La candidatura del cardenal Hugo Buoncompagni en el cónclave de mayo de 1572 fue inteligentemente conducida por los partidarios de un papa reformador. El grupo coordinado sobre todo por los españoles obtuvo el buen resultado, en un cónclave brevísimo, de un solo día, la elección de su candidato, que tomó el nombre de Gregorio, día 13 de mayo, dos semanas escasas desde la muerte de su antecesor. Era un boloñés de setenta años, nacido en 1502. Jurista por fidelidad a sus raíces y ejerciente como tal durante diez años en la meca del derecho, su ciudad natal, Bolonia. Esa preparación constituyó el aval para ser enviado por Pío IV como asesor y secretario al concilio de Trento en su etapa final.
Antes de llegar al sacerdocio, y como cardenal y papa, gracias a su trato y a la influencia del cardenal Borromeo, en el humus del hombre del Renacimiento floreció el nuevo hombre de la reforma, es decir, el sacerdote piadoso y fiel servidor de la Iglesia. Su preparación para los asuntos del gobierno eclesiástico desde el pontificado supremo, lo obtuvo desde un cargo de curia tan significativo como la Signatura, cumpliéndolo con fidelidad y entereza, aun incluso al precio de oponerse al mismo papa, Pío V, optando por una línea de justeza, pero sin la inflexibilidad de éste. Esta mayor suavidad es la característica de su acción como sucesor y continuador de la reforma.
Tres son los aspectos más brillantes de su pontificado, el más largo de la segunda mitad del siglo XVI: Su acción reformadora en todos los aspectos, para lo que le sirvió su preparación canónica, y cuya obra representativa fue la edición del Corpus iuris canonici,con una disciplina recuperada, y con la intención de suavizar la disciplina de la Iglesia y su propia organización.
En segundo lugar, su voluntad de resarcir las pérdidas provocadas por la escisión luterana. En esta empresa contó con la colaboración de los jesuitas, sus grandes protegidos y colaboradores, a quienes en gran parte se debe la pervivencia del catolicismo en Alemania. En esta empresa los protagonistas fueron algunos de los nuncios más notables del siglo. Algunos de ellos llenaron muchos años de su pontificado, como Bartolomé Portia, Feliciano Ninguarda, Juan Francisco Borromini; y en España, aunque con balance más negativo por sus expeditivos métodos, el nuncio Felipe Sega, famoso por la espontánea y falsa apreciación de Santa Teresa como ‘monja inquieta y andariega’. Colaboradores de Gregorio XIII en las multiformes tareas de gobierno fueron también los nuncios permanentes con sedes definitivas en Graz, Colonia, Lucerna.
No se puede omitir, en tercer lugar, su obra como alentador de la cultura cuya mejor expresión es la serie de colegios para la formación del clero, consecuencia de su interés por la recuperación de las naciones amputadas del catolicismo por el movimiento protestante, como fueron los colegios de Roma, Germánico, Hungárico, Inglés.
Los últimos años de la vida de Santa Teresa, exactamente el decenio 1572-1582, están inscritos dentro del pontificado del papa Buoncompagni. Durante ese tiempo tuvo lugar la mayor crisis de la obra teresiana, comprometida por el nuncio Felipe Sega. Finalmente la tormenta amainó, y el papa, tras la inteligente gestión llevada desde España e inspirada por la propia Santa con gran realismo y visión de futuro, obtuvo el breve Pia consideratione, de 22 de junio de 1579, cuya aplicación se retrasó hasta marzo de 1581, y fue ejecutada por el Capítulo celebrado en Alcalá de Henares, a partir del 3 de marzo de 1581.
Otra de las decisiones de Gregorio XIII fue la corrección del Calendario Juliano, decretada por bula de 24 de febrero de 1582, que entró en vigor exactamente el día 5 de octubre del mismo año, que por la rectificación impuesta, no se contó como día 5, según correspondía, sino como 15, para compensar los días retrasados desde la fijación tolemaica. Por eso la fiesta de la Santa se celebra el día 15 de octubre. Cf J. I. Tellechea Idígoras, El Papado y Felipe II. Tomo II, Madrid 2000, especialmente pp. 56-61.
Alberto Pacho