Con su original comentario del Padrenuestro, santa Teresa entra en el coro de grandes maestros que glosaron la oración dominical, desde la patrística hasta nuestros días. La suya no es una glosa literal, sino una elevación espiritual con intención pedagógica. Se propone orar las palabras del Señor, y a la vez educar al orante. De suerte que desde la humilde recitación vocal (rezo del Padrenuestro), llegue a la oración interior, a la contemplación y a la unión. El comentario ocupa la segunda mitad de su Camino de Perfección: capítulos 26-42.
1. Ella aprendió esa oración desde muy niña. Con su madre, doña Beatriz, la reiteraba en el rezo del rosario, ‘de que mi madre era muy devota’ escribe en Vida 1, 6. Más tarde, a partir de sus veinte años, la rezaba o la cantaba en latín en la liturgia eucarística y en las Horas Canónicas.
No nos es fácil reconstruir el texto castellano usado por ella. En los pasajes del Camino alterna la cita de peticiones en latín con otras en lengua vulgar. Helas aquí:
‘Padre nuestro que estás en los cielos’ (c. 27,1).
‘Santificado sea tu nombre, venga en nosotros tu reino’ (c. 30,4). En latín: ‘Sanctificetur nomen tuum, adveniat regnum tuum’ (título del c. 30).
‘Sea hecha tu voluntad; y como es hecha en el cielo, así se haga en la tierra’ (c. 32,2). En latín: ‘Fiat voluntas tua sicut in coelo et in terra’ (título del c. 32).
‘El pan nuestro de cada día dánoslo hoy, Señor’ (c. 33, 1). En latín: ‘Panem nostrum quotidianum da nobis hodie’ (título del c. 33).
‘Y perdónanos, Señor, nuestras deudas, así como nosotros las perdonamos a nuestros deudores’ (c. 36,1). En latín: ‘Dimitte nobis debita nostra’ (título del c. 36).
‘Y no nos traigas, Señor, en tentación; mas líbranos del mal’ (c. 37,5). En latín: ‘Et ne nos inducas in tentationem, sed libera nos a malo’ (título del c. 38).
2. Cómo rezarlo. La Santa descarta la recitación rutinaria. No está de acuerdo con ciertos teólogos de su tiempo que admitían el valor de la plegaria meramente verbalizada, que ‘con sólo pronunciar las palabras, eso basta… Cuando digo ‘Padre nuestro’, amor será entender quién es este padre nuestro, y quién el maestro que nos enseñó esta oración’ (24,2). ‘Rezarlo bien’, exige ante todo, un gesto de previa compostura del espíritu, para ir ‘enteramente entendiendo y viendo que hablo con Dios, con más advertencia que en las palabras que digo’, de suerte que ‘no estéis hablando con Dios rezando el Paternóster y pensando en el mundo…’ (C 22,1…). Por eso aconsejará enseguida un doble gesto, espiritual y corporal: ‘La examinación de la conciencia y decir la confesión y santiguaros, ya se sabe ha de ser lo primero’ (26,1).
Pero lo verdaderamente importante es que con la oración dominical Jesús nos introduce en el diálogo con el Padre. Y para eso es preciso rezarlo con El, con Jesús mismo: ‘Procurad luego, hija, pues estáis sola, tener compañía. Pues ¿qué mejor que la del mismo maestro que enseñó la oración que vais a rezar?’ (26,1). Es decir, que para dirigir esas palabras al Padre con espíritu filial, es preciso abrirse a los sentimientos ‘filiales’ con que Jesús las pronunció. De suerte que sus sentimientos se trasvasen al orante, para despertar en él un auténtico sentido filial, y así educar nuestra relación con los dos, con el Padre y con el Hijo, bajo la acción del Espíritu Santo que ‘enamore nuestra voluntad’ (27,7).
