1. Como ya hemos notado (ficha 62), Vida es un relato por entregas. A los capítulos centrales que narran el hecho místico, Teresa les añade enseguida otros cinco para referir la historia de su primer Carmelo (32-36). Y, terminada ésta, vuelve sobre el paisaje de su vida interior (las grandes mercedes que el Señor le ha hecho) durante el primer trienio de vida en dicho Carmelo (37-40). Estos cuatro capítulos son una pieza literaria aparte, especie de instantánea final sobre su alma. Por detalles marginales del relato, sabemos que los escribe el tercer año de ese trienio; que los va redactando a ratos muy intervalados (estas tres hojas las he escrito en tantas veces y en tantos días: 39,17); y que alguna vez se ve precisada a suspender la pluma ante la irruencia del trance místico (¡ay!..., que no sé qué me digo, que casi sin hablar yo escrino ya esto, porque me hallo turbada y algo fuera de mí: 38,22). De suerte que al final del relato puede refrendarlo con el aserto: Así vivo ahora, compás final en la partitura de su vida. En ese relato nos interesan tres cosas: el espacio en que vive y escribe; la secuencia de 'grandes gracias místicas'; y el gesto final de espera y esperanza.
2. El contexto: ambiente idílico en el Carmelo de San José. Sirve de nexo con los capítulos anteriores. Teresa se concede una pausa para bosquejar la vida que hace en ese rinconcito, en medio de un grupo de jóvenes aguerridas y entusiastas: Veo yo venir ahora a esta casa unas doncellas que son de poca edad, y en tocándolas Dios y dándoles un poco de luz y amor, no le aguardaron ni se les puso cosa delante, sin acordarse del comer, pues se encierran para siempre en casa sin renta, como quien no estima la vida por el que saben que las ama. Déjanlo todo, ni quieren voluntad ni se les pone cosa delante; todas juntas se ofrecen en sacrificio por Dios (39,10). Es tan intensa la emoción de ese idilio vivido por todas juntas, que la Santa lo reportará por extenso ocho años después al iniciar el relato de las Fundaciones: se ve a sí misma como una miserable entre estasalmas de ángeles Nos interesa sorprenderla en ese mundillo de contrastes: pobreza extrema de la casa y euforia espiritual y literaria de la autora.
3. Las grandes mercedes del momento. Nunca el relato de Vida había sido tan detallista y tan desbordante. Los recuerdos de lo vivido son tan copiosos que se agolpan en desorden, de suerte que apenas es posible destacar en esa especie de marejada mística, cuáles son las grandes mercedes enunciadas reiteradamente en el título de los capítulos 38, 39 y 40.
a) Emergen ante todo las experiencias cristológicas, Cristo contemplado en el seno del Padre: es, según ella, la más subida merced de cuantas ha recibido (38,18). Cristo es hermosura que se le queda imprimida o esculpida indeleblemente en el alma. Es la majestad en sí misma. Sólo recordar esa majestad en el momento de la comunión le despeluza los cabellos (38,19). Su belleza y su amor le han vaciado el fondo del alma de todos los viejos afectos humanos.
b) Ella vive asimismo su Pentecostés personal: mientras celebra la fiesta litúrgica y lee las páginas del Cartujano, una paloma de nácar aletea sobre su cabeza y la hace trasponerse. Fue grandísima la gloria de este arrobamiento (38,11).
c) Se le redoblan las experiencias de la divinidad y la Trinidad: se me dio a entender cómo era un solo Dios y tres personas, tan claro que yo me espanté y consolé mucho. Hízome grandísimo provecho (39,25). En la divinidad están la creación y el mundo entero nítidamente reflejados como en un espejo.
d) También como un espejo tiene ella la experiencia de la propia alma, en que se refleja y percibe el resplandor de la divinidad (40,5).
e) Tiene una singular experiencia de la Virgen en su Asunción a los cielos, siempre desde la plataforma de la liturgia (39,26).
