; aunque algunos no lo digan con esa intención, el demonio está mirando, que podrá llevar despojo, si no os defendéis. Creed que es menester aquí estar con la espada en la mano de la consideración; aunque os parezca no os hace daño, no os fiéis de eso. Acordaos cuántos estuvieron en la cumbre y están en el profundo. No hay seguridad mientras vivimos, sino que, por amor de Dios, hermanas, siempre salgáis con guerra interior de estas alabanzas; porque así saldréis con ganancia de humildad, y el demonio que está a la mira de vos, y el mundo, quedará corrido.
14.—De la paz y daño que con ella nos puede hacer nuestra misma carne, había mucho que decir. Advertiros he algunos puntos, y por ahí, como he dicho2_11, sacaréis lo demás. Es muy amiga de regalo, ya lo veis, y harto peligroso pacificarse con ellos, si lo entendiésemos. Yo lo pienso muchas veces y no puedo acabar de entender cómo hay tanto sosiego y paz en las personas muy regaladas. ¿Por ventura merece el cuerpo sacratísimo de nuestro dechado y luz menos regalo que los nuestros? ¿Había hecho por qué padecer tantos trabajos? ¿Hemos leído de santos –que son los que ya sabemos que están en el cielo, cierto– tener vida regalada? ¿De dónde viene este sosiego en ella? ¿Quién nos ha dicho que es buena? ¿Qué es esto, que tan sosegadamente se pasan los días con comer bien y dormir y buscar recreaciones y todos los descansos que pueden algunas personas, que me quedo boba de mirarlo? No parece ha de haber otro mundo, y que en aquello hay el menor peligro de él.
15.—¡Oh hijas, si supieseis el grande mal que aquí está encerrado! El cuerpo engorda, el alma enflaquece; que si la viésemos, parece que va ya a expirar. En muchas partes veréis escrito el gran mal que hay pacificarse en esto, que aun si entendiesen que es malo, tendríamos esperanza de remedio; mas temo no les pasa por pensamiento. Como se usa tanto, no me espanto. Yo os digo que aunque en esto su carne sosiega, que por mil partes tengan la guerra si se han de salvar, y valdríales más entenderse y tomar la penitencia poco a poco, que les ha de venir por junto. Esto he dicho para que alabéis mucho a Dios, hijas, de estar donde aunque vuestra carne quiera pacificarse en esto, no puede. Podría dañaros disimuladamente, que es con color de enfermedad, y habéis menester traer mucho aviso en esto: que un día os hará mal tomar disciplina, y de aquí a ocho días por ventura no; y otra vez no traer lienzo y, por algunos días, no lo habéis de tomar para continuo; y otra comer pescado, y si se acostumbra, hácese el estómago a ello, y no le hace mal. Pareceros ha que tenéis tanta flaqueza que no podéis pasar sin comer carne, y con no ayunar algún día basta para esa flaqueza2_12. De todo esto y mucho más tengo experiencia, y no se entiende que va mucho en hacer estas cosas, aunque no haya mucha necesidad de ellas. Lo que digo es que no nos soseguemos en lo que es relajar, sino que nos probemos algunas veces; porque yo sé que esta carne es muy falsa y que es menester entenderla. El Señor nos dé luz para todo por su bondad. Gran cosa es la discreción y fiar de los superiores y no de nosotras.
16.—Tornando al propósito2_13, señal es que, pues la Esposa señala la paz que pide diciendo: Béseme con beso de su boca, que otras maneras de hacer paces y mostrar amistad tiene el Señor. Quiéroos decir ahora algunas, para que veáis qué petición es esta tan alta, y de la diferencia que hay de lo uno a lo otro.
¡Oh gran Dios y Señor nuestro, qué sabiduría tan profunda! Bien pudiera decir la Esposa: Béseme, y parece concluía su petición en menos palabras. ¿Por qué señala con beso de su boca? Pues a buen seguro que no hay letra demasiada. El porqué, yo no lo entiendo, mas diré algo sobre esto. Poco va que no sea a este propósito, como he dicho2_14, si de ello nos aprovechamos. Así que de muchas maneras trata paz el Rey nuestro y amistad con las almas, como vemos cada día, así en la oración como fuera de ella; sino que nosotras la tenemos con Su Majestad de pelillo, como dicen2_15. Miraréis, hijas, en qué está el punto para que podáis pedir lo que la Esposa, si el Señor os llegare a él; si no, no desmayéis, que con cualquier amistad que tengáis con Dios quedáis harto ricas, si no falta por vosotras. Mas para lastimar es y dolernos mucho los que por nuestra culpa no llegamos a esta tan excelente amistad y nos contentamos con poco.
17.—¡Oh Señor!, ¿no nos acordaríamos que es mucho el premio y sin fin, y que llegadas ya a tanta amistad, acá nos le da el Señor, y que muchos se quedan al pie del monte que pudieran subir a la cumbre? En otras cosillas que os he escrito2_16, os he dicho esto muchas veces, y ahora os lo torno a decir y rogar, que siempre vuestros pensamientos vayan animosos, que de aquí vendrán a que el Señor os dé gracia para que lo sean las obras. Creed que va mucho en esto, pues hay unas personas que han ya alcanzado la amistad del Señor, porque confesaron bien sus pecados y se arrepintieron, mas no pasan dos días que se tornan a ellos. A buen seguro que no es esta la amistad que pide la Esposa. Siempre, oh hijas, procurad no ir al confesor cada vez a decir una falta2_17.
18.—Verdad es que no podemos estar sin ellas; mas siquiera múdense, porque no echen raíces, que serán más malas de arrancar, y aún podrán venir de ella a nacer otras muchas. Que si una hierba o arbolillo ponemos y cada día le regamos, cuál se para tan grande, que para arrancarles después es menester pala y azadón. Así me parece es hacer cada día una falta, por pequeña que sea, si no nos enmendamos de ella; y si un día o diez se pone, y se arranca luego, es fácil. En la oración lo habéis de pedir al Señor, que de nosotras poco podemos, antes añadiremos que se quitarán. Mirad que en aquel espantoso juicio de la hora de la muerte no se nos hará poco, en especial a las que tomó por esposas el Juez en esta vida.
19.—¡Oh gran dignidad, digna de despertarnos para andar con diligencia a contentar este Señor y Rey nuestro! Mas ¡qué mal pagan estas personas la amistad, pues tan presto se tornan enemigos mortales! Por cierto, que es grande la misericordia de Dios: ¿qué amigo hallaremos tan sufrido? Y aún una vez que acaezca esto entre dos amigos, nunca se quita de la memoria ni acaban a tener tan fiel amistad como antes. Pues, ¿qué de veces serán las que faltan en la de nuestro Señor de esta manera y qué de años nos espera de esta suerte? Bendito seáis Vos, Señor Dios mío, que con tanta piedad nos lleváis que parece olvidáis vuestra grandeza para no castigar, como sería razón, traición tan traidora como esta. Peligroso estado me parece, porque aunque la misericordia de Dios es la que vemos, también vemos muchas veces morirse en él sin confesión. Líbrenos Su Majestad por quien Él es, hijas, de estar en estado tan peligroso.
20.—Hay otra amistad mayor que esta, de personas que se guardan de ofender al Señor mortalmente; harto han alcanzado los que han llegado aquí, según está el mundo. Estas personas, aunque se guardan de no pecar mortalmente, no dejan de caer de cuando en cuando, a lo que creo; porque no se les da nada de pecados veniales, aunque hagan muchos al día, y así están bien cerca de los mortales. Dicen: «¿de esto hacéis caso?»; muchos que he yo oído: «para eso hay agua bendita, y los remedios que tiene la Iglesia, madre nuestra», cosa por cierto para lastimar mucho. Por amor de Dios, que tengáis en esto gran aviso de nunca os descuidar hacer pecado venial, por pequeño que sea, con acordaros hay este remedio, porque no es razón el bien nos sea ocasión de hacer mal. Acordaros, después de hecho, este remedio y procurarlo luego, esto sí.