Con frecuencia las palabras y los sentimientos contenidos en la oración dominical podrán venir en ayuda de nuestras carencias y sequedad interior. La Santa recuerda a sus lectores/as el caso de una ‘monja anciana’ que a ella la conmovió: ‘Conozco una persona que nunca pudo tener sino oración vocal, y asida a ésta lo tenía todo. Y si no rezaba, íbasele el entendimiento tan perdido, que no lo podía sufrir. Mas ¡tal tengamos todas la oración mental! En ciertos paternostres que rezaba a las veces que el Señor derramó sangre, se estaba… algunas horas. Vino una vez a mí muy congojada, que no sabía tener oración mental ni podía contemplar, sino rezar vocalmente. Preguntéla qué rezaba. Y vi que, asida al Paternóster, tenía pura contemplación y la levantaba el Señor a juntarla consigo en unión…’ (30,4: ya antes había mencionado ese caso, c. 17,3).
Según la Santa, una a una las peticiones del Padrenuestro irán interiorizando nuestra oración, recogiéndonos suavemente, facilitando una actitud contemplativa, y un movimiento de fuerte unión al Maestro que ora con nosotros. De ese secreto ensamblaje de la serie de peticiones se servirá la Santa para estructurar su pedagogía de la oración.
3. Pedagogía de la oración desde el Padrenuestro. En el Camino de Pefección, escrito por la Santa como manual formativo de la comunidad contemplativa que era el Carmelo de San José de Avila, el Padrenuestro hace de partitura de fondo, o manual de base. Sobre la secuencia de peticiones, ella irá organizando los principales puntos de su lección. Basta seguir su línea expositiva:
a) Ante todo, atención a Cristo Señor. La oración no es un monólogo. O desarrolla, desde el primer momento, una relación entre Persona y persona, o se pierde en el vacío. Por eso, ‘procurad luego tener compañía. Pues ¿qué mejor que la del mismo maestro que enseñó la oración que vais a rezar?… ¿Pensáis que es poco un tal amigo al lado? (26,1). Insistirá en el gesto de ‘mirarle’. Sintonizar con sus sentimientos. Hasta poder decirle: ‘juntos andemos, Señor’ (26,6). Son premisas pedagógicas para orar con El y, como El, poder decir ‘Padre nuestro’.
b) Decir esa primera palabra de la oración dominical sirve para despertar y educar el sentido filial. Se la decimos al Padre con el Hijo: ‘¡Oh Señor mío!, cómo parecéis Padre de tal Hijo, y cómo parece vuestro Hijo hijo de tal Padre. Bendito seáis por siempre jamás’ (27,1). Las dos palabras iniciales ’padre nuestro’ bastarían para entrar en ‘oración perfecta’ (n. 1). Abren el diálogo con el Hijo (‘Oh Hijo de Dios y Señor mío, cómo dais tanto junto, a la primera palabra’: n. 2), y con el Padre en términos sumamente audaces a favor del Hijo, ante los desacatos y profanaciones de la Eucaristía: ‘Mas Vos, Padre Eterno, ¿cómo lo consentisteis?… ¿cómo lo consentís?’ (33,3-4), convencida de que ‘entre tal Hijo y tal Padre, forzado ha de estar el Espíritu Santo que enamore vuestra voluntad’ (27,7).
c) Dedica un tercer momento a interiorizar la oración. Educar el orante al recogimiento. Lo hace desde la petición: ‘que estás en los cielos’ (28,1). Aquí, cielo de Dios es el ‘palacio del alma’ (28,9). El orante debe pasar de la exterioridad a lo interior. Debe rebasar la barrera de los sentidos y adorar al Padre en espíritu y verdad. ‘Cuando un alma comienza (oración)…, El no se da a conocer hasta que va ensanchándola poco a poco conforme a lo que es menester para lo que ha de poner en ella… El trae consigo la libertad, pues tiene el poder de hacer grande este palacio’ (28,12).
d) La petición ‘hágase tu voluntad’ recuerda al orante que el hito de toda oración cristiana es la unión con la voluntad de Dios. Apunta a esa unión de voluntades, en que está la esencia de la perfección cristiana. Unión a la voluntad de El, hasta el punto en que el orante salga de sí: es el momento del éxtasis (c. 32).
