Santa Teresa de Jesús presenta en sus escritos un reflejo de la reflexión doctrinal de su época respecto a los consejos evangélicos. Por otra parte, sólo una vez aparece en ellos esta expresión. Y se trata precisamente de un pasaje clave: la motivación de sus comienzos fundacionales. El mismo año de la fundación de su primer monasterio, se entera de los males ocasionados por los calvinistas en Francia. Su reacción es «seguir los consejos evangélicos con toda la perfección que yo pudiese, y procurar que estas poquitas que están aquí hiciesen lo mismo» (C 1,2).
Tres veces usará la expresión «consejos de Cristo» (V 31,22; 35,2.4). En un sólo caso señalará «mandamientos y consejos» entre los medios de «contentar a Dios» (M 6,7,10). Y otras tres veces usará la expresión genérica «votos» religiosos (C 33,1; F 23,10; R 47).
1. Obediencia
En el centro del pensamiento teresiano está su idea de la santidad, consistente «en estar nuestra voluntad tan conforme con la de Dios, que ninguna cosa entendamos que quiere, que no la queramos con toda nuestra voluntad»; así «olvidamos nuestro contento para contentar a quien amamos» (F 5,10). Y en la búsqueda de la voluntad de Dios para contentarle, «es la obediencia el verdadero camino» (F 5,11). El verdadero amante de Dios «no se acuerda de su contento, sino en cómo hacer más la voluntad del Señor, y así es la obediencia» (F 5,5).
a) Ideas generales. La primera afirmación básica de Teresa: la obediencia está relacionada con la voluntad de Dios y es un camino inequívoco de santidad (C 18,7). «En ella está la mayor perfección» (C 39,3). Y sin ella, la vida consagrada es nula. Aquí Teresa será tajante: «digo que, si no la hay es no ser monjas» (C 18,7); «quien estuviere por voto debajo de obediencia y faltare no trayendo todo cuidado en cómo cumplirá con mayor perfección en este voto, que no sé para qué está en el monasterio» (C 18,8). La afirmación abarca la amplia gama de prácticas ascéticas, piadosas y orantes (C 39,3; F 6,12). En todas ellas la obediencia será un criterio de discernimiento (F 8,5). Luego la Santa quiere especificar algunos bienes que se derivan de la práctica de la obediencia: la práctica de las virtudes, en especial, la de la humildad; la seguridad de no «errar el camino del cielo»; la paz del espíritu; el dominio de sí (F pról 1; 4,2; V 19,4).
b) La obediencia de Teresa. En Teresa encontramos la obediencia en acción, sobre todo en su vida mística y en su tarea fundacional. La irrupción de los fenómenos místicos llenó de miedo a Teresa desde dos ángulos: la sospecha de ser todo un engaño y la sombra de la Inquisición. En esta encrucijada acude a gente piadosa y «letrada» por indicación de Dios mismo, con una actitud sincera de obedecerles en todo, aunque en un principio no estaba «fuerte para obedecerlos» (V 23,3.18; 26,5; 28,15). Sabía que éste era el camino de todo orante, aun para los no vinculados con un voto religioso (C 18,8). Esta obediencia llegó a ser heroica y superdifícil, cuando le mandan dejar la oración, que era igual a dejar de pensar en Dios, dejar de manifestarle su amor. Esto era un imposible. Escribirá: «Con todo, obedecía cuando podía, mas podía poco o nonada en esto» (V 29,7). Pero todavía había algo más difícil: «dar higas» a la visión mística como actitud de desprecio (V 25,22; 29,6). En las fundaciones sabrá conjugar sus intenciones y la obediencia, siguiendo los dictámenes de los «letrados» (V 34,1; 35,7; 36,5).
También redactará sus escritos principales por obediencia a sus prelados: Vida (V 19,4), Moradas (M 1,1,1; M 3,1,3), Fundaciones (F 27,22). Al escribir Camino obedecerá a sus monjas primitivas de San José (C 1,1; 42,7). Es una idea repetida varias veces en sus escritos. Y se dará cuenta de que muchas cosas difíciles de expresar que han salido de su pluma se deben a su actitud obediente al redactar sus obras. Exclamará: «¡Oh virtud de obedecer que todo lo puedes! Aclaró Dios mi entendimiento, unas veces con palabras y otras poniéndome delante cómo lo había de decir» (V 18,8).
c) En el camino orante. El termómetro de la oración se encuentra en una actitud «de gran obediencia en no ir en un punto contra lo que manda el prelado», «y no en la que tiene más gustos en la oración y arrobamientos o visiones o mercedes» (C 18,7). De ahí que la priora de sus monjas ha de sentirse «inclinada más a loar a las que se señalan en cosas de humildad y mortificación y obediencia, que a las que Dios llevare por este camino de oración muy sobrenatural, aunque tengan todas estotras virtudes» (F 8,9). Por otro lado, para progresar en el camino oracional «es estudiar mucho en la prontitud de la obediencia y, aunque no sean religiosos, sería gran cosa, como lo hacen muchas personas, tener a quien acudir para no hacer en nada su voluntad» (M 3,2,12). En todos los estados, sobre todo en los unitivos su presencia es signo de garantía, pues Dios «se contenta más con la obediencia que con el sacrificio» (F 5,13; 6,22). En conclusión, la obediencia y la caridad tendrán siempre la primacía en la vida orante, pues por ellas se responde al amor del Amado (C 34,10; M 4,3,13; F 5, 3).
d) Personajes obedientes. El primero es Jesucristo «que El vino del seno del Padre por obediencia a hacerse esclavo nuestro» (F 5, 17). Luego apuntará una lista admirativa de amigos religiosos «sujetos a la obediencia» (V 13,20; 33,5; F 5,6-9; 23,10), así como de casos ejemplares de mujeres en las fundaciones de los monasterios (F 1,3-4;16,3;18,5; 28,41).
