De acuerdo con la tradición judeo-cristiana, especialmente presente en la literatura espiritual, también Teresa practica el recurso de evocar los gestos o la semblanza de personajes bíblicos para ver realizado en ellos no sólo el camino espiritual, sino aspectos, etapas y riesgos de la vida del cristiano. Por ‘tipo’ entendemos aquí la realidad física en cuanto imagen de la realidad espiritual, generalmente encarnada en personas y lugares.
Arquetipo absoluto es Cristo Jesús. Teresa llevaba escrita, de propia mano, en las guardas de su breviario la palabra evangélica: ‘deprended de mí que soy manso y humilde’. En su Humanidad histórica, Jesús es para ella el modelo por excelencia. ‘Él es nuestro dechado’ (V 15,13). ‘Mirando su vida, es el mejor dechado’ (V 22,7). ‘Es larga la vida…, hemos menester mirar a nuestro dechado Cristo’ (M 6,7,13). Toda la vida del cristiano será un proceso de configuración con Él, hasta llegar a la plena unión con Él (M 7,4).
De la tradición carmelitana heredó T la convicción de que su peculiar vida religiosa (la vida en el Carmelo) tenía modelos bíblicos netamente paradigmáticos. Ante todo, la Virgen María: ‘Parezcámonos, hijas mías, en algo a la gran humildad de la Virgen sacratísima, cuyo hábito traemos, que es confusión nombrarnos monjas suyas…, que quedamos bien cortas para ser hijas de tal Madre y esposas de tal Esposo’ (C 13,3). Y luego, los profetas del Carmelo, Elías y Eliseo, ‘aquellos santos nuestros del Monte Carmelo, que en tan gran soledad y con tanto desprecio del mundo buscaban este tesoro, esta preciosa margarita de que hablamos…’ (M 5,1,2). ‘De esta casta venimos…’ (ib).
De la Regla carmelita llegó a T la consigna paulina: ‘sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo’ (1 Cor 4,16; 11,1). Consigna ampliamente comentada en el texto básico de la Regla. En T esa consigna pasará del plano ético (acción y virtudes), al plano místico: ella vivirá, como Pablo y con él, la tensión escatológica (o cristológica), entre la espera del definitivo encuentro con Cristo y la urgencia del servicio a la Iglesia (V 6,9; 20,11; 21,6-7…).
Para esos tipos fundamentales Cristo, María, Pablo remitimos a las voces respectivas del Diccionario (cf además, José, san). Aquí nos limitamos a individuar los tipos secundarios. Para T la Biblia entera es un inmenso arsenal tipológico sugeridor: ‘¡Quién supiera las muchas cosas de la Escritura que debe haber para dar a entender esta paz del alma!’, es decir la situación final de las moradas séptimas (M 7,3,13). Quizás esa convicción la ha recabado ella de la lectura de los Cartujanos, o de los espirituales franciscanos de comienzos de siglo. La ha escuchado, sin duda, de boca de teólogos y predicadores. Pero en el fondo la copiosa floración de referencias a la galería de figuras bíblicas brota espontánea en su piedad personal y en su pluma. Teresa ha sido sumamente sensible a la santidad encarnada en santos concretos, los del ‘Flos Sanctorum’ que leyó de niña: teología espiritual en ejemplares de vida. Prueba de que esa su sensibilidad de infancia no haya sido elidida por las posteriores experiencias místicas del misterio de Dios y de Cristo, es la copiosa lista de santos de su devoción que llevaba en el breviario, en la que figuran no menos de trece ejemplares bíblicos.
Teresa compuso uno de sus poemas calcando las palabras de Saulo a Jesús en el camino de Damasco: ‘Señor, qué queréis que haga’ (He 9, 6). Su poema lleva por epígrafe el verso primero: ‘Vuestra soy, para Vos nací’, y por estribillo la palabra de Pablo en el verso segundo: ‘qué mandáis hacer de mí’, que se repite como ritornelo al final de cada estrofa. Todo el poema es una glosa a esa actitud de Pablo, ahora revivida por Teresa. Pero en las estrofas finales el poema da cabida a una serie de tipos y símbolos bíblicos: Tabor y Calvario, Job y Juan Evangelista, José en Egipto y David Rey, Jonás anegado o Jonás libertado. Similar elaboración tipológica, pero más profunda y extensa, más elaborada y vivencial, la hará T ante el idilio del Cantar de los Cantares.
Nos limitaremos a documentar ese aspecto de su magisterio, que testifica su gran sensibilidad bíblica y su manera de leer el texto sagrado, no tan técnica pero sí tan intensa y matizada como la de fray Juan de la Cruz. Enumeramos en orden alfabético la serie de personajes citados por la Santa, añadiendo, a título complementario, los nominativos de los lugares bíblicos mencionados por ella, y algún gentilicio con posible trascendencia doctrinal: judíos, asirios, publicano, fariseo, etc. No siempre ni todos tendrán desdoblamiento alegórico o tipológico. Pero hemos preferido elaborar el retablo de figuras lo más completo posible y sin distingos por razón de su contenido alegórico o doctrinal. Simbología bíblica.
Abrahán. En la lista de santos de su particular devoción, Teresa incluye globalmente a ‘los Patriarcas’ (A 6). A Abrahán lo menciona expresamente sólo un par de veces: para proponerlo como modelo de vida activa a Lorenzo de Cepeda (‘no dejaba de ser santo Jacob por entender en sus ganados, ni Abrahan…’: cta 172,11). Y en una simple ficha (A 4,5) alusiva a Génesis 12.
Adán. En los escritos teresianos se lo recuerda casi exclusivamente en relación con el primer pecado y la miseria que de él derivó a la humanidad (R 5,18; M 4,1,11) y que Jesús vino a remediar (C 3,8). La reiterada expresión teresiana ‘hijos de Adán’ (E 2,2; 12,1; carta 150,1; 290,3) tiene sentido peyorativo. En súplica espontánea a Jesús, exclama: ‘…sois justo juez, y no como los jueces del mundo, que como son hijos de Adán, y en fin todos varones, no hay virtud de mujer que no tengan por sospechosa’ (pasaje del CE 4,1 eliminado por el censor en el autógrafo primero de la Santa).
Adversario. Calificativo bíblico que designa al diablo: 1Pet 5,8, texto que T leyó reiteradamente en la Regla del Carmelo que lo cita. Así lo llama también ella: ‘este adversario enemigo nuestro’ (C 19,13).
Ana, santa. Santa Ana es madre de la Virgen y esposa de san Joaquín, según una tradición que asciende a los apócrifos (Protoevangelio de Santiago, s. II). En la Orden del Carmen, mucho antes de santa Teresa, esa tradición fue acogida por la leyenda y los ‘fioretti’ de los orígenes, que relacionan a santa Ana con los ermitaños pre-evangélicos del Monte Carmelo y con la iglesia de Santa Ana junto a la Puerta Aurea de Jerusalén. Según la misma leyenda, su madre sería santa Emerenciana (‘Merenciana’, escribe T en F 26,6). Su nombre figura en la lista de santos a quienes T tiene devoción especial. En el misal y breviario carmelitano, su fiesta se celebraba ya el 26 de julio. En Medina del Campo, está dedicado a Santa Ana el convento de carmelitas en que profesa fray Juan de la Cruz, adonde se acoge T antes de fundar el Carmelo medinense (F 3,7). A santa Ana dedicó T el Carmelo de Villanueva de la Jara (1580), y con esa ocasión cuenta la historia de la ermita de Santa Ana, origen de la fundación (F 28,44). También le dedicó su última fundación ‘del glorioso San José de Santa Ana de Burgos’ (1582: F 31), donde aún hoy se conserva un cuadro que compendia las antiguas tradiciones carmelitas: al lado de san Joaquín, santa Ana entrena en la lectura de la Biblia a la Virgen niña, que está vestida de carmelita. Fue T quien infundió esa devoción a Lorenzo de Cepeda, que se propone erigirle una iglesia (cta 309,11). En los Carmelos fundados por T son numerosas las monjas que llevan el nombre o el apellido de santa Ana, y se la venera con título familiar de ‘la abuela o abuelita’ del Señor, también de inspiración teresiana (cf F 28,45).
