«Vejamen» es el título de uno de los escritos breves de la Santa. Ese vocablo culto, de origen latino («vexamen»), no aparece en los escritos teresianos. Se debe, probablemente, a los primeros editores. Fue Juan de Palafox quien, al publicarlo por vez primera entre las cartas de la Santa (vol. lº, carta 5: Madrid, 1656, pp. 54-69), lo tituló: «es la (carta) que llaman del vejamen» (ib p. 54).
Se trata no de una carta sino de un escrito jovial, ocasionado por una especie de torneo literario-espiritual en que participa un grupo de amigos íntimos de la autora, y que concluye con el dictamen «vejatorio» redactado por ella en Toledo a fines de 1576, y dirigido a don Alvaro de Mendoza. El episodio, entre jocoso, espiritual y literario, era remedo improvisado de los «vejámenes» académicos que en las universidades de entonces alegraban la investidura de cada nuevo doctor. De los actos académicos se había desviado a lo casero y religioso con los «vejámenes a lo divino». (Puede verse alguno de estos últimos en la BAE, tomo 35), «En la Universidad de Alcalá duraron hasta fines de 1834, y tuve ocasión de asistir a varios de ellos (es V. de la Fuente quien escribe). El claustro pleno asistía de ceremonia y con insignias doctorales. Dos estudiantes, sentados al lado del doctorando, recitaban composiciones en verso castellano, el uno echándole en cara todos sus defectos, físicos, morales e intelectuales, y el otro elogiándole hiperbólicamente. El padrino resumía el debate en una composición latina en que dirigía al graduando consejos oportunos» (BAE, tomo 53, p. 525). Sobre ese esquema de fondo redacta la Santa su texto.
Ella misma cuenta el episodio en carta 188,11, del 2.3.1577 a María de san José: «Ahí van esas respuestas, que envié a mi hermano a preguntar esa pregunta, y concertaron responder en San José, y que allá lo juzgasen las monjas los que ahí van; y el obispo hallóse presente y mandó que me lo enviasen que lo juzgase yo, cuando aun para leerlo no estaba la negra cabeza. Muéstrelo al padre Prior y a Nicolao; mas hales de decir lo que pasa, y que no lean la sentencia hasta que vean las respuestas; y si pudiere tórnelo a enviar para que gustara nuestro padre (que así hicieron en Avila para que se lo enviase), aunque no sea éste camino del arriero» (n. 11).
Como fácilmente se deduce de las palabras de la Santa, en el «torneo» quedó implicado un amplio coro de participantes. Basta aclarar la serie de alusiones contenidas en ese mensaje teresiano: «Esas respuestas» son los textos aportados por cuantos intervienen en el certamen de Avila. «Mi hermano» es Lorenzo de Cepeda. «La pregunta» enviada a Lorenzo es el lema «búscate en Mí», dictado a la Santa por la voz interior. «Los que ahí van» son probablemente los escritos de los cuatro que han glosado el «lema», los mismos que serán mencionados y en cierto modo vapuleados por el «vejamen» de T, a saber: Francisco de Salcedo, el llamado «caballero Santo», que ya en Vida (23,6-8) intervino el en discernimiento de las gracias místicas de Teresa; Julián de Avila, capellán del Carmelo de San José desde la fundación (F 3,2); fray Juan de la Cruz, que sigue de confesor de las Carmelitas de la Encarnación desde 1572/1573. Y finalmente, Lorenzo de Cepeda, el hermano de Teresa recién venido de América (1576), con quien ella mantiene ahora intenso cruce de confidencias espirituales (cf cartas de 1576/1577 a Lorenzo).
Las restantes personas aludidas por la Santa, aparte el obispo de Avila, don Alvaro de Mendoza, son tres carmelitas: el superior del convento de Sevilla, P. Antonio de Jesús (Heredia), el P. Nicolás Doria, que en marzo de ese año iniciará su noviciado en el mismo convento de los Remedios de Sevilla, y el P. Jerónimo Gracián, que prosigue sus tareas de visitador. Pero los tres quedan al margen del episodio.
