1. Vida es narración autobiográfica en anonimato. Así programada por la autora, que ni declara su nombre ni titula su libro. Lo presenta, a lo sumo, como esta relación que mis confesores me mandan (prólogo). No dice en qué ciudad ('este lugar') ni en qué monasterio se enmarca la escena, ni da el nombre de los compañeros de andadura. Del medio centenar de personas que pueblan el relato, sólo tres comparecen a cara descubierta: fray Pedro de Alcántara, el padre Francisco, que era duque de Gandía, y el padre Maestro Ávila. Cuando, terminado ya el relato, escriba la carta de envío (también sin nombre del destinatario!), suplica a este innominado que lo mande trasladar, si se ha de llevar al p. Maestro Ávila, porque podría ser conocer alguien la letra, y por ella identificar a la autora. Y esta voluntad de anonimato no se debe como tantas veces se ha dicho al intento de tacitar su condición de mujer, al contrario, al lector no se le oculta que quien escribe es una mujercilla ruin y flaca, como yo (28,18), mujer y ruin sin letras , ni ser informada de letrado,normalmente obligada a hilar por estar en casa pobre (10,7). Si cuenta, por ejemplo, su viaje de Ávila a Toledo y el regreso de Toledo a Ávila, se guarda bien de dar el nombre de ninguna de las dos ciudades. Sin nombre igualmente Becedas o la curandera.
2. ¿Cuál es el motivo de ese anonimato? Terminada la primera jornada (capítulos 1-9) y antes de adentrarse en la narración de sus experiencias místicas, Teresa titula así el nuevo capítulo: Pide a quien esto envía que de aquí adelante sea secreto lo que escribiere, pues la mandan diga tan particularmente las mercedes que la hace el Señor (cap. 10). Y en el cuerpo del capítulo formula categóricamente la petición: para lo que de aquí adelante dijere [=escribiere] no se la doy [licencia]. Ni quiero, si a alguien lo mostraren, digan quién es por quien pasó, ni quién lo escribió, que por esto no me nombro ni a nadie, sino escribirlo he todo lo mejor que pueda para no ser conocida, y así lo pido por amor de Dios (10,7). Es decir, no sólo anonimato por parte de la autora, sino secreto impuesto al lector. Y el motivo que ella aduce no es el 'secreto de confesión' como poco antes había exigido al escribir la Relación 3ª, sino un cierto recato, para que el libro no pierda autoridad al saberse escrito por una persona 'sin letras ni buena vida'. Lo repite más expresamente, distinguiendo los dos estratos de la narración, los pecados y las mercedes: Para lo uno ni para lo otro, ningún provecho tiene decir mi nombre: en vida está claro que no se ha de decir de lo bueno; en muerte no hay para qué, sino para que pierda la autoridad el bien y no la dar ningún crédito por ser dicho de persona tan baja y tan ruin (10,7). De suerte que la voluntad de anonimato se concentra specialmente en la persona de la autora. El lector no deberá identificarla. De ahí el deseo de que se haga una copia del manuscrito antes de encaminarlo a Andalucía y ponerlo en manos del Maestro Ávila, no sea que pase a otras manos y la reconozcan.
3. Pero pese a ese sistemático ocultamiento, tanto de la autora como de las otras 'drammatis personae', ocurre que el libro mismo está habitado por un grupo de personajes selectos también con el rostro encubierto con quienes ella dialoga intermitentemente, hasta establecer con alguno de ellos una permanente interlocución a modo de empatía desde dentro de laexperiencia mística. Dato importante para la lectura comprensiva de la obra. Recordemos sólo los tres casos más importantes:
a) Ante todo, los que le han mandado escribir. Son un grupo impreciso. Con escasa presencia dentro del libro. En primer lugar, los dominicos, Báñez e Ibáñez. Especialmente el segundo. Ibáñez es el gran teólogo de la ciudad. Ingresa en el libro sólo en la segunda mitad del relato. Tratando con la Santa, de teólogo se vuelve espiritual. Comienza vida de oración. Abandona la cátedra y se retira a un convento solitario, desde el que se mantiene en relación con Teresa, contagiado de sus vivencias místicas. Y, finalmente, muere (2.2.1565) mientras ella sigue escribiendo el libro. Es el último episodio que media entre los dos: escribióme poco antes que muriese, que qué medio tendría, poque, como acababa de decir misa, se quedaba en arrobamiento mucho rato sin poderlo excusar (38,13).