21.—Es muy gran cosa traer siempre la conciencia tan limpia que ninguna cosa os estorbe a pedir a nuestro Señor la perfecta amistad que pide la Esposa. Al menos no es esta que queda dicha; es amistad bien sospechosa por muchas razones2_18; y llegada a regalos y aparejada para mucha tibieza, y ni bien sabrán si es pecado venial o mortal el que hacen. Dios os libre de ella; porque con parecerles no tienen cosas de pecados grandes, como ven a otros, parece se aseguran y este no es estado de perfecta humildad juzgarlos por muy ruines. Podrá ser sean muy mejores, porque lloran su pecado, y con gran arrepentimiento, y por ventura mejor propósito que ellos, que darán en nunca ofender a Dios, en poco ni en mucho. Estos otros, con parecerles no hacen ninguna cosa de aquellas, toman más anchura para sus contentos; estos por la mayor parte tendrán sus oraciones vocales, no muy bien rezadas, porque no lo llevan por tan delgado.
22.—Hay otra manera de amistad y paz, que comienza a dar nuestro Señor a unas personas que totalmente no le querrían ofender en nada; aunque no se apartan tanto de las ocasiones, tienen sus ratos de oración, dales nuestro Señor ternuras y lágrimas, mas no querrían ellas dejar los contentos de esta vida, sino tenerla buena y concertada, que parece para vivir acá con descanso les está bien aquello. Esta vida trae consigo hartas mudanzas. Harto será si duran en la virtud. Porque no apartándose de los contentos y gustos del mundo, presto tornarán a aflojar en el camino del Señor, que hay grandes enemigos para defendérnosle. No es esta, hijas, la amistad que quiere la Esposa tampoco, ni vosotras la queráis. Apartaos siempre de cualquier ocasioncita, por pequeña que sea, si queréis que vaya creciendo el alma y vivir con seguridad.
23.—No sé para qué os voy diciendo estas cosas si no es para que entendáis los peligros que hay en no desviarnos con determinación de las cosas del mundo todas, porque ahorraríamos de hartas culpas y de hartos trabajos. Son tantas las vías por donde comienza nuestro Señor a tratar amistad con las almas, que sería nunca acabar –me parece– las que yo he entendido, con ser mujer, ¿qué harán los confesores y personas que las tratan más particularmente? Y así que algunas me desatinan, porque no parece les falta nada para ser amigas de Dios. En especial, os contaré una que ha poco que traté muy particularmente. Ella era amiga de comulgar muy a menudo mucho, y jamás decía mal de nadie, y ternura en la oración y continua soledad, porque estaba en su casa por sí; tan blanda de condición, que ninguna cosa que se le decía la hacía tener ira, que era harta perfección, ni decir mala palabra. Nunca se había casado, ni era ya de edad para casarse, y había pasado hartas contradicciones en esta paz; y como veía esto, parecíanme efectos de muy aventajada alma y de gran oración y preciábala mucho a los principios, porque no la veía ofensa de Dios y entendía se guardaba de ella.
24.—Tratada, comencé a entender de ella que todo estaba pacífico si no tocaba a interés; mas llegado aquí, no iba tan delgada la conciencia, sino bien grueso. Entendí que con sufrir todas las cosas que le decían de esta suerte, tenía un punto de honra que por su culpa no perdiera un tanto o una puntica de su honra o estima; tan embebida en esa miseria que tenía, tan amiga de saber y entender lo uno y lo otro, que yo me espantaba cómo aquella persona podía estar una hora sola, y bien amiga de su regalo. Todo esto hacía y lo doraba, que lo libraba de pecado; y según las razones que daba en algunas cosas, me parece le hiciera yo, si se le juzgara; que en otros bien notorio era, aunque quizá por no se entender bien. Traíame desatinada, y casi todos la tenían por santa. Puesto que vi que de las persecuciones2_19que ella contaba debía tener alguna culpa, y no tuve envidia su modo y santidad; sino que ella u otras dos almas que he visto en esta vida que ahora me acuerde, santas en su parecer, me han hecho más temor que cuantas pecadoras he visto, después que las trataba, y suplicar al Señor nos dé luz2_20.
25.—Alabadle, hijas, mucho que os trajo a monasterio adonde por mucho que haga el demonio no puede tanto engañar como a las que en sus casas están; que hay almas que parece no les falta nada para volar al cielo, porque en todo siguen la perfección a su parecer, mas no hay quien las entienda; porque en los monasterios jamás he visto dejarse de entender, porque no han de hacer lo que quieren, sino lo que les mandan. Y acá, aunque verdaderamente se querrían entender ellas, porque desean contentar al Señor, no pueden; porque, en fin, hacen lo que hacen por su voluntad, y aunque alguna vez la contradigan, no se ejercitan tanto en la mortificación. Dejemos algunas personas a quien muchos años nuestro Señor ha dado luz; que estas procuran tener quien las entienda y a quien se sujetar, y la gran humildad trae poca confianza de sí, aunque más letrados sean.
26.—Otros hay que han dejado todas las cosas por el Señor, y ni tienen casa ni hacienda ni tampoco gustan de regalos, antes son penitentes, ni de las cosas del mundo, porque les ha dado ya el Señor luz de cuán miserables son, mas tienen mucha honra. No querrían hacer cosa que no fuese tan bien acepta a los hombres como al Señor; gran discreción y prudencia. Puédense harto mal concertar siempre estas dos cosas; y es el mal que casi, sin que ellos entiendan su imperfección, siempre gana más el partido del mundo que el de Dios. Estas almas, por la mayor parte, les lastima cualquier cosa que digan de ellas, y no abrazan la cruz, sino llévanla arrastrando, y así las lastima y cansa y hace pedazos; porque si es amada, es suave de llevar. Esto es cierto.
27.—No, tampoco es esta la amistad que pide la Esposa; por eso, hijas mías, mirad mucho (pues habéis hecho lo que aquí digo al principio), no faltéis ni os detengáis en lo segundo. Todo es cansancio para vosotras. Si lo habéis dejado lo más, dejáis el mundo, los regalos y contentos y riquezas de él, que aunque falsos, en fin, placen, ¿qué teméis?2_21. Mirad que no lo entendéis, que por libraros de un desabor que os puede dar, con un dicho os cargáis de mil cuidados y obligaciones. Son tantas las que hay, si queremos contentar a los del mundo, que no se sufre decirlas por no me alargar, ni aun sabría.
28.—Hay otras almas –y con esto acabo, que por aquí, si vais advirtiendo, entenderéis muchas vías por donde comienzan a aprovechar y se quedan en el camino–, digo que hay otras, que ya tampoco se les da mucho de los dichos de los hombres ni de la honra; mas no están ejercitadas en la mortificación y en negar su propia voluntad, y así no parece les sale el miedo del cuerpo. Puestos en sufrir, con todo parece está ya acabado: mas en negocios graves de la honra del Señor, torna a revivir la suya y ellos no lo entienden; no les parece temen ya el mundo, sino a Dios. Peligros sacan, lo que puede acaecer2_22, para hacer que una obra virtuosa sea tornada en mucho mal, que parece que el demonio se las enseña; mil años antes profetizan lo que puede venir, si es menester.
29.—No son estas almas de las que harán lo que san Pedro, de echarse en la mar2_23, ni lo que otros muchos santos. En su sosiego allegarán almas al Señor, mas no poniéndose en peligros; ni la fe obra2_24 mucho para sus determinaciones. Una cosa he notado: que pocos vemos en el mundo, fuera de religión, fiar de Dios su mantenimiento; solas dos personas conozco yo. Que en la religión ya saben no les ha de faltar; aunque quien entra de veras por solo Dios, creo no se le acordará de esto. ¡Mas cuántos habrá, hijas, que no dejaran lo que tenían si no fuera con la seguridad! Porque en otras partes que os he dado aviso he hablado mucho en estas ánimas pusilánimes y dicho el daño que les hace y el gran bien tener grandes deseos, ya que no puedan las obras, no digo más de estas, aunque nunca me cansaría2_25. Pues las llega el Señor a tan gran estado, sírvanle con ello, y no se arrinconen; que aunque sean religiosos, si no pueden aprovechar a los prójimos, en especial mujeres, con determinación grande y vivos deseos de las almas, tendrá fuerza su oración, y aun por ventura querrá el Señor que en vida o en muerte aprovechen, como hace ahora el santo fray Diego2_26, que era lego y no hacía más de servir, y después de tantos años muerto, resucita el Señor su memoria para que nos sea ejemplo. Alabemos a Su Majestad.
