1. Camino tuvo redacción espontánea y rápida. Pero a la vez trabajosa y prolongada, debido a la interferencia de los censores amigos. En la mente de la autora, la primera redacción del libro (CaminoE) tuvo carácter de simple borrador. El texto quedaba sin división de capítulos y con un complemento final de cuatro páginas, precedidas de la advertencia: en lo que trataba de oración de quietud [tacha: me olvidé de] dejé de decir esto que acaece mucho. Es decir, esas cuatro páginas habría que insertarlas en el contexto de la oración de quietud (c. 53, folio 102), cosa que sólo será posible en la siguiente redacción.
2. Pero ocurre enseguida un doble contratiempo. Teresa propone como censor del libro al padre presentado fray Domingo Báñez. Y, como ella piensa que el mejor complemento de la lección del Camino es la lectura del Libro de la Vida actualmente en poder del mismo Báñez, invita a las monjas a pedírselo: procuradle ('Vida'), que el Padre fray Domingo Báñez le tiene. Si éste el 'Camino' va para que le veáis y os le da, también os dará el otro (73,6). Pero Báñez no se pliega ni a lo uno ni a lo otro. No hace de censor del libro y se opone a la difusión de Vida o a su lectura por parte de monjas incipientes. De modo que también Teresa renuncia a lo uno y a lo otro. Dará el libro a otro asesor. Y en cuanto a la lectura de Vida, ya no repetirá en la nueva redacción de Camino la invitación a procurárselo (cf CV 42,7 y 41,4), aunque inevitablemente tiene que seguir refiriéndose a él, porque en él se contiene el mejor complemeno a la sed del agua viva expuesta aquí, en el Camino. (Sobre la doble actitud de Báñez, cf BMC 18,10, donde él mismo afirma de Camino que «no lo ha leído ni impreso ni de mano». Y de Vida, «que no convenía que escritos de mujeres anduviesen en público»).
Para la indispensable aprobación del libro, Teresa hubo de recurrir a otro dominico, más amigo y accesible, el P. García de Toledo, buen conocedor del precedente Libro de la Vida. El P.García acepta, por amor a la Madre, la comisión de asesor y censor del Camino.
3. La revisión del libro. El P. García recorre sin tropiezo alguno las 20 primeras páginas. Pero al topar inesperadamente con el pasaje en que Teresa hace la apología de las mujeres (folios 11-12) con claras alusiones a la Inquisición (los jueces de este mundo que no hay virtud de mujer que no tengan por sospechosa ), el asesor-censor frunce el ceño y opta por erradicar del libro todo ese pasaje, por peligroso. Lo deja ilegible, pero sin nota marginal alguna que indique el porqué. Sólo que desde ese momento se mantiene alerta, carga el libro de notas y borrones páginas enteras tachadas en aspa, corrige a la Santa cuando ésta ensaya una glosa del Salmo 8º ('no es ese el sentido del salmo!'). Frente a las alusiones al Indice de libros prohibidos le advierte seriamente: 'parece que reprehende a los Inquisidores que prohíben libros de oración', y borra la peligrosa alusión (f. 72v)
4. No es el caso de enumerar una a una las intervenciones del censor. Reflejan todas ellas la hipersensibilidad del teólogo frente a la ingenuidad de la escritora. No nos ha llegado su probable nota con el suplemento de advertencias hechas a Teresa. Añadamos sólo dos datos: que ella acatará en la segunda redacción todas las insinuaciones del P. García. Y en segundo lugar, que nunca la Santa tuvo intención de dar curso editorial a esta primera redacción de su libro. Para ella quedó en simple borrador.
