1.Los términos ‘adorar/adoración’ están poco presentes en los escritos teresianos. Poco presentes también los otros vocablos alusivos a las expresiones corporales de adoración según la Biblia, cuales: ‘postración/postrarse’ (que aparece sólo en las rúbricas de las Constituciones), ‘inclinarse profundamente’, ‘humillar la frente o la cabeza’ (ausentes en sus escritos), ‘arrodillarse’ (presente únicamente en el texto dudoso de la carta 107). Emplea, en cambio, las expresiones ‘estar de rodillas’, ‘hincarse de rodillas’, etc., postura normal en ella y en la comunidad, tanto en la oración personal como en momentos especiales de la liturgia. Pero sin relevancia doctrinal.
2. En los escritos teresianos, la adoración se expresa comúnmente en dos actitudes características del espíritu: la bendición y el asombro. Bendecir a Dios o a Cristo, y asombrarse ante su presencia o ante las obras de sus manos. Ambos gestos, con abolengo bíblico. Baste recordar a san Pablo: ‘Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo…’, oración con que comienza la carta a los Efesios. Y su exclamación en Rom 11,33: ‘¡Oh abismo de riqueza y sabiduría de Dios! ¡qué insondables sus designios!…’ Flexiones, si no idénticas, muy similares en los textos y en el espíritu de Teresa.
En ella, es frecuente el ‘¡bendito seáis!’, ‘¡bendito por siempre!’, dirigido a Dios o a Cristo o a su misericordia infinita…, con innumerables variantes (gratitud, alabanza, piropo a la manera popular, anhelo, glorificación) y con alta densidad de sentido. ‘Sea bendito por siempre, que tanto da y tan poco le doy yo’ (Vida 39,6), ‘Bendito sea El, que de todas las cosas saca bien, cuando es servido, amén’ (ib 14). (cf Tomás Alvarez, Así oraba Teresa. Burgos 1982, pp. 190-202, en que se recoge un florilegio selecto de estas bendiciones). Es su forma espontánea de ‘glorificar’, a la manera del ‘Benedictus’ evangélico. Una de sus íntimas, Ana de Jesús, en el proceso de canonización de la Santa, atestigua que pese a sus grandes enfermedades, Teresa ‘casi nunca dejaba de rezar el oficio divino, y esto con tanta devoción, que cuando íbamos por los caminos y rezaba fuera del coro, siempre rodeaba el salmo de arte que hubiese de decir ella el verso de Gloria Patri…’ (BMC 18, 473).
No menos expresivo de su actitud de adoración es el ‘asombro’, que a veces raya en ‘estupor religioso’ ante la divinidad, ante sus designios en la historia de los hombres o la historia de salvación de T misma. Es frecuente en ella la alternancia de los dos típicos sentimientos religiosos de ‘fascinatio et horror’. Los expresa a su modo. La fascina que Él sea u obre como es y obra, cosa que ‘a mí me acaba el entendimiento’ (V 18,3). Y a la vez el ‘horror’: ‘¡Oh largueza infinita, cuán magníficas son vuestras obras! Espanta a quien no tiene ocupado el entendimiento en cosas de la tierra…’ (ib). Las dos modulaciones adorativas (bendición y admiración) pueden comprobarse en ese pasaje de Vida: ‘¡Oh Señor mío. Qué bueno sois! ¡Bendito seáis para siempre!… Pues daros gracias por tan grandes mercedes, no sé cómo. Con decir disparates, me remedio…’ (18, 3). Cf Tomás Alvarez, Admiración, estupor, espantarse… en ‘Estudios Teresianos’ III, p. 313-330.
Igualmente, todas o casi todas las Exclamaciones son oraciones de asombro adorativo, desde los motivos más variados: la vida y la muerte, la vocación y los pecados, el cielo y el infierno, la pasión y la gloria de Jesús, sus llagas…: ‘¡Oh fuentes vivas de las llagas de mi Dios, cómo manaréis siempre con gran abundancia para nuestro mantenimiento…!’ (Exclamación 9, 2). En los soliloquios del Camino de Perfección irrumpirá reiteradamente el gesto de admiración ante el misterio de la Eucaristía o ante el misterio de las relaciones del Padre Eterno con Jesús: ‘Vos, Padre Eterno, ¡cómo lo consentisteis!… ¡Cómo lo consentís…!’ (33, 3-4).