30.—Así que, hijas mías, el Señor si os ha traído a este estado, poco os falta para la amistad y la paz que pide la Esposa; no dejéis de pedirla con lágrimas muy continuas y deseos. Haced lo que pudiereis de vuestra parte para que os la dé; porque sabed que no es esta la paz y amistad que pide la Esposa; aunque hace harta merced el Señor a quien llega a este estado, porque será con haberse ocupado en mucha oración y penitencia y humildad y otras muchas virtudes. Sea siempre alabado el Señor que todo lo da, amén.
Capítulo 3
Trata de la verdadera paz que Dios concede al alma, su unión con ella, y de los ejemplos de caridad heroica de algunos siervos de Dios.
Béseme con beso de tu boca (Cant 1, 1)
1.—¡Oh santa Esposa!, vengamos a lo que vos pedís, que es aquella santa paz, que hace aventurar al alma a ponerse a guerra con todos los del mundo quedando ella con toda seguridad y pacífica. ¡Oh, qué dicha tan grande será alcanzar esta merced!, pues es juntarse con la voluntad de Dios, de manera que no haya división entre Él y ella, sino que sea una misma voluntad; no por palabras, no por solos deseos, sino puesto por obra; de manera que en entendiendo que sirve más a su Esposo en una cosa, haya tanto amor y deseo de contentarle, que no escuche las razones que le dará el entendimiento, ni los temores que le pondrá, sino que deje obrar la fe de manera que no mire provecho ni descanso, sino acabe ya de entender que en esto está todo su provecho.
2.—Pareceros ha, hijas, que eso no va bien, pues es tan loable cosa hacer las cosas con discreción3_1. Habéis de mirar un punto, que es entender que ha el Señor (a lo que vos podéis entender, digo, que cierto no se puede saber) oída vuestra petición, de besaros con beso de su boca. Que si esto conocéis por los efectos, no hay que deteneros en nada, sino olvidaros de vos por contentar a este tan dulce Esposo. Su Majestad se da a sentir a los que gozan de esta merced, con muchas muestras. Una es menospreciar todas las cosas de la tierra, estimarlas en tan poco como ellas son, no querer bien suyo porque ya tiene entendido su vanidad, no se alegrar sino con los que aman a su Señor; cánsale la vida, tiene en la estima las riquezas que ellas merecen; otras cosas semejantes a estas, que enseña el que las puso en tal estado.
3.—Llegada aquí el alma, no tiene qué temer si no es si no ha de merecer que Dios se quiera servir de ella en darla trabajos y ocasión para que pueda servirle, aunque sea muy a su costa. Así que aquí, como he dicho3_2, obra el amor y la fe y no se quiere aprovechar el alma de lo que la enseña el entendimiento, porque esta unión que entre el Esposo y esposa hay, la ha enseñado otras cosas que él no alcanza y tráele debajo de los pies3_3.
Pongamos una comparación para que lo entendáis. Está uno cautivo en tierra de moros. Este tiene un padre pobre o un grande amigo, y si este no le rescata, no tiene remedio. Para haberle de rescatar no bastó lo que tiene, sino que ha él de ir a servir por él. El grande amor que le tiene pide que quiera más la libertad de su amigo que la suya; mas luego viene la discreción con muchas razones y dice que más obligado es a sí, y podrá ser que tenga él menos fortaleza que el otro y que le hagan dejar la fe, que no es bien ponerse en este peligro, y otras muchas cosas.
4.—¡Oh amor fuerte de Dios! ¡Y cómo no le parece que ha de haber cosa imposible a quien ama! ¡Oh dichosa alma que ha llegado a alcanzar esta paz de su Dios, que esté señoreada sobre todos los trabajos y peligros del mundo, que ninguno teme, a cuento de servir a tan buen Esposo y Señor, y con más razón que la tiene este pariente y amigo que hemos dicho!3_4. Pues ya habéis leído, hijas, de un Santo, y que no por hijo, ni por amigo, sino porque debía bien haber llegado a esta ventura tan buena de que le hubiese Dios dado esta paz, y por contentar a Su Majestad e imitarle en algo lo mucho que hizo por nosotros, se fue a trocar por hijo de una viuda, que vino a él fatigada, a tierra de moros. Ya habéis leído cuán bien le sucedió, y con la ganancia que vino3_5.
5.—«Creería yo que su entendimiento no dejaría de representarle algunas más razones de las que dije, porque era obispo y había de dejar sus ovejas, y por ventura tendría temores. Mirad una cosa que se me ofrece ahora y viene a propósito para los que de su natural son pusilánimes y de ánimo flaco, que por la mayor parte serán mujeres, y aunque en hecho de verdad su alma haya llegado a este estado, su flaco natural teme. Es menester tener aviso, porque esta flaqueza natural nos hará perder una gran corona. Cuando os hallareis con esta pusilanimidad, acudid a la fe y humildad y no dejéis de acometer con fe, que Dios lo puede todo, y así pudo dar fortaleza a muchas niñas santas, y se la dio para pasar tantos tormentos, como se determinaron a pasar por Él.
6.—«De esta determinación quiere hacerle señor de este libre albedrío, que no ha menester Él nuestro esfuerzo de nada: antes gusta Su Majestad de querer que resplandezcan sus obras en gente flaca, porque hay más lugar de obrar su poder y de cumplir el deseo que tiene de hacernos mercedes. Para esto os han de aprovechar las virtudes que Dios os ha dado, para hacer con determinación y dar de mano a las razones del entendimiento y a vuestra flaqueza y para no dar lugar a que crezca con pensar «si será, si no será», «quizá por mis pecados no mereceré yo que me dé fortaleza como a otros ha dado». No es ahora tiempo de pensar vuestros pecados: dejadlos aparte, que no es ahora tiempo de pensar vuestros pecados, como he dicho; que no es con sazón esa humildad; es a mala coyuntura.
7.—«Cuando os quisieren dar una cosa muy honrosa, o cuando os incite el demonio a vida regalada, o a otras semejantes cosas, temed que por vuestros pecados no lo podréis llevar con rectitud; y cuando hubiereis de padecer algo por nuestro Señor o por el prójimo, no hayáis miedo de vuestros pecados. Con tanta caridad podríais hacer una obra de estas, que os los perdonase todos, y de esto ha miedo el demonio, y por esto os los trae a la memoria entonces. Y tened por cierto, que nunca dejará el Señor a sus amadores, cuando por solo Él se aventuran. Si llevan otros intentos de propio interés, eso miren, que yo no hablo sino de los que pretenden contentar con la mayor perfección al Señor».
8.—Y ahora en nuestros tiempos, conozco yo una persona –y vosotras la visteis, que me vino a ver a mí– que la movía el Señor con tan gran caridad que le costó hartas lágrimas no poderse ir a trocar por un cautivo. Él lo trató conmigo; era de los Descalzos de fray Pedro de Alcántara3_6; y después de muchas importunaciones, recaudó licencia de su General, y estando cuatro leguas de Argel, que iba a cumplir su buen deseo, le llevó el Señor consigo. ¡Y a buen seguro que llevó buen premio! Pues ¡qué de discretos había que le decían era disparate! A los que no llegamos a amar tanto al Señor, así nos parece. Y ¡cuán mayor disparate es acabársenos este sueño de esta vida con tanto seso, que plega a Dios merezcamos entrar en el cielo, cuánto más ser de estos que tanto se aventajaron en amar a Dios!
9.—Ya yo veo es menester gran ayuda suya para cosas semejantes; y por esto os aconsejo, hijas, que siempre con la Esposa pidáis esta paz tan regalada y que así señorea todos estos temorcillos del mundo, que con todo sosiego y quietud le da batería. ¿No está claro que a quien Dios hiciere tan gran merced de juntarse con un alma en tanta amistad, que la ha de dejar bien rica de bienes suyos? Porque, cierto, estas cosas no pueden ser nuestras. El pedir y desear nos haga esta merced, podemos, y aun esto con su ayuda; que lo demás, ¿qué ha de poder un gusano, que el pecado le tiene tan acobardado y miserable, que todaslas virtudes imaginamos tasadamente como nuestro bajo natural?
¿Pues qué remedio, hijas? Pedir con la Esposa. Si una labradorcilla se casase con el rey y tuviese hijos, ¿ya no quedan de sangre real? Pues si a un alma nuestro Señor hace tanta merced que tan sin división se junte con ella, ¿qué deseos, qué efectos, qué hijos de obras heroicas podrán nacer de allí si no fuere por su culpa?3_7.
