Según propia confesión, Teresa no se sentía poeta. Si compone poesías, lo hace bajo la pulsión del trance místico. Compelida por el ímpetu mal contenible de la emoción religiosa y de la experiencia de lo divino. Lo dice ella misma, velándose de anonimato: ‘¡Válgame Dios, cuál está un alma cuando está así! Toda ella querría fuese lenguas para alabar al Señor. Dice mil desatinos… Yo sé persona que, con no ser poeta, le acaecía hacer de presto coplas muy sentidas declarando su pena bien, no hechas de su entendimiento, sino que para más gozar la gloria que tan sabrosa pena le daba, se quejaba de ella a su Dios’ (V 16,4). En el contexto inmediatamente anterior había evocado a otro poeta, el bíblico rey David. Eso mismo que le ocurre a ella debía pasarle al rey salmista: ‘esto me parece debía sentir el admirable espíritu del real profeta David, cuando tañía y cantaba con el arpa en alabanzas de Dios’ (ib 3).
Teresa hace al lector esa confidencia en 1565, a los cincuenta de edad. De los años que preceden a esa fecha nos han llegado al menos (quizás sólo) dos poemas suyos, como luego veremos. Lo más probable es que se hayan perdido varios otros de los aludidos en ese pasaje de Vida. Pero lo más interesante de su confidencia es la definición del trance poético y la indicación del origen del propio estro: ella escribe poemas (‘coplas’), bajo la pulsión de una intensa vivencia o por pura expansión de la interior onda mística. Poemas enraizados en la nostalgia de Dios y de lo divino, en la pena de ausencia ’tan sabrosa pena’, que sitúan a la poeta al borde del ‘desatino’, y la hacen ‘salir de términos’, ‘porque no hay razón que baste a no me sacar de ella cuando me saca el Señor de mí’; que la vuelven poéticamente provocativa: ‘seamos todos locos por amor’ (ib 6), y la hacen articular sus versos en arpegios de ‘queja a su Dios’, a modo de elegías teologales. Todo como si se tratase un fenómeno connatural al proceso extático.
Con todo, no siempre ocurrió así, ni todos sus poemas son místicos, como veremos enseguida. Cuando componga ‘coplas’ ya fuera del trance místico, se verá precisada a ‘versificar’ artesanalmente, calcando el metro de versos ajenos, para que otros/as los canten.
Ello nos lleva a preguntar por la cronología de los poemas teresianos: ¿Cuándo los escribió la Santa? El primer poema de que tenemos noticia es el que comienza ‘Oh hermosura que excedéis…’ Lo compondría hacia 1560. Ella misma lo transcribe de memoria años más tarde en carta a su hermano Lorenzo: ‘Ahora se me acuerda uno (un villancico) que hice una vez estando con harta oración, y parecía que descansaba más: Eran… ya no sé si eran así…’ Copia a continuación tres estrofas y prosigue: ‘No se me acuerda más. ¡Qué seso de fundadora! Pues yo le digo que me parecía estaba con harto cuando dije (=escribí) esto… Doña Guiomar y yo andábamos juntas en este tiempo’ (cta 172, 23-24). Todo parece indicar que el poema original era más extenso, y que a distancia de dieciséis años (1560-1576) las estrofas restantes se han borrado en la memoria de T, que en la carta siguiente volverá a glosar para Lorenzo los versos de ‘la herida sin herir’ (cta 177, 5).
Son pocos más los poemas con fecha segura. Hacia 1563, compone para la pequeña comunidad de San José de Avila el poema jocoso ‘Pues nos dais vestido nuevo / Rey celestial…’, que en cierto modo nos sitúa en el extremo opuesto del arco poético: paso de lo místico a lo humorístico.
Entre 1569 y 1571 compuso los dos poemas dedicados a Isabel de los Angeles, en su toma de hábito (?) o en su profesión y velación. El primero, ‘Hermana, porque veléis…’ (Po 25). El segundo, ‘Sea mi gozo en el llanto’ (Po 27). La hermana Isabel tomó el hábito en 1569, y profesó el 21 de octubre de 1571. Dos poemas para el festejo de ocasión.
De enero de 1575 es la breve tonadilla: ‘ ¿Quién os trajo acá, doncella, / del valle de la tristura? / Dios y mi buena ventura’, compuesta para la toma de hábito de Jerónima de la Encarnación, sobrina del Cardenal Quiroga: la joven recibió el hábito carmelita de manos de la Santa en Medina del Campo el 13 de enero de 1575. No ha llegado hasta nosotros la serie de estrofas que seguirían a ese estribillo.