f) Se siente investida de un especial sacerdocio suplicante, con la absoluta seguridad de que sus súplicas son siempre acogidas en el seno de Dios (39).
g) Todas esas experiencias parecen culminar en la del postrer capítulo, largamente registrada y comentada: Teresa experimentala verdad de Dios, fuente y cima de todas las verdades y amor de todos los amores: esta verdad que digo se me dio a entender, es en sí misma verdad, y es sin principio ni fin, y todas las verdades dependen de esta verdad, como todos los demás amores de este amor, y todas las demás grandezas de esta grandeza (40,4). Todo el daño que viene al mundo es de no conocer las verdades de la Escritura con clara verdad (n. 1).
En resumen, el cúmulo de experiencias místicas la tiene traspuesta, la hace 'mirar desde lo alto', con el alma trasportada al mundo de lo trascendente, pero a la vez está pies en tierra, atenta al amigo que sufre de la vista, o al que padece mal de piedra, o al que anda tentado (capítulo 39); ella es la primera en la 'tabla del barrer' o en la cocina, donde entre los pucheros anda el Señor.
4. Desenlace, entre tensión y espera. Cuando escribe la última página del libro, Teresa ha llegado a los 50 años de edad. Se halla en este rinconcito tan encerrado adonde ya, como cosa muerta (pensé) no hubiera más memoria de mí (40,21). Está al frente de la comunidad de San José. Ella y sus monjas viven en pobreza absoluta. Recientemente (1564) ha terminado el penoso pleito con el Concejo de la ciudad. Personalmente tiene que soportar la pesadumbre del propio físico, el vómito cotidiano, achaques múltiples. A veces, sufre el apagón momentáneo de todas las tensiones: a veces estoy de manera que ni siento vivir ni me parece he gana de morir, sino con una tibieza y oscuridad en todo (ib 21). Tengo muchas veces grandes trabajos (ib).
5. Pero espiritualmente vive una situación totalmente nueva, en zona de frontera entre la vida y la muerte. Sin miedo a la muerte, a quien yo siempre temía mucho (38,5). Mira desde lo alto el engranaje de la vida social, la farsa de los dineros y los honores (40,22), todo me parece un hormiguero (39,22). Parece que sueño lo que veo (38,7). Con solo mirar el cielo se recoge mi alma (ib 6). Está segura de que Dios jamás se descuida de mí (40,19). Igualmente convencida de que pocos han llegado a la experiencia de tantas cosas como ella (40,8). Por eso, en el fondo de su psicología prevalece el gesto de asombro, expresado con su típico vocablo espantarse/estar espantada (repetido en sus diversas flexiones 22 veces en estos capítulos).
6. Lo más determinante en ella es la dinámica de los deseos y la actitud de espera. Vive contra reloj: dame consuelo oír el reloj porque me parece me allego un poquito más para ver a Dios, de que veo ser pasada aquella hora de la vida (40,20). La hora de ver a Dios ahora se mide por el parámetro de la muerte. De ahí su clásico lema final: Señor, o morir o padecer: no os pido otra cosa (ib), alternativa con sentido bivalente: morir es verlo a Él; no morir es trabajar en bien de los otros, para gloria de Él: En más tendría se aprovechase un tantito un alma, que todo lo que de mí se puede decir; que después que estoy aquí (en San José) ha sido el Señor servido que todos mis deseos paren en esto, y hame dado una especie de sueño en la vida que casi siempre me parece estoy soñando lo que veo (ib 22). El balance final -así vivo ahora, Señor y padre mío- resume esa fuerte tensión entre lo escatológico (morir por ver a Dios) y lo eclesiológico (vivir sirviendo a los otros). Es la clásica disyuntiva paulina de Filipenses 1,22 ('quid eligam ignoro'). En el fondo, Teresa está convencida de que se le acerca el fin (cf. 20,13). Pero tendrá que atravesar antes una extensa zona de la vida en permanente servicio.
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- El desenlace de vida
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- Libro de las fundaciones: El autógrafo y su edición
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