10.—«Por eso os torno a decir, que para cosas semejantes, si el Señor os hiciera merced que se ofrezcan hacerlas por El, que no hagáis caso de haber sido pecadoras. Es menester aquí que señoree la fe a nuestra miseria, y no os espantéis si al principio de determinaros, y aun después sintiereis temor y flaqueza; ni hagáis caso de ello, si no es para avivaros más; dejad hacer su oficio a la carne3_8; mirad que dice el buen Jesús en la oración del Huerto: La carne es enferma, y acuérdeseos de aquel tan admirable y lastimoso sudor. Pues si aquella carne divina y sin pecado, dice Su Majestad que es enferma, ¿cómo queremos la nuestra tan fuerte que no sienta la persecución que le puede venir y los trabajos? Y en ellos mismos será como sujeta ya la carne al espíritu. Junta su voluntad con la de Dios, no se queja.
11.—«Ofréceseme ahora aquí cómo nuestro buen Jesús muestra la flaqueza de su humanidad antes de los trabajos, y en el golfo de ellos tan gran fortaleza, que no solo quejarse, mas ni en el semblante no hizo cosa por donde pareciese que padecía con flaqueza. Cuando iba al Huerto, dijo: Triste está mi ánima hasta la muerte3_9; y estando en la cruz, que era ya pasando la muerte, no se queja. Cuando en la oración del Huerto, iba a despertar a sus Apóstoles; pues con más razón se quejara a su Madre y Señora nuestra cuando estaba al pie de la cruz y no dormida, sino padeciendo su santísima ánima y muriendo dura muerte, y siempre nos consuela más quejarnos a los que sabemos sienten nuestros trabajos y nos aman más.
12.—«Así que no nos quejemos de temores ni nos desanime ver flaco nuestro natural y esfuerzo; sino procuremos de fortalecernos de humildad, y entender claramente lo poco que podemos nosotros y que si Dios no nos favorece, no somos nada; y desconfiar de todo punto de nuestras fuerzas y confiar de su misericordia, y que hasta estar ya en ello es toda la flaqueza. Que no sin mucha causa lo mostró nuestro Señor; que claro está que no la tenía, pues era la misma fortaleza, sino para consuelo nuestro y para que entendamos lo que nos conviene ejercitar con obras nuestros deseos, y miremos que al principio de mortificarse un alma, todo se le hace penoso; si comienza a dejar regalos, pena; y si ha de dejar honra, tormento; y si ha de sufrir una palabra mala, se le hace intolerable. En fin, nunca le faltan tristezas hasta la muerte. Como acabare de determinarse de morir al mundo, verse ha libre de estas penas; y todo al contrario, no haya miedo que se queje ya, alcanzada la paz que pide la Esposa».
13.—Por cierto que pienso que si nos llegásemos al Santísimo Sacramento con gran fe y amor, que de una vez bastase para dejarnos ricas, ¡cuánto más de tantas!; sino que no parece sino cumplimiento el llegarnos a Él y así nos luce tan poco. ¡Oh miserable mundo, que así tienes tapados los ojos de los que viven en ti, que no vean los tesoros con que podrían granjear riquezas perpetuas!
14.—¡Oh Señor del cielo y de la tierra! ¡Que es posible que aun estando en esta vida mortal se pueda gozar de Vos con tan particular amistad! ¡Y que tan a las claras lo diga el Espíritu Santo en estas palabras, y que aún no lo queramos entender! ¡Qué son los regalos con que tratáis con las almas en estos Cánticos! ¡Qué requiebros, qué suavidades!, que había de bastar una palabra de estas a deshacernos en Vos. Seáis bendito, Señor, que por vuestra parte no perderemos nada. ¡Qué de caminos, por qué de maneras, por qué de modos nos mostráis el amor! Con trabajos, con muerte tan áspera con tormentos, sufriendo cada día injurias y perdonando. Y no solo con esto, sino con unas palabras tan heridoras para el alma que os ama, que la decís en estos Cánticos y la enseñáis que os diga, que no sé yo cómo se pueden sufrir, si Vos no ayudáis para que las sufra quien las siente, no como ellas merecen, sino conforme a nuestra flaqueza.
15.—Pues, Señor mío, no os pido otra cosa en esta vida, sino que me beséis con beso de vuestra boca, y que sea de manera que aunque yo me quiera apartar de esta amistad y unión, esté siempre, Señor de mi vida, sujeta mi voluntad a no salir de la vuestra; que no haya cosa que me impida pueda yo decir, Dios mío y gloria mía, con verdad que son mejores tus pechos y más sabrosos que el vino3_10.
Capítulo 4
Habla de la oración de quietud y de unión y de la suavidad y gustos que causan al espíritu, en comparación de los cuales no son nada los deleites de la tierra.
Más valen tus pechos que el vino, que dan de sí fragancia de muy buenos olores (Cant 1, 1-2).
1.—¡Oh hijas mías, qué secretos tan grandes hay en estas palabras! Dénoslo nuestro Señor a sentir, que harto mal se pueden decir.
Cuando Su Majestad quiere, por su misericordia, cumplir esta petición a la Esposa, es una amistad la que comienza a tratar con el alma, que solo las que la experimentéis la entenderéis, como digo. Mucho de ella tengo escrito en dos libros4_1 (que si el Señor es servido, veréis después que me muera), y muy menuda y largamente, porque veo que los habréis menester, y así aquí no haré más que tocarlo. No sé si acertaré por las mismas palabras que allí quiso el Señor declararlo.
2.—Siéntese una suavidad en lo interior del alma tan grande, que se da bien a sentir estar vecino nuestro Señor de ella. No es esto solo una devoción que ahí mueve a lágrimas muchas, y estas dan satisfacción, o por la Pasión del Señor, o por nuestro pecado, aunque en esta oración de que hablo, que llamo yo de quietud por el sosiego que hace en todas las potencias, que parece la persona tiene muy a su voluntad, aunque algunas veces se siente de otro modo, cuando no está el alma tan engolfada en esta suavidad, parece que todo el hombre interior y exterior conforta, como si le echasen en los tuétanos una unción suavísima, a manera de un gran olor, que si entrásemos en una parte de presto donde le hubiese grande, no de una cosa sola, sino muchas, y ni sabemos qué es ni dónde está aquel olor, sino que nos penetra todos, [3] así parece es este amor suavísimo de nuestro Dios: se entra en el alma, y es con gran suavidad, y la contenta y satisface y no puede entender cómo ni por dónde entra aquel bien. Querría no perderle, querría no menearse, ni hablar, ni aun mirar, porque no se le fuese. Y esto es lo que dice aquí la esposa a mi propósito, que dan de sí los pechos del Esposo olor más que los ungüentos muy buenos4_2.
Porque adonde he dicho4_3 digo lo que el alma ha de hacer aquí para aprovecharnos y esto no es sino para dar a entender algo de lo que voy tratando, no quiero alargarme más de que en esta amistad (que ya el Señor muestra aquí al alma –que la quiere tan particular con ella– que no haya cosa partida entre entrambos), se le comunican grandes verdades; porque esta luz que la deslumbra, por no entenderlo ella lo que es, la hace ver la vanidad del mundo. No ve al buen Maestro que la enseña, aunque entiende que está con ella; mas queda tan bien enseñada y con tan grandes efectos y fortaleza en las virtudes, que no se conoce después ni querría hacer otra cosa ni decir, sino alabar al Señor; y está cuando está en este gozo, tan embebida y absorta, que no parece que está en sí, sino con una manera de borrachez divina que no sabe lo que quiere, ni qué dice, ni qué pide. En fin, no sabe de sí; mas no está tan fuera de sí que no entiende algo de lo que pasa.
4.—Mas cuando este Esposo riquísimo la quiere enriquecer y regalar más, conviértela tanto en Sí, que como una persona que el gran placer y contento la desmaya, le parece se queda suspendida en aquellos divinos brazos y arrimada a aquel sagrado costado y aquellos pechos divinos. No sabe más de4_4 gozar, sustentada con aquella leche divina que la va criando su Esposo, y mejorando para poderla regalar y que merezca cada día más.
Cuando despierta de aquel sueño y de aquella embriaguez celestial, queda como cosa espantada y embobada y con un santo desatino, me parece a mí que puede decir estas palabras: Mejores son tus pechos que el vino.
