El término «cristiandad» se refiere a una larga etapa de la historia de la Iglesia y de Europa que se inició en la Alta Edad Media y se prolongó hasta los tiempos modernos, si bien en forma progresivamente desdibujada. Se trata de una compleja realidad con dos aspectos o componentes principales, el institucional y el cultural. Una aproximación a la realidad material de la cristiandad sería la siguiente: Fue la situación, el ser de Europa después de la restauración del Imperio por Carlomagno, 800 y por Otón I, 962. Estaba constituida por todos los habitantes, clérigos y laicos, unidos por la misma fe e integrados en un conjunto societario ordenado según los principios del Evangelio y gobernada por la suprema autoridad de Pedro, repetido en su Vicario, el papa, y por el emperador. La gran tarea, que resultó utópica, para llegar a una cristiandad funcional y armónica, consistió en fijar, no tanto a nivel teórico, sino práctico la extensión y el alcance de esas dos supremas potestades, es decir, encontrar un equilibrio, ya que los dos términos absolutizados unilateralmente hierocracia, cesaropapismo se convertían alternativamente en extremismos viciosos y excluyentes. De hecho la historia de Europa durante esos siglos llamados de cristiandad fue una secular confrontación entre las dos esferas de poder. La secularización de la autoridad temporal como consecuencia de la lucha de las investiduras y el empeño de Gregorio VII tampoco resolvió el problema, puesto que la reviviscencia del derecho romano favoreció los intentos de sacralizar nuevamente el poder de los príncipes. Y el agustinismo político en sus doctrinarios más audaces subsumía lo temporal en el poder de la Iglesia. Un momento en el que puede considerarse realizada la cristiandad en una discreta funcionalidad fue el pontificado de Inocencio III, aunque se le ha acusado de defender un duro imperialismo papal (Weltherrschanft), pese a sus protestas de que se atenía al mandato evangélico de dar al César, etc. (Canon 42 del IV Concilio Lateranense).
Frente a ese imposible sueño de ordenación cristiana según teorías que se excluían mutuamente, se fue desarrollando una forma de pensar, de vivir y de sentir en una realidad tan unitaria y homogeneizada que es la verdadera cristiandad sociológica. Su común denominador fue lo cristiano, es decir, la fe inspiradora de la vida y expresada en todos los aspectos: liturgia, arte, esquema de valores y aspiraciones en la vida concreta y en las exigencias éticas y espirituales. Es decir, lo que se puede designar como cultura. Ni un solo aspecto de la vida real, personal y colectiva, estaba fuera de la inspiración o de algún referente cristiano, hasta las deformaciones lo fueron por referencia y exageración de lo cristiano.
Pese a las tendencias secularizantes del poder y a la crisis del pontificado y del imperio conciliarismo, desvinculación de las dos instancias la cultura y la sensibilidad seguían siendo cristianas. La última y más exagerada idealización de la cristiandad medieval tuvo lugar a fines del siglo XVIII y primeros del XIX, al advenimiento del tradicionalismo y del romanticismo (G. F. Novalis, F. R. de Chateaubriand, J. de Maistre, etc).
Santa Teresa está inmersa en esa onda cultural cristiana, sobre todo en la atmósfera de la fe, cuya unidad se está disolviendo por lo que sucede en Europa y le preocupa tanto, causándole hondo pesar. Dieciséis veces usa en sus escritos la palabra cristiandad. Una sola vez refiriéndose a la compleja realidad histórica que se encierra en el término (C 4,3). Las otras veces usa la palabra en sentido extenso, como equivalente de vida cristiana, virtuosa y ejemplar, es decir adjetivándola, en la línea acreditada por la tradición. La percepción de la cristiandad por Teresa de Jesús es cultural, la de la sumisión a la autoridad de la Iglesia, la de la piedad. Por eso la ruptura de Lutero, la primera gran crisis que rompe el esquema medieval, supone para ella una fuerte sacudida.
Los meses anteriores y posteriores a Lepanto fueron muy intensos en su calendario. No hay alusiones ni referencias a la gesta que, sin duda, conoció y de la que se alegraría, como un gran triunfo de la «cristiandad».
Alberto Pacho