Andrés, san. Apóstol, hermano de Pedro. Uno de los primeros discípulos de Jesús (Jn 1,40). Antes, discípulo de Juan (Jn 1,37). Figura en la lista de santos a quienes T profesa especial devoción (A 6). Su fiesta se celebraba el 30 de noviembre, al comienzo del adviento. Con esa ocasión, T le dedicó un hermoso poema, muy similar al famoso ‘Vivo sin vivir en mí’, que comienza: ‘Si el padecer con amor / puede dar tan gran deleite, / ¡qué gozo nos dará el verte!’ Todo el poema glosa la liturgia de la fiesta, que presenta al Santo yendo gozoso a la muerte abrazado a la cruz. Interesante por reflejar profundos sentimiento teresianos: el sufrir por amor, el gozo en el padecer, el amor de la cruz y el no temor a la muerte. El poema termina con una oración de la autora, pero puesta en boca del apóstol: ‘Oh cruz, madero precioso, / lleno de gran majestad! / Pues siendo de despreciar / tomaste a Dios por esposo, / a ti vengo muy gozoso, / sin merecer el quererte. / Esme muy gran gozo el verte’.
Antíoco. Rey que guerrea contra los Macabeos. Nefasto para el templo y el pueblo judío (2 Mac 10-12). En una de sus fichas sueltas (A 4), Teresa recuerda su muerte trágica.
Asirios. Teresa los menciona humorizando, en respuesta a una carta de María de san José (Salazar): ‘como no soy tan letrera como ella (como M. María), no sé qué son los asirios’ (cta 237,4). Sin embargo, un año antes ella misma leía en Toledo la historia del pueblo de Dios (cta 128,4).
Babilonia. Gran ciudad de Caldea. Simbólicamente, la anti-Jerusalén (A 14,8; Jer 51,8). Etimológicamente: ‘confusión’. Acepción ésta última difundida en el lenguaje popular del s. XVI (cf Cobarruvias: ‘tráfago grande y confusión’). Sólo en esa acepción utiliza T el vocablo, refiriéndose a la barahúnda comunitaria de la Encarnación de Avila, donde ella es priora de un centenar y medio de monjas. Escribe a doña Luisa de la Cerda (cta del 7.11.1571): ‘no está inquieta mi alma con toda esta babilonia, que lo tengo por merced del Señor’ (cta 38,4). De nuevo, cuando intentan reelegirla priora de la comunidad, escribe a María de san José: ‘no tengo gana de verme en aquella barahúnda’ (cta 211,5). Con igual acepción peyorativa, se refiere a la corte de Madrid: perseverar en la decisión de hacerse carmelita, ‘no es pequeña merced de Dios, estando en esa Babilonia (Madrid), adonde siempre oirán cosas más para divertir el alma que para recogerla’ (cta 25,1, a Inés e Isabel Osorio, sept. de 1578).
Bartolomé, san. Apóstol, uno de los doce elegidos por Jesús. Figura en la lista de santos predilectos de T, al lado de san Andrés y el santo Job. Ella lo recuerda con afecto, porque en el día de su fiesta (24 de agosto de 1562) inauguró el carmelo de San José de Avila (V 36,5). Es célebre el pasaje del Camino de Perfección (27,6) en que se compara a san Bartolomé con san Pedro y se confronta el puesto de ambos en el colegio apostólico: ‘Oh colegio de Cristo, que tenía más mando san Pedro, con ser un pescador y le quiso así el Señor, que san Bartolomé, que era hijo de rey’. Al margen de esta afirmación anotó uno de los censores del autógrafo del Camino: ‘no sé dónde lo halló’. Pero T no modificó su texto. Esa información legendaria la había tenido ella de uno de los ‘Flos Sanctorum’ leídos a partir de la infancia (V 1,4).
Belén. Pequeña ciudad bíblica, en que nació Jesús. ‘Portal de Belén’, el establo en que tuvo lugar su nacimiento. Para T el ‘portal’ o ‘portalico de Belén’ es símbolo sumo de pobreza y humildad. Como tal lo recuerda en las páginas iniciales del Camino de Perfección (2,9), al inculcar el radical espíritu de pobreza a la comunidad de su primer Carmelo, San José de Avila: ‘Parezcámonos en algo a nuestro rey, que no tuvo casa sino el portal de Belén adonde nació, y la cruz adonde murió’. De nuevo al estrenar, en el Carmelo de Medina del Campo, la capillita con el Santísimo, anota que a ella y a la gente ‘poníales devoción ver a nuestro Señor otra vez en el portal’ (F 3,13). ‘El portal’ por antonomasia es el de Belén. Lo mismo advertirá al describir la pobreza de la primera fundación de descalzos en Duruelo: ‘se dijo la primera misa en aquel portalico de belén , que no me parece era mejor’ (F 14,6).
En los villancicos con que T festeja cada año las Navidades, son numerosas las alusiones a la pobreza y al portalico en que nació Jesús. Por ejemplo: ‘Danos el Padre / a su único Hijo: / hoy viene al mundo / en un pobre cortijo. / Oh gran regocijo, que ya el hombre es Dios’ (Po 13).
En los tanteos de fundación del Carmelo de Sevilla, hay un momento en que la Fundadora trata de hacerlo en la ermita de nuestra Señora de Belén, no lejos de la puerta de la Macarena (cta 85,2, del 10.7.1575, a Antonio Gaytán).
Calvario. Lugar de la muerte de Jesús. En su acepción figurada, es la imagen por excelencia de los sufrimientos del Señor. T lo recuerda, tanto como lugar histórico (‘monte Calvario’: C 28,4), como en su acepción simbólica, por ejemplo en el poema ‘Vuestra soy’: ‘Dadme Calvario o Tabor, / desierto o tierra abundosa’. Motivo normal de la meditación discursiva. Sublimado al pasar a la oración de recogimiento: ‘porque allí (en la oración de recogimiento), metida el alma consiga misma, puede pensar en la Pasión y representar allí al Hijo y ofrecerle al Padre y no cansar el entendimiento andándole buscando en el monte Calvario y al Huerto y a la Columna ’ (C 28,4). Esos lugares de la Pasión, así como la Vía Dolorosa, han sido recorridos intensamente por la oración de T, que a su vez invita a la aprendiz de oración a caminar por ellos mirando a Jesús: ‘Miradle camino del Huerto O miradle atado a la columna, lleno de dolores O miradle cargado con la cruz Miraros ha El con unos ojos tan hermosos y piadosos ’ (C 26,5).
‘El Calvario’, provincia de Jaén, es el convento de descalzos en que fue superior fray Juan de la Cruz (año 1578-1579). Recordado por la Santa en carta del 31.5.1579 a la comunidad de Valladolid: cta 295.
Cananea (la cananea). Es la mujer de la región de Tiro y Sidón que logró de Jesús la curación de su hija, y de la cual Jesús exclamó: ‘¡qué grande es tu fe, mujer!’ (Mt 15,28). Teresa la recuerda únicamente en el Vejamen (n. 6), formando tríptico con la Magdalena y la Samaritana, para objetar a fray Juan de la Cruz que no estaban muertas al mundo cuando tuvieron la gracia de encontrar a Jesús. Aunque jocosamente, la Santa insinúa su tesis de la posible concesión de gracias místicas a pecadores. De ello serían tipo las tres mujeres del tríptico.
Carmelo (monte). Montaña bíblica que se extiende desde el mar (Haifa) hasta el interior de Galilea, no lejos de Nazaret. Para Teresa el Monte Carmelo es símbolo y concreción de la Orden del Carmen. Estrechamente vinculado a ‘nuestra Señora’ la Virgen María. Vinculado también a ‘la Regla de nuestra Señora del Monte Carmelo’ (Conc pról. 1), a ‘los Santos Padres nuestros del Monte Carmelo’ (M 5,1, 2; F 26,6), o a las monjas ‘hermanas e hijas mías del Monte Carmelo’ (cta 295). Ella misma quisiera ser ‘verdadera monja del Carmelo’ (138, 5). En el primer monasterio de San José de Avila, erigió una ‘ermita del Monte Carmelo’ (R 20,1). Dos de sus poemas comienzan con el estribillo: ‘Caminemos para el cielo / monjas del Carmelo’ (Po 10 y 20). Con todo, para designar a su familia religiosa y a su Patrona la Virgen, Teresa prefiere el nominativo popular del ‘Carmen’.
Cireneo. Es Simón de Cirene, forzado a llevar la cruz de Jesús, camino del Calvario (Mt 27,32). T lo asocia al recuerdo de las ‘hijas de Jerusalén’, modelos en compartir la Pasión de Jesús: ‘¿No lloraremos siquiera con las hijas de Jerusalén, ya que no le ayudemos a llevar la cruz con el Cirineo?’ (V 27,13).