Porque cuando estaba en aquella borrachez, parecíale que no había más que subir; mas cuando se vio en más alto grado y todo empapada en aquella innumerable grandeza de Dios, y se ve quedar tan sustentada, delicadamente lo comparó; y así dice: Mejores son tus pechos que el vino.
Porque así como un niño no entiende cómo crece ni sabe cómo mama, que aun sin mamar él ni hacer nada, muchas veces le echan la leche en la boca así es aquí, que totalmente el alma no sabe de sí ni hace nada, ni sabe cómo ni por dónde (ni lo puede entender) le vino aquel bien tan grande4_5. Sabe que es el mayor que en la vida se puede gustar, aunque se junten juntos todos los deleites y gustos del mundo. Vese criada y mejorada sin saber cuándo lo mereció; enseñada en grandes verdades sin ver el Maestro que la enseña; fortalecida en las virtudes, regalada de quien tan bien lo sabe y puede hacer. No sabe a qué lo comparar, sino al regalo de la madre que ama mucho al hijo y le cría y regala4_6.
5.—«Porque es al propio esta comparación que así está el alma elevada y tan sin aprovecharse de su entendimiento, en parte, como un niño recibe aquel regalo, y deléitase en él, mas no tiene entendimiento para entender cómo le viene aquel bien: que en el adormecimiento pasado de la embriaguez, no está el alma tan sin obrar, que algo entiende y obra, porque entiende estar cerca de Dios; y así con razón dice: Mejores son tus pechos que el vino.
6.—Grande es, Esposo mío, esta merced, sabroso convite, precioso vino me dais, que con sola una gota me hace olvidar de todo lo criado y salir de las criaturas y de mí, para no querer ya los contentos y regalos que hasta aquí quería mi sensualidad. Grande es este; no le merecía yo.
Después que Su Majestad se le hizo mayor y la llegó más a sí, con razón dice: Mejores son tus pechos que el vino.
Gran merced era la pasada, Dios mío, mas muy mayor es esta, porque hago yo menos en ella; y así es de todas maneras mejor. Gran gozo es y deleite del alma cuando llega aquí»4_7.
7.—¡Oh hijas mías! Déos nuestro Señor a entender o, por mejor decir, a gustar (que de otra manera no se puede entender) qué es del gozo del alma cuando está así. Allá se avengan los del mundo con sus señoríos y con sus riquezas y con sus deleites y con sus honras y con sus manjares; que si todo lo pudiesen gozar sin los trabajos que traen consigo (lo que es imposible), no llegara en mil años al contento que en un momento tiene un alma a quien el Señor llega aquí. San Pablo dice que no son dignos todos los trabajos del mundo de la gloria que esperamos4_8; yo digo, que no son dignos ni pueden merecer una hora de esta satisfacción que aquí da Dios al alma, y gozo y deleite. No tiene comparación, a mi parecer, ni se puede merecer un regalo tan regalado de nuestro Señor, una unión tan unida, un amor tan dado a entender y a gustar, con las bajezas de las cosas del mundo. ¡Donosos son sus trabajos para compararlo a esto!, que si no son pasados por Dios, no valen nada; si lo son, Su Majestad los da tan medidos con nuestras fuerzas, que de pusilánimes y miserables los tememos tanto.
8.—¡Oh cristianos e hijas mías! Despertemos ya, por amor del Señor, de este sueño, y miremos que aún no nos guarda para la otra vida el premio de amarle; en esta comienza la paga. ¡Oh Jesús mío, quién pudiese dar a entender la ganancia que hay de arrojarnos en los brazos de este Señor nuestro y hacer un concierto con Su Majestad, que mire yo a mi Amado y mi Amado a mí; y que mire El por mis cosas, y yo por las suyas!4_9. No nos queramos tanto que nos saquemos los ojos, como dicen.
Torno a decir, Dios mío, y a suplicaros, por la sangre de vuestro Hijo, que me hagáis esta merced; béseme con beso de su boca, que sin Vos, ¿qué soy yo, Señor? Si no estoy junto a Vos, ¿qué valgo? Si me desvío un poquito de Vuestra Majestad, ¿adónde voy a parar?
9.—¡Oh Señor mío y Misericordia mía y Bien mío! Y ¿qué mayor le quiero yo en esta vida que estar tan junto a Vos, que no haya división entre Vos y mí? Con esta compañía, ¿qué se puede hacer dificultoso? ¿Qué no se puede emprender por Vos, teniéndoos tan junto? ¿Qué hay que agradecerme, Señor? Que culparme, muy mucho por lo que no os sirvo. Y así os suplico con san Agustín, con toda determinación, que «me deis lo que mandareis, y mandadme lo que quisiereis»4_10; no volveré las espaldas jamás, con vuestro favor y ayuda.
10.—«Ya yo veo, Esposo mío, que Vos sois para mí»4_11; no lo puedo negar. Por mí vinisteis al mundo, por mí pasasteis tan grandes trabajos, por mí sufristeis tantos azotes, por mí os quedasteis en el Santísimo Sacramento y ahora me hacéis tan grandísimos regalos. Pues, Esposa santa, ¿cómo dije yo que Vos decís: qué puedo hacer por mi Esposo?
11.—«Por cierto, hermanas, que no sé cómo paso de aquí. ¿En qué seré para Vos, mi Dios? ¿Qué puede hacer por Vos quien se dio tan mala maña a perder las mercedes que me habéis hecho? ¿Qué se podrá esperar de sus servicios? Ya que con vuestro favor haga algo, mirad qué puede hacer un gusanillo; ¿para qué le ha menester un poderoso Dios? ¡Oh amor!, que en muchas partes querría decir esta palabra, porque solo él es el que se puede atrever a decir con la Esposa: Yo a mi Amado. Él nos da licencia para que pensemos que Él tiene necesidad de nosotros este verdadero Amador, Esposo y Bien mío4_12.
12.—Pues nos da licencia, tornemos, hijas, a decir: Mi Amado a mí, y yo a mi Amado. ¿Vos a mí, Señor? Pues si Vos venís a mí, ¿en qué dudo que puedo mucho serviros? Pues de aquí adelante Señor, quiérome olvidar de mí y mirar solo en qué os puedo servir y no tener voluntad sino la vuestra. Mas mi querer no es poderoso; Vos sois el poderoso, Dios mío. En lo que yo puedo, que es determinarme, desde este punto lo hago para ponerlo por obra».
Capítulo 5
Prosigue en la oración de unión y dice las riquezas que adquiere el alma en ella por mediación del Espíritu Santo, y lo determinada que está a padecer trabajos por el amado 5_*.
Sentéme a la sombra del que deseaba, y su fruto es dulce para mi garganta (Cant 2, 3).
1.—Ahora preguntemos a la Esposa; sepamos de esta bendita alma, llegada a esta boca divina y sustentada con estos pechos celestiales, para que sepamos, si el Señor nos llega alguna vez a tan gran merced, qué hemos de hacer o cómo hemos de estar, qué hemos de decir.
Lo que nos dice es: Asentéme a la sombra de aquel a quien había deseado y su fruto es dulce para mi garganta. Metióme el Rey en la bodega del vino y ordenó en mí la caridad5_1.
Dice: Asentéme en la sombra del que había deseado.
2.—¡Válgame Dios, qué metida está el alma y abrasada en el mismo sol! Dice que se sentó a la sombra del que había deseado. Aquí no le hace sino manzano, y dice que es su fruta dulce para mi garganta. ¡Oh almas que tenéis oración, gustad de todas estas palabras! ¡De qué manera podemos considerar a nuestro Dios! ¡Qué diferencia de manjares podemos hacer de Él! Es maná, que sabe conforme a lo que queremos que sepa5_2. ¡Oh, qué sombra esta tan celestial y quién supiera decir lo que de esto da a entender el Señor! Acuérdome cuando el ángel dijo a la Virgen sacratísima, Señora nuestra: La virtud del muy alto os hará sombra5_3. ¡Qué amparada se ve un alma, cuando el Señor la pone en esta grandeza! Con razón se puede asentar y asegurar.
