Camino espiritual
Camino es una imagen de lo espiritual ampliamente difundida en casi todas las religiones. Para T es imagen de origen bíblico. Le sirve para expresar la vida espiritual y su proceso de desarrollo en el tiempo (antes de la eternidad). La vida es camino: ‘via vitae’, repetirá la Biblia (Prov 6,25; 10,11; 15,10; y salmos passim). Jesús es ‘el camino’ (Jn 14, 6). Él es el camino que conduce al Padre (Jn 14,9: ambos textos, citados en M 6,7,6). Caminar es seguir a Jesús. ‘Por el camino (de la cruz) que fue Cristo han de ir los que le siguen’ (V 11,5). Teresa no sólo ha reiterado la alusión a esos pasajes evangélicos, sino que ha aceptado la imagen del camino para titular uno de sus libros, el Camino de perfección. (Poco antes había leído el precioso opúsculo titulado ‘Via spiritus o camino de la perfección del alma’, de Bernabé de Palma). En dos de sus poemas ha celebrado el caminar juntos: ‘Caminemos para el cielo / monjas del Carmelo’ (Po 10 y 20). Según ella, todos caminamos hacia ‘la fuente de agua viva’ que prometió Jesús a la Samaritana’ (C 19,2; 20,1…).
La lectura de libros espirituales puso a T en contacto con la tradición, que desde los Padres de la Iglesia trasmitía diversos parámetros o esquemas para describir el desarrollo de la vida espiritual en el cristiano. Recordemos los más comunes: el crecimiento del alma, el itinerario del caminante, y la subida o escalada de lo alto.
a)Ante todo, el crecimiento en Cristo, de acuerdo con la idea de san Pablo: ‘crezcamos en Él’ (Ef 4,15), hasta llegar a la plenitud de su estatura (ib 4,13; Col 1,19). Teresa utilizará repetidas veces esa imagen y el consiguiente esquema. Recurre a la imagen del ‘niño que aún mama’ (C 31,9), y que crece pero aún no soporta el peso de la vida (F 18,10; M 4,3,10; Conc 3,5). Así, en Vida 15,12: ‘En esta vida que vivimos no crece el alma como el cuerpo, aunque decimos que sí, y de verdad crece. Mas un niño, después que crece y echa gran cuerpo y ya le tiene de hombre, no torna a descrecer y a tener pequeño cuerpo. Acá (en la vida espiritual) quiere el Señor que sí, a lo que yo he visto por mí, que no lo sé por más’. ‘No hay alma, en este camino, tan gigante, que no haya menester muchas veces tornar a ser niño y a mamar, y esto jamás se olvide, quizás lo diré más veces porque importa mucho’ (V 13, 15): claro eco de las palabras de Jesús: ‘si no os hiciereis como niños, no entraréis en el reino’ (Mt 18,3). Con todo, en T no encontramos desarrollada sistemáticamente esa imagen del crecimiento o de ‘las tres edades de la vida espiritual’.
b)Otra imagen tradicional es la del itinerario o camino por etapas, señalizado en lo que se ha llamado ‘las tres vías’: vía purgativa, vía iluminativa y vía unitiva. Teresa no sólo leyó sino que oyó con toda seguridad esa teoría de boca de sus letrados asesores. (Itinerario era el título del libro del franciscano su coetáneo F. de Evia. Más conocidos, los clásicos itinerarios de san Buenaventura: Itinerarium mentis in Deum, Itinerarium mentis in seipsam o el De triplici via, etc.). Pero no parece haberla asimilado ni incorporado a su esquema de la vida espiritual. Sólo recuerda una vez las dos etapas primeras, purgativa e iluminativa, pero en forma titubeante: ‘…después de muchos años que haya ido por la vida (!) purgativa, y aprovechando por la iluminativa. No sé yo bien por qué dicen iluminativa; entiendo que de los que van aprovechando’ (V 22,1). Es decir, que ella en el fondo equipara la imagen de las tres vías (o ‘vidas’) con la de los tres estados, de ‘principiantes, aprovechados y perfectos’. ‘Los que van aprovechando’ serían los de la vía iluminativa. Ella, que tanta importancia dará al tema de la unión, nunca mencionará la ‘vía unitiva‘. Ninguno de los dos esquemas, ni el de las tres vías ni el de los tres estados, pasarán a su típica visión de la vida espiritual. En lugar de la trilogía ‘principiantes-aprovechados-perfectos’, ella preferirá hablar de ‘primeros y medianos y postreros’ (V 11,5). En su esquema personal subsistirán sobre todo los dos extremos: ‘los principios’ de la vida espiritual (V 11), y ‘los perfectos / la perfección’: ‘¿Qué pensáis que es su voluntad (de Cristo)? Que seamos del todo perfectas… para ser unos con Él y con el Padre’ (M 5,3,7).