5. Nueva redacción y nueva censura. Pese a sus muchos quehaceres en el Carmelo de San José, Teresa afronta inmediatamente la nueva composición del Camino, que en parte será copia del anterior y en parte redacción de sana planta. Escribe páginas esmeradas, grafía serena y clara, titulares de los capítulos dentro del texto, sin índice final y con la inserción de todas las correcciones hechas por el P. García en el cuaderno anterior. La autora persiste en la idea de que Báñez revisará el escrito (c. 42,7). Pero sin conseguirlo. Revisor y censor del nuevo cuaderno será el mismo P. García, al que se sumarán otros censores de menor calibre. Sobre el texto teresiano pasa de nuevo el rodillo de la censura con más rigor que la vez primera. El P. García tacha a fondo no menos de nueve pasajes del autógrafo, casi siempre porpura cicatería teológica. Borra la alusión de Teresa a las tropas de Felipe II en Europa (f. 8r). Tacha una página entera sobre la misteriosa presencia de Dios en la Eucaristía (f. 130). Lo mismo, una alusión crítica al demonio (f. 121), etc. etc. Se extraña de que se presente al apóstol Bartolomé como hijo de rey (f. 122). Alerta a la autora sobre el tema del amor puro ('váyase con tiento conforme a la nota ': alude a una nota anterior, hoy perdida, f. 32r). Al menos una vez cede a un cierto machismo: que las monjas 'no prediquen a la red, sino callen, que les hará más provecho' (f. 201v). Más de una vez se prodiga en elogios de la autora: 'esto es bien, porque hay unos maestros espirituales que, por no errar, condenan cuantos espíritus hay por demonio ' (f. 23v).
6. Probablemente se debe a las advertencias del P. García que Teresa haya arrancado y rehecho varias páginas que hablaban del amor puro, o que cercenase igualmente los cuatro folios que trataban de la humildad y la dama en el juego de ajedrez (f. 59-64). Afortunadamente, todos los otros pasajes tachados por el censor en el autógrafo han sido recuperados por los editores. De suerte que podemos leerlos en su integridad original a pesar de la intensidad del borrón que intentaba el 'expungatur' de lo tachado.
7. Tras ese penoso episodio de censura y las consiguientes injerencias del teólogo en el texto del Camino, surge espontáneo el interrogante: ¿No sucumbió Teresa a los criterios ajenos? ¿No tuvo que renunciar a las propias ideas? ¿Hasta qué punto se inocularon ideas o tesis ajenas en el ideario del libro o en el pensamiento original de la Santa? La respuesta es negativa. Es cierto que las tachas y borrones hicieron que la autora matizara sus expresiones e incluso su pensamiento. Pero no parece que ni una sola de las numerosas acotaciones del P. García en ambos autógrafos, ni las de otros censores en el autógrafo segundo impactaran o torcieran una sola de las ideas expresadas por ella o le hicieran retractarse. Sí, es cierto que evolucionó en el tema de si caben las gracias místicas en un pecador para llevarlo a conversión (c. 16), pero ese cambio no fue debido a la censura sino al influjo tardío del Maestro Avila.
8. El aspecto más negativo en el paso de la primera a la segunda redacción es el literario. No sabemos si se debe a presiones del censor. Lo cierto es que entre una y otra redacciónmedia un descenso literario: el borrador es más espontáneo y brillante, incluso más netamente dialogal. Ya no pasan a la redacción definitiva imágenes tan típicamente teresianas como la del mendigo y el emperador, la del torero y los espectadores, o la del jinete maldiestro que cabalga simpre en peligro, o la de quienes discuten sobre puntos de honra que equivale a debatir si la tierra es buena para lodo (había escrito : para bodoques) o para adobes. Tampoco se dio paso a ocasionales expresones cáusticas, como su alusión a las monjas quejicas: Cosa imperfetísima me parece, hermanas mías, este aullar y quejar siempre y enflaquecer la habla haciéndola de enferma (c. 16). Ni a diminutivos exquisitamente teresianos, como agravuelos, hombrecillo y mujercilla, simplecita, etc. En un balance global habría que decir que en la segunda redacción el escrito teresiano adquiere investidura de libro y se enriquece doctrinalmente, pero pierde puntos en galanura literaria.