3.—Ahora notad que, por la mayor parte y casi siempre (si no es alguna persona que quiere nuestro Señor hacer un señalado llamamiento, como hizo a san Pablo, que lo puso luego en la cumbre de la contemplación y se le apareció y habló de manera que quedó bien ensalzado desde luego)5_4, da Dios estos regalos tan subidos y hace mercedes tan grandes a personas que han mucho trabajado en su servicio y deseado su amor y procurado disponerse para que sean agradables a Su Majestad todas sus cosas. Ya cansadas de grandes años de meditación y de haber buscado este Esposo, y cansadísimas de las cosas del mundo, asiéntanse en la verdad, no buscan en otra parte su consuelo ni sosiego ni descanso, sino adonde entienden que con verdad le pueden tener; pónense debajo del amparo del Señor; no quieren otro. Y ¡cuán bien hacen de fiar de Su Majestad, que así como lo han deseado lo cumplen! Y ¡cuán venturosa es el alma que merece de estar debajo de esta sombra, aun para cosas que se pueden acá ver! Que para lo que el alma sola puede entender, es otra cosa, según he entendido muchas veces.
4.—Parece que estando el alma en el deleite que queda dicho, que se siente estar toda engolfada y amparada con una sombra y manera de nube de la Divinidad, de donde vienen influencias al alma y rocío tan deleitoso, que bien con razón quitan el cansancio que le han dado las cosas del mundo. Una manera de descanso siente allí el alma, que aun la cansa haber de resolgar; y las potencias tan sosegadas y quietas, que aun pensamiento, aunque sea bueno, no querría entonces admitir la voluntad ni le admite por vía de inquirirle ni procurarle. No ha menester menear la mano, ni levantarse, digo la consideración, para nada; porque cortado y guisado, y aun comido, le da el Señor de la fruta del manzano a que ella compara a su amado, y así dice, que su fruto es dulce para su garganta. Porque aquí todo es gustar sin ningún trabajo de las potencias, y en esta sombra de la divinidad (que bien dice sombra, porque con claridad no la podemos acá ver), sino debajo de esta nube está aquel sol resplandeciente y envía por medio del amor una noticia de que se está tan junto Su Majestad, que no se puede decir ni es posible. Sé yo que quien hubiere pasado por ello, entenderá cuan verdaderamente se puede dar aquí este sentido a estas palabras que dice la Esposa5_5.
5.—Paréceme a mí que el Espíritu Santo debe ser medianero entre el alma y Dios y el que la mueve con tan ardientes deseos, que la hace encender en fuego soberano, que tan cerca está. ¡Oh Señor, qué son aquí las misericordias que usáis con el alma! Seáis bendito y alabado por siempre, que tan buen amador sois. ¡Oh Dios mío y criador mío! ¿Es posible que hay nadie que no os ame? ¡Oh, triste de mí, y cómo soy yo la que mucho tiempo no os amé, porque no merecí conoceros! ¡Cómo baja sus ramas este divino manzano, para que unas veces las coja el alma considerando sus grandezas y las muchedumbres de sus misericordias que ha usado con ella y que vea y goce del fruto que sacó Jesucristo Señor nuestro de su Pasión, regando este árbol con su sangre preciosa con tan admirable amor!
Antes de ahora, dice el alma que goza del mantenimiento de sus pechos divinos; como principiante en recibir estas mercedes, la sustentaba el Esposo. Ahora va ya más crecida, y vala más habilitando para darle más. Mantiénela con manzanas5_6, quiere que vaya entendiendo lo que está obligada a servir y a padecer. Y aún no se contenta con todo esto. ¡Cosa maravillosa y de mirar mucho!: de que el Señor entiende que un alma es toda suya5_7, sin otro interés ni otras cosas que la muevan por sola ella, sino por quien es su Dios y por el amor que tiene, cómo nunca cesa de comunicarse con ella, de tantas maneras y modos como quien es la misma Sabiduría.
6.—Parecía que no había más que dar en la primera paz, y es esto que queda dicho muy más subida merced5_8; queda mal dicho, porque no es sino apuntarlo. En el libro que os he dicho, hijas, lo hallaréis con mucha claridad, si el Señor es servido que salga a luz5_9.
¿Pues qué podremos ya desear más de esto que ahora se ha dicho? ¡Oh, válgame Dios, y qué nonada son nuestros deseos para llegar a vuestras grandezas, Señor! ¡Qué bajos quedaríamos, si conforme a nuestro pedir fuese vuestro dar!
Ahora miremos lo que dijo adelante de esto la Esposa.
Capítulo 6
Trata de cómo los beneficios de esta unión amorosa sobrepujan a todos los deseos de la esposa. Habla de la suspensión de las potencias y dice cómo algunas almas llegan enpoco tiempo a esta oración tan subida6_1.
Metióme el Rey en la bodega del vino y ordenó en mí la caridad (Cant 2, 4).
1.—Pues estando ya la Esposa descansada debajo de sombra tan deseada, y con tanta razón, ¿qué le queda que desear a un alma que llega aquí, si no es que no le falte aquel bien para siempre? A ella no parece que hay más que desear; mas a nuestro Rey sacratísimo fáltale mucho por dar; nunca querría hacer otra cosa, si hallase a quién. Y, como he dicho muchas veces, deseo, hijas, que nunca se os olvide no se contenta el Señor con darnos tan poco como son nuestros deseos; yo lo he visto acá. En algunas cosas que comienza uno a pedir al Señor, le da en qué merezca y cómo padezca algo por Él, no yendo su intento a más de lo que le parece sus fuerzas alcanzan. Como Su Majestad las puede hacer crecer, en pago de aquello poquito que se determinó por Él, dale tantos trabajos y persecuciones y enfermedades, que el pobre hombre no sabe de sí.
2.—A mí misma me acaeció en harta mocedad y decir algunas veces: ¡Oh Señor, que no querría yo tanto! Mas daba Su Majestad la fuerza de manera y la paciencia, que aún ahora me espanto cómo lo podría sufrir, y no trocaría aquellos trabajos por todos los tesoros del mundo.
Dice la Esposa: Metióme el Rey. Y ¡qué bien hinche este nombre, Rey poderoso, que no tiene superior, ni acabará su reinar para sin fin! El alma que está así a buen seguro que no le falta fe para conocer mucho de la grandeza de este Rey, que todo lo que es, es imposible en esta vida mortal6_2.
3.—Dice que la metió en la bodega del vino; ordenó en mí la caridad. Entiendo yo de aquí que es grande la grandeza de esta merced. Porque puede ser dar a beber más o menos y de un vino bueno y otro mejor, y embriagar y emborrachar a uno más o menos. Así es en las mercedes del Señor, que a uno da poco vino de devoción, a otro más, a otro crece de manera que le comienza a sacar de sí, de su sensualidad y de todas las cosas de la tierra; a otros, da hervor grande en su servicio; a otros, ímpetus; a otros, gran caridad con los prójimos; de manera, que andan tan embebecidos que no sienten los trabajos grandes que aquí pasan. Mas lo que dice la Esposa es mucho junto. Métela en la bodega para que allí más sin tasa pueda salir rica. No parece que el Rey quiere dejarle nada por dar, sino que beba conforme a su deseo y se embriague bien, bebiendo de todos esos vinos que hay en la despensa de Dios. Gócese de esos gozos; admírese de sus grandezas; no tema perder la vida de beber tanto, que sea sobre la flaqueza de su natural; muérase en ese paraíso de deleites. ¡Bienaventurada tal muerte que así hace vivir! Y verdaderamente así lo hace; porque son tan grandes las maravillas que el alma entiende, sin entender cómo lo entiende, que queda tan fuera de sí como ella misma lo dice en decir: Ordenó en mí la caridad.
4.—¡Oh palabras que nunca se habían de olvidar al alma, a quien nuestro Señor regala! ¡Oh soberana merced, y qué sin poderse merecer, si el Señor no diese caudal para ello! Bien que aún para amar no se halla despierta; mas bienaventurado sueño, dichosa embriaguez, que hace suplir al Esposo lo que el alma no puede, que es dar orden tan maravillosa, que estando todas las potencias muertas o dormidas, quede el amor vivo; y que sin entender cómo obra, ordene el Señor que obre tan maravillosamente, que esté hecho una cosa con el mismo Señor del amor, que es Dios, con una limpieza grande; porque no hay quien le estorbe, ni sentidos, ni potencias, digo entendimiento y memoria; tampoco la voluntad se entiende.