c)En la tradición espiritual existía también la imagen (y el esquema) de la subida y de las escalas para ascender al término de la vida espiritual, que es el cielo. Ejemplo clásico, la Scala paradisi de san J. Clímaco. Imagen explotada en el ámbito teresiano por su director san Juan de la Cruz, que poco después la plasmará en el dibujo del ‘monte’ y la desarrollará en la ‘Subida del Monte Carmelo’. En momentos críticos, T se había servido de otro libro basado en esa misma imagen, la ‘Subida del Monte Sión’, de Bernardino de Laredo (V 23,12). Ella misma hablará incidentalmente de ‘subido estado’, ‘subido camino’, ‘subido amor de Dios’, etc. (V 7,13; 22,18; 38,11). Sin ulterior desarrollo. En cambio, desechará el lenguaje y la técnica espiritual de subir o levantar la mente a la esfera de la experiencia mística: ‘el daño que es querer subir el espíritu… a cosas sobrenaturales’ (título del c. 12 de Vida). ‘Es lenguaje de espíritu’, dirá ella (V 12,5), es decir, teoría de espirituales, pero falsa. Lo repetirá en el famoso c. 22 del libro. T recordará también la simbólica ‘escala de Jacob’ (Gén 28,12), pero sin incorporarla al esquema de la vida espiritual (M 6,4,6).
Es normal que, en su exposición del camino espiritual, T no haya adoptado ninguno de esos esquemas. Le hubieran resultado artificiosos y probablemente hubieran coartado su espontaneidad y creatividad. Ella ofreció su propia visión de la vida espiritual y el consiguiente proceso de desarrollo, en el Castillo Interior, último de sus libros doctrinales. Utilizó en él ideas e imágenes ya esbozadas en escritos anteriores (V 40, y C 28). Base de esa síntesis teresiana es, ante todo, la propia experiencia: a sus 62 años cumplidos, tiene ella una visión complexiva de lo que es el camino espiritual, oteándolo desde la ‘atalaya’ (es imagen suya) de lo vivido. Esa experiencia la condensa en un símbolo, el ‘castillo interior’: la vida espiritual es ‘como’ la progresiva inmersión en la interioridad de un castillo. Ambas cosas experiencia y símbolo básico se apoyan en una selección de textos bíblicos que permiten a T marcar el paso del proceso, etapa tras etapa o morada tras morada, desde la palabra de Dios. Los textos más importantes los formula al plantear y al terminar el camino: M 1,1,1; y M 7,1,6; 7,2,5.
Punto de partida del camino o de todo el proceso espiritual es el alma humana, su estructura y gran capacidad, su vocación de trascendencia. Punto de arribo y término del proceso es la unión personal y total a Dios, a su voluntad, a su amor, a su gracia en plenitud. En las etapas finales del Castillo, prevalecerá el simbolismo esponsal de origen bíblico, para poner de relieve que la vida espiritual no implica, ni sólo ni principalmente, un desarrollo de carácter ético (perfección) ni de tipo evolutivo unipersonal (semibiológico), sino relacional e interpersonal (simbiótico), en cruce de amores y de vidas entre Dios y el hombre: la unión. Plena pero provisoria en esta vida, definitiva en la otra.
