Es uno de los santos predilectos de T En la lista de santos de su especial devoción lo coloca al lado de san Pablo (Ap. 6). ‘Yo soy muy aficionada a san Agustín, porque el monasterio adonde estuve seglar era de su orden, y también por haber sido pecador…’ (V 9,7). Agustín, nacido en Tagaste (354), muere siendo obispo de Hipona el 28.4.430, mientras la ciudad es asediada por los vándalos. Se había convertido a la fe cristiana en Milán, el 387. De regreso a Africa, asiste en Ostia a la muerte de su madre (388). El año 396 es ya obispo de Hipona, y lo será hasta su muerte. Se lo cuenta entre los cuatro grandes Doctores de la Iglesia.
El encuentro decisivo de T con Agustín ocurre mientras ella lee las Confesiones, el año 1554: ese mismo año se había publicado en Salamanca la edición castellana del libro, hecha por Sebastián Toscano. Teresa empatiza con él al llegar a la escena del huerto: ‘cuando leí cómo oyó aquella voz en el huerto, no me parece sino que el Señor me la dio a mí según sintió mi corazón. Estuve por gran rato que toda me deshacía en lágrimas…’ (V 9, 8). También le produjo fuerte impacto uno de los lemas del Santo: ‘dame, Señor, lo que mandas y manda lo que quisieres’ (Confesiones 10, 29: citado por ella en V 13, 3; en Conc 4,9, y E 5,2. Otras citas del Santo, en las cartas 177, 10, y 294, 7). Quizás ese lema agustiniano que ‘aprovechó mucho’ a T, le haya inspirado el poema ‘Vuestra soy’, cuyo estribillo repite: ‘¿Qué mandáis hacer de mí?’.
Pero el Santo influye, sobre todo, en el llamado interiorismo teresiano. A la autoridad del Santo se remite ella desde el primero de sus libros: ‘Dice el glorioso san Agustín que ni en las plazas ni en los contentos ni por ninguna parte que le buscaba, le hallaba como dentro de sí’ (V 40, 6: refiriéndose a Confesiones 10, 27). A él apela igualmente al afrontar, en el Camino de Perfección, la lección central del libro, la ‘oración de recogimiento’: ‘Mirad que dice san Agustín que le buscaba en muchas partes y que le vino a hallar dentro de sí mismo»'(C 28, 2). Y de nuevo en el más interiorizante de sus libros, el Castillo Interior (4,3,3). Todo este libro es, sin duda, un eco de la tesis de interioridad agustiniana. Otro posible eco poético se encuentra en el delicioso poema que glosa el ‘Búscate en Mí’: ‘Alma, buscarte has en Mí / y a Mí buscarme has en ti’. La famosa escena de Agustín y el niño, frente al mar, está latente en una de las gracias místicas de T: ‘… entendí: no trabajes tú de tenerme a Mí encerrado en ti, sino de encerrarte tú en Mí’ (R 18, 2), tras recordar el agua y la esponja como imágenes de la divinidad y el alma. Es probable que T leyese también la trilogía medieval (Manual, Meditaciones, Soliloquios) atribuida al Santo. De hecho en la primera redacción del Camino escribió: ‘Dice san Agustín, creo en el libro de sus Meditaciones…’ (CE, 46, 2: referencia omitida en la redacción definitiva, C 28, 2), aludiendo probablemente a los Soliloquios pseudoagustinianos (c. 31).
Prueba del augustinismo de T es que, al fundar su primer Carmelo de San José, le dedicó una de las ermitas erigidas en la huerta, existente todavía hoy, con tres hermosos cuadros del Santo y de su madre santa Mónica. A ella se debe también que entre sus seguidoras carmelitas se adoptase con frecuencia el apellido religioso ‘de San Agustín’; la más insigne de todas, la venerable Ana de san Agustín, cofundadora del Carmelo de Villanueva de la Jara (1580). Lecturas.
BIBL. Joaquín Iriarte, San Agustín y el tema de la interioridad, en «Espíritu» 12 (1954) 164 ss.; E. Llamas, San Agustín y la conversión de s. Teresa, en «Augustinus» 32 (1987), 385-415; Alberto V. C., Presencia de S. Agustín en Santa Teresa y San Juan, en «RevEspir» 14 (1955) 170-184.
T. Alvarez