b) También se ha alojado dentro del libro otro grupo heterogéneo de los cinco que al presente nos amamos en Cristo, no fáciles de identificar. Con ellos entabla Teresa lo más fuerte del diálogo en pleno trance místico: No soy yo la que hablo desde esta mañana que comulgué: parece que sueño lo que veo, y no querría ver sino enfermos de este mal que estoy yo ahora. Y a ellos dirige el clamor: seamos todos locos por amor de quien por nosotros se lo llamaron (16,6-7). Intenso fluir de corriente mística entre los cinco. Corriente mucho más intensa con uno de ellos, a saber:
c) Es el tercer dominico. Se diría el mayor inquilino del libro: P. García de Toledo. Había precedido un episodio decisivo durante la primera redacción del libro. Teresa se encuentra con ese viejo amigo, de regreso de sus aventuras de conquistador en Méjico, y con él conecta desde lo hondo. Tanto que inmediatamente lo presenta al gran Amigo en uno de sus trances orantes: Señor, no me habéis de negar esta merced: mirad que es bueno este sujeto para nuestro amigo (34,8). Ahora, durante la segunda redacción del libro, el P. García, ya en plena empatía mística, es objeto de diálogo intermitente pero constante, desde la primera alusión en el capítulo 7,22, reiterada cada vez que la autora sale de términos o dice desatinos, o cuando sucumbe a esta santa locura celestial (16,4) del trance místico. En momentos de fuerte emoción, él esel hijo mío y padre mío!, que alguna vez no le soporta el censor Báñez y se lo borra (19,9). A él le pide que clame en lugar de ella: dé voces vuestra merced en decir estas verdades, pues Dios me quitó a mí esta libertad (27,13). Hay capítulos enteros escritos a modo de carta para él: sea solo para vos algunas cosas de las que viere vuestra merced salga de términos (16,6). Le ruega que rompa o queme, si así le parece, el capítulo que acaba de escribir (10,7; 13,22; 14,12...): rómpalo, si mal le parece, y crea se lo diría mejor en presencia si pudiese (21,4). Incluso, el libro entero: si le pareciere romper lo demás que aquí va escrito, lo que toca a este monasterio vuestra merced lo guarde y, muerta yo, lo dé a las hermanas... que animará mucho para servir a Dios (36,29). Hasta la suma confidencia: pues dice vuestra merced que me quiere, en disponerse para que Dios le haga esta merced quiero que me lo demuestre (16,6)... Por su parte el P. García le insiste una y otra vez que escriba sin rémoras ni cortapisas: como vuestra merced me tornó a enviar a mandar que no se me diese nada de alargarme ni dejase nada... (30,22). De suerte que al P. García debe el libro no sólo su existencia y detallismo, sino la emotividad y efusividad o la tensión mística de las páginas más intensas.
4. En conclusión, dentro del libro la autora ha creado un espacio para la confidencialidad. Ha dialogado a diversos niveles con varios grupos de amigos íntimos. Ha escrito expresamente para engolosinarlos (18,8), o empatizar con ellos. Provocación empatizante que persiste con todo lector que se adentre en el espacio interior del libro. Sin el flúido de esa corriente de emoción mística, quedarían sólo páginas vacuas. Como si se les descargasen las pilas de la corriente mística. Por todo ello, el inicial intento de anonimato se diluye pronto como un azucarillo. Hasta la Inquisición sabrá enseguida que la autora del escrito es la Madre Teresa, monja de San José, diocesana del Obispo don Álvaro a quien se exige la entrega del libro.
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