Como para la Iglesia, también para T la cuaresma es el tiempo de mortificación y penitencia. Tiempo, además, de preparación para la Pascua del Señor. Ambos aspectos están muy presentes en sus escritos y en su vida. La Santa prepara su físico para entrar en ella con buen pie (cta 182,1-2). La cuaresma comienza el miércoles de ceniza: a veces emprende viaje ese día (cta 327,3), pero de ordinario no le agrada viajar en tiempo cuaresmal (cta 332, 2). Alguna vez, su físico se resiente del rigor penitencial de entonces (cta 185,2). Cuida de manera especial el ambiente espiritual de esos días, mientras es priora de la Encarnación (cta 41,3). Para la comunidad de San José, ella misma puntualiza: según prescripción de la Regla del Carmen, el comienzo penitencial de la cuaresma se anticipa al 14 de septiembre (Cons 4,1). Y en el tiempo propiamente cuaresmal se anticipa el rezo de vísperas a las once de la mañana, se practica la única comida diaria y se tiene la hora de lectura comunitaria a las 2 de la tarde (Cons 2,3).
En lo espiritual, la Santa intensifica su preparación para la Pascua de modo especial en la Semana Santa. Durante muchos años celebra con devoción especial el Domingo de Ramos: ‘…durante más de treinta años yo comulgaba este día, si podía, y procuraba aparejar mi alma para hospedar al Señor, porque me parecía mucha la crueldad que hicieron los judíos, después de tan gran recibimiento, dejarle ir a comer tan lejos, y hacía yo cuenta que se quedase conmigo, y harto en mala posada, según ahora veo…’ (R 26,2). Luego, ese día, repartía su comida a un pobre, práctica que de ella heredó la comunidad de la Encarnación. Lo cuenta la historiadora del monasterio, María Pinel: ‘En el coro bajo, el Domingo de Ramos, se halló toda bañada en la sangre de Cristo…, pagándola nuestro Señor el hospedaje que le hacía aquel día, porque… no comía hasta las tres de la tarde, estándose acompañando a Su Majestad hasta aquella hora, y en reverencia suya daba de comer a un pobre. Y a su imitación se hace en esta casa así, no comiendo aunque vayan a refectorio…, dejando a la puerta (de casa) la comida todas las que pueden por sí mismas para el pobre que tienen prevenido, y solicita cada una a la portera no falte pobre para ella’ (Retablo de Carmelitas, Madrid 1981, p. 47).
Mucho más intensa aun es su piedad en los dos últimos días, viernes y sábado, en que comparte la Pasión de Jesús y el ‘trapasamiento’ (la ‘Transfixio’ de la liturgia) y ‘la soledad’ de la Virgen. En una de esas ocasiones (Pascua de 1571), T misma experimenta esa ‘transfixio’ y a través de ella entiende lo que significó para la Virgen: ‘ahora, como ha crecido (esa mi pena), ha llegado a términos de ese traspasamiento y entendiendo más el que nuestra Señora tuvo, que hasta hoy… no he entendido qué es traspasamiento… Mas ¡cuál debía ser el de la Virgen!’ (R 15,1.6).
Así, la cuaresma tenía su desenlace en la Pascua del Señor (R 15,3).
T. A.