e) Glosando la petición ‘nuestro pan de cada día’, la Santa reserva toda una sección (cc. 33-35) para educar la piedad eucarística del orante. La Eucaristía es el pan del espíritu. El momento de la comunión es la mejor coyuntura para ‘interiorizar’ la oración, para hacerla fuertemente ‘unitiva’, para convertirla en ‘súplica eclesial’. El momento que sigue a la comunión es ‘buena sazón para negociar’ (34,10: ‘negociar’ es conseguir gracias para sí y para los otros, para la Iglesia). El capítulo 35 contiene, de nuevo, un sartal de oraciones modélicas: oracion al Padre, por el Hijo, a favor de la Iglesia, hechas por cada uno en nombre de todos. También estas oraciones, en soliloquio, forman parte de su pedagogía.
f) Finalmente las últimas peticiones del Padrenuestro orientan la oración del orante hacia los otros y lo otro. Los otros son los amigos y los enemigos. Lo otro es el mal. La oración educa el corazón a superar la frontera entre amigos y enemigos. Hace real el ‘perdónanos…, que perdonamos’. ‘¡Qué estimado debe ser este amarnos unos a otros del Señor!’ (37,7). Quien en la oración haya llegado a ‘contemplación perfecta’, ha de salir ‘muy determinado a perdonar cualquier injuria, por grave que sea’ (36,8). ‘No puedo yo creer que alma que tan junto llega de la misma misericordia, adonde conoce lo que es y lo mucho que le ha perdonado Dios, deje de perdonar luego con toda facilidad, y quede allanada en quedar muy bien con quien la injurió’ (36,12). ‘Lo otro’ es el mal, aludido en la postrera petición: ‘líbranos del mal’ (c. 42), que sirve para inculcar al orante dos virtudes terminales: ‘amor y temor de Dios’, y educar con ellas el doble sentido de amistad y de trascendencia que la oración debe desarrollar en el cristiano.
La Santa está convencida de que en las breves palabras del Padrenuestro ‘se halla encerrada’ una completa pedagogía de la oración: ‘Espántame ver que en tan pocas palabras está toda la oración y perfección encerrada, que no parece hemos menester otro libro, sino estudiar en éste…’ (37,1).
4. ¿Más comentarios teresianos del Padrenuestro? A título meramente complementario recordamos el librito falsamente atribuido a la Santa, titulado: ‘Siete Meditaciones sobre el Pater noster acomodadas a los días de la semana. Por la Santa Madre Teresa de Jesús’. Fue incluido con ese epígrafe entre las Obras de la Santa, en la lujosa edición plantiniana de B. Moreto (Amberes 1630) y estaba precedido de esta nota: ‘Estas Meditaciones sobre el Padre Nuestro son de un cuaderno de las obras de la S. Madre Teresa de Jesús, que tenía en su poder Doña Isabel de Avellaneda…, en el cual cuaderno estaba lo que la misma santa Madre escribió sobre los Cantares, de que no se hace mención en su vida, como de cosa que se había perdido’ (tomo II, p. 586). Ya antes, el librito había tenido ediciones por separado en Sevilla ‘por Alonso Rodríguez Gamarra’, 1612; y al años siguiente en Valencia ‘en casa de Pedro Patricio Mey’, con reiteradas traducciones al alemán y francés (París, ‘chez Sebastien Huré’, 1645), hasta recientemente (París 1945 y 1946). Demasiada fortuna para tan exiguo tratadillo.
Los temas meditados correspondían a siete ‘títulos y nombres de Dios: Padre, Rey, Esposo, Pastor, Redentor, Médico y Juez’ (ib p. 588). Ya en 1637 delataba su condición de espurio el famoso autor del ‘Genio de la Historia’, Jerónimo de san José: ‘Yo tengo por cosa muy cierta que el tratado susodicho no es de nuestra santa Madre’ (Historia del Carmen Descalzo L. V, c. 13). Efectivamente el librito no es teresiano, ni está inspirado en los escritos de la Santa.
Todavía en 1915, el teresianista don Bernardino Melgar y Abreu, Marqués de Piedras Albas, publicó en el Boletín de la Real Academia de la Historia presuntos fragmentos de una primeriza redacción del Camino de Perfección, con retazos de glosa al Padrenuestro. Inequívocamente espurios, como ya notó el Padre Silverio de Santa Teresa (BMC 3, p. xxx, nota).
T. Alvarez