El estilo teresiano es integral, existencial, un modo de ser, de estar en el mundo y de expresar y comunicar la experiencia vivida. El mismo estilo de vida que T pone en marcha se hace palabra y estilo literario a través de su escritura y, en su ‘desafeitado desaliño’, se convierte en ‘la misma elegancia en castellano’ según fray Luis de León.
1. Características
El estilo de los textos teresianos, siendo lenguaje literario escrito, mantiene el tono de la conversación oral. Esto no excluye la preocupación por la forma, por saber decir ’No sé si queda bien dado a entender’ (M 1, 2, 9); ‘No sé si la comparación cuadra, mas en hecho de verdad ello pasa ansí’ (V 20, 2); ‘Deshaciéndome estoy por daros a entender esta operación de amor, y no sé cómo’ (M 6, 2 3). Tampoco excluye la autocomplacencia por la propia escritura ’Esto es así, y quien tuviere experiencia verá que es al pie de la letra todo lo que he dicho. Alabo a Dios porque lo he sabido así decir’ (V 25, 9). Pero la actitud estética y la consciencia creadora como escritora las pone al servicio de la mayor expresividad en una comunicación cordial, cercana, cálida y sencilla. Su voluntad de estilo se centra en el interés por dar forma precisa, expresiva, plástica, a unos contenidos inefables muchas veces que brotan de una profunda experiencia espiritual y vital. Su estilo se caracteriza por los siguientes rasgos:
A) Tono coloquial, conversacional, conscientemente elegido como registro: ‘Iré hablando con ellas [estas monjas de estos monasterios] en lo que escribiré’ (M pról. 4). Se manifiesta de diversas maneras:
1. Continuas apelaciones a los destinatarios, que están presentes como interlocutores y a cuyos interrogantes se adelanta a responder ’Paréceme que estáis con deseo de ver qué se hace esta palomica y dónde asienta (…) y aún plega a Dios se me acuerde o tenga lugar de escribirlo’ (M 5, 4, 1). A veces, incluso, sus palabras se entrecruzan con otras ‘conversaciones’, orales en este caso, que quedan implícitas ’Fuéronse a buscar el Provisor, que havía nombre Prudencio, y aún no sé si me acuerdo bien; así me lo dicen ahora, que como le llamábamos provisor, no lo sabía’ (F 29,26). Se supone un inciso en el que pregunta el nombre y confirma su opinión.
2. Permanente presencia del yo narrativo, fuente de experiencia y polo indispensable para la comunicación autobiográfica con sus interlocutores.
3. Formación del pensamiento a medida que se expresa, dejando constancia de su proceso mental. No parte de un esquema previo completamente organizado, sino que elabora conjuntamente el fondo y la forma en un mismo acto creador al tiempo que escribe. Así son frecuentes: a) las autocorrecciones sobre la marcha, integradas en el texto como parte de él ’Este libro es verdad que lo he escrito yo siendo priora de San José de Avila y cuenta este libro ciento sesenta y nueve folios, digo no, ciento sesenta’. T no tacha y modifica, sino que continúa el hilo del discurso de forma lineal para corregir lo ya ‘dicho’, tal como se hace en el lenguaje oral; b) las digresiones y paréntesis surgidos a partir de otra idea anterior. T retoma el hilo de su exposición de forma explícita en el punto en que espontáneamente lo abandonó: ‘No sé lo que había comenzado a decir, que me he divertido’ (distraído) (CV 2,11); ‘Confieso que iba tan embebida que no me he entendido hasta ahora la necedad que hacía en hablar en ello. Ahora que he advertido callaré. Mas ya que está dicho, quédese por dicho por si fuere bien’ (CE 2, 7); c) las grafías que parecen aproximarse a la fonética con todas las variantes contextuales que en el habla adquiere cada forma lingüística.
B) Lenguaje cálido, afectivo, plástico, expresivo: selección de un léxico concreto para expresar con imágenes conceptos abstractos; frecuente uso de diminutivos; gracejo en los giros y expresiones; ironías suaves; efusiones afectivas; cambios del eje verbal; variaciones en el ritmo; abundantes imágenes, metáforas, símbolos, alegorías, juegos de palabras como esfuerzo creador en función de la claridad y viveza de la transmisión del contenido. Las ideas que transmite al entendimiento pasan antes por el corazón y buscan en el lector una respuesta que, después de pasar por la inteligencia, tenga un eco también cordial.