A raíz del ‘Vejamen’, en los primeros meses de 1577, debió componer el poema ‘Alma, buscarte has en mí’ (Po 8), con que ella misma da la respuesta al famoso lema ‘búscate en Mí’ (cta 182,12). Regreso al tema místico, pero esta vez en clave más doctrinal que lírica.
Ignoramos la fecha de composición de los restantes poemas, que ciertamente pertenecen al periodo postrero de vida de la Santa. Alguno de ellos, probablemente, de los años en que ella coincide en Avila con fray Juan de la Cruz. Así, por ejemplo, el que comienza «Vivo sin vivir en mí» (Po 1), y el que glosa el verso de los Cantares ‘Dilectus meus mihi’: ‘Ya toda me entregué y di…’ (Po 3).
Autógrafos de los poemas. Casi todos los autógrafos poéticos de la Santa desaparecieron rápidamente. Ni fray Luis de León, ni los editores críticos de las obras teresianas (Lafuente, Silverio, Efrén…), ni los estudiosos del poemario (V. G. de la Concha, A. Custodio Vega, José Infante…) conocieron autógrafo alguno de los poemas teresianos. Sólo recientemente se han recuperado en Italia varios retazos, que posiblemente llegaron ahí desde Flandes, en un cuadernillo conservado por Ana de san Bartolomé, del que actualmente se conservan fragmentos sueltos en los Carmelos italianos de Florencia y de Savona. El cuadernillo contendría probablemente villancicos cantados o recitados en los Carmelos.
Afortunado entre todos ha sido el villancico ‘Hoy nos viene a redimir’ (Po 12), único que nos ha llegado íntegramente autógrafo: los primeros once versos en el Carmelo de Florencia; los restantes, en el de Savona.
Los otros fragmentos autógrafos corresponden al poema 11 (‘Ah, pastores que veláis’: Florencia, 16 versos autógrafos), al poema 17 (‘Pues la estrella’: Savona, 12 versos autógrafos), al poema 27 (‘Oh dichosa tal zagala…’: Savona, solos 3 versos); y por fin, un retazo del poema 29 (‘Todos los que militáis’), solos tres versos, en el Carmelo de Savona (cf Tomás Alvarez, Estudios teresianos, II, pp. 13-38).
En el siglo pasado, al estrenarse las ediciones autografiadas de los manuscritos teresianos, se hizo también una edición facsímil de varios autógrafos poéticos. Los reunió en un folleto don Antonio Selfa, gran colaborador de Lafuente, con el título ‘Varios autógrafos de Santa Teresa de Jesús’, Madrid, 1884. Folleto que ha tenido una nueva edición facsimilar por Juan F. Pons, Zaragoza 1989, y que contiene los poemas ‘Cuán triste es, Dios mío’ (Po 7), y ‘Vivo sin vivir en mí’ (Po 1). Pero, por desgracia, uno y otro son pseudoautógrafos.
El poemario teresiano. Refiriéndose a sus composiciones poéticas o a los poemas enviados a ella desde otros carmelos, T los llama alguna vez ‘cantarcillos· (R 15,1; cta 171,1). Más frecuentemente los denomina ‘coplas’ y ‘villancicos’ (V 16,4; Vejamen 8…; cta 138,6; 172, 14. 23…). Una sola vez ‘poesías’ (cta 412,13). Es probable que algunos de esos poemas familiares se compusiesen expresamente para ser cantados o recitados. Otros, en cambio, por pura eclosión lírica.
Entre los primeros figuran, sin duda, los que calcan la estructura estrófica del ‘cantarcillo’ entonado por la joven Isabel de Jesús en la Pascua de Salamanca (1581) y que hizo caer en éxtasis profundo a la Madre Fundadora (R 15,1; M 6, 11,8; Conc 7,2). Ese ‘Cantarcillo’ de sor Isabel ’véante mis ojos / dulce Jesús bueno…’ constaba de una entrada de cuatro versos, seguida de una serie de estrofas en octavilla, todas ellas de seis sílabas y con un estribillo final de dos versos. Estructura estrófica que se repite en varios poemas teresianos: ‘Ayes del destierro’ (Po 7), ‘Pues que el amor’ (Po 13), ‘Pues que nuestro Esposo’ (Po 30), y quizás también ‘Oh gran amadora’ (Po 23). Todos ellos estarían destinados a alegrar la recreación comunitaria con el canto, o quizás con el canto, las palmas y un simulacro de danza. ‘Bailemos y cantemos’, exclamará la pequeña Bela. También se compuso para ser cantada en cadencia litánica la poesía jocosa ‘Pues nos dais vestido nuevo’ (Po 31), en que alternarían la solista (la Santa?) y el coro (las monjas). Así, los poemas cantables y recitables serían vector y expresión de la alegría comunitaria. Los restantes, es decir, los propiamente líricos, serían íntimos, vectores de la interioridad mística.