5.—Pensaba yo ahora si es cosa en que hay alguna diferencia la voluntad y el amor. Y paréceme que sí; no sé si es bobería. Paréceme el amor una saeta que envía la voluntad, que si va con toda la fuerza que ella tiene, libre de todas las cosas de la tierra, empleada en solo Dios, muy de verdad debe de herir a Su Majestad; de suerte que, metida en el mismo Dios, que es amor, torna de allí con grandísimas ganancias, como diré. Y es así que informado de algunas personas a quien ha llegado nuestro Señor a tan gran merced en la oración, que las llega a este embebecimiento santo con una suspensión, que aun en lo exterior se ve que no están en sí, preguntadas lo que sienten, en ninguna manera lo saben decir, ni supieron, ni pudieron entender cosa de cómo obra allí el amor.
6.—Entiéndese bien las grandísimas ganancias que saca un alma de allí por los efectos y por las virtudes y la viva fe que le queda y el desprecio del mundo. Mas cómo se le dieron estos bienes y lo que el alma goza aquí, ninguna cosa se entiende si no es al principio cuando comienza, que es grandísima la suavidad. Así que, está claro ser lo que dice la Esposa, que la sabiduría de Dios suple aquí por el alma, y Él ordena cómo gane tan grandísimas mercedes en aquel tiempo; porque estando tan fuera de sí y tan absorta que ninguna cosa puede obrar con las potencias, ¿cómo había de merecer? Pues ¿es posible que la hace Dios merced tan grande para que pierda el tiempo y no gane nada en Él? No es de creer.
7.—¡Oh secretos de Dios! Aquí no hay más de rendir nuestros entendimientos y pensar que para entender las grandezas de Dios no valen nada. Aquí viene bien el acordarnos cómo lo hizo con la Virgen nuestra Señora con toda la sabiduría que tuvo, y cómo preguntó al ángel: ¿Cómo será esto? En diciéndole: El Espíritu Santo sobrevendrá en tí; la virtud del muy alto te hará sombra6_3, no curó de más disputas. Como quien tenía tan gran fe y sabiduría, entendió luego que, interviniendo estas dos cosas, no había más que saber ni dudar. No como algunos letrados (que no les lleva el Señor por este modo de oración ni tienen principio de espíritu), que quieren llevar las cosas por tanta razón y tan medidas por sus entendimientos, que no parece sino que han ellos con sus letras de comprender todas las grandezas de Dios. ¡Si deprendiesen algo de la humildad de la Virgen sacratísima!
8.—¡Oh Señora mía, cuán al cabal se puede entender por Vos lo que pasa Dios con la Esposa, conforme a lo que dice en los Cánticos! Y así lo podéis ver, hijas, en el Oficio que rezamos de nuestra Señora cada semana, lo mucho que está de ellos en antífonas y lecciones. En otras almas podránlo entender cada uno como Dios lo quiere dar a entender, que muy claro podrá ver si ha llegado a recibir algo de estas mercedes, semejantes a esto que dice la Esposa: Ordenó en mí la caridad; porque no saben adónde estuvieron, ni cómo en regalo tan subido contentaron al Señor; qué se hicieron, pues no le daban gracias por ello.
9.—¡Oh alma amada de Dios!; no te fatigues, que cuando Su Majestad te llega aquí y te habla tan regaladamente, como verás en muchas palabras que dice en los Cánticos6_4 a la Esposa, como Toda eres hermosa, amiga mía6_5, y otras –como digo– muchas en que muestra el contento que tiene de ella, de creer es que no consentirá que le descontente a tal tiempo, sino que la ayudará a lo que ella no supiere para contentarse de ella más. Vela perdida de sí, enajenada por amarle, y que la misma fuerza del amor le ha quitado el entendimiento para poderle más amar. Sí, que no ha de sufrir, ni suele ni puede Su Majestad dejar de darse a quien se le da toda.
10.—Paréceme a mí que va Su Majestad esmaltando sobre este oro que ya tiene aparejado con sus dones y tocado, para ver de qué quilates es el amor que le tiene, por mil maneras y modos que el alma que llega aquí podrá decir. Esta alma, que es el oro, estáse en este tiempo sin hacer más movimiento ni obrar más por sí que estaría el mismo oro; y la divina sabiduría, contenta de verla así (como hay tan pocas que con esta fuerza le amen) va asentando en este oro muchas piedras preciosas y esmaltes con mil labores. 11.—Pues esta alma, ¿qué hace en este tiempo? Esto es lo que no se puede entender ni saber más de lo que dice la Esposa: Ordenó en mí la caridad. Ella, al menos si ama, no sabe cómo, ni entiende qué es lo que ama; el grandísimo amor que la tiene el Rey que la ha traído a tan gran estado, debe de haber juntado el amor de esta alma a Sí de manera que no lo merece entender el entendimiento, sino estos dos amores se tornan uno. Y puesto tan verdaderamente y junto con el de Dios, ¿cómo le ha de alcanzar el entendimiento? Piérdele de vista en aquel tiempo, que nunca dura mucho, sino con brevedad, y allí le ordena de manera Dios que sabe bien contentar a Su Majestad entonces, y aun después, sin que el entendimiento lo entienda, como queda dicho. Mas entiéndelo bien después que ve esta alma tan esmaltada y compuesta de piedras y perlas de virtudes, que le tiene espantado y puede decir: ¿Quién es esta que ha quedado como el sol?6_6.
¡Oh verdadero Rey, y qué razón tuvo la Esposa de poneros este nombre! Pues en un momento podéis dar riquezas y ponerlas en un alma que se gozan para siempre. ¡Qué ordenado deja el amor en esta alma!
12.—Yo podré dar buenas señas de esto, porque he visto algunas. De una me acuerdo ahora que en tres días la dio el Señor bienes, que si la experiencia de haber ya algunos años y siempre mejorando no me lo hicieran creer, no me parecía posible; y aún a otra en tres meses6_7, y entrambas eran de poca edad. Otras he visto que después de mucho tiempo les hace Dios esta merced. He dicho de estas dos, y de algunas otras podía decir, porque he escrito aquí que son pocas las almas que, sin haber pasado muchos años de trabajos, les hace nuestro Señor estas mercedes, para que se entienda son algunas. No se ha de poner tasa a un Señor tan grande y tan ganoso de hacer mercedes. Acaece, y esto es cosa casi ordinario, cuando el Señor llega a un alma a hacerle estas mercedes. Digo que sean mercedes de Dios, no sean ilusiones o melancolías o ensayos que hace la misma naturaleza. Esto el tiempo lo viene a descubrir, y aún estotro bien, porque quedan las virtudes tan fuertes y el amor tan encendido, que no se encubre, porque siempre, aun sin querer, aprovechan otras almas.
13.—Ordenó en mí el Rey la caridad, tan ordenada, que el amor que tenía al mundo se le quita; y el que a sí, le vuelve en desamor; y el que a sus deudos, queda de suerte que solo los quiere por Dios; y el que a los prójimos y el que a los enemigos, no se podrá creer si no se prueba; es muy crecido; el que a Dios, tan sin tasa, que la aprieta algunas veces más que puede sufrir su bajo natural. Y como ve que ya desfallece y va a morir, dice: Sostenedme con flores, y acompañadme de manzanas, porque desfallezco de mal de amores6_8.
Capítulo 7
Declara los grandes deseos que tiene la esposa de sufrir mucho por Dios y por el prójimo y los frutos abundantes que dan en la Iglesia estas almas favorecidas de la unión divinay desasidas del propio interés7_*.
Sostenedme con flores y acompañadme de manzanas, porque desfallezco de mal de amores (Cant 2, 5).
1.—¡Oh qué lenguaje tan divino este para mi propósito! ¡Cómo, Esposa santa!, ¿mátaos la suavidad? Porque, según he sabido, algunas veces parece que es tan excesiva, que deshace el alma de manera que no parece ya que la hay para vivir. Y ¿pedís flores? ¿Qué flores serán estas? Porque este no es remedio, salvo si no le pedís para acabar ya de morir; que, a la verdad, no se desea cosa más cuando el alma llega aquí. Mas no viene bien, porque dice: Sostenedme con flores. Y el sostener no me parece que es pedir la muerte, sino con la vida querer servir en algo a quien tanto ve que debe.