C) Presencia de vulgarismos, incorrecciones y formas anómalas que son ‘el lunar del refrán, en palabras de fray Luis de León (Carta-dedicatoria…). Algunas de las voces anómalas son arcaísmos; otras corresponden al lenguaje corriente del habla hidalga en Castilla la Vieja, al margen del gusto cortesano; otras son, sencillamente, deformaciones no siempre justificadas por la evolución del idioma y las vacilaciones que ésta trae consigo. Rafael Lapesa afirma que ‘la forma teresiana está ajena a la fijación del idioma por la literatura’ (Historia de la Lengua española, 6ª ed. Escélicer, Madrid 1962, 210). Aunque no había límites tajantes entre vulgarismos y expresiones admitidas, la tendencia a la fijación de usos era clara, sobre todo en la lengua literaria (cf ib 243). Con frecuencia se encuentran vacilaciones vocálicas (discreción, descreçion, descrición); metátesis (yproquitas); formas inexistentes (agravuelo, agravielo); alteración de consonantes (asoluto, colesio), faltas de concordancia, anacolutos (‘Podrá ser que no entendáis algunas qué cosa es visión, en especial las [visiones] intelectuales’ (M 6,4,5 ). ‘Tenía uno casi de mi edad, juntábamonos entrambos a leer vidas de santos, que era el que yo más quería’ (V 1,4); simplificación de diptongos (decinueve); diptongación (enrriedos).
Algunas investigaciones recientes subrayan la presencia de fenómenos lingüísticos semejantes en otros escritores de la época para demostrar que no hay tal vulgarismo en el lenguaje teresiano. T seguiría la pauta teórica de Valdés ‘escribir como se habla’, y lo haría instalándose en el centro de dos tendencias, ni culta ni vulgar. Escribe como se habla en la Avila de su tiempo: conservadora, castiza y castellano-vieja. Con todo es de inestimable valor en este caso el testimonio de fray Luis de León, contemporáneo de T y buen conocedor de la lengua y la literatura de su momento. Fray Luis hace una lectura literaria de los textos teresianos y descubre en ellos unos rasgos de estilo muy personales que incluyen la presencia de anomalías en el campo de la literatura ’un desafeitado desaliño’ que le cautivan en su elevada sencillez.
T ‘controla perfectamente sus modos expresivos’ (Lázaro Carreter, Fray Luis de León y el estilo de Santa Teresa, 485) y, controlándolos, su elección se decanta hacia un modo estilístico coloquial. Su voluntad de estilo se cifra en la no-forma retórica, es decir, en el rechazo a moldes retóricos vigentes en su momento y que ella conocía por abundantes lecturas. Su concepción de humildad, ‘andar en verdad’, encuentra en la sencillez de estilo estilo de vida, estilo personal, estilo literario el camino más corto para el encuentro de la escritora y el lector a través de su pluma. La soltura y el dominio de los recursos literarios, y el gozo que provocan en la creadora sus propios logros, son una faceta más de quien, al expresarse, manifiesta su natural sentido estético, su estilo de vida cercano, sincero, cordial, sencillo de exquisita calidad humana y espiritual.
En un mundo antifeminista y obsesivamente preocupado por la ortodoxia, la elección de un estilo que la sitúa al margen de los cauces habituales de la retórica literaria y espiritual y permite a T, mujer-escritora, un ámbito de libertad creadora insospechado, al margen de las normas, para plasmar su experiencia de la forma más viva y expresiva. Comunica lo sublime a través de la suma sencillez que se recrea en el bien decir aunque lo haga, según sus palabras, de un modo ‘desconcertado’.