El camino mismo es ideado por T como en dos vertientes. Desde el punto de partida, el camino es visto como un proceso de interiorización, que despierte en el hombre sus más recónditas potencialidades. Desde el punto de vista terminal, es visto como un proceso de acercamiento a Dios: inmersión en la voluntad divina hasta la unión de espíritu con Él. ‘Lo dice san Pablo: El que se arrima y allega a Dios, hácese un espíritu con El…’ (M 7,2,5). El hombre se trasciende a sí mismo en Dios. Ambos procesos interiorizante y trascendente implican la revinculación a todo lo creado, especialmente a los hermanos, por amor y por servicio. El amor al prójimo es medio indispensable para la unión a Dios. El servicio es exigencia ineludible de la unión a Él y de la configuración a Cristo.
En la descripción analítica del proceso espiritual, T lo ha jalonado en siete etapas, denominadas ‘siete moradas’, representativas de las innumerables moradas (situaciones variantes) que se suceden en la vida de cada uno. Una perspectiva más profunda divide todo el proceso de la vida espiritual en dos tiempos, ascético el uno, místico el otro. Corresponden a las dos componentes inicial y terminal del camino: por parte del hombre, lucha ascética en las tres moradas primeras. Por parte de Dios, la gracia y la iniciativa divinas: tres moradas finales. Y para subrayar la fusión de esas dos componentes, T intercala entre las dos ternas el estadio de las moradas cuartas, apoyadas en la imagen de las dos fuentes, exterior y lejana la una, interior y profunda la otra.
Dada la peculiar experiencia vivida por T, en esa síntesis se concede relieve especial a la componente mística, en cuanto experiencia del misterio de Dios en la vida del hombre. Esta preferencia de lo místico se debe, en ella, a dos motivos: que las formas fuertes de la experiencia mística expresan mejor el misterio de la gracia y su riqueza; y que en ellas aparece más patente el aspecto escatológico de la vida sobrenatural: continuidad de la vida presente y la celeste; y anticipo, a modo de preludio, de la vida celeste en las experiencias cristológicas, eclesiales y trinitarias del místico. Aspecto especialmente subrayado en las moradas sextas y sétimas. En los poemas, que quizás reflejen mejor el pensamiento profundo de T, se insiste en la esencial precariedad de la vida presente, en la única posibilidad de plenitud en la vida futura, en la función positiva e introductora de la muerte, en la implicación de nuestra vida en la Vida: ‘Aquella vida de arriba, / que es la vida verdadera, / hasta que esta vida muera, / no se goza estando viva: / muerte, no me seas esquiva, / viva muriendo primero…’ (Po 1,8).
Es posible sorprender a T en uno de sus momentos de habla a Dios, para tener un flash de la riqueza de contenidos de ‘vida-camino’. Es el comienzo de los soliloquios llamados por fray Luis de León Exclamaciones: ‘Oh vida, vida, ¿cómo puedes sustentarte estando ausente de la Vida?… ¡Oh Señor, que vuestros caminos son suaves! Mas ¿quién caminará sin temor? Temo estar sin serviros, y cuando os voy a servir no hallo cosa que me satisfaga para pagar algo de lo que debo. Parece que me querría emplear toda en esto, y cuando bien considero mi miseria veo que no puedo hacer nada que sea bueno si no me lo dais Vos’ (E 1,1). Grados de oración. Santidad.
BIBL. E. Pacho, La iluminación divina y el itinerario espiritual según Santa Teresa de Jesús, en «MteCarm» 78 (1970), 365-376; T. Alvarez, Itinerario espiritual, en «Estudios Teresianos» I, 34-45.
T. Alvarez