Adoración es la actitud adoptada desde la vida de cada día ante ‘solo Dios’. La convicción de que ‘solo Dios basta’. Ese sentido del ‘solo Dios’ es la raíz misma de la vida contemplativa. Quintaesencia de la vida religiosa en el Carmelo de San José es la consigna: ‘solas con El solo’. ‘Su trato (de las Hermanas) es entender cómo irán adelante en el servicio de Dios’. ‘A solas gozar de su Esposo Cristo’. ‘Esto es siempre lo que han de pretender: solas con El solo’ (V 36, 25.29).
3. Todo eso adquiere proporciones nuevas a nivel místico, en la experiencia de la transcendencia divina. Es en esa experiencia donde a Teresa se le ha agudizado el sentido de la majestad de Dios. ‘Su divina Majestad’ o ‘Vuestra Majestad’, que originariamente era simple versión del vocabulario social en uso, pasa a ser exponente de la transcendencia, de la hermosura, de la verdad de Dios. Ante ella, Teresa adopta la actitud de ‘acatamiento’. (El ‘Tesoro de la lengua’ define: acatamiento ‘vale honrar y tratar con reverencia y respeto alguna persona, porque la miramos con recato y cuidado de no ofenderla ni aun con la vista’. Ese sentido de ‘acatamiento’ aparece desde el primer soliloquio orante del Libro de la Vida: ‘¡Oh Señor mío!, pues parece tenéis determinado que me salve… ¿no tuvierais por bien no por mi ganancia, sino por vuestro acatamiento que no se ensuciara tanto posada adonde tan continuo habíais de morar?’ (1, 8).
Es clásico su texto sobre el señorío y la majestad de Dios: ‘porque entiendo no es como los que acá tenemos por señores, que todo el señorío ponen en autoridades postizas… ¡Oh Rey de la gloria y señor de todos los reyes, cómo no es vuestro reino armado de palillos, pues no tiene fin!… ¡Oh Señor mío, oh rey mío! ¡Quién supiera ahora representar la majestad que tenéis! Es imposible dejar de ver que sois gran Emperador en Vos mismo, que espanta mirar esta majestad…!’ (V 37, 5-7). Está convencida de que, después de cada arrobamiento, ‘quedan unas verdades en esta alma (en ella) tan fijas, que cuando no tuviera fe que le dice quién es y que está obligada a creerle por Dios, le adorara desde aquel punto por tal, como hizo Jacob cuando vio la escala…’ (M 6,4,6).
Desde lo hondo de esa experiencia surge en ella la radical sensación de ‘aniquilamiento’ ante Dios, o la incontenible voluntad de aniquilarse para rendir ante Él la propia existencia o devolverle todo el propio ser, en un gesto absoluto de adoración. ‘Porque ¿qué hace, Señor mío, quien no se deshace toda por Vos? Y ¡qué de ello, qué de ello, qué de ello y otras mil veces lo puedo decir me falta para esto!’ (V 39, 6). Él ‘es una llama grande, que parece abrasa y aniquila todos los deseos de la vida…’ (V 38,18). ‘Cuando yo me llegaba a comulgar y me acordaba de aquella majestad grandísima…, y miraba que era el que estaba en el Santísimo Sacramento, los cabellos se me espeluzaban, y toda parecía me aniquilaba’ (ib 19).
Pero esa voluntad de aniquilamiento, ‘ser nada’ para que Él sea ‘el todo’, no tiene tinte sombrío ni mortífero. Más bien, fluye con una especie de onda lírica y gozosa en los poemas de Teresa, no sólo ante la hermosura divina (‘¡Oh hermosura que excedéis / a todas las hermosuras …!’), sino en el deseo torrencial de ‘ser para El’. Lo reitera en su poema ‘Vuestra soy, para Vos nací’:
‘Veis aquí mi corazón,
yo lo pongo en vuestra palma,
mi cuerpo, mi vida, mi alma,
mis entrañas y afición…
Dadme muerte, dadme vida…
Que a todo digo que sí’.
Es quizá la suprema forma de adoración del místico acá en la tierra. Alabanza, bendición, oración.
BIBL. T. Alvarez, Así oraba Teresa, Burgos 1989.
T. Alvarez