David. Rey y salmista. Teresa lo llama ‘glorioso rey’, ‘real profeta David’ (V 16,3; 20,10), ‘el Salmista’ (CE 31,2), o sencillamente ‘rey David’ (F 27,20). Como era normal en su tiempo, está convencida de que él es el autor de todo el Salterio. Figura en la lista de santos preferidos, que ella guarda en su breviario (A 6), y cuya fiesta en el rito carmelitano se celebraba el 29 de diciembre. Repetidas veces T afirma serle especialmente devota: ‘De este glorioso rey soy yo muy devota y querría todos lo fuesen, en especial los que somos pecadores’ (V 16,3; F 29,11). Ser pecador convertido, es una de las razones por que ella lo siente cercano. Pero admira su santidad: ‘muy santo era David’ (M 3,1,4). Admira especialmente su gesto de gozo exultante danzando ante el arca, gozo que para ella es índice y expresión del gozo místico: ‘Esto me parece debía sentir el admirable espíritu del real profeta David, cuando tañía y cantaba con el arpa en alabanzas de Dios’ (V 16,3). ‘No me espanto de lo que hacía el rey David cuando iba delante del arca del Señor…’ (F 27,20). Teresa comparte con él la sed de la presencia del Señor: ‘¡Oh, cuántas veces me acuerdo, cuando así estoy, de aquel verso de David: quemadmodum desiderat cervus ad fontes aquarum, que me parece lo veo al pie de la letra en mí’ (V 29,11). También comparte con él, o proyecta sobre sus salmos, el profundo sentido de soledad y ausencia de Dios: ‘…al pie de la letra me parece se puede entonces decir y por ventura lo dijo el real profeta estando en la misma soledad, sino que como a santo se la daría el Señor a sentir en más excesiva manera: vigilavi et factus sum sicut passer solitarius in tecto, y así se me representa este verso entonces, que me parece lo veo yo en mí y consuélame ver que han sentido otras personas tan gran extremo de soledad, cuánto más tales’ (V 20,10).
En general, T conecta con la persona misma del rey salmista y comparte los sentimientos fuertes expresados en ciertos salmos, es decir, no sólo los lee como palabra de Dios, sino como experiencias vividas por el salmista, que ahora tienen eco fuerte en las vivencias de T misma. De ahí su afirmación: ‘lo veo al pie de la letra en mí’ (V 29,11; 20,1). Entre los pasajes sálmicos más sentidos por ella, destacan el ‘dilatarse del corazón’ (salmo 118,32: M 4,1,5); lo justo de los juicios de Dios (118,137: V 19,9; M 3,2,11); la bienaventuranza de ‘temer al Señor’ (111,1: M 3,1,1-4); ‘oiré lo que habla Dios en mí’ (84,9: Ve 3); el clamor ‘¿dónde está tu Dios?’ (41,4: V 20,11); ‘cuán suave es el Señor’ (33,9: F 5,4; E 14,1), etc.
Por su audaz comentario al Salmo 8, T tuvo un percance con el teólogo censor del Camino. Se trataba del verso 7: ‘todo lo sometiste bajo sus pies’, tradicionalmente interpretado del Mesías (Heb 2,8). Ella lo interpreta del cristiano perfecto que todo lo ha dejado por amor. Y lo glosa profusamente en la primera redacción del Camino (31,4): ‘¿Pensáis, porque dice el Salmista que todas las cosas están sujetas y puestas debajo de los pies de los hombres, pensáis que de todos? No hayáis miedo, antes los veo yo sujetos a ellos debajo de los pies de ellas… Pues sí, que el Salmista no pudo mentir que es dicho por el Espíritu Santo, sino que me parece a mí (ya puede ser yo no lo entienda y sea disparate, que lo he leído), que es dicho por los perfectos, que todas las cosas de la tierra señoreen’.
En el autógrafo de la Santa, el censor tachó casi toda la página, y anotó al margen: ‘no es éste el sentido de la autoridad, sino de Cristo, y también de Adán en el estado de inocencia’. Al pasar T su texto a la segunda redacción del libro (C 31,4), omitió todo lo tachado. Y en el nuevo autógrafo (códice de Valladolid), el censor anotó al margen: ‘claro’. Salmos.
Egipto / Egipcios. Términos empleados generalmente en acepción alegórica. La Santa recuerda el Egipto del Exodo (Antiguo Testamento) y el de la huida de la Sagrada Familia (Nuevo Testamento). ‘Trabajar por salir de tierra de Egipto’ (C 10,4) es practicar el ‘desasimiento de todo lo criado’, de suerte que se llegue al gusto de los espiritual. Practicando ‘humildad y mortificación…, hallaréis el maná: todas las cosas os sabrán bien: por mal sabor que al gusto de los del mundo tengan, se os harán dulces’ (ib). ‘No tornar a las ollas de Egipto’ (V 15,3) es no retroceder en el camino espiritual. (cf además R 37,1). A su amiga D.ª Luisa de la Cerda, en viaje penoso, le recomienda: ‘acuérdese cómo andaba nuestra Señora cuando fue a Egipto, y nuestro Padre san José’ (cta 8, 9). – En el carteo de los años 76-78, lo usa como criptónimo: ‘los de Egipto’, ‘la gente de Egipto’ son los carmelitas de la antigua observancia (cf cartas 155,1; 233,1; 278,3; R 37,1).
Elías, san. Profeta bíblico. Es ‘el profeta del Carmelo’. Teresa comparte la tradición de la Orden carmelita que se inspira en él, y lo venera como fundador: ‘nuestro Padre’, lo llamará normalmente (M 6,7,8; 7,4,11). Entre los santos de su especial devoción, lo incluye en el enunciado ‘todos los santos de nuestra Orden’ (A 6). En uno de sus poemas de fiesta comunitaria (‘Caminemos para el cielo, / monjas del Carmelo’) recuerda ‘el doblado espíritu’ que él transmitió a Eliseo, y lo celebra: ‘Al Padre Elías siguiendo, / nos vamos contradiciendo / con su fortaleza y celo, / monjas del Carmelo’. El es, por tanto, el gran ‘tipo’ de la vida carmelitana, por su oración, por su celo de almas y de la gloria de Dios, y por su experiencia teofánica. A él se refiere, ante todo, la Santa cuando evoca e invoca a ‘aquellos santos padres nuestros del Monte Carmelo’, ‘de esta casta venimos’ (M 5,1,2), ‘¡qué de santos tenemos en el cielo!’ (F 29,33). De la biografía bíblica de Elías, T recuerda los episodios fundamentales, apuntando siempre su simbolismo: ‘el fuego’ que Elías hizo bajar del cielo con la fuerza de su oración (1 Re 18,30-39: M 6,7,8); ‘aquella hambre que tuvo nuestro padre Elías de la honra de su Dios’ (2 Re 19,10: M 7,4,11); su extenuante travesía del desierto huyendo de Jezabel (3 Re 19,3: F 27,17, pasaje en que T se siente identificada con el Profeta); la cueva en que él aguarda la gran teofanía del Horeb (3 Re 19,9: F 28,20. Cf cta 292,1). Entre sus apuntes sueltos, T conservaba uno alusivo a la elevación de Elías a los cielos: ‘No se hace cosa sin la voluntad de Dios: Padre mío, carro sois de Israel y guía de él, dijo Eliseo a Elías’ (A 3,5).
Eliseo, san. Eliseo, profeta bíblico (s. IX a. C.), discípulo y heredero del espíritu de Elías. Ambos profetas, a su vez vinculados al monte Carmelo (Haifa, Israel), desde la más remota tradición carmelitana, han pasado a ser ‘tipos bíblicos’ de la espiritualidad del Carmelo.
En los escritos teresianos son pocas las alusiones a Eliseo. Sin duda, la Santa lo incluye en el grupo de ‘los santos de nuestra Orden’ (A 6), en ‘la casta’ de donde venimos, ‘de aquellos santos padres nuestros del monte Carmelo’ (M 5,1,2). Celebra su fiesta el 14 de junio, según el breviario y misal carmelitanos, en que Eliseo figura con el título de ‘principis carmelitarum’ (cf F 30 tít.). De su historia bíblica, ella recuerda sólo un episodio: el de la despedida de Elías, momento en que Eliseo le grita: ‘Padre mío, carro sois de Israel y guía de él’ (A 3: alusivo a 2 Re 2,9). En su poema ‘Hacia la patria’, le dedica la última estrofa: ‘Nuestro querer renunciando, / procuremos el doblado / espíritu de Eliseo, / monjas del Carmelo’ (Po 10): ‘el doblado espíritu’ alude al viejo tema carmelitano del ‘doble espíritu de Elías’, profeta de la contemplación y de la acción , trasmitido a Eliseo y a su descendencia carmelitana. Y se inspira en el texto bíblico según la versión de la Vulgata: ‘fiat in me duplex spiritus tuus’. La versión directa del hebreo dice: ‘Eliseo pidió: déjame en herencia dos tercios de tu espíritu’.