Con todo, la distribución más objetiva del poemario teresiano es otra: a) hay en él una primera serie de poemas líricos de origen místico, que celebran la fiesta interior de la autora (Po 1-9); b) hay un segundo bloque poético, que celebra los diversos momentos festivos de la liturgia carmelitana : Navidad, Circuncisión, Epifanía, Exaltación de la Cruz y varios santos (Po 11-23); c) hay todavía un tercer grupo dedicado a celebrar la fiesta personal de las jóvenes que ingresan en el Carmelo: tomas de hábito, profesión y velación, festejadas como bodas místicas en la familia conventual (Po 10 y 24-30); d) pieza aparte es el poema humorístico del ‘vestido nuevo’ y ‘la mala gente’.
En los cuatro casos, los poemas son exponente de la fiesta en el Carmelo: fiesta interior, los primeros; fiesta litúrgica, los segundos; y fiesta más casera los restantes. Destaquemos lo más característico de cada grupo.
a) Los poemas místicos (1-9) son los más logrados literariamente, los que más y mejor responden al flujo lírico de que habla la autora en el citado pasaje de Vida 16,4. Sumamente característico el poema primero (‘Vivo sin vivir en mí’), no sólo por su paralelismo con el correlativo poema de fray Juan de la Cruz, sino por su doble arraigo, profano y bíblico: arraigo profano en canciones populares de amor que glosaban el ‘muero porque no muero’. Y arraigo bíblico netamente paulino en varios pasajes del Apóstol: ‘vivo yo, pero ya no yo…’ (Gál 2, 20), ‘vivo en el Señor’ (Rom 6,10; 14,7), ‘esta cárcel y estos hierros’ de Teresa, que en Pablo corresponden a ‘quién me librará de este cuerpo de muerte’ (Rom 7,24). El poema, sin embargo, no es un ‘contrafactum’ a lo divino desde lo profano, sino prolongación y reflejo de un hecho místico acaecido a Teresa, que por eso comienza refiriéndose a él: ‘Vivo ya…, después que muero de amor’.
Siguen al menos otros dos poemas de inspiración bíblica: el n.º 2, ‘Vuestra soy, para Vos nací’, y en n.º 3, que glosa el verso de los Cantares ‘Dilectus meus mihi’. Este último, lo mismo que el poema n.º 6, celebra la herida mística producida por el exceso de amor: ‘el dulce cazador… hirióme con una flecha / enherbolada de amor’ (Po 3), o ‘sin herir, dolor hacéis’ (Po 6). Todos o casi todos estos poemas conectan con la onda lírica de la experiencia mística. No sólo celebran la herida y la flecha de amor, sino la nostalgia de Dios, la pena de ausencia, la sensación de místico ateísmo (‘cuán triste es, Dios mío, / la vida sin Ti…’), o el anhelo imposible de la igualdad de amor entre los dos amantes, el alma y Dios (Po. 4).
Única excepción en la serie el poema último (Po 9), ‘Nada te turbe’, probablemente el más divulgado de los poemas teresianos, generalmente interpretado como ‘poema gnómico sapiencial’ a modo de pequeño salmo tupido de consignas evangélicas. En realidad, no es así, no se trata de un sartal de consejos impartidos al lector sino de un intenso momento contemplativo. El poema no contiene una exhortación sino una oración en soliloquio interior, o bien en diálogo de la poeta consigo misma. De ahí el tuteo: como en las Exclamaciones, también aquí Teresa tutea a la propia alma para hacerla remontar las mudanzas de la vida y convocarla a la bonanza trascendente de Dios, hasta el ‘sólo Dios basta’.
b) Aunque de menor valor literario, la serie segunda (Po 11-23) tiene el mérito de extender la liturgia carmelita a una especie de paraliturgia festiva, en que T y la comunidad religiosa celebran con recreación y poesía la Navidad o la Epifanía o la Cruz ‘descanso sabroso’ (Po 18, 19, 20), o a los santos predilectos.