2.—No penséis, hijas, que es encarecimiento decir que muere, sino que, como os he dicho, pasa en hecho de verdad. Que el amor obra con tanta fuerza algunas veces, que se enseñorea de manera sobre todas las fuerzas del sujeto natural, que sé de una persona que estando en oración semejante oyó cantar una buena voz, y certifica que, a su parecer, si el canto no cesara que iba ya a salirse el alma, del gran deleite y suavidad que nuestro Señor le daba a gustar, y así proveyó Su Majestad que dejase el canto quien cantaba, que la que estaba en esta suspensión, bien se podía morir, mas no podía decir que cesase; porque todo el movimiento exterior estaba sin poder hacer operación ninguna ni bullirse, y este peligro en que se veía, se entendía bien; mas de un arte, como quien está en un sueño profundo de cosa que querría salir de ella y no puede hablar, aunque quería7_1.
3.—Aquí el alma no querría salir de allí, ni le sería penoso, sino grande contentamiento, que eso es lo que desea. Y ¡cuán dichosa muerte sería a manos de este amor!, sino que algunas veces dale Su Majestad luz de que es bien que viva, y ella ve no lo podrá su natural flaco sufrir, si mucho dura aquel bien, y pídele otro bien para salir de aquel tan grandísimo, y así dice: Sostenedme con flores.
De otro olor son esas flores que las que acá olemos. Entiendo yo aquí que pide hacer grandes obras en servicio de nuestro Señor y del prójimo, y por esto huelga de perder aquel deleite y contento; que aunque es vida más activa que contemplativa y parece perderá si le concede esta petición, cuando el alma está en este estado, nunca dejan de obrar casi juntas Marta y María; porque en lo activo y que parece exterior, obra lo interior, y cuando las obras activas salen de esta raíz, son admirables y olorosísimas flores; porque proceden de este árbol de amor de Dios y por solo Él, sin ningún interés propio, y extiéndese el olor de estas flores para aprovechar a muchos, y es olor que dura, no pasa presto, sino que hace gran operación.
4.—Quiérome declarar más, porque lo entendáis. Predica uno un sermón con intento de aprovechar las almas; mas no está tan desasido de provechos humanos, que no lleva alguna pretensión de contentar, o por ganar honra o crédito, o que si está puesto a llevar alguna canonjía por predicar bien. Así son otras cosas que hacen en provecho de los prójimos, muchas, y con buena intención, mas con mucho aviso de no perder por ellas ni descontentar. Temen persecución; quieren tener gratos los reyes y señores y el pueblo; van con la discreción que el mundo tanto honra. Esta es la amparadora de hartas imperfecciones, porque le ponen nombre de discreción, y plega al Señor que lo sea.
5.—Estos servirán a Su Majestad y aprovechan mucho; mas no son así las obras que pide la Esposa, a mi parecer, y las flores, sino un mirar a sola honra y gloria de Dios en todo. Que verdaderamente a las almas que el Señor llega aquí, según he entendido de algunas, creo no se acuerdan más de sí que si no fuesen para ver si perderán o ganarán; solo miran al servir y contentar al Señor. Y porque saben el amor que tiene a sus criados, gustan de dejar su sabor y bien, por contentarle en servirlas y decirles las verdades, para que se aprovechen sus almas, por el mejor término que pueden; ni se acuerdan, como digo, si perderán ellos, la ganancia de sus prójimos tienen presente, no más. Por contentar más a Dios, se olvidan a sí por ellos, y pierden las idas en la demanda, como hicieron muchos mártires, y envueltas sus palabras en este tan subido amor de Dios, emborrachadas de aquel vino celestial, no se acuerdan; y si se acuerdan, no se les da nada descontentar a los hombres. Estos tales aprovechan mucho.
6.—Acuérdome ahora lo que muchas veces he pensado de aquella santa Samaritana, qué herida debía de estar de esta hierba, y cuán bien habían rendido en su corazón las palabras del Señor, pues deja al mismo Señor que ganen y se aprovechen los de su pueblo, que da bien a entender esto que voy diciendo; y en pago de esta tan gran caridad, mereció ser creída, y ver el gran bien que hizo nuestro Señor en aquel pueblo7_2.
Paréceme que debe ser uno de los grandísimos consuelos que hay en la tierra, ver uno almas aprovechadas por medio suyo. Entonces me parece se come el fruto gustosísimo de estas flores. Dichosos a los que el Señor hace estas mercedes; bien obligados están a servirle. Iba esta santa mujer con aquella borrachez divina dando gritos por las calles.
Lo que me espanta a mí es ver cómo la creyeron, una mujer, y no debía ser de mucha suerte7_3, pues iba por agua; de mucha humildad, sí, pues cuando el Señor le dice sus faltas, no se agravió (como lo hace ahora el mundo, que son malas de sufrir las verdades), sino díjole que debía ser profeta. En fin, le dieron crédito, y por solo su dicho salió gran gente de la ciudad al Señor.
7.—Así digo que aprovechan mucho los que, después de estar hablando con Su Majestad algunos años, ya que reciben regalos y deleites suyos, no quieren dejar de servir en las cosas penosas, aunque se estorben estos deleites y contentos. Digo que estas flores y obras salidas y producidas de árbol de tan hirviente amor, dura su olor mucho más, y aprovecha más un alma de estas con sus palabras y obras, que muchos que las hagan con el polvo de nuestra sensualidad y con algún interés propio.
8.—De estas produce la fruta7_4; estas son las manzanas que dice luego la Esposa: Acompañadme de manzanas. Dadme, Señor, trabajos, dadme persecuciones y verdaderamente lo desea, y aun sale bien de ellos; porque, como ya no mira su contento sino el contentar a Dios, su gusto es en imitar en algo la vida trabajosísima que Cristo vivió.
Entiendo yo por el manzano, el árbol de la Cruz, porque dijo en otro cabo en los Cantares: Debajo del árbol manzano te resucité7_5; y un alma que está rodeada de cruces, de trabajos y persecuciones, gran remedio es para no estar tan ordinario en el deleite de la contemplación. Tiénele grande en padecer, mas no la consume y gasta la virtud, como lo debe hacer, si es muy ordinario, esta suspensión de las potencias en la contemplación. Y también tiene razón de pedir esto, que no ha de ser siempre gozar sin servir y trabajar en algo. Yo lo miro con advertencia en algunas personas (que muchas no las hay por nuestros pecados), que mientras más adelante están en esta oración y regalos de nuestro Señor, más acuden a las necesidades de los prójimos, en especial a las de las ánimas que por sacar una de pecado mortal, parece darían muchas vidas, como dije al principio.
9.—¿Quién hará creer esto a las que comienza nuestro Señor a dar regalos? Sino que quizá les parecerá traen estotros la vida mal aprovechada y que estarse en su rincón gozando de esto, es lo que hace al caso. Es providencia del Señor, a mi parecer, no entender estos adónde llegan estotras almas porque con el hervor de los principios querrían luego dar salto hasta allí, y no les conviene; porque aún no están criadas, sino que es menester que se sustenten más días con la leche que dije al principio7_6. Esténse cabe aquellos divinos pechos, que el Señor tendrá cuidado, cuando estén ya con fuerzas, de sacarlas a más, porque no harían el provecho que piensan, antes se le dañarían a sí. Y porque en el libro que os he dicho7_7 hallaréis cuándo ha un alma desear salir a aprovechar a otros y el peligro que es salir antes de tiempo muy por menudo, no lo quiero decir aquí, ni alargarme más en esto; pues mi intento fue cuando lo comencé, daros a entender cómo podéis regalaros, cuando oyereis algunas palabras de los Cánticos, y pensar, aunque son a entender vuestro oscuras, los grandes misterios que hay en ellas, y alargarme más sería atrevimiento.
10.—Plega al Señor no lo haya sido lo que he dicho, aunque ha sido por obedecer a quien me lo ha mandado. Sírvase Su Majestad de todo, que si algo bueno va aquí, bien creeréis que no es mío; pues ven las hermanas que están conmigo con la prisa que lo he escrito, por las muchas ocupaciones. Suplicad a Su Majestad que yo lo entienda por experiencia. A la que le pareciere que tiene algo de esto, alabe a nuestro Señor y pídale esto postrero, porque no sea para sí la ganancia.
Plega a nuestro Señor nos tenga de su mano, y enseñe siempre a cumplir su voluntad, amén7_8.