En el epistolario teresiano ‘Eliseo’ es el cariñoso criptónimo con que la Santa designa a Gracián, quizás por coincidir su gran calvicie con la del profeta bíblico (2 Re 2,23).
Emerenciana (T. escribe ‘Merenciana’). Según los apócrifos, Emerenciana es la abuela de la Virgen María y madre de santa Ana. De los apócrifos (especialmente del ‘Protoevangelio de Santiago’, siglo II-III), esa creencia pasaría a las leyendas carmelitas, según las cuales Emerenciana visitaba asiduamente a los ermitaños del Monte Carmelo, no lejos de Nazaret. (Leyenda trasmitida por Arnaldo Bostius: ‘De patronatu B. Virginis Mariae’, compuesto hacia 1479).
Contando la vocación de la primera novicia del Carmelo de Sevilla, escribe T que ésta (Beatriz Chaves) había leído ‘un libro que trata de la vida de santa Ana, (y) tomó gran devoción con los santos del Monte Carmelo, que dice allí que su madre de santa Ana iba a tratar con ellos muchas veces, creo se llama Merenciana ’ (F 26,6), En el ambiente carmelita de T era corriente esa leyenda. La contará reiteradamente Gracián (cf BMC 16,100), quien la glosará en verso en su ‘Historia de la Orden del Carmen en octavas’: ‘Visitaba el Carmelo Emerenciana, / noble devota / De aquí nasció la devoción tan pía / del Carmelo a los padres de María’ (ib 17,490).
Faraón. Con ocasión de las grandes penalidades de la comunidad de carmelitas de Sevilla, T recuerda el triunfo del Señor sobre el ejército del Faraón y les asegura: ‘Dejen hacer a su Esposo y verán cómo antes de mucho se tragará el mar a los que nos hacen la guerra, como hizo al Faraón, y dejará libre a su pueblo’ (cta 284,4). Cf otra referencia en una de sus fichas: A 4,5).
Fariseo/s. Teresa recuerda lo mal que los fariseos escucharon la palabra de Jesús (Mt 13,13…: M 6,3,4), pero sobre todo recuerda al fariseo Simón (sin nombrarlo), en contraste con la mujer pecadora que, en casa de él, unge los pies de Jesús (Lc 7,36…), escena que la Santa glosa para insistir en el primado de la contemplación sobre la acción (C 15,7; M 7,4, 13), y que ella misma ha revivido reiteradamente en su interior ‘ni más ni menos que si con los ojos corporales lo viera en casa del fariseo’ (C 34,7). ‘Publicano’.
Gedeón. Personaje bíblico (Jueces 7). Gedeón y su mesnada de soldados son, para Teresa, el tipo bíblico del alma de las segundas moradas, es decir, de la fase de lucha ascética, normal en el proceso de desarrollo de la vida espiritual. Teresa no llega a mencionar por su nombre al caudillo judío. Escribe: ‘ los que iban a la batalla, no me acuerdo con quién ’ (M 2,6). Gedeón iba a la batalla con más de 30.000 soldados. Despachó enseguida a los cobardes, más de 20.000. Y todavía volvió a descartar a otros 9.000 que se echaron a beber de bruces el agua del torrente. Retuvo sólo a un puñado de valientes, que se limitaron a beber el agua de prisa, ‘lengüeteando como los perros’. Va con ellos al combate, pero confiado no en su bravura sino en la palabra de Yawéh. Ese pequeño grupo de guerreros encarnan según Teresa el ‘tipo’ de la lucha ascética propuesta por ella para conquistar el castillo interior: hombres con ‘determinada determinación’, pero que ponen toda su confianza en Dios. Lo que ella quiere expresar con esa imagen bíblica es el aspecto combativo hasta el heroísmo de la ascesis cristiana. Al menos, de la normal preparación ascética para el posterior y pleno desarrollo de la vida mística.
Israel. En los escritos de la Santa aparece la denominación ‘pueblo de Israel’, si bien con escasa frecuencia. Expresamente se recuerda el liderazgo de Moisés sobre ‘el pueblo de Israel’ (M 6,47), la tierra de promisión (M 6,5,9), y el paso del Mar Rojo (M 6,6,4; y R 37). Los tres pasajes con tenue elaboración simbólica en el contexto espiritual del Castillo. En carta a Gracián le escribe ella: ‘Quiere este gran Dios de Israel ser alabado en sus criaturas, y así es menester lo que vuestra paternidad trae delante, que es su honra y gloria, y hacer cuantas diligencias pudiésemos por no querer ninguna nosotros, que Su Majestad, si le estuviere bien, tendrá ese cuidado…’ (cta 147,3).
Jacob. Patriarca bíblico (Gén 32 ss). De su historia, T recuerda tres episodios: el sueño y la simbólica escala que toca el cielo (Gén 28,10-22: M 6,4,6), episodio que ilustra una de las más altas experiencias místicas, las visones sin imagen (‘intelectuales’), en las que, más allá de lo que se ve, se infunden en el alma otras verdades sobre ‘la grandeza de Dios’: ‘así Jacob, cuando vio la escala, con ella debía de entender otros secretos’. El casamiento con Lía, en espera y anhelo del matrimonio con Raquel (Gén 29,20-30): así dice ella hay que soportar los desvaríos de la imaginación, mientras la voluntad sigue en alto amor de Dios (V 17,7). Y por fin, la imagen de Jacob nómada y pastor (Gén 30,32): ‘no dejaba de ser santo Jacob por entender en (=ocuparse de) sus ganados’. Se lo dice a su hermano Lorenzo de Cepeda, que ha de compaginar la vida espiritual con el cuidado de su hacienda (cta 172,11).
Jerusalén / hijas de Jerusalén. Teresa menciona siempre a la ciudad de Jerusalén en sentido simbólico. ‘Mediante la misericordia de Dios, hemos de llegar a aquella ciudad de Jerusalén, adonde todo se nos hará poco lo que se ha padecido, o nonada, en comparación de lo que se goza’ (F 4,4). En cambio, hijas de Jerusalén responde a una doble evocación bíblica: al Cantar de los Cantares (3,2: E 16,3), o a las mujeres que lloran por Jesús en el camino del Calvario, (Lc 23,27), modelo estas últimas de participación en la Pasión del Señor: ‘¿No lloraremos siquiera con las hijas de Jerusalén?’ (V 27,13).
Jezabel. Esposa de Acab, rey de Israel (1 Re 19). T asocia su recuerdo al de Elías cuando iba huyendo de Jezabel (1 Re 19,3: F 27,17).
Joaquín, san. Sería el esposo de santa Ana y padre de la Virgen María, según una antigua tradición (Protoevangelio de Santiago, siglo II), acogida en los ‘fiorettis’ carmelitas. Única mención en carta de T a su hermano Lorenzo (172,11), asociando el santo a los patriarcas del A. T: ‘No dejó de ser santo Jacob por entender en sus ganados, ni Abrahán, ni san Joaquín, que, como queremos huir del trabajo, todo nos cansa’.
Job. Habitante de Hus, en Caldea, Job es el titular de uno de los libros del A.T. Importante en la biografía de la Santa por doble motivo: por ser uno de los libros bíblicos más conocidos de ella, a través del texto y la glosa de san Gregorio (Libro de los Morales: V 5,8), y porque su tribulación y su paciencia prepararon a T para sobrellevar la grave enfermedad que sufrió entre los 23 y los 27 de edad: ‘Mucho me aprovechó para tener paciencia haber leído la historia de Job en los Morales de san Gregorio, que parece previno el Señor con esto y con haber comenzado a tener oración, para que lo pudiese llevar con tanta conformidad’ (V 5,8). De suerte que las oraciones de Job, insertas en la narración bíblica, influyeron en el primerizo estilo de orar de T. Se apropia ella de una de las oraciones del Santo de Hus: ‘Todas mis pláticas eran con El (con Dios). Traía muy ordinario estas palabras de Job en el pensamiento, y decíalas: Pues recibimos los bienes de la mano del Señor, por qué no sufriremos los males? Esto parece me ponía esfuerzo’ (V 5,8). De hecho en la lista de sus santos preferidos figurará ‘el Santo Job’ (A 6). Más tarde, en plena crisis mística, T asimilará su caso personal al de Job: ‘Lo que he entendido es que quiere y permite el Señor y le da licencia (al demonio), como se la dio para que tentase a Job, aunque a mí como a ruin no es con aquel rigor’ (V 30,10). De la penosa historia de Job derivará T una recomendación para la vida familiar de sus carmelos: ‘…que tuviesen cuenta con las enfermas, que la prelada que no proveyese y regalase a las enfermas, era como los amigos de Job, que El daba el azote para bien de sus almas, y ellas ponían en aventura la paciencia’ (R 9,2; cf C 12,9). Para T, Job es el tipo de la fidelidad en la prueba. Lo condensa en una estrofa de su poema ‘Vuestra soy…’: ‘Dadme Calvario o Tabor, / desierto o tierra abundosa; / sea Job en el dolor / o Juan que al pecho reposa, / sea viña fructuosa / o estéril si cumple así / ¿qué mandáis hacer de mí?’ (Po 2,10).