2. Algunas explicaciones
El estilo literario teresiano ha despertado la curiosidad de los investigadores a lo largo del tiempo. Muchos de ellos han intentado descubrir las claves hermenéuticas que expliquen las peculiaridades de un lenguaje literario difícilmente catalogable: su desenfadada soltura introduce elementos del lenguaje llano incluso vulgares, para tratar temas elevados; y empleando los recursos que la lengua le ofrece para plasmar formalmente los contenidos con sentido estético, lo hace al margen de los cauces establecidos. Al poner por escrito una biografía del espíritu, y hacerlo de espaldas a los gustos cortesanos de su momento, también en la literatura española fue fundadora. Se han dado diversas razones para explicar el porqué de tal estilo:
1ª La falta de cultura. Los estudios realizados sobre las obras leídas por T, ávida lectora de libros profanos y religiosos, desmienten esta idea. Por el contrario, ponen de manifiesto que tenía una cultura muy superior a la media de las mujeres de su tiempo (cf G. Etchegoyen, Morel-Fatio, Lázaro Carreter, García de la Concha, etc.).
2ª La depauperación de su lenguaje por la falta de libros a partir de la publicación del Indice de Libros Prohibidos del inquisidor Valdés en 1559. En esa fecha T tenía cuarenta y cuatro años y su formación se había completado. Además, el trato frecuente con personas de alto nivel cultural, tanto del mundo civil como del eclesiástico, le permitieron seguir en contacto con un lenguaje suficientemente cuidado.
3ª La dejadez, la falta de voluntad de estilo. La personalidad de T excluye la posibilidad de que sea ésta una explicación fundamentada. El retrato que de ella hacen sus contemporáneos, el estudio de las actividades realizadas a lo largo de toda su vida, y el testimonio que ella misma deja en sus escritos sobre su esfuerzo creador y sobre su implicación personal en la tarea que tiene entre manos, apuntan a una voluntad definida y decidida.
4ª La ocultación. T trataría de esconder su personalidad tras ese supuesto vulgarismo. Y lo haría por diversas razones posibles:
a) El temor a la Inquisición. El Tribunal del Santo Oficio era una sombra que pesaba sobre cualquier actividad del siglo XVI. Con el afán de velar por la ortodoxia de la fe sometía a control y censura todo aquello que pudiese dañar la integridad doctrinal. El hecho de tratar por escrito temas espirituales y, aún más, el hecho de incluir en los textos experiencias místicas, podían convertir en sospechosas tanto las obras como, en ese caso, a su autora. El recurso a la vulgarización, según esta hipótesis, iría encaminada a encubrir la personalidad de quien se atrevía a adentrarse en terrenos considerados peligrosos.
b) Los prejuicios sociales antijudaicos. La limpieza de sangre era un tema candente en la sociedad del siglo XVI y motivo de conflictos civiles y religiosos. La ascendencia judía de la familia de T podía ser una mancha que acarrease desprestigio social en el rígido marco social de su momento, y la dedicación a una actividad intelectual, como la escritura, podía poner de relieve la sospecha de una mayor vinculación con círculos judaizantes. Quienes defienden esta hipótesis consideran que T escondería su autoría como literata recurriendo a la vulgarización de sus escritos.
c) La presión de la misoginia ambiental. El antifeminismo de la sociedad llevaba a considerar inaceptable, entre otras cosas, que una mujer se atreviese a realizar tareas reservadas a los hombres. Una de ellas, la de ‘predicar’ por escrito, la de tratar temas espirituales enseñando a otros, la de ser, en definitiva, una escritora con autoridad propia. Los textos teresianos revelan en ocasiones rebeldía frente a esta falta de libertad, tan contraria al espíritu cristiano; otras veces manifiestan el haber asumido la condición de mujer según las coordenadas de su siglo pero, aun en esos casos, no falta con frecuencia un velo de ironía que permite matizar el alcance de sus palabras. La presión de la misoginia ambiental habría obligado a T a vulgarizar para no ser tenida por atrevida y poder ocultar así su verdadera identidad.
d) La humildad. Quien afirma ‘[Por la] llaneza y claridad (…) yo soy perdida’ (cta 124, 2) y pone en marcha una nueva forma de vida basada en la sencillez: ‘El estilo que pretendemos llevar es no sólo de ser monjas, sino ermitañas’ (CV 13, 6), escribiría también bajo la máxima de la humildad. Esta hipótesis, que partió en primer lugar de Menéndez Pidal y fue seguida después por otros autores, considera que T realizó una mortificación ascética escribiendo en un registro inferior al suyo, según los usos vulgares. De este modo ocultó sus posibilidades reales como escritora y se sometió al condicionamiento que le imponía su deseo de humildad.