Probablemente este manojo de poemas paralitúrgicos es sólo un pequeño muestrario del copioso florilegio de poemas perdidos. Mérito de ellos es haber introducido en los Carmelos teresianos el recurso a la belleza poética, como componente festivo de la vida ascética, lo mismo que el anterior grupo de poemas fomentó en los Carmelos el estro místico. Prueba de esto último son los poemas de san Juan de la Cruz, incluso con el eslabón de enlace entre su poesía y la teresiana a partir de la glosa de ambos a la letrilla ‘Vivo sin vivir en mí’. Y prueba del dato anterior instalación de la vena poética de los Carmelos femeninos es la floración de centones poéticos en las primitivas comunidades teresianas: buen testimonio de ello es el ‘Libro de coplas y romances del Carmelo de Valladolid’ publicado por Víctor G. de la Concha y Ana M.ª A. Pellitero, en el que son numerosos los poemas de motivación paralitúrgica, a partir del rimero de villancicos navideños.
c) El tercer grupo de poemas festivos se inserta de lleno en lo que T llamó ‘estilo de hermandad y recreación que tenemos juntas’ (F 13,5). Son poemas que celebran los acontecimientos caseros, especialmente los relacionados con las jóvenes de la comunidad. Para Teresa, cada profesión es fiesta de bodas en casa. Uno de sus poemas comienza: ‘¡Oh, qué bien tan sin segundo, / oh casamiento sagrado, / que el Rey de la Majestad / haya sido el desposado!’ (Po 28).
De hecho, este tipo de composiciones poéticas servían para relacionar y aunar, en torno a fiesta y poesía, a los diversos carmelos de Castilla y Andalucía. Ya al atardecer de su vida, escribía T desde Avila a la priora de Sevilla: ‘De cómo le va en lo espiritual no me deje de escribir, que me holgaré… Y las poesías también vengan. Mucho me alegro procure que se alegren las hermanas, que lo han menester’ (cta 412,13). Era noviembre de 1581, tras las grandes tribulaciones del Carmelo hispalense. Pero ya antes, por los años 76/77 enviaba ella misma ‘un cantarcillo a fray Juan de la Cruz’, procedente de la Encarnación de Avila (cta 171). Y de nuevo al ser reelegida priora del carmelo sevillano la denostada María de San José: ‘He mirado cómo no me envían ningún villancico, que a osadas no habrá pocos a la elección, que yo amiga soy que se alegren en su casa con moderación…’ (cta 330,12). Incluso una de las niñas recibidas excepcionalmente en el Carmelo de Toledo, Isabel Gracián, parece haberse contagiado de poesía y canto: ‘Mi Isabel está cada día mejor. En entrando yo en la recreación…, deja su labor y comienza a cantar: La madre fundadora / viene a la recreación, / bailemos y cantemos / y hagamos el son’ (cta 169,1). Poco después (2.1.1577) escribía T a su hermano Lorenzo: ‘Gran fiesta tuvimos ayer con el Nombre de Jesús… No sé qué le envíe por tantas (mercedes) como me hace, si no es esos villancicos que hice yo, que me mandó el confesor las regocijase (a las monjas de Toledo), y he estado estas noches con ellas y no supe cómo sino así. Tienen graciosa tonada, si la acertase Francisquito, para cantar. Mire si ando bien aprovechada…’ (cta 172,14). Hay veces en que las coplas que llegan a la Madre Teresa y que ella retransmite ‘ni tienen pies ni cabeza’. Y sin embargo ‘todo lo cantan’ (cta 172, 23).
Más de una vez la crítica literaria ha rebajado los elogios de la producción poética teresiana a causa de esas coplas bullangueras, improvisadas sobre la marcha. De ‘estrafalarias’ llegó a etiquetarlas en el siglo pasado Vicente de Lafuente (Obras, ed. Rivadeneira, T I, p. 503). Pese a lo cual, también esos versos de menor vuelo completan y configuran el singular episodio del brote poético femenino que animó y elevó el nivel estético del naciente Carmelo fundado por la Santa. Sin ellas perdería flor y aroma ese vergel. Escritos.
T. Alvarez