Jonás profeta. Del relato bíblico de Jonás, T retiene los principales episodios, dándoles significado simbólico espiritual: Jonás desobedece a Yawéh (F 20,12); anegado y liberado (Po 2,11); duda del cumplimiento de la profecía de Yawéh (M 6,3,9); se sienta bajo el arbusto que será roído por el gusano (M 5,3,6). Durante el período turbulento en que parece ir a pique su obra de fundadora (1578…), T se siente identificar con Jonás: ‘Parecíame ser yo la causa de toda esta tormenta, y que si me echasen en la mar, como a Jonás, cesaría la tempestad’ (F 28,5). Así se lo había confesado a Gracián: ‘…como he dicho algunas veces, como a Jonás, quizá sería remedio me echasen en la mar para que cesase la tormenta, que quizás es por mis pecados’ (cta 230,10).
José. Patriarca bíblico, hijo de Jacob. Teresa recuerda varias veces su drama familiar, que para ella es modélico respecto de la vida de comunidad (CE 6,4). Entre sus Apuntes (4,3) figura esta ficha: ‘Que quiso nuestro Señor que José dijese la visión a sus hermanos y se supiese, aunque le costara tan caro a José como le costó’. (Apunte quizás alusivo a las visiones de la propia Teresa, divulgadas y fuente de sufrimiento para ella.) Condensa el drama en dos versos de su poema ‘Vuestra soy’: ‘Sea José puesto en cadenas / o de Egipto Adelantado…’, texto en que T se identifica con él. En cambio, en el epistolario reaparece por dos veces el recuerdo del episodio trágico de José y sus hermanos. Se lo apunta a Lorenzo de Cepeda, que atraviesa un período de dificultad con su hermano Pedro (cta 337,3). Y en términos más fuertes a propósito del episodio del P. Gaspar de Salazar (cta 230,6). José, san.
Josué. Sucesor de Moisés. De él recuerda T únicamente el episodio de detener el sol en su curso (Jos 10,13), y lo traslada al mundo interior: ‘El que pudo hacer parar el sol por petición de Josué, creo era puede hacer parar las potencias y todo el interior de manera que ve bien el alma que otro mayor Señor gobierna aquel castillo…’ (M 6,4,18).
Joven rico. Es uno de los personajes tipo, tomados por T de la Biblia para encarnar un momento del proceso espiritual (como ‘el paralítico’ del evangelio de Jn 5,2 para las moradas primeras, o los ‘soldados de Gedeón’ para las segundas). El joven que se presenta a Jesús con generosidad y altas miras, pero que luego es incapaz de seguirlo y se retira entristecido (Mt 19,16-22), es presentado por T como ‘tipo’ representativo del alma de las terceras moradas, que fácilmente incurre en el espejismo de una generosidad aparente. Y que está dispuesta a hacer a Dios la entrega de todo, menos precisamente de aquello que Dios va a pedirle. Y que por tanto tiene que ser sometida por El a una serie de pruebas, para hacerla aterrizar en la realidad de lo concreto y cotidiano, y no vivir con el señuelo de logros aparentes, pero falsos (M 3,1,6.7; 3,2,4). Superar ‘la prueba del joven rico’ consistirá en definitiva en ‘procurar ejercitar las virtudes y rendir nuestra voluntad a la de Dios en todo, y que el concierto de nuestra vida sea lo que Su Majestad ordenare de ella, y no queramos nosotros que se haga nuestra voluntad sino la suya’ (M 3,2,6), Es el objetivo final de la ascesis teresiana.
Juan Bautista, san. El precursor de Jesús figura en la lista de santos preferidos por T (A 6). Inculcando ella el no fiarse de los elogios humanos, lo recuerda así: ‘Mirad la estima en que ponía (el mundo) a san Juan Bautista, que le querían tener por el Mesías, y en cuánto y por qué lo descabezaron’ (Conc 2,12).
Juan Evangelista, san. Apóstol. Hermano de Santiago. Predilecto de Jesús. Bajo su nombre aparece el cuarto Evangelio, el Apocalipsis y dos Cartas del Nuevo Testamento. Figura en la lista de Santos predilectos de T (A 6). Con todo, su mención en los escritos teresianos es rara. La Santa alega su presencia al lado de la cruz de Jesús, al defender el primado de la Humanidad del Señor en la vida espiritual (V 22,5), contra quienes alegan otro texto joanneo (Jn 16,7) en sentido opuesto (V 22,1). En cambio, su Evangelio no sólo es el más citado por T, sino el que más la inspira doctrinalmente. Entre los pasajes más determinantes figuran la idea (e imagen) de ‘las moradas en la casa del Padre’ (Jn 14, 2: punto de partida del Castillo Interior M. 1,1,1) y la promesa de la inhabitación trinitaria (Jn 14,23) con que culminará la experiencia mística teresiana, tanto en Moradas (7,1,6-7), como en el postrer texto testifical de la Santa (R 6,9): en ambos casos T afirma ‘que experimenta lo que dice san Juan’, es decir, que experimenta ‘la palabra-promesa’ de Jesús. Otros motivos evangélicos importantes serían: que Jesús ‘es el camino’ (Jn 14, 6: M 6, 7, 6) y que ‘nadie sube al Padre sino por El’ (Jn 14,6: M 6,7,6), que ver a Jesús es ver al Padre (Jn 14,9: M 6,7,6). Igualmente, la palabra de paz del Resucitado (Jn 20,19: M 5,1,12; 2,1,9); su oración no sólo por los apóstoles sino por nosotros (Jn 17,20: M 7,2,7); su deseo de que ‘seamos del todo perfectos para ser unos con El y con el Padre’ (Jn 17,22: M 5,3,7). Su garantía: ‘yo estoy en ellos’ (ib). Nuestra configuración con el Jesús paciente: ‘…me dijo que trajese mucho en la memoria las palabras que el Señor dijo a sus apóstoles: que no había de ser más el siervo que el Señor’ (Jn 13,16: R 36,2). A Teresa le impresionan las lágrimas de Jesús ante la tumba de su amigo Lázaro (Jn 11,42: E 10,2) etc. Del Evangelio de Juan extrae ella gran parte de su simbología bíblica: la figura de la Samaritana y su petición de agua a Jesús (Jn 4,15: V 30,19; C 19,2; M 6,11,5; Conc 7…) y la consiguiente oferta de éste ‘venid a mí todos los que tenéis sed y yo os daré de beber’ (Jn 7,37: E 9,1; C 19,15); la Magdalena al pie de la Cruz (Jn 19,25: C 26,8); la imagen del ciego de nacimiento (Jn 19: M 1,1,3), y la del paralítico en espera durante años ante la piscina (Jn 5,5: M 1,1,8); el gesto de Tomás ante el presagio de la muerte de Jesús: ‘muramos con Vos, como dijo santo Tomás’ (Jn 11,16: M 3,1,2), o la pregunta de Pilatos acerca de ‘la verdad’ (Jn 18,36): Él ‘es verdad que no puede faltar: acuérdaseme de Pilatos lo mucho que preguntaba a nuestro Señor cuando en su Pasión le dijo qué era verdad, y lo poco que entendemos acá de esta suma Verdad’ (M 6,10,5). En el poema ‘Vuestra soy, para Vos nací’, T acepta identificarse con ‘Juan que al pecho reposa’.