2. Pobreza
Es al inicio del libro Camino donde Teresa, evocando los comienzos del primitivo monasterio de Avila, hará una decidida y directa apología de la pobreza religiosa. Y evocará la figura de santa Clara para confirmar sus propias convicciones y la realidad de aquellos comienzos (V 33,13; C 2,8). Distinguirá también claramente la pobreza material externa y la pobreza espiritual interna (C 2,3.7).
a) Experiencia y práctica. Antes de llegar a unas formulaciones de su pensamiento, Teresa ha pasado por una experiencia personal de la pobreza (C 2,5). La experiencia de la pobreza en santa Teresa tendrá dos vertientes: la espiritual y la material. Aquélla presidirá su difícil camino de forcejeo hacia la plena amistad con Dios, y encontrará una formulación en la descripción de la primera «agua» o manera de orar (V 11,7-17).
La pobreza material aparecerá con fuerza en los inicios fundacionales. Podemos señalar algunos hitos significativos. En la fundación del primer monasterio, surge el binomio rentas/ pobreza absoluta. En un principio Teresa quiere contar con un capital estable o «rentas». Luego se entera de que los primitivos del Monte Carmelo vivían en «pobreza absoluta», al día, sin dejar nada para el siguiente día. Y revolverá Roma con Avila para conseguir que su primera fundación y las demás sigan esa línea (V 35,2-6; 36,15), de modo que sus monjas vivan del trabajo propio (V 10,7) y de limosnas, e incluso se admita sin dote a las candidatas (V 36,6). En los años maduros, ante la realidad de los hechos, llegará a un compromiso: en las poblaciones grandes vivirán en «pobreza absoluta»; en «los lugares pequeños» con rentas fijas: «siempre soy amiga de que sean los monasterios, o del todo pobres, o que tengan de manera que no hayan menester las monjas importunar» (F 9,3; 24,17).
b) Consignas. Teresa sintetizará su pensamiento en densas consignas: «grandes muros son los de la pobreza» (C 2,8); «trece pobrecitas, cualquier rincón les basta»; «¡oh riqueza de los pobres» (V 38,21); «pobres y regaladas no lleva camino» (C 11,3); «son nuestras armas la santa pobreza» (C 2,7); «una pobre monja de San José pueda llegar a señorear toda la tierra» (C 19,4); «la pobreza que es tomada por sólo Dios, la verdadera pobreza, trae una honraza consigo que no hay quien la sufra» (C 2,6).
c) Especificaciones prácticas. El punto de mira de la pobreza teresiana será Cristo Jesús: «Parezcámonos en algo a nuestro Rey, que no tuvo casa sino en el portal de Belén adonde nació y la cruz adonde murió». De ahí que sus edificios no han de ser «grandes casas», sino que su «hacienda» ha de ser «pobre en todo y chica». Eso sí, verá «enhorabuena» que haya campo «con algunas ermitas para apartarse a orar»; «mas edificios y casa grande ni curioso, nada» (C 2,9).
Vivir «en pobreza absoluta» es fiarse de la providencia, concretada en el trabajo manual y las limosnas. Pero la monja teresiana no ha de tener «estos cuidados demasiados de que den… y pedir lo que no han menester», aunque por el camino de hacer limosnas se salvará más de un limosnero (C 2,3.4.10).
3. Castidad
Por muchos motivos comprensibles, el consejo evangélico de la castidad apenas recibe tratamiento alguno en los escritos teresianos. Sólo en una coplilla festiva aparecerá esta consigna: «El voto de castidad con gran cuidado guardad» (P 20,5). En dos cartas a su hermano Lorenzo, referentes a temas de oración, formulará para él una línea de serenidad y realismo ante posibles efectos contingenciales de la vida orante en este tema (cta 163,7; 168,5).
Recordará a sus monjas que la pobreza y la humildad son «grandes muros» para la guarda de «la honestidad» (C 2,8). La santa analizará el «amor unas con otras», donde puede haber actitudes inmaduras (C 4,4-11). Ella aboga por una madurez y libertad de corazón de personas que han entregado su afectividad a Dios con un amor preferencial. Sus monjas son esposas «biencasadas» con Cristo (C 11,3; 22,7; 26,4), cuyo trato es «de amor puro y casto» (V 28,10). Este ha de ser el criterio de acción en todo. En sus monasterios «todas han de ser amigas, todos se han de amar, todas se han de querer, todas se han de ayudar; y guárdense de estas particularidades» (C 4,7). Teresa distinguirá netamente dos niveles de afectividad: espiritual simple y espiritual sensible. Luego propondrá unas prudentes líneas de acción para casos concretos (C 4, 13-16). Evangelio. Obediencia. Pobreza. Seguimiento de Jesús.
Félix Malax