En los orígenes de los dominicos hay dos notas peculiares que definen la nueva Orden: la rapidez de su desarrollo en un espacio cronológico limitado, menos de un decenio, y más significativamente la idea clara de lo que buscaban. En el mismo breve espacio de tiempo se desarrolló su ordenamiento interno y las estructuras de gobierno. Los jalones de este proceso fueron los siguientes: La primera idea de la fundación de la Orden la tuvo Santo Domingo en 1214. En 1215 funda el primer convento; Inocencio III la aprueba de palabra. En 1216 Honorio III la aprueba por bula de 22 de diciembre. En 1217 tiene lugar la primera ‘dispersión’, es decir el primer despliegue con una significativa connotación, el envío de los primeros dominicos a distintos lugares: siete a París, apuntando al primer objetivo, los estudios. En los capítulos de 1220 y 1221 se estructura el gobierno y la administración de la Orden de forma tan original y madura que han continuado invariados durante la historia de la Orden hasta nuestro tiempo. En el mismo año 1221 se realiza la primera división en provincias. Una de ellas, la de España. La progresión númerica continuó durante los siglos siguientes, pese a la crisis de todas las órdenes y que también afectó a los dominicos, provocada y agravada por acontecimientos nefastos de distinto signo, como el cisma de Occidente, la peste negra y las tensiones y polémicas internas de las mismas órdenes.
La presencia de los dominicos en España se anticipó a los momentos iniciales. Fruto del viaje de Santo Domingo a la Península en 1218 fueron las fundaciones de Segovia, Palencia, Burgos, Zaragoza, Zamora, Barcelona. Hasta la mitad del siglo XIII se fundaron veinte conventos en las principales ciudades de España. A fines del siglo eran cuarenta y dos, lo que aconsejó nueva división de provincias. Este ritmo ascendente no se interrumpió en los años bajos de la crisis ni durante el largo siglo de decadencia, desde la mitad del siglo XIV. Durante esa etapa los dominicos sufrieron las mismas patologías de las demás órdenes y aplicaron los mismos remedios, la socorrida fórmula de la observancia, acometida con fuerte impulso a fines del siglo XIV y continuada durante el XV por obra de figuras singulares y de prestigio universal, como Raimundo de Capua, y en España el cardenal Juan de Torquemada y otros ilustres predicadores como, Alonso de Cebrián, Juan Hurtado, etc. Uno de los adelantados de esa reforma fue el convento de S. Pablo de Valladolid, protegido, prestigiado y corvertido por Torquemada en eje de la reforma, que pese a las tensiones con la Orden fue mantenido por los Reyes Católicos.
Durante los dos siglos anteriores los dominicos habían escrito el capítulo más brillante de su historia: la organización de los estudios y la erección de una constelación de centros, los Estudios Generales, cuya cartografía se completa con el establecimiento del de Burgos, 1456, el de Sevilla, 1522, todos ellos al nivel de los primeros que se fundaron, Barcelona, 1219 y San Esteban de Salamanca. Precisamente la restauración salmantina a fines del siglo XV y en el primer cuarto del XVI, es una página espectacular de la cultura española. El número de grandes figuras e ilustres catedráticos dominicos es muy numeroso y su prestigio sobradamente conocido. Un dato indicativo, fruto de esa restauración, es la presencia de más de treinta dominicos en el Concilio de Trento.
Castilla fue desde siempre una parcela privilegiada de la orden y a su vez la gran beneficiaria de su presencia y de su acción. Avila donde llegaron de la mano de los Reyes Católicos -convento de Santo Tomás- fue centro de cultura e irradiación espiritual. No sorprende por eso la presencia de los dominicos en la vida de Santa Teresa. En primer lugar por el hecho de la presencia física en la ciudad, y su encuentro con ellos desde la infancia; pero sobre todo por el peso del convento dominicano en la ciudad. En segundo lugar, la necesidad de sentirse en la propia verdad, y particularmente el tener garantía de la verdad de su vida interior, abrieron su camino hasta los letrados, cuyo grupo más acreditado estaba entre los dominicos. Ella misma hizo el elenco de los consejeros ‘con quienes comenzó a tratar, de la Orden del glorioso Santo Domingo’ (R 4,8). Apuntó igualmente otro motivo, el bien que han hecho los dominicos y las ‘almas que habrá perdido el demonio por Santo Domingo’, es decir, su celo por la salvación de las almas. Por eso es comprensible el tono admirativo y agradecido con que trata de los dominicos, con un deje de afecto por ellos y por cuanto la han ayudado, tanto a ella personalmente, como a su obra, desde el mismísimo comienzo en San José e Avila, en cuyo éxito aparece la figura de dos de los más preclaros dominicos del tiempo, PP. Domingo Báñez y Pedro Ibáñez (V, 36). Cf BMC?5,451.
BIBL.?Ver entre otros estudios, Vicente Beltrán de Heredia, Historia de la reforma de la provincia España (1450-1550), Roma 1939; Un contemporáneo director espiritual de Santa Teresa: el venerable P. Pedro Ibáñez, OP., Vida sobrenatural 63 (1962) 406-419; Inciarte, Esteban, Santa Teresa y la Orden Dominicana, Teología espiritual 6 (1962) 443-468; Martín, Felipe, Santa Teresa de Jesús y la Orden de Predicadores,Avila 1909.
A. Pacho