Judas Iscariote. Uno de los doce apóstoles de Jesús. Los momentos de su historia recordados por T son: su llamada al apostolado, a tratar con Jesús y escuchar sus palabras (M 5,3,2); la traición tras la Cena eucarística (M 6,7,10; C 7,10); el beso de falsa paz a Jesús (Conc 2,13); y la tentación final (V 19,11). La figura de Judas, como las de Saúl y Salomón, se convierte en ‘tipo’ de uno de los aspectos decisivos del camino espiritual: la inseguridad y el riesgo presentes a lo largo de todo el camino (M 5,3,2; 5,4,7): él, tras haber sido amado y elegido por Jesús, fracasó. El es a la vez el ‘tipo’ de la gran tentación de falsa humildad en el camino de la oración: alejarse de la oración, por falsa humildad, es como alejarse de Jesús por haberlo traicionado (V 19,10). Su beso es, igualmente, símbolo de la ‘falsa paz’ que da el mundo al vicioso; en contraposición al beso de paz y amor de la esposa de los Cantares (Conc 2, 3). En la vida fraterna de la comunidad, la presencia de alguien que siembra rencillas entre los hermanos es como ‘Judas entre los apóstoles’ (C 7,10; 27,6).
Judíos. Bajo ese nombre, T alude únicamente a los compatriotas coetáneos de Jesús y a su actuación durante la pasión (R 26,2; CE 1,3; C 26,7). Cuando en uno de los momentos críticos de su vida mística, ella se ve obligada a ‘hacer higas’ a la visión del Señor, le parece en cierto modo solidarizar con quienes se befaron de Jesús: ‘Acordábame de las injurias que le habían hecho los judíos, y suplicábale me perdonase, pues yo lo hacía por obedecer al que tenía en su lugar’ (V 29,6). Nunca, ni en sus libros ni en sus cartas, menciona a judíos o judaizantes coetáneos de ella. No usa el vocablo hebreos. En Conc 1,2 se refiere expresamente al idioma ‘hebraico’ de los Cantares.
Ladrón, el buen. En anonimato como en Lc 23,41 la Santa lo recuerda a propósito de Jesús que en la Pasión no se defendió: ‘No os llevará (Jesús) con el rigor que a Sí, que ya al tiempo que tuvo un ladrón que tornase por Él, estaba en la cruz…’ (C 15,7).
Lázaro. Personaje evangélico. Amigo de Jesús (Jn 11,11…), hermano de Marta y María de Betania. Teresa recuerda el dolor y las lágrimas de Jesús por el amigo muerto (M 5,3,4; y E 10, 2-3).
Lía Raquel.
Lot, la mujer de. La Santa no lo menciona a él sino a su mujer, implicada en el castigo de Sodoma: ‘La mujer de Lot miró atrás y se convirtió en estatua de sal’ (Gén 19,26: recordado por Jesús en Lc 17,28-32). La alusión a ella en M 1,1,6 es meramente accidental. A propósito de quienes se desinteresan del propio conocimiento: estas almas ‘quedarse han hechas estatuas de sal por no volver la cabeza hacia sí, así como lo quedó la mujer de Lot por volverla’.
Marta, santa. Hermana de Lázaro y de María, en Betania (Jn 11). Ella y María son tipos de acción y contemplación, simbolismo que T hereda de la anterior tradición espiritual. Para T reviste interés especial la escena de Betania en que María está sentada a los pies de Jesús, y Marta afanada por servirle y quejosa de la pasividad de su hermana (Lc 10,38-42). Teresa transpone el simbolismo de la escena al plano de la vida espiritual: a/ ante todo, Marta y María (acción y oración) ‘andan juntas’ (V 17,4; M 7,4, tít.; R 5,5); b/ inseparables especialmente a partir de la oración mística de unión (ib); c/ pero normalmente debe preceder el trabajo de Marta: ‘es un poco de falta de humildad… querer ser María antes que haya trabajado con Marta’ (V 22,9); d/ ante la queja de Marta contra su hermana, ‘queja’ que T ve repetida por los activos contra los contemplativos, insiste ésta: ‘acuérdense (los activos) que es menester quien le guise la comida (al Señor), y ténganse por dichosas en andar sirviendo con Marta… Pues si contemplar y tener oración mental y vocal y curar enfermos y servir en las cosas de casa y trabajar sea en lo más bajo todo es servir al Huésped que se viene con nosotras a estar y a comer y recrear, ¿qué más se nos da en lo uno que en lo otro?’ (C 17,6). ‘Santa era santa Marta, aunque no dicen era contemplativa. Pues ¿qué más queréis que poder llegar a ser como esta bienaventurada, que mereció tener a Cristo tantas veces en su casa, y darle de comer y servirle y comer a su mesa? Si se estuviera como la Magdalena…’ (C 17,5); e/ y glosa así la actitud de Marta: ‘Acuérdome algunas veces de la queja de aquella santa mujer, Marta, que no sólo se quejaba de su hermana, antes tengo por cierto que su mayor sentimiento era pareciéndole no os dolíais Vos, Señor, del trabajo que ella pasaba, ni se os daba nada que ella estuviese con Vos. Por ventura le pareció que no era tanto el amor que le teníais como a su hermana…’ (E 5,2); f/ eso la lleva a bucear en el sentido que tiene la palabra de Jesús a favor de María, ‘que escogió la mejor parte, y es que ya había hecho el oficio de Marta, regalando al Señor en lavarle los pies y limpiarlos con sus cabellos…’ (M 7,4,13); g/ ya en lo cimero de la vida espiritual, las dos hermanas pasan a ser tipo de dos fracciones del alma humana: la voluntad y el amor, son María; la memoria, el entendimiento y la actividad, son Marta (R 5,5), o más profundamente: María es ‘lo esencial del alma’, el ‘hondón’; Marta, todo lo restante (M 7,1,10). Pero al final del Castillo, T refrendará la tesis inicial: ‘creedme, que Marta y María (al final de las moradas) han de andar juntas para hospedar al Señor y tenerle siempre consigo, y no le hacer mal hospedaje no le dando de comer… Su manjar es que de todas las maneras que pudiéremos lleguemos almas para que se salven y siempre le alaben’ (M 7,4,12). En la posterior espiritualidad teresiana influirá especialmente lo referido por T en la Relación 26, en que adopta el papel de Marta respecto de Jesús, tras su triunfal ingreso en Jerusalén. (T nunca menciona a Betania).
Matusalén. Este misterioso personaje del Génesis (5,27) aparece una docena de veces en las cartas de la Santa a Gracián y a Ambrosio Mariano, los años 1576-1578, siempre como criptónimo: para designar al nuncio N. Ormaneto (cartas de 1576-1577), o al nuncio F. Sega (cartas de 1578-1580).
Melquisedec. Personaje misterioso de la historia de Abrahán (Gén 14, 18; Heb 5,10). En T es mero criptónimo en el carteo con Gracián (carta 134,3: año 1576), para designar al provincial de los carmelitas, Angel de Salazar.
Miguel Arcángel, san. Unica mención en V 27,1, a causa de la alarma provocada por los primeros fenómenos místicos de T y su miedo a ser juguete del demonio: ‘Encomendábame… a san Miguel Angel, con quien por esto tomé nuevamente devoción’.
Moisés. Hablando de la inefabilidad de los éxtasis místicos (M 6,4,7), T los compara a la experiencia de Moisés ante la zarza del Sinaí (Ex 3,2): ‘Tampoco Moisés supo decir todo lo que vio en la zarza, sino lo que quiso Dios que dijese; mas si no mostrara Dios a su alma secretos con certidumbre para que viese y creyese que era Dios, no se pusiera en tanto y tan grandes trabajos; mas debía entender tan grandes cosas dentro de los espinos de aquella zarza, que le dieron ánimo para hacer lo que hizo por el pueblo de Israel’. Exactamente el 4 de octubre de 1576, T leía la historia de Moisés en el Exodo (?): ‘Anoche estaba leyendo la historia de Moisés, y los trabajos que daba a aquel rey con aquellas plagas y a todo el reino, y cómo nunca tocaron en él; que en forma me espanta y alegra ver que, cuando el Señor quiere, no hay nadie poderoso de dañar. Gusté de ver lo del mar Bermejo…’ (cta 128,4; cf cta 465,4).
Nazaret. La ciudad de Jesús no comparece mencionada en los escritos de la Santa, sino sólo designando una de las ermitas erigidas por ella en el carmelo de San José de Avila: ‘la ermita de Nazaret’, donde ella recibe una de sus gracias místicas (R 67).
Nínive. Ciudad bíblica. Única mención en M 6,3,9, ocasionada por el recuerdo del profeta Jonás y su amenaza de destrucción de la ciudad.
Noé. En las Moradas (7,3,13), T recuerda el episodio de la paloma que regresa al arca de Noé con el ramo de oliva (Gén 8,8-9): símbolo de la gran paz del alma en las séptimas moradas, después de todas las borrascas de la vida anterior.
Pablo, san Pablo, san.