Todas estas explicaciones, que incluyen reflexiones interesantes, parten de la idea de que en la ocultación de T hay una vulgarización intencionada. Según esto, el rasgo del vulgarismo sería la clave de su voluntad de estilo. Sin embargo, la comparación de las dobles redacciones de los escritos teresianos revelan que no hay un incremento de voces anómalas en las segundas versiones, como sería razonable en caso de que su voluntad de estilo se centrase en una premeditada vulgarización.
3. Voluntad de estilo
La voluntad de estilo supone la elección deliberada de los rasgos por los que un autor desea ser reconocido, los que configuran su personalidad creadora. T consciente de sus recursos expresivos y con pleno control sobre ellos, elige voluntariamente su modo de escritura como una faceta más de estilo personal. Dentro de un marco social en el que pesaba la presión antifeminista, T funda un estilo de vida que traduce también en estilo de pluma: rompe las barreras intactas hasta entonces para las mujeres y aprovecha las trabas que le impiden entrar en terrenos vedados. La mujer-escritora, que no puede escribir según estilo elevado ajustado a las normas de la retórica, crea en libertad su propio espacio literario en el que vuelca su propio estilo del modo más expresivo y directo: como un coloquio que se sitúa deliberadamente al margen de las normas retóricas de artificio y corrección renacentista, pero que no pretende tampoco vulgarizar. Entre estos dos polos extremos se sitúa y crea la forma para dar vida y expresión a contenidos vitales proyectándose tal como ella es: espontánea, natural, directa, y con un fuerte sentido estético en su elevada sencillez.
4. Algunas valoraciones sobre el estilo literario teresiano
‘T es para los artistas, como es Cervantes, una lección perpetua: más lección, en cuanto a estilo, que Cervantes. En Cervantes tenemos el estilo ‘hecho’, y en T vemos cómo ‘se va haciendo’ (Azorín). ‘El lenguaje de santa T, el lenguaje en las cartas, es el más profundo español que conozco’: ‘Castilla pura’ (Azorín). ‘Podemos decir que es la creadora de un lenguaje de la conciencia. La lectura de santa T tiene que realizarse no desde una pura valoración literaria o histórica sino desde el misterio de un alma que se halla en perenne comunicación con la divinidad. Y para ello tiene que realizar la enorme tarea de inventar un idioma para lo inefable’ (Camón Aznar). ‘Santa T es la cumbre de la prosa mística española, como S. Juan de la Cruz lo es de la poesía. Su amor a Dios lo expresa en la lengua viva de su tiempo, espontánea y tierna, emocionada y popular, y de forma tan eficaz que su mano parece guiada por un ángel’ (Cela). ‘Como Quevedo, como Fernando Rojas, como Góngora, T da la impresión de estar creando en cada momento el lenguaje en que se expresa’ (DOrs). ‘En la alteza de las cosas que trata, y en la delicadeza y claridad con que las trata, excede a muchos ingenios: y en la forma del decir, y en la pureza y facilidad de estilo, y en la gracia y buena compostura de las palabras, y en una elegancia desafeitada que deleita en extremo, dudo yo que haya en nuestra lengua escritura que con ellos se iguale’ (fray Luis de León). ‘Y ansí, siempre que los leo me admiro de nuevo, y en muchas partes dellos me parece que no es ingenio de hombre el que oigo, y no dudo sino que hablaba el Espíritu Santo en ella en muchos lugares, y que le regía la pluma y la mano, y ansí lo manifiesta la luz que pone en las cosas escuras y el fuego que enciende con sus palabras en el coraçón que las lee’ (fray Luis de León). ‘[T] escribe como es. Es ella escribiendo y nada más. Santa T escribe, no tanto como habla sino como es. Es escribiendo, lo es en su totalidad y unidad, y por eso siendo su obra escrita maravilla inconmensurable con ninguna otra, no podemos, sin ofenderla, llamarla escritora’ (Gerardo Diego). ‘Y en ir en aquel estilo, muestra con llaneza la verdad, sin composturas, retóricas ni artificios. Aunque, si bien se mira, el estilo es altísimo para persuadir y hacer fruto, el lenguaje purísimo y de los más elegantes de la lengua española, que quizá muchos letrados