Resumiéndolo, podemos fijar su trayectoria: a/ Teresa está en Toledo, y en lo hondo de la oración ha escuchado la voz interior que le dice: «búscate en Mí». b/ Ella misma lo comunica confidencialmente a su hermano Lorenzo, «pidiéndole que respondiese a esta petición del divino Esposo». c/ La cosa llega a noticia de don Alvaro de Mendoza, que «gustó de hacer de estas palabras una espiritual y fructuosa recreación, ordenando que se discurriese y escribiese sobre ello, y cada uno declarase qué es lo que pedía el Señor a aquella alma». d/ Los cuatro interpelados dan su voto por escrito y lo leen en el locutorio del Carmelo de San José de Avila, ante las carmelitas, en presencia del Obispo. e/ Hacen de jueces de los concursantes las monjas de San José, que hubieron de emitir su dictamen. f/ Pero don Alvaro prefiere que el dossier entero sea enviado a la Madre Teresa (en Toledo) y que ella dictamine en última instancia. g/ Al finalizar las Navidades de 1576/1577, la Santa enjuicia positivamente el parecer dado por las carmelitas de Avila. Lo expresa en carta a Lorenzo: «Hecho me han reír algunas de las respuestas de las hermanas. Otras están extremadas, que me han dado luz de lo que es; que no piense que yo lo sé» (cta 172,17-18, del 2.1.1577). h/ En cambio, en el texto del Vejamen sólo sentenciará a los cuatro teólogos espirituales.
El tono humorístico y «vejatorio» adoptado por la Santa no cayó en gracia a dos de los participantes: Lorenzo y Salcedo. Teresa tendrá que dar explicaciones.
De todo el dossier enviado a María de San José, residente en Sevilla, nos han llegado únicamente dos piezas: la respuesta de Lorenzo y el «Vejamen» de la Santa. El escrito de Lorenzo está redactado en prosa y verso. En el poema, glosaba primero el lema:
«El sumo Bien en su alteza
dice al alma enamorada
que se busque en su grandeza,
y que a su inmensa belleza
busque en su pobre morada».
Y a continuación, la «rispuesta»:
«De amor la suprema fuente,
sin bajar de sus alturas,
con su amor omnipotente
hállase siempre presente
y encierra en sí sus criaturas…» etc.
(Publicados por primera vez por V. de La Fuente en la Biblioteca de Autores Españoles, t. 53, p. 562).
Eran, según opinión de don M. Menéndez Pelayo, en su «Historia de la Poesía Hispano-Americana» (Obras completas, t. 28, Madrid 1948, p. 8), los primeros versos compuestos por uno de los españoles «quiteños». Versos que, según el mismo gran crítico, no desdicen en calidad literaria de los que sobre el mismo tema compuso la propia M. Teresa (ib p. 10).
En cambio, el «Vejamen» de la Santa se atendrá rigurosamente a la usanza burlesca de academias y universidades. Responde, por tanto, a los cuatro teólogos en tono humorístico y censorial: «no tengo intención de decir de cosa bien de cuanto han dicho» (n. 3), si bien lo realiza con finos atisbos espirituales sobre la glosa espiritualista de cada uno de los censurados.
El breve escrito de la Santa tiene el doble mérito de exhibir un fino humorismo en tema místico, y de permitirnos entrever uno de los primeros escritos de fray Juan de la Cruz, que desafortunadamente no ha llegado hasta nosotros. (Ya en 1656, el primer editor del Vejamen, J. de Palafox, advertía que no conocía «los papeles de los conferentes» (Cartas, t. lº, p. 61).
Más adelante, la propia Santa glosó el famoso lema «búscate en mí», en uno de sus poemas místicos: «Alma, buscarte has en Mí, / y a Mí buscarme has en ti», pero este poema ya no entró en las réplicas del torneo.
T. Alvarez