Paralítico curado por Jesús. El inválido de la ‘Piscina de los Rebaños’ es objeto de uno de los primeros milagros de Jesús en el Evangelio de Juan (5,2-8). A Teresa, que de joven también estuvo ‘tullida’ varios años (V 6,1-2), le resulta fácil la transposición doctrinal de la escena evangélica: ‘…las almas que no tienen oración son como un cuerpo con perlesía o tullido, que aunque tiene pies y manos no los puede mandar…’ (M 1,1,6). ‘Si no viene el mismo Señor a mandarlas se levanten como al que había treinta años que estaba en la piscina tienen harta malaventura y gran peligro…’ (M 1,1,8). Alma sin oración es la que aún no ha sido capaz de entrar en el castillo. Espera a que pase el Maestro y la libere de la atrofia que le dificulta el hablar con Dios. Será ése el momento de su ingreso en las moradas primeras.
Pedro Apóstol, san. Entre los santos a quienes T tiene particular devoción, menciona a ‘san Pedro y san Pablo’ (A 6). ‘Eran estos gloriosos Santos muy mis señores’ (V 29,9). Profesa afecto especial a san Pedro, por su condición de ‘convertido’, en el que ella ve reflejada la propia historia: ‘A san Pedro (lo perdonó) una vez que lo fue (ingrato); a mí, muchas’ (V 19,10; cf V prólogo). Los dos, el apóstol y ella, han recibido de Dios tantas mercedes, después de tantas infidelidades (M 6,7,4). Se le acrecentó ese afecto, por haber recibido una de sus gracias cristológicas en la fiesta del Santo (V 29,5).
De la historia evangélica de Pedro, T retiene y admira ciertos gestos: su decisión de dejar las redes y todo, por seguir a Jesús (M 3,1,8); el arranque de arrojarse al mar por acercarse a Jesús, aunque luego temiese (V 13,3; Conc 2,29); el deseo de plantar su morada en el Tabor al lado del Señor (V 15,1; y C 31,3); su estremecimiento ante el poder taumatúrgico de Jesús y la propia indignidad (V 22,11); incluso el paso de la arrogancia a la pusilanimidad, al comienzo de la Pasión (F 5,15), etc. A él y a san Pablo se encomienda ‘mucho y siempre’ cuando los confesores y asesores la han llenado de temores de ser engañada por el demonio (V 29,5). Teresa se hace eco de la leyenda del ‘Quo vadis’, tantas veces leída en el propio breviario (p. 292): ‘Gusto yo mucho de san Pedro cuando iba huyendo de la cárcel y se le apareció el Señor y le dijo que iba a Roma a ser crucificado otra vez: ninguna rezamos esta fiesta adonde esto está, que no me es particular consuelo. ¿Cómo quedó San Pedro de esta merced del Señor, o qué hizo? Irse luego a la muerte…’ (M 7,4,5)
En una de las ermitas hechas construir por la Santa en la huerta de San José de Avila (‘Ermita del Santo Cristo a la Columna’) se conserva una pintura al fresco, también debida a la iniciativa de T, en la que se representa al apóstol llorando. Se la titula ‘Las lágrimas de san Pedro’.
Pilatos. En las sextas moradas, T alega el simbólico episodio de Pilatos que pregunta a Jesús por la verdad (Jn 18, 36-38), a propósito del interrogante sobre verdad y mentira, referidas respectivamente a Dios y al hombre. ‘Él solo es verdad que no puede mentir’. Y ‘todo hombre es mentiroso’ (salmo 115, 11). ‘(Dios) es verdad que no puede faltar. Acuérdaseme de Pilatos lo mucho que preguntaba a nuestro Señor cuando en su Pasión le dijo qué era verdad, y lo poco que entendemos acá de esta suma Verdad’ (M 6,10,5).
Pródigo, el hijo. El pródigo es la figura central en la parábola de Jesús: Lc 15, 11-32. Teresa hace su transposición doctrinal tanto al plano ascético como al místico. De la parábola retiene la figura del padre para glosar la primera invocación del ‘Padre nuestro’: ‘Si nos tornamos a El, como al hijo pródigo nos ha de perdonar, nos ha de consolar…, nos ha de sustentar…’ (C 27,2). En las moradas ascéticas del Castillo, el hijo que regresa a la casa paterna es imagen del regreso del hombre alienado fuera de sí, que regresa a sí mismo y entra en el interior del castillo, para que ya ‘no ande perdido, como el hijo pródigo, comiendo manjar de puercos’ (M 2,1,4). Por fin en el plano místico, T evoca la fiesta de la casa, el ‘júbilo y la oración extraña’ que siguen al éxtasis místico: ‘¡Oh qué de fiestas haría y qué de muestras, si pudiese, para que todos entendiesen su gozo! Parece que se ha hallado a sí, y que, como el padre del hijo pródigo, querría convidar a todos y hacer grandes fiestas, por ver su alma en puesto que no puede dudar que está en seguridad, al menos por entonces’ (M 6,6,10).
Profeta / profecía. En los escritos de T no son frecuentes las citas de los profetas bíblicos. Las tablas estadísticas de E. Renault documentan un total de 21 citas: Isaías, 4 veces; Jeremías, 1; Ezequiel, 3; Oseas, 2; Daniel, 2; Jonás, 4; Malaquías, 5. Sólo Jonás es mencionado por su nombre (M 5,3,6; 6,3,9; F 20,12 y 28,5; cta 230,10; Po 2,11), casi siempre identificándose a sí misma con él, en la misión de fundadora: ‘parecíame ser yo la causa de toda esta tormenta, y que si me echasen en la mar como a Jonás, cesaría la tempestad’ (F 28,5). En cambio, evoca reiteradamente al ‘real profeta David’ (V 16,3; 20,10…), a los ‘santos profetas’ del Carmelo, ‘casta de donde venimos, de aquellos santos profetas’ (F 29,33), y a Jesús mismo recordando su diálogo con la Samaritana (Conc 7,6).
En su experiencia personal, T es consciente de poseer el carisma de profecía, como previsión de acontecimientos futuros: ‘muchas cosas que se me decían dos o tres años antes…, todas se han cumplido’ (V 27,19). Tiene numerosos anuncios proféticos sobre la fundación del Carmelo de San José de Avila: ‘algunas…, tres o cuatro años antes que se supiesen, me las decía el Señor’ (V 32 y 34,18). Igual previsión y predicción de la muerte de fray Pedro de Alcántara, ‘un año antes que muriese… y se lo avisé’ (V 27,19). Lo mismo, de la próxima muerte repentina de su hermana mayor, María (V 34,19). En el balance que ella hace de esos años, afirma: ‘Ninguna cosa he entendido en la oración, aunque sea dos años antes, que no se haya visto cumplida’ (R 3,11). El hecho de las previsiones proféticas con el refrendo de su cumplimiento fue uno de los criterios que le aplicaron los teólogos para discernir sus fenómenos místicos: ‘Ninguna cosa le han dicho jamás (en sus experiencias místicas) que no haya sido así y no se haya cumplido, y esto es grandísimo argumento’ (es, decir, gran prueba del origen divino de sus experiencias: cf el Dictamen, BMC 2, 132, nº 31). Será uno de los temas sobre que serán interrogados los testigos en el proceso de beatificación de la Santa: ‘Item pone: que fue dotada por Dios del don de profecía. Muchas cosas profetizó que aun viviendo se cumplieron, porque profetizó la muerte del rey de Portugal, y de su ejército…’ (‘Rótulo de los Procesos remisoriales…’: BMC 20, p. LX, n. 81).
Desde el punto de vista doctrinal, T advierte que ‘no está la suma perfección en arrobamientos ni visiones ni en espíritu de profecía…’ (F 5,10). Si acaso, el hecho de la profecía cumplida le sirve de comprobante de la autenticidad de otras gracias místicas (V 25,2). Pero en el discernimiento de la profecía misma hay que evitar toda ligereza (F 8,5.7). Cuando la profecía es auténtica, se graba indeleblemente en la memoria (V 25,7), y ‘queda de ellas una certidumbre grandísima’ (M 6, 3, 7). A nivel más elevado, es en Jesús mismo donde ha tenido lugar el cumplimiento de las profecías. Lo canta ella en uno de sus villancicos: ‘Vamos todos juntos / a ver al Mesías, / que vemos cumplidas / ya las profecías’ (Po 17).
(En el epistolario, T utiliza los términos ‘profecía’, ‘profetizar’ en sentido irónico vulgar, por ‘amenazar con aire de profeta’ (cta 229,4-5), o por ‘presagio pesimista’ (en carta a Gracián: 261,3).