no acertarán a decir una claúsula tan rodada y bien dicha como ella la dice, aunque borren y enmienden mil veces. Y ella lo escribió sin enmendar papel suyo de los que escribía y con gran velocidad’ (Gracián). ‘Los escritos teresianos, inspirados por el amor y rebosantes de emoción, obtenían como añadidura la suprema belleza literaria’ (Lapesa). ‘En ella encontramos el primer esfuerzo sistemático (si se puede decir en su caso) por verter mediante la palabra escrita, al correr de pluma, la totalidad de la persona (…). Su rechazo de la retórica renacentista, su insistencia en escribir a lo que saliere era así una afirmación de su voluntad de ser ella misma en sí, de rechazar las haciendas verbales, el deseo de provecho mundano’ (Marichalar). ‘Por una sola página de Santa T pueden darse infinitos celebrados libros de nuestra literatura y de las extrañas (…). No hay en el mundo prosa ni verso que basten a igualar, ni aun de lejos se acerquen, a cualquiera de los capítulos de la Vida (…) habla y discurre de las más altas revelaciones místicas con una sencillez y un sublime descuido de frases que deleitan y enamoran’ (Menéndez Pelayo). ‘[La prosa de Santa T] es el tipo perfecto del lenguaje familiar de Castilla en el siglo XVI, el mismo de la conversación; pues la autora, al escribir, estaba ajena a toda preocupación literaria; no redacta, habla, sencillamente’ (Menéndez Pidal). ‘Santa T, obligada por obediencia a escribir, adopta como garantía de humildad el estilo descuidado. Y ese total renunciamiento a la curiosidad nos explica cómo aunque había sido la Santa apasionada lectora de los libros de caballerías, que eran entonces el manual del habla discreta, no tomó en ello el menor rasgo estilístico, por más que alguna vez recuerda sus castillos y sus gigantes. De igual modo, aunque T fue toda su vida voraz lectora de los doctos libros religiosos, no sigue el estilo de ninguno de ellos, no aspira a igualarse con los autores que ‘tienen letras’… Pero la austera espontaneidad de la Santa es una espontaneidad hondamente artística: aunque quiere evitar toda gala en el escribir, es una brillante escritora de imágenes. Las expresiones figuradas acuden abundantes; algunas revisten una riqueza de variantes extraordinaria, acaso a veces inspirada en tratadistas anteriores, pero siempre matizadas y adaptadas al propósito especial que la Santa expone’ (Menéndez Pidal). ‘Santa T es pura y transparente de lengua y estilo porque no hace de estos valores instrumentales fines en sí, sino que los usa y amolda a la expresión de las realidades más altas y trascendentes’ (Pemán). ‘Santa T es el modelo absoluto del habla coloquial y usadera: de la transmisión más pura y directa de la imaginación al papel, sin intermedias nieblas de prefabricada cultura. [Su estilo…] podría definirse como una imaginación viva dictando unas palabras claras. De su imaginación le viene directamente el núcleo de la composición y el vocabulario que lo expresa y rodea’ (Pemán). ‘De que la Santa no procura escribir con literatura no se sigue que la desdeñase. La tuvo en mucho aprecio (…). Quien se precie de conocer algo de la lengua castellana no podrá dejar de admirar en este desaliño uno de los mejores encantos del estilo teresiano’ (Silverio de Santa T.). ‘Por una sola página de [sus asombrosos escritos] daría yo gustoso todos los discursos pronunciados por nuestros académicos y parlamentarios’ (Schack). ‘Su estilo, su lenguaje (…) a los ojos desapasionados de la crítica más fría, es un milagro perpetuo y ascendente de las letras españolas’ (Valera). ‘Con inefable acierto empleó las palabras de nuestro hermoso idioma sin adorno, sin artificio, conforme las había oído en boca del vulgo, en explicar lo más delicado y oscuro de la mente, en mostrar con poderosa magia el mundo interior… Entiendo que el hechizo de su estilo es pasmoso y que sus obras, aun miradas sólo como dechado y modelo de lengua castellana, de naturalidad y gracia en el decir, debieran andar en manos de todos y ser más leídas de lo que son en nuestros tiempos’ (Valera).
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Ninfa Watt, stj