1. Acepciones varias. En los escritos de T los ‘ángeles’ son los espíritus celestes, totalmente incorpóreos, mencionados en la Biblia, en la liturgia de la Iglesia y especialmente presentes en la religiosidad popular. Teresa enumera expresamente a san Miguel Angel (V 27, 1), al querubín que le traspasa el corazón (29, 13), o a los serafines y querubines, deslumbrantes en ‘gloria e inflamamiento’ (39, 22). Menciona sola una vez al ángel de la guarda (ficha de sus devociones). – En el epistolario de los años 1576-1578, cuando recurre al uso de los criptónimos, bajo el vocablo ‘ángeles’ designa a los inquisidores, quizás con un toque de ironía (el Libro de la Vida ‘lo tienen los ángeles’: cta 324,9); No sin cierto humor se aplica a sí misma el criptónimo ‘Ángela’ (‘estando la negra Angela hablando una vez con Josef…’: cta 117, 1; y passim en el carteo de ese período). ‘Angel de luz’ es el diablo, según el texto bíblico de 2 Cor 11,14, imagen que T repite en Vida (14,8) y Moradas (1,2,15; 5,1,1.5; ‘espíritu de luz’ en M 6,3,16). ‘Angeles’ y ‘angelitos’ son expresiones de ternura para las tres niñas aceptadas en los Carmelos o para niños de familias amigas (cta 31,4…).
2. En la vida espiritual de Teresa. En su vida de creyente, ella comparte la devoción popular a los ángeles. En la lista de los santos de su particular devoción, que lleva en el breviario, después de ‘todos los santos de nuestra Orden’, figuran ‘los ángeles y el de mi guarda’. En los comienzos de su vida mística se encomendará especialmente a ‘san Miguel Angel, con quien por esto tomé nuevamente devoción’ (V 27, 1), es decir, para que la librase de los trampantojos del demonio tan recelados por los asesores de T. Más adelante, en sus éxtasis místicos, varias veces tendrá visiones de ángeles, que acompañan a la Virgen (33, 15), o escoltan ‘el trono de la divinidad’ (39,22), o la circundan a ella misma (40, 12), etc. En su cuaderno íntimo anotó una de sus visiones en el coro de la Encarnación, donde ejerce de priora: ‘…vi en la silla prioral, adonde está puesta nuestra Señora, bajar con gran multitud de ángeles a la Madre de Dios, y ponerse allí…’ (Relación 25, lo mismo que en la célebre mariofanía de Vida 33,15).
Pero su visión más célebre es la del ángel que le traspasa el corazón con un dardo de fuego. Es el único pasaje en que detalla: ‘Lo veía cabe mí hacia el lado izquierdo en forma corporal, lo que no suelo ver sino por maravilla’. ‘No era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido, que parecía de los ángeles muy subidos, que parecen todos se abrasan: deben ser los querubines…’ ‘Bien veo que en el cielo hay tanta diferencia de unos ángeles a otros, y de otros a otros, que no lo sabría decir’. ‘Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego…’ (29, 13).
En la apreciación teológica de la Santa, los ángeles son espíritus puros y sin mancilla, ‘abrasados en amor’ (M 6,7,6; cf. C 22, 4). Nos defienden contra el maligno (V 34, 6). Incluso en la vida mística, a ellos confía el Señor alguno de sus mensajes (M 6,3,6). En uno de sus apuntes (A 5), T recuerda el pasaje del Apocalipsis (8,3) en que el ángel ofrece sobre el altar incienso y oraciones: ‘se dice en la Escritura que (el ángel) estaba incensando y ofreciendo las oraciones’. Corazón, herida del.
T. Alvarez