Publicano. Personaje de una de las parábolas de Jesús: un publicano y un fariseo suben al templo a orar (Lc 18,9). En la parábola aparecen como modelos de la mala oración (el fariseo) y de la oración bien hecha (el publicano). T subraya la actitud de este último al ponerse en presencia del Señor: ‘no osar alzar los ojos’ (V 15,9; M 7,3,14; cf C 31,6), gesto de humildad que ella cree fundamental en la oración del cristiano, incluso en lo más alto de la vida mística: los orantes de las séptimas moradas ‘andan muchas veces que no osan alzar los ojos como el publicano’ (M 7,3,14).
Querubines / Serafines. Uno de ‘los que llaman querubines’ fue el que hirió el corazón de T ‘con un dardo de oro’ que ‘parecía tener un poco de fuego’. Este ángel ‘no era grande sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy subidos que parece todos se abrasan’ (V 29,13). En el autógrafo de Vida uno de los censores corrigió: ‘serafines’ en lugar de ‘querubines’. De hecho, Teresa misma en una de las postreras visiones narradas en Vida (39,22), describe el trono de Dios rodeado de ‘muy gran multitud de ángeles: pareciéronme sin comparación con muy mayor hermosura que los que en el cielo he visto. He pensado si son serafines o querubines…’. Ya había escrito: ‘que los nombres no me los dicen’ (V 29,13). Miguel Arcángel.
Raquel y Lía. Raquel y Lía son hermanas, esposas de Jacob (Gén 29,15-28). En la tradición cristiana espiritual y artística han simbolizado la vida contemplativa y la vida activa. Simbolismo también presente en T (V 17,7).
Salomón. Rey de Jerusalén, hijo de David. Como era corriente en su tiempo, T lo cree autor del Cantar de los Cantares (Conc prólogo 1), y recuerda ‘la edificación del templo de Salomón adonde no se había de oír ningún ruido’ (M 7,3,11), símbolo de lo que ‘pasa’ en la última morada del castillo interior. Pero sobre todo la figura de Salomón es para ella el tipo del riesgo que acecha a todo hombre en el camino espiritual: ‘que muy santo era David, y ya veis lo que fue Salomón’ (M 3,1,4). Y en las séptimas moradas, ‘cuando se acuerdan de algunos que dice la Escritura… como un Salomón, que tanto comunicó con Su Majestad, no pueden dejar de temer’ (M 7,4,3).
Samaritana. La figura evangélica de ‘la mujer de Samaría’ que conversa con Jesús al lado del pozo de Jacob (Jn 4,5…) es uno de los tipos bíblicos predilectos de Teresa. No sólo por la condición de ‘mujer’, y de mujer ‘convertida’ en el encuentro con el Señor, sino por el sugestivo simbolismo del pozo, la sed y el agua. Teresa llevaba en su breviario una estampa con la imagen de la Samaritana y de Jesús, en cuyo margen inferior ella misma había escrito: ‘Domine, da mihi aquam’. Esa petición y el simbolismo de la misteriosa sed de Jesús, y del agua ofrecida por El, son la base de la tipología doctrinal de la mujer (‘santa mujer’) samaritana.
La samaritana ha entrado en la vida y experiencia de Teresa misma: ‘¡Oh, qué de veces me acuerdo del agua viva que dijo el Señor a la Samaritana, y así soy muy aficionada a aquel evangelio’ (V 30,19). Lo repetirá comentando el verso de los Cantares ‘desfallezco de mal de amores’: ‘Acuérdome ahora lo que muchas veces he pensado de aquella santa Samaritana, qué herida debía estar de esta hierba, y cuán bien habían prendido en su corazón las palabras del Señor…’ (Conc 7, 6).
En el juego de símbolos manejados por ella (sed, agua, huerto, riego…), la Samaritana es el tipo que mejor los encarna. El alma de las moradas sextas ya ‘no quiere que se le quite (la sed) si no es con (el agua) que dijo nuestro Señor a la Samaritana, ¡y eso no se lo dan!’ (M 6,11,5): esa agua viva sí se la darán al entrar en la morada siguiente. Al orante contemplativo lo alienta ella recordándole cuán cerca está ‘de la fuente de agua viva que dijo el Señor a la Samaritana’ (C 19,2). En cierto modo, la mujer de Samaría simboliza, para T la unidad de la vida espiritual: en ella se identifica Marta y María; ella es el tipo de la fecundidad apostólica del contemplativo, que prorrumpe en amor al prójimo (Conc c. 7, título).
Ya en una de sus últimas páginas, escrita a mediados de 1582, T recuerda a las lectoras de sus Carmelos, que quienes no hayan llegado a sacar el gusto a la soledad de la clausura, ‘teman que no han topado con el agua viva que dijo el Señor a la Samaritana, y que se les ha escondido el Esposo, y con razón…’ (F 31,46).
Con matiz tipológico variante, T presenta en el Vejamen (n. 6) la terna de mujeres evangélicas: Magdalena, Samaritana y Cananea. Ahí las propone a fray Juan de la Cruz como tres buscadoras de Dios, cuando aún no estaban ‘muertas al mundo’.
Saúl. El rey Saúl es recordado por T en el Castillo Interior (M 5,3,2; 6,9,15) y en el epistolario (cta 185,6). En él tipifica una de sus tesis doctrinales: la del riesgo permanente que corre el espiritual, incluso en las últimas fases del proceso de gracia. Toda la vida es riesgo. Saúl y Judas son para T los dos tipos bíblicos del riesgo con desenlace negativo o trágico: ‘Cuántos debe haber que los llama el Señor al apostolado, como a Judas, comunicando con ellos, y los llama para hacer reyes, como a Saúl, y después por su culpa se pierden…’ (M 5,3,2).
Simeón. Anciano ‘honrado y piadoso’ que acoge a Jesús presentado en el templo (Lc 2,25). Escena muy del agrado de T, que ve en él y en la escena el símbolo de la gratuidad absoluta de la experiencia mística. Lo recuerda en C 31,2, al hablar de la oración de quietud, que ‘es ya cosa sobrenatural’. Y glosa deliciosamente el pasaje evangélico: pone Dios al alma en paz ‘como hizo al justo Simeón… Entiende el alma que está ya junto cabe Dios… No porque lo ve con los ojos del cuerpo ni del alma. Tampoco veía el justo Simeón más que el glorioso Niño pobrecito… Mas dióselo el Niño a entender. Y así lo entiende acá el alma’. (cf además R 36, en que evoca la presencia de la Virgen en la escena).
Susana. Mujer del destierro, recordada en el Libro de David, c. 13. Tipo de la inocencia avasallada por la justicia humana, pero reivindicada por Dios. Unica mención en la Santa en F 17,7, comparando al episodio bíblico el suceso de Ambrosio Mariano, ‘llamado para que le matasen, casi como a los viejos de Santa Susana’.
Tabor. ‘Montaña sagrada’ (2 Pe 1,18), lugar de la glorificación de Jesús (Mt 3,17), recordado en la R 36 como expresión del gran ‘gozo de Jesús’. En contraposición al Calvario (Po 2,10), lugar del sumo dolor.
Tomás, santo. Apóstol, uno de los doce elegidos por Jesús: Tomás el Mellizo. Teresa lo recuerda una sola vez (M 3,1,2) con ocasión de su gesto algo malhumorado de subir a Jerusalén con Jesús para morir allí con El (Jn 11,16). Ella tipifica ese gesto, trasformándolo en el deseo de morir con Cristo, antes que vivir sin El: ‘Dios mío, muramos con Vos como dijo santo Tomás, que no es otra cosa sino morir muchas veces vivir sin Vos y con estos temores de que puede ser posible perderos para siempre’ (ib).
(Otras referencias a santo Tomás corresponden al dominico Sto. Tomás de Aquino V 38,13, y cartas, o al convento de Santo Tomás de Avila: R 4,8 y cartas).
Zebedeo, los hijos del. Los hijos del Zebedeo (los ‘Boanerges’: Mc 3,17) son los apóstoles Santiago y Juan. En las Moradas 6,11,11, Teresa evoca la escena evangélica en que los dos aseguran a Jesús que pueden ‘beber el mismo cáliz que beberá El’ (Mc 10,38). A ellos se equiparan los orantes que osan pedir a Dios ciertas gracias místicas, sin saber que para recibirlas ‘es menester ánimo, y que tendrá razón el Señor, cuando le pidiereis estas cosas, de deciros lo que respondió a los hijos del Zebedeo: si podrían beber el cáliz’ (cf M 2,1,8: ‘nos puede con razón decir que no sabemos lo que pedimos’). Simbología